En el cine

Me manda un e mail para vernos en el cine. Lo que pienso, lo que pasa dentro...

En el cine.

Veo tú e mail.

Como siempre a deshoras. Seco, directo. Ni una palabra de más. Dices lo que quieres decir. Lo dices y ya está.

“Hola. Estrenan 50 Sombras de Grey. No he leído el libro. No sé cómo es la peli. Sabemos de qué va. Vamos a verla.”

Y ya está. ¿Es esa tu forma de invitar al cine a una chica? O como siempre, de proponer tus jueguecitos.  Te voy conociendo.

No me desagrada la idea de ir al cine. La peli tiene fama de ser algo subidita de tono.

Aunque sé que no será una simple invitación al cine. Entraremos. A lo mejor entramos separados. Discreción. Una bobada, pero eso le da más morbo al juego.

Me desnudo y me ducho. Es el ritual de costumbre. Luego la crema. Por todo mi cuerpo. Sé que te gustaría estar aquí para ver cómo la extiendo por todo mi cuerpo. Más que por la crema por verme desnuda.

Me siento para maquillarme. Fuera toalla. Así, completamente desnuda. Lo he visto en las películas. Luego te lo contaré… En el cine… Si lo haré en el cine… Seguro que te excita. Te contaré que antes de contestar al mail aceptando tu propuesta, estaba desnuda. Sentada frente al espejo viéndome. Te diré que pensaba en ti y me toqué un poco. No te diré dónde me acaricié. Solo que estaba algo abierta de piernas y tocándome. Peinada y maquillada escogeré la ropa. Obviamente faldas. Puede que hasta liguero.

Será como recordar los tiempos de adolescente… Besos, las manos metidas en mi blusa. La mayoría de las veces por debajo, subiendo por la barriga hasta acabar entre mis pechos. Algún que otro valiente se aventuraba entre las piernas. Por encima del pantalón. Y si no pasaba nada, pues se atrevía hasta a bajar la cremallera, y como le oí decir a uno: “tocar piel de conejo”. Por cierto, ¿seguirá llamándose conejo al sexo de las chicas?

Todo dependía del día. De las ganas que tuviera. De cómo me lo hiciera. No había ningún criterio fijo. A alguno había que pararle. A otros animarles. Si, jadeando más de la cuenta, gimiendo en voz baja, ronroneando, moviéndome un poco, dando a entender que se podía seguir. Mover la cadera para que bajaran un poco los pantalones y las braguitas. Y a más de uno enseñarle…

Si lo pienso ahora, tengo que reconocer que era divertido y me rio, aunque las primeras veces, con quince años, era toda una aventura. Y más de uno, me dio una buena sesión de cine. Era divertido. Entonces no sabíamos decir morboso. Abiertamente no lo decíamos nunca, aunque todas las chicas del grupo lo hacíamos.

Al final de la peli, todas a los baños a colocarnos. La excusa era hacer pis, pero íbamos a colocarnos… Y la de cosas que se oían…

Si te metías en una cabina, podías oír de todo. Se aprendía más que en el instituto. Un día, escuché una conversación entre dos de mis amigas. Curiosamente las más “puritanas”. Bueno de apariencia, porque las gustaba “eso” lo mismo que a todas.

Una la contaba cómo le había bajado la cremallera y se la había sacado. Se la había “agitado” y luego con disimulo se había agachado. Lametones, besos. A los tíos les gusta mucho que usemos la mano y luego la boca, dijo toda segura de lo que explicaba. Pues te voy a contar un truco. Comete un caramelo o un chicle de menta… ya verás. En vez de intercambiar recetas de cocina o apuntes se intercambiaban “trucos” sexuales. Luego siguieron hablando, y hablando. Parece ser que a los tíos les encantaba y a ellas también. Esa es la conclusión que saqué.

Y decidí probarlo. Todavía me acuerdo de mi primera aventura. Menuda cara puso mi rollete de turno. Uno que había conocido en el hotel. No había mucho donde escoger, pero por lo menos este era lanzado. No sé si llevaba con el una o dos semanas. El me tocaba. Y yo, no me lo pensé dos veces. Perfecto para probar y si no me gustaba desaparecer. Total estaba de vacaciones.

De los besos y toqueteos fuimos pasando a algo más intenso. Fuimos al cine. Yo le dejaba hacer. Le dejé que me metiera mano y me sacara los pechos del sostén. Recuerdo que llevaba faldas. Hasta le levanté las caderas para que me bajara un poco las bragas. No sé qué entendería, pero no se conformó con bajármelas hasta las rodillas, me las quitó del todo. Me sentía un poco “putilla”.  Pero me gustó esa sensación de estar “desnudita”.

Me estaba encantando. No porque el tío fuera un figura, ni porque me lo estuviera habiendo de maravilla. No, más buen era un poco torporrón pero yo sabía lo que venía después. Iba a ver mi primera polla. Y eso me estaba poniendo a mil. Cuando después de sobarme a conciencia el “conejito” me dejé coger la mano y guiarla. Seguro que no se esperaba que se la sacara en menos de un minuto. Ni yo que fuera tan rápido. Menuda corrida. Y menuda mancha en los pantalones.

A la salida estuvimos dando un paseo. Para que “se le secara eso”, dijo. No me devolvió las bragas hasta llegar al hotel. Y un par de veces intentó subirme las faldas para ver “qué había debajo.“ Claro que no le dejé, pero reconozco que me divirtió ese juego. Y me puso muy, pero que muy caliente. Esa noche me lo hice yo sola en la cama.

A él la aventura del cine le gustó. Ahora vinieron los morreos y sobeteos por todos los sitios. Dejamos la piscina del hotel y nos íbamos a la playa. Allí nos metíamos adentro y me tocaba. Me sacaba los pechos del bikini. Me bajó las bragas unas cuantas veces. Los pechos fuera del bikini, y las bragas casi por los tobillos, se puede decir que fue la primera vez que me desnudó un tío. Y yo a él le hice lo mismo claro. Aunque él ponía menos resistencia. Vamos que le gustaba que le quitar el traje de baño y selo tocara todo.

Los dos hacíamos como que no queríamos y eso, pero en el fondo lo estábamos deseando. Creo que más que sexo era curiosidad. Por lo menos por mi parte. Yo quería ver. Y no me importaba que me viera. Bueno, la verdad, me gustaba que me viera, que me mirara desnuda.

Al volver al hotel, a la mínima, buscábamos un rinconcito y a darle al asunto. Y a coger mi mano y a llevársela a los pantalones para que le hiciera otra pajita. Y en el cine ni te cuento. Entrar. Buscar un sitio apartado. Tetas fuera y sobre todo, fuera bragas. Pero ahora con una diferencia. Como ya no me importaba, le dejaba que me levantara las faldas y me lo viera todo.

Hasta que un día en el parque de detrás del hotel, después de un buen manoseo, me pidió que se la sacara. No esperó. Y ese día no solo se conformó con la pajita de costumbre. Empujó un poco mi cuerpo hacia abajo. Yo creo que era para meterme mano mejor. (el me dijo luego que era para  o para rozarse la polla con mis pechos), no sé, pero yo lo interpreté de otra forma.

Todas mis amigas lo hacían. Y tenía ganas de probarlo. Y lo probé. La vedad fue muy incomodo. Por la postura más que nada.

Miré hacia los lados, me agaché y le hice una mamada. Mi primera mamada.

Ni bien ni mal. Al tío parecía encantarle. Estaba en las nubes. Me acariciaba la espalda. La nuca. La cabeza. Notaba como le temblaban las piernas. Me parecía divertidísimo. Podía controlar todo su cuerpo con solo mover la lengua. Le hacía botar con un simple mordisquito.

Lo que pasó después es que no lo había tenido en cuenta un pequeño detalle. Aquellas dos guarras lo podían haber mencionado. EL caso es que cuando le vino, me sujetó la cabeza con fuerza. Yo ni lo pensé, simplemente creí que es que venía alguien o algo, vamos que quería que no me levantara. Y efectivamente que quería que no me levantara.

La primera vez que la chupaba a un tío y la primera vez que me lo tragaba. Enterito, se vació entero y yo me lo tragué todo. Una tos. Un sabor súper raro. Y una arcada. Pensé que tenía que salir corriendo a vomitar. Se me vino todo a la boca. Menos mal que lo contuve.

Han pasado miles de años pero seguro que todavía se acuerda de aquello. Yo desde luego que sí. Luego se la he chupado a más de uno. Y en el cine a varios claro. Pero ya sabes. La primera vez, es la primera vez.

Menudos recuerdos. La adolescencia. El cine. Eso interminables morreos. Los manoseos.

Mientras me miro desnuda en el espejo lo pienso. Me pica la curiosidad. ¿Repetirlo? Ummm…¡Qué morbillo!. Seguro que el también lo ha pensado. Seguro que se le pone la polla tiesa nada mas verme con faldas. Intuirá que debajo está el liguero, que seguramente no haya sujetador. Sí, me le quitaré en los baños del bar de enfrente. Sentarnos. Y si no se decide, le agarro la mano y me la pongo entre los muslos, como con mis novietes de quince años.

Será fácil. Entrar y directamente a los asientos de atrás, los del final del cine Y zas, al ataque.

Ahora le mando un e mail y le digo que vale, que nos vemos en el cine, un día de diario, en la última sesión. Sacamos las entradas cada uno por su lado. Son sin numerar. Me callo que me lo voy a comer entero, que voy a lamer su polla, que me la voy a tragar. Eso no se lo digo. Es mi sorpresa. Lo que si le voy  a poner, es que le contesto desnuda frente al espejo.

Ummm para, para, que te calientas... Seguro que a la salida vamos a ese rinconcito… ¿Qué te calientas? Uummm… llega tarde… este ya está imparable… Ummm…

Uummmm quieras o no, me vas a follar cabroncete… Ya sé que ahora no se puede, pero te aseguro que éste de aquí abajo no se va a conformar con un dedito como hoy… No te escaparás… me la vas a meter…  y si no te decides… te cuento lo que me estoy metiendo ahora…

Día del cine.

No hay mucha gente. Una mujer camina sola. A unos metros un hombre. Trajeado. Con una gabardina en la mano. Se miran pero no dicen nada. Ella va al baño. Él remolonea sin entrar en la sala.

Esos dos están liados, la digo a Montse la taquillera.

-. Paco qué bobo eres, siempre pensando en lo mismo.

-. Hombre ¡pero qué haces aquí! Saluda una pareja al del traje.

-. Nada, mirar estas carteleras…

Ella sale del baño. De bruces. Pone cara de sorpresa, pero es la primera en reaccionar. “Menuda casualidad. ¿Habéis venido los tres?”

-.  No, nos hemos encontrado…

-. ¿Entramos los 4 a verla?

Primero pasa la pareja. Luego ella. Él el último. Casi ni tienen tiempo de cruzar una mirada. Se encoge de hombros y hace un gesto de resignación.

Montse me mira. Tienes razón, a esos les han jodido el plan.

Si queréis os dejo mi  email

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