En el cine

En un cine, nuestro protagonista se sienta junto a una pareja mixta, pero el chico parece más interesado en nuestro personaje que en su novia...

En el cine

(Publiqué esta historia con otro seudónimo hace algunos años, pero creo que merece la pena que esté en TodoRelatos, la mejor página de relatos eróticos en español).

Tengo 19 años y desde que tenía 15 sé que soy gay. No es el momento de contaros cómo lo descubrí, aunque entiendo (nunca mejor dicho…) que todos los que leáis esto tendréis una experiencia similar.

Hoy os quiero contar una excitante (al menos para mí lo fue) experiencia que tuve a principios de este año. Estábamos en Enero, y llovía. Había ido al cine con un amigo (sólo amigo, no sabía, por aquel entonces que yo quería ser "algo más"), pero éste me había dado plantón, porque lo había llamado una chica... ¡Qué lejos estaba de imaginar cómo iba a terminar en cuestión de sexo!

El caso es que entré finalmente en el cine, harto de esperar a mi amigo. Casi al entrar me dí de bruces con un chico algo mayor que yo, de unos 22 años, y, fortuitamente (de verdad, palabrita), le golpeé con la mano en el paquete. Me pareció como si estuviera hinchado, y no pude dejar de mirarlo con admiración. Él se dio cuenta de mi mirada a sus partes bajas e hizo una mueca como de media sonrisa. Pero acto seguido echó la mano hacia atrás y cogió la de una chica, que supuse era su novia o pareja. ¡Qué desilusión! En fin, al menos esperaba ver una buena película.

Me dirigí a mi sitio y me senté. El cine estaba casi lleno, pero como yo iba solo encontré butaca con facilidad. A mi lado quedaban dos, casi las únicas de todo el local. Al momento llegó una pareja, y cuál no sería mi sorpresa cuando resultó que era el chico del paquete enorme y su novia...

Tragué saliva; tomaron asiento, él a mi lado, su chica al otro extremo de las tres butacas. Como al desgaire, el chico me dirigió una mirada que yo no supe interpretar. ¿Qué me quería decir, si es que me quería decir algo? Yo estaba más nervioso de lo que hubiera podido imaginar.

Se apagaron las luces y comenzaron los comerciales. Él tenía sobre el regazo la gabardina que se había quitado al entrar en el cine. Estábamos en una fila lateral de sólo tres butacas, ella la primera junto al pasillo, el chico en medio y yo en la tercera, junto a la pared. Las butacas eran altas y cómodas. Cuando comenzaron los títulos de crédito de la película casi se me sale el corazón por la boca, y no fue por nada que apareciera en la pantalla... el chico, por debajo de la gabardina, me había cogido la mano izquierda. Yo no sabía que hacer, nunca me había visto en una situación así. Con suavidad pero firmeza, el chico llevó mi mano hasta su bragueta. Era como una montaña, un Everest pronto a convertirse en un Etna. Pero la situación era sumamente extraña y peligrosa, con la chica a apenas medio metro de donde se cocía todo esto. El chico se bajó la cremallera del pantalón, todo ello siempre bajo la gabardina, mientras con la otra mano sujetaba la de su amiga. Metió mi mano en aquella gloriosa madriguera, y a través del agujero del slip llegué hasta un tumultuoso montón de carne en erupción, un formidable nabo para el que el slip se había quedado evidentemente minúsculo. Toqué con los dedos de mi ansiosa aunque angustiada mano la punta de aquel instrumento paradisíaco y noté que todo el glande estaba húmedo y rezumante de líquido. Estaba esperándome. Pero, ¿cómo?

Él liberó el botón del pantalón, por debajo de la gabardina siempre, y pude, con cuidado, extraer aquella gloriosa maravilla al aire, aunque oculta por la cautelosa prenda contra la lluvia. Me miró el chico un momento y señaló, con una sonrisa, hacia donde estaba apuntando al cielo aquel nabo extraordinario. Yo le hice una seña hacia la chica, que miraba arrebolada a la pantalla, pero él negó con la cabeza, como diciendo, "no te preocupes". Inmediatamente se volvió hacia ella y comenzó a besarla en la boca; al mismo tiempo levantó la gabardina un poco, lo suficiente para que yo introdujera por debajo la cabeza. Me encontré, en efecto, con un descomunal aparato, vibrante y expectante, deseoso de ser engullido. El glande era enorme, pero me lo metí en la boca con delectación. Poco a poco, con trabajo pero también con sumo placer, fui lamiendo los laterales de la polla, avanzando hacia la zona de los huevos. Me costó un gran esfuerzo, pero conseguí que aquellos no menos de 24 centímetros de polla me entraran en la boca. Cuando rocé con mi nariz los vellos púbicos y con el labio inferior el dulce escroto, supe que había llegado al máximo. El glande debía estar, a estas alturas, prácticamente embocando la laringe, una vez traspasada la campanilla (menos mal que yo era capaz de "tragar" lo que me echaran). Como si esa fuera la señal del clímax, el chico se corrió con una fuerza inusitada. No sentí la leche en mi boca, porque el ojete de aquel nabo gigantesco estaba ya próximo al esófago. Pero note correr algo (mucho, mejor dicho) por las entrañas, como fuego líquido. Me saqué un poco la polla, para poder saborear la leche: exquisita, un paraíso delicuescente en el que me regodeé hasta que no quedó ni una gota. Sentí unos golpecitos sobre la cabeza y, con pesar, me retiré hasta mi butaca. Me notaba un reguero de leche por la comisura de los labios, que me lamí con regusto. Para mi sorpresa, el beso de tornillo del chico aún duraba. Entonces la soltó y la chica puso ojos como de "qué macho". Ejem...

Pero yo estaba a punto de estallar, así que me levanté y me fui a los servicios. Entré y me encerré en una de las cabinas de los W.C., dispuesto a hacerme una paja de campeonato; entonces alguien tocó en la puerta. Abrí, con cierto miedo, y era el chico, con una sonrisa de oreja a oreja.

--No quiero dejarte así, hombre, después de lo que me has hecho.

Y, ni corto ni perezoso, se arrodilló ante mí, me abrió la bragueta, me bajó los pantalones y se zampó mis 18 centímetros en menos que salta un gallo. Chupaba la polla con una experiencia que delataba que su relación con la chica no era precisamente el amor de su vida. La tragaba con gusto y placer, la rechupeteaba a todo lo largo, daba mordisquitos en los huevos y se detenía en el ojete del glande... ¡Qué maravilla! Yo estaba para estallar y le puse las manos en la cabeza para retirársela, pero él se mantuvo firme y recibió en su boca toda mi carga, que era mucha porque la tensión erótica había sido tremenda. Tragó con auténtica gula, limpiando el glande con una lengua deliciosamente sensual, hasta dejarme como si no me la hubieran chupado a placer. Después nos besamos e intercambiamos en la boca el resto de los jugos paradisíacos que nos habíamos bebido.

Tras aquella sesión de cine nada ha sido igual cuando voy a ver una película. Entendéis, ¿no?