En el cementerio
Buscaba una acampada distinta ...
Aquella tarde estaba resultando de lo más tranquila, incluso aburrida. No sé las vueltas que di por la tienda, buscando algo que hacer. Todo en orden: lamparitas limpias, figuras con el brillo de la mañana aún en su contorno, cajas de música cambiadas de estante, toda la prensa vendida y el viejo piano para crear ambiente mudo, una lástima no saber tocarlo Era pleno verano y en la calle solo se oían las chicharras y su incesante sonido, lo que despertaba más y más el calor bajo mis ropas, ligeras y vaporosas pero también pesadas y sofocantes. Miré hacia la calle, al cielo que lentamente me fue dibujando un atardecer más refrescante y llevadero para la dura jornada de inventario que me esperaba aquel día y ensimismada entre nube y nube, apunte y apunte en la cuadrícula de mi tarea y el oscurecer de aquel plano víctima de un hermoso encantamiento multi color, por fin llegó la hora de bajar el cierre. No tenía una dirección exacta donde ir, solo un último pedido por entregar muy cerca de allí, en el viejo cementerio, un centenar de velas blancas medianas. Lo conocía de toda la vida pero aquella noche parecía tener un movimiento especial. Un coche fúnebre abandonaba la puerta, quedando abierta de par en par, algo poco frecuente y que despertó mi atención y mi curiosidad cierta preocupación y alguna pequeña dosis de inquietud ..aunque no me resistí a penetrar en aquella morada cuajada de olmos y lápidas. Apenas asomé el rostro por un lado del muro de entrada con cierto reparo, no fuera a encontrarme con que la puerta se cerrara automáticamente y me quedara dentro. Eso me hubiera producido cierto morbo pero también temor. Confiada en que hubiera alguien dentro que recogiera el pedido y con mi bolsa en la mano, me adentré sin volver a pensar en la enorme puerta enrejada de la entrada y tras unos pocos pasos ya en el interior, pude ver una tenue luz detrás de un hueco vano que se abría en una caseta justo al lado de los panteones. Me acerqué a aquel hueco y como extasiada, me quedé atónita con aquella silueta masculina que se dibujaba agrandada en la pared del fondo, e iluminada por un camping gas que no vi. En realidad no veía nada, todo dentro estaba oscuro, a excepción de aquella silueta proyectada, así que se me escapó un -¡HOLA! Después de mi saludo oí unos pasos claramente y sin esperármelo, alguien asomó justo delante de mi cara, asustándome -Hola, ¿traes el pedido? -UHHHHHH -Perdona si te he asustado, no hay luz, se ha ido, al menos aquí, ya veo que todo el pueblo tiene pero te aseguro que yo no. Soy el enterrador y te esperaba. No me quería poner a mi faena hasta que recogiera el pedido para no hacerte dar demasiadas vueltas por aquí. Entra si quieres o si no, entrégame el pedido y te podrás ir, como tú quieras . Oír su voz me tranquilizó bastante, sonaba amable y envuelta en un leve seseo que me excitó un poco. Decidí entrar bordeando el muro y allí contemplé un cuerpo masculino bien torneado. Solo llevaba unos pantalones vaqueros puestos, el tórax al descubierto y el cabello lo tenía algo mojado, así como las manos, de eso me di cuenta al saludarme y de que no soltó mi mano, sino que la guió hasta su vientre, como pidiéndome que se lo acariciara. En ese momento la bolsa llena de cajas de velas blancas de tamaño mediano que transportaba en la otra mano, cayó al suelo y al liberarse, como en un acto reflejo, la llevé hasta su nuca y empecé a acariciarla. Él tiró de mí, hacia su ser, quedando entre nosotros apenas un milímetro que me permitía respirar a duras penas. Me miré en sus ojos y los sentí muy cerca, como dentro de los míos, eso hizo que el calor que sentía se acentuara y sin querer ni poder evitarlo comencé a jadear un poco. Él también empezó a respirar fuertemente acariciando toda mi espalda y apretándome la cintura hacia su bajo vientre. La excitación se podía oler en el ambiente y escuchar con eco dentro de aquella especie de caseta fría donde el silencio solo era roto por algún tipo de goteo hasta que llegué yo a perturbarlo y se transformó en una melodía de deseo imparable. Con sus manos, sin soltarme de su boca, que guardaba entre la mía con un frenético círculo de lenguas que ya quemaba, me bajó los tirantes y mis manos se fueron a su pantalón, a buscar una cremallera que se resistía pero tampoco había prisa, al final lo conseguí y su pantalón bajó y mi vestido entre sus manos también. Miraba mi cuerpo muy fijamente y se encargó de quitarme con una sensibilidad exquisita la única prenda que llevaba bajo mi vestido, mis braguitas blancas . Al arrodillarse para sacarlas de mis pies, me miró desde abajo y su cara estaba iluminada por la luz que nos envolvía y el deseo que se desprendía de ella me encendió como una chispa incontrolable e hizo que me aferrara a su cuello, colocando mi parte más íntima muy cerca de sus ojos, de su boca, de su nariz De sus labios escapó un "ummm" y empezó a subir con sus manos, acariciándome, desde los tobillos, las nalgas, los muslos...hasta que llegó a mi pubis. Lo acariciaba con ternura describiendo círculos mientras a mí las piernas se me iban abriendo un poco más. Inconscientemente dirigí mis brazos y mis manos hacia atrás como buscando un punto de apoyo para facilitarle lo que tanto deseaba que me hiciera y noté algo sólido y duro a mi espalda. Era una estatua, o al tacto parecía una estatua. Me aferré a ella y me dejé hacer. El ya se había acomodado de tal manera que con tan solo poner una de mis piernas sobre uno de sus hombros, la degustación estaba garantizada y ver su cara de placer y sentir su aliento, sus besos y su juego con mi sexo me hacía respirar cada vez más y más fuerte -Ahora date la vuelta, preciosa Obedecí inmediatamente y fue cuando pude ver donde me había estado agarrando mientras aquel hombre comía y bebía de mi manjar. Era la estatua de un ángel masculino, con un miembro pequeño y unas alas gigantes semi encorbado, de tal modo que me había estado acunando entre sus piernas y al darme la vuelta quedé encajada entre ellas como en un sillón, lo que facilitaba mi cara pegada a su vientre frío, como el hielo. Aquel hombre había empezado a acariciarme los cachetes del culo y a mi me dieron ganas de rozar con mis manos tibias las piernas heladas de aquella estatua rígida que me sostenía mientras mi cara también se rozaba por su vientre duro y sin vida. El contraste me excitaba mucho y al sentir su dedo en movimiento dentro de mi sexo, un shut ahogado escapó de mi boca, era un placer intenso que aun se noto mas compensado al sentir el roce juguetón de su miembro sobre la rajita de mi culo. Me gustaba intuir lo que llegaría en ese momento. El sepulturero encajó su verga dentro de mi vagina con movimientos circulares y de entrada y salida cada vez más fuertes que me hicieron temer por el equilibrio de aquel sillón estatua. Me aferré a su cintura y con mi cara en su pecho, notando aquel frescor en mi rostro, era capaz de sentir como mi sexo ardía y a la vez dejaba escapar su lechoso placer que era el mío. Ahogando mi propio gusto, le pedí que no se corriera, quería probar mi leche y la suya, de modo que saliendo de mí fue él quien se sentó sobre el regazo del ángel de piedra mientras yo me colocaba de rodillas ante él, para saborear aquel miembro terso y duro pero caliente como el fuego en su interior bañado ya de mi leche y que yo me comí golosamente hasta que empezó a emanar de la suya . Me retiré un poco volviendo a clavar mi sexo en aquello solo para mezclar los líquidos blanquinosos recogiendo con mi propio dedo índice una muestra de lo que le di a probar. El hizo lo mismo sonriendo pícaramente y después, acariciando con mis manos en movimientos ascendentes y descendentes y provocando con mi lengua su último suspiro antes de correrse, gozé de su placer, que era el mío mientras gotitas de esperma bañaban las rodillas de la inmune y granizada estatua de ángel Jadeantes aun, separamos nuestros cuerpos y al volver a mirar aquel ángel de piedra, fue como despertar de un encantamiento, me vestí todo lo deprisa que pude y salí corriendo de allí, suerte que la reja todavía no se había cerrado El, atónito, salió corriendo detrás de mí -¡Espera!, ¿Por qué te vas?, ¿Volverás? No lo sabía ni yo, tal vez el próximo pedido o el próximo entierro.