En el cine
Un sábado de cine. Tranquilidad, diversión y a casita temprano. O eso pensé yo. Con la versión 2.0 de Diego incluso una noche de película se convierte en una experiencia cardíaca. RELATO CERDO CON LLUVIA DORADA.
Un sábado de cine. Tranquilidad, diversión y a casita temprano. O eso pensé yo. Con la versión 2.0 de Diego incluso una noche de película se convierte en una experiencia cardíaca.
Era pleno agosto, así que en la ciudad no quedaba nadie de nuestro grupo de amigos. El que no estaba en su pueblo se había ido de vacaciones, así que le propuse a mi chico ir a la sesión de la noche y ver una buena peli los dos solos. Nada más llegar al cine, desengaño total: agosto también había llegado a la cartelera. Lo poco bueno que quedaba ya lo había visto, y los nuevos estrenos daban ganas de llorar.
- Pues no hay nada aprovechable. Vamos a tomar una copa.
- -¿¿¿Qué no hay nada aprovechable??? ¡Transformers 5!
Así que ahí me tenéis. Una noche de finde contemplando un guión absurdo, actuaciones vacías y explosiones. No paraba en el asiento, me aburría como una ostra y antes muerto que sacar el móvil en una sala de cine, aunque en la pantalla aparezcan máquinas dándose de puñetazos.
- ¿No te está gustando? – me dijo mi novio bajito, sin apartar los ojos de la pantalla.
- No es mi género preferido. Pero tranquilo, no pasa nada.
- A mí me gusta que nos divirtamos los dos, así que voy a hacer algo para solucionarlo. Pásame tu vaso.
- Eeeeh, bueno, toma. No queda, solo los hielos – no entendía nada, pero creo que desde ese día ya me espero cualquier cosa cada vez que abre la boca.
- Ah, pues para mí, que mi cola está caliente - le quitó la tapa al vaso y echó los hielos en el suyo. Luego se lo acercó a la entrepierna – Claro que más caliente va a estar tu bebida.
- ¡Pero qué haces! – susurré, acongojado. Últimamente me preocupaba que estuviese siempre pensando en el sexo, pero esto ya era demasiado. No había mucha gente en la sala – apenas una docena de personas, y todas por delante de nosotros, a bastante distancia además - pero hacer guarradas en público no es mi sueño.
Ni caso. Se sacó la polla (ya morcillona, según vi a la luz de la enésima explosión) y empezó a mear dentro del vaso. Desde luego, ya no le costaba mear delante de mí como antes. Me iba a acabar superando en cerdeo. O más bien no, porque era más cerdo lo que (suponía) iba yo a hacer con su orina.
- Toma, no te vayas a deshidratar.
Lo que yo decía, que era mi turno. Todavía tardó unos segundos en ajustar otra vez la tapa con la paja antes de pasarme el vaso. Hubo un momento de calma en la peli, cuando me di cuenta de un sonido bajo y gutural que se oía. No os sorprenderé si os digo que era mi propia garganta gimiendo por libre. Me iba a matar con estos jueguecitos.
Cogí el vaso, notando el calor de la meada a través del cartón plastificado. Mi polla era un hierro candente y palpitante dentro de mis calzoncillos. Diego, por fin, parecía haber perdido interés en la película, y se masajeaba suavemente la polla, que también aparecía erecta.
- Venga, bebe antes de que se enfríe – susurró.
Mi cerebro estaba en encefalograma plano, pero me acerqué la paja a los labios y di un sorbo. El sabor salado, que se mezclaba con la Coca Cola que había bebido, hizo que mi pene cabeceara, próximo al orgasmo sin ni siquiera rozarme. ¿Yo siempre fui tan cerdo o es que este chico me llevaba al límite? Continué bebiendo mientras miraba a Diego a los ojos, como retándole. Me acabé el vaso y lo dejé en el reposabrazos de la butaca. Sin decir nada, él lo volvió a coger y repitió el proceso. Esta vez le costó más, pero consiguió llenar una buena tercera parte del vaso.
- Toma, y a ver si ahora compartes un poco.
Ya no sonreía. Estaba demasiado excitado incluso para eso. Podía ver cómo su pecho subía y bajaba rápidamente. Metí el dedo en la meada y lo llevé a su boca. Él lo lamió con ansia. Era la primera vez que lo veía probar su propia orina. ¿Siempre fue tan cerdo, o es que yo lo llevaba al límite? Bueno, lo que está claro es que nos merecemos el uno al otro. Ahora que me había despertado quería ir más allá. Me saqué yo también la polla y, con la mano, me la mojé con cuidado con el meo de mi chico.
- Chúpamela así.
No creo que tardase ni dos segundos en doblarse y engullir la verga entera, empapada con sus jugos. Cuando se iba a retirar le sujeté la nuca con la mano.
- Quieto ahí – musité, más alto de lo que pretendía. Tampoco es que importase mucho. En la pantalla, los fogonazos y las embestidas metálicas habían vuelto a escena. Se quedó muy quieto, con la boca cubriendo mi glande y la mitad del tronco de mi polla. - ¿Quieres probar tú también?- Asintió después de un segundo de duda. Yo me moví un poco y me bajé los pantalones cortos y los slips. No quería ir con la entrepierna meada a casa, y no creía que Diego fuese capaz de imitarme. Entonces me relajé, y en menos de veinte segundos inundaba con mi chorro toda la cavidad bucal de mi novio. Hay que decir que se portó como un campeón, dio dos buenos tragos antes de apretarme la rodilla con fuerza. Yo paré y él se enderezó, temblando.
- Vamos a acabar, no puedo más.
Se la debía. Me incliné hacia él y le hice una mamada de las mías. O bueno, no de las mías, porque a mí me gusta que sean largas, y apenas pude metérmela en la boca antes de que explotase, llenándome otra vez, esta vez de leche. En plena corrida, buscó entre mis piernas hasta encontrar mi rabo, pajeándome con fuerza. Yo cubrí mi glande con mi mano, para no manchar demasiado, y me dejé llevar. No me corrí mucho, porque habíamos follado esa misma tarde, pero salió mezclada con algo de pis que había quedado a medias, así que pareció mucho más. Me llevé la mano a la boca, pero Diego me agarró y se puso a lamerla. Nunca dejaba de sorprenderme.
Cuando acabamos de hacer el cerdo, quedaban menos de quince minutos de película. Nos arreglamos como pudimos, ya sin enterarnos de nada de lo que quedaba, y nos preparamos para salir en cuanto llegaron los créditos. Ni que decir tiene que me llevé el vaso para tirarlo personalmente. Yo salía hecho un flan. Después de correrme, me preocupaba que alguno se hubiese dado cuenta. Diego, en cambio, estaba tan tranquilo.
- ¿Te ha gustado, a que sí? Ya te dije que estas pelis palomiteras son lo mejor para un sábado por la noche.
- No ha estado tan mal como me esperaba – dije con una sonrisa nerviosa.
- Pues vete preparándote, porque te voy a traer a ver todas las pelis de Marvel que salgan.