En el coche después de una fiesta

Con 18 años, ya no eres tan inocente como algunos creen. Entrar en la universidad significó el boom sexual que tanto necesitaba

Antes que nada, me presento: soy Sara, tengo 18 años, el pelo rubio y los ojos castaños. Mido una estatura normal, 165 cm, peso normal, siempre he estado delgada pero con la pubertad se me ensancharon las caderas y ahora tengo una forma muy marcada. Tengo un gran pecho, firme y redondeado, un culo muy trabajado con muchas sentadillas (uno de mis pasatiempos favoritos es hacer deporte al aire libre, sobre todo en parques por la noche) y una cara redondeada, con una piel color carne que en verano se convierte en morena rápidamente.

Esta historia ocurrió en el primer mes de universidad (tenía claro a lo que iba, además de estudiar). Cuando comencé la carrera, conocí a mucha gente que era muy simpática, porque allí no conocíamos ninguno a nadie. De estos primeros días, todavía tengo trato con muchos, sobre todo con mi mejor amiga, Claudia, y mi novio de aquel entonces, Marcos. Marcos me llamó la atención desde el primer momento, ya que cumplía perfectamente mi estereotipo: moreno, ojos claros, más alto que yo, con músculos marcados, pero sin ser exagerado, ropa elegante (estilo pijo, como yo), muy simpático y extrovertido y, lo que más me gustaba de él, una sonrisa blanca perfecta.

Marcos se sentó el primer día conmigo, hablando con él tuvo una gran iniciativa y era bastante vacilón, cosa que me encantaba porque estaba siempre bromeando. Durante los primeros días, congeniamos muy bien y nos hicimos muy amigos. Pasaron unas semanas y nuestra relación cada vez iba a mejor y decidimos quedar fuera de la universidad para tomar algo. Quedamos un viernes por la noche y salimos de fiesta, se puso guapísimo con una camisa color verde militar y unos vaqueros claros que me encantaron. Yo, también me arreglé mucho, me puso maquillaje y un vestido rojo que me hacía una silueta que hacía vislumbrar todo. Fue una noche de locura, desenfreno total que llevaba esperando desde el verano y antes de acabar la noche estábamos tan cachondos que...

Marcos me había dicho días antes que no era virgen y que no le importaba nada que yo sí lo fuera. Él me ayudaria en todo y haría que todo fuera especial, lo creí, ilusa de mi, pero fue una de las experiencias más traumáticas que he tenido. Todo lo que podía haber salido mal, salió mal. Me arrepiento tanto de ese día que hubiera preferido no haber quedado con él, aunque me lo pasé genial.

Después de la fiesta, Marcos me convenció para que fuéramos a su coche. Estuvimos todo el camino besándonos, me encantaban sus besos, tan lentos a veces que me hacía derretirme y otras veces tan rápido e intenso que demostraba un deseo que nunca me habían demostrado. Finalmente, llegamos al coche, él sabía perfectamente que me tenía ya rendida a sus pies, estaba a merced de su voluntad porque estaba colgada por él.

En el coche, cambió todo: de repente, empezó a quitarse la camiseta rápidamente y a acercarme hacia su cuerpo. Tenia un cuerpo que me encantaba, delgado pero marcado con un poco de abdominales y unos brazos fuerte. Su brusquedad me hizo salir del encanto en el que me había tenido toda la noche y me hizo desconectar, ya no quería seguir ni un paso más, pero parece que él no estaba de acuerdo. Después de que se quitara la camiseta, me hizo un gesto para que le ayudara a quitarse todo lo demás, mientras me metía mano y hacía comentarios soeces que no había dicho durante toda la cena:

"qué buena estás" "te voy a reventar" "mira, qué mojada estás" "hoy vas a ser solo mía"

Estos comentarios, que en otro contexto me hubieran puesto todavía más, en mi primera vez me parecian fuera de lugar y, aunque le dije que mejor no dijera nada, siguió con comentarios que no me hicieron ni pizca de gracia. Había empezado la tortura.

Cuando le dije que parara y no paró, paré de quitarle la ropa y me aparté. Le dije que le estaba hablando en serio, aunque él siguió sin hacerme caso y aumentó la brusquedad de sus movimientos. Me agarró de las muñecas, yo ya solo tenía las bragas y él los calzoncillos, y comenzó a besarme y restregarse por todo mi cuerpo. Me vio el miedo en mi rostro y no paró, siguió con su excesiva dominación que estaba aterrándome. Viendo lo que iba a venir, cambié el chip para poder intentar disfrutar de lo que parecía evidente (esto me hizo aprender que hay algunos roles sexuales que me gustan y no lo sabía).

Comencé a portarme sumisa, dejé de pelear y batallar por apartarme y acabar con eso. Me mostré deseosa de su cuerpo y cuando él me hizo un gesto muy sugerente, le quité la poca ropa que le quedaba y empecé a hacerle una paja. Tenía la polla a reventar, nunca había visto ninguna y esta me pareció genial: un tamaño grande, pero sin ser exagerado, un color perfecto y un glande acorde a la magnífica polla que tenía. Esto me animó para cambiar aún más la actitud y empezar a disfrutar.

De la paja, pasé a chupársela mientras él me tocaba torpemente con los dedos. Estaba volviendo a estar excitada y él lo noto, ya que volvió a hacer comentarios que, en cierto sentido, me empezaron a agradar.

Durante la mamada, que fue rápida y con muchas ganas para ver si acaba pronto, me dijo que quería reventarme la vagina, que había fantaseado muchísimo con desvirgarme y no iba a permitir no hacerlo esta noche. Yo, aunque intenté seguir con la mamada para que acabara antes, no pude evitar que aprovechara su superioridad física y me colocara bocaabajo para penetrarme. Antes de que lo hiciera, le avisé para que usara condón, que no quería tener ni hijos ni enfermadades, no me hizo caso y me la clavó sin previo aviso.

Centímetro a centrímetro me estaba destrozando, nunca había sentido tanto dolor en mi vida. No disfrutaba cada embestida, lo hacía con un ímpetu que me dejaba con muchisimo dolor y poco placer. Por suerte, parecía que iba a durar poco y así fue: echó una barbaridad de semen, incluso me rebosaba por los labios mayores.

Después de su corrida, y acabado el sufrimiento, me dijo que me vistiera, que ibamos a su casa a terminar la noche. Yo le dije que no podía, tenía que volver porque me esperaban mis padres y, aunque él se mostró reacio y dominante como se había mantenido toda la noche después de la fiesta, aceptó acercarme a mi casa.

Acabó mi noche y mi virginidad, aunque, como soy un poco masoquista, no fue la última vez que follé con Marcos, que fue mi novio durante un largo período. Los motivos de seguir con él, los cuento en el siguiente relato.