En el chiringuito
Cuarenta grados al sol. Más, muchos más, en el chiringuito ...
En el chiringuito
Las jarras de cerveza helada venían de maravilla para combatir el calor que habíamos acumulado tumbados al sol durante toda la mañana. Pero poco podían hacer para refrescar las mentes calenturientas de Cristina y Yolanda.
Para empezar iban mínimamente vestidas con unos tangas pequeñísimos de colores muy vivos (rojo brillante el de Cristina, azul eléctrico el de Yolanda) y unas estrellitas a juego dibujadas sobre sus desnudos pezones. Cristina se había colocado encima un vestido cortito sin mangas, hecho de rejilla, como una red de malla grande que atrapara una sirena, y Yolanda otro vestido igualmente corto anudado al cuello y prácticamente transparente. Todas las miradas se habían vuelto hacia ellas cuando entramos en el chiringuito, no hubo nadie que no siguiera con la vista el contoneo de sus culos mientras nos dirigíamos a una mesa situada en un rincón, lo suficientemente apartada para no llamar demasiado la atención cuando, como era inevitable, comenzaran con sus jueguecitos.
Mientras nos comíamos una ración de boquerones, sentadas una frente a la otra, estiraron los pies y empezaron a juguetear acariciándose las piernas, siguiendo hacia arriba, apartando la poca tela de sus tangas y excitando sus ya de por sí explosivos clítoris. Cristina bajó una mano y guiando el pie de su pecosa amiga se lo fue introduciendo en el coño, invitándola con un guiño a que la imitara. No tengo ni que decir que no tuvo que insistir ya que Yolanda estaba deseando seguirla. Entre sorbos de cerveza, pescadito frito y gemidos controlados, para no soliviantar al resto de comensales, estuvieron un buen rato. Para demostrarme como se habían puesto de calientes se metieron ambas los dedos en sus húmedos chochitos y me los dieron a chupar para que pudiera apreciar el sabor de su pasión.
No contentas con eso, y mientras saboreábamos unas almejas geniales (casi tanto como las de ellas), llamaron mi atención sobre las ocupantes de una mesa frente a la nuestra. Se trataba de una chavala jovencita muy guapa y la que parecía ser su madre, también de muy buen ver. Ambas eran rubias, muy rubias, de ojos azules, muy azules y piel blanca, muy blanca. Tetas abundantes sobresaliendo de generosos escotes y rellenitas piernas apenas cubiertas por unos cortitos shorts deshilachados y muy ajustados, tanto que marcaban más que tapaban. Eran alemanas, seguro. A mis compis y a mí no se nos ocurría que otra cosa podían ser. Pues bien, me preguntaron si no me había fijado en ellas y si no me las imaginaba a las dos, madre e hija, follando conmigo. Les dije que se dejaran de rollos, que no era plan de provocarme allí, que se me iba a poner dura y a ver como me levantaba después.
Me dijeron que ellas tenían una fácil solución para eso y para demostrármelo metieron las manos por las perneras del pantalón corto y empezaron a acariciarme a la vez que describían con pelos y señales como me imaginaban ellas metiéndosela por el culo a la madre mientras la hija me chupaba los huevos. Yolanda me decía "piensa en esa rubia teutona arrodillada en la silla y apoyando cara, brazos y tetas sobre la mesa entre chuletitas y adobos". "con el culo bien levantado" continuaba Cristina "esperando que te lo comas y lo ensartes hasta el fondo". Lo cierto es que no me costaba mucho meterme en la escena con las dos alemanas tetonas con cachas de envergadura.
"Es como si te estuviera viendo" me decía pícaramente Yolanda "sacando la polla del culo de la mamaíta para que la nenita te la pueda chupar a gusto", "y otra vez al culito" añadía Cristina entre risas.
Mientras tanto sus manos no paraban y me exprimían la polla, me la acariciaban, me toqueteaban los huevos, ... me estaban haciendo una paja a cuatro manos a la vez que se trabajaban mutuamente con los pies. Me preocupaba un poco que el resto de la gente se diera cuenta de lo que estábamos haciendo, pero el bar no estaba muy lleno y nuestra mesa situada en una esquina más bien apartada. Solo un camarero se acercaba de vez en cuando a ver si queríamos algo más y, sobre todo, a ver a mis dos compañeras de mesa que le sonreían y le echaban guiñitos, poniendo al pobre muchacho como una moto.
Así que decidí participar en el juego y dejarme llevar. Me bajé lo suficiente los pantalones para darle libertad a mi polla y sus manos que seguían trabajándome con ganas ... Cada vez estaba más excitado y, mientras ellas fantaseaban explicándome como me imaginaban follándome sobre la mesa a la chavala a la vez que la madurita restregaba su coño sobre la cara de la otra y balanceaba sus enormes tetas frente a mí ... me corrí como un bendito. No se si pudo más la imagen de esas dos que comían cerca nuestra ajenas a todo o las expertas manos de mis compañeras pero el caso es que fue un orgasmo espectacular.
Satisfechas de su "hazaña", y sin el más mínimo recato, se dieron a probar el trofeo de su trabajo que les pringaba las manos. Era una delicia ver como se chupaban dedos y manos una a la otra lamiendo los últimos restos de semen mientras sonreían excitadas.
Para completar la faena se levantaron y se acercaron a la mesa que tanto había atraído nuestra atención y, no se con que excusa, se pusieron a charlar con ellas sobre de donde eran, cuanto tiempo llevaban de vacaciones y otras tonterías. En una última provocación colocaban sus manos aún pringosas sobre el brazo de una, la pierna de la otra, les tocaban la rubia cabellera,...
Pagué la cuenta, me levanté y fui hacia ellas. Ante la curiosidad de las guiris le di un beso húmedo y profundo a Cristina, seguido de otro no menos húmedo y profundo a Yolanda y agarrándolas por la cintura me las llevé afuera, al sol del verano.
"¡Estábamos a punto de ligárnolas!" me protestaron. "Vosotras lo que necesitáis ahora es una buena polla" les contesté. Evidentemente no me discutieron la sugerencia y nos encaminamos hacia unas pequeñas dunas que nos aislarían de miradas indiscreta.
Una vez allí Cristina se tumbó sobre la toalla boca arriba, me arrodillé frente a ella y empecé a follarla suavemente. Mi polla entraba y salía como cuchillo caliente en mantequilla, estaba literalmente encharcada. Yolanda se colocó de pie frente a mí ofreciéndome su coño como postre. No lo rechacé y se lo chupé con ganas. No se cual de las dos estaba más caliente porque enseguida empezaron a correrse entre jadeos, gruñidos y temblores. Estaba claro que la "fiestecita" del chiringuito las había excitado poniéndolas a punto de caramelo y solo necesitaban un pequeño toquecito para explotar.
A continuación Cristina se dio la vuelta y colocándose a cuatro patas me ofreció el culito. Yolanda se puso sobre ella en la misma posición resfregando sus tetas sobre la espalda de la otra y manoseando los pezones de su amiga.
Yo me coloqué detrás de ellas y empecé a cabalgar. Metí la polla en el coño de Yolanda y después de tres o cuatro vaivenes la saqué para meterla en el culo de Cristina, de allí subí al de Yolanda y a continuación bajé hasta el chochito de Cristina y vuelta a empezar una y otra vez, una y otra vez ... cada vez más dura, cada vez más caliente hasta que exploté corriéndome no se bien si en el culo de una o en el coño de la otra porque ya había perdido la noción del tiempo y el espacio, no sabía de donde la sacaba y donde la metía, solo sabía que tenía para mí cuatro fenomenales y preciosos agujeritos.
Bajo los cuarenta grados del sol de finales de julio nuestros cuerpos habían rivalizado con la naturaleza sobrecalentándose tanto por dentro como por fuera. Para compensarlo un poquito corrimos hacia el mar para darnos un chapuzón en sus aguas deliciosamente fresquitas....