En el Cementerio con mi Compadre
Quien iba a pensar que una aventura de jovenes se convertiria en el recuerdo obligado de mi compadre y yo en cada reunión familiar.
Era tiempos de finales de carrera en la universidad, tendría yo 22 años, cuando un compañero de la Escuela de Arte falleció y como es costumbre todos fuimos a los servicios fúnebres. Mi amiga Cristina llevo a su novio, y yo a Armando, quien era mi novio para ese entonces. Compartimos los actos de rigor y después mi amiga y yo como buenas estudiantes de artes comenzamos a detallar los diferentes estilos de construcciones mortuorias, unas más ostentosas que otras, parecían palacios fúnebres, vacíos, sucios y descuidados, pero guardaban una calidad arquitectónica invalorable. Lo cierto del caso es que muchos de estos mausoleos eran visitables y procure infructuosamente a que mi amiga me acompañara al interior de varios de ellos, la misma respuesta recibí de Armando quien me decía que era una afición morbosa la mía. Para mi fortuna estaba José el novio de Cristina que se ofreció todas las veces de manera muy amable a pasar conmigo a esos sitios lúgubres. Al principio sentí temor, pero entre bromas y chistes fui agarrando confianza y José también; cada vez me tomaba más de la mano, me rozaba, me llego a cargar en brazos para pasar por un charco y hasta me decía cosas de doble sentido a lo cual yo solo me reía. Después de visitar varios mausoleos conseguimos uno enorme con escaleras a un semi sótano perteneciente a un ex presidente de la república, el cual me llamo mucho la atención y por supuesto mi dispuesto ayudante accedió a acompañarme con mucho gusto; Cristina y Armando decidieron sentarse en un banco bajo la sombra de un árbol para aguantar la larga espera, ya con cara de fastidio.
Bajamos muy cautelosos ante la poca luz que irradiaba un encendedor de cigarros que llevaba José, entre bromas y risas lo apagaba a cada rato, cuando quedábamos a oscuras, yo me abrazaba a su cintura, lo cual pareció gustarle, después de inspeccionar a duras penas todo el gran espacio interior y percatarnos entre penumbras del estado de abandono de las obras de artes allí existentes, además del olor fétido que expedía; José se alejó un poco a ver un espacio y apago el encendedor a adrede, cuando lo busque para aferrarme, no lo conseguí y comencé a llamarlo desesperadamente, cuando ya iba a entrar en pánico, sentí como me abrazo por la parte de atrás muy calurosamente y me dijo aquí estoy para lo que quieras, no temas…sentí una mezcla de tranquilidad, placer y morbo increíble al sentir su cuerpo pegado al mío y un bulto que rozaba sobre mis nalgas como reclamando su entrega, me decía al oído que él era mi esclavo y que hacia lo que yo le mandara, mientras me besaba el cuello, me volteo; cuando le fui a recordar que afuera estaba Cristina y Armando esperándonos, me beso apasionadamente, mientras sus manos se deslizaban por todo mi cuerpo, no sabía si sentir rabia o placer porque que él me veía como una mujer fácil, una puta pues; y yo no le había dado motivos para eso…pero mi silencio cómplice y mis gemidos delataron mi condición. Desesperada y toscamente me saco un seno, me lo chupaba mientras me acariciaba las nalgas y mi vagina por encima de mi pantalón; me deje llevar por el impulso y en medio de tanta oscuridad apreté ese bulto que me rozaba el cuerpo desde hace rato, abrí su cremallera y le saque su pene, estaba enorme, me agache y sin mediar palabras, ni poder observar nada me lo metí en la boca, comencé a chuparlo desesperadamente, mientras le apretaba sus nalgas contra mí para mayor penetración, la sensación de estar haciendo algo prohibido en un sitio prohibido y poco común despertó en mi mis deseos más bajos. José me pidió cogerme, le dije que no era posible, que acabara en mi boca y así lo hizo, entre espasmos y gemidos ahogados sentí como todo su semen me atragantaba de placer. No tuvimos tiempo de despedida, ni de comentarios posteriores, los llamados de nuestros novios afuera del mausoleo nos reclamaban la tardanza. Siempre Armando aun después de casados me preguntaba sobre lo sucedido en ese mausoleo, solamente llegue a decirle que si me hubiera metido mano ese día de regreso a casa se hubiera sabido la verdad. Hoy ya lo sabe, me perdona y lo disfruta al recordar.
Con el pasar del tiempo José y Cristina al igual que Armando y Yo nos casamos; ahora nos une lazos afectivos familiares, somos compadres , sin que eso sea motivo para que en cada reunión familiar, José busque un espacio para recordarme ese especial momento de morbo a oscuras entre mi compadre y yo.