En el Castillo. Debajo del cañón.

Mi novia me contó que se lo hizo con otro. Con su jefe.

En el Castillo. Debajo del cañón.

Sé que se la cepilló, me lo contó ella. Pero cuando ya no quedaba más remedio. Cuando ya era demasiado tarde.

¿Fueron mis primeros cuernos?. Después de oírla ya no estoy tan seguro.

¿Que por qué lo hizo? Ni ella lo supo explicar. Él la atraía. Desde luego. Maduro. Atractivo. Seguro de sí mismo. El morbo que la daba hacérselo con alguien bastante mayor que ella… Las ganas de aventura, de probar cosas nuevas, de salir de la asfixia en la que dijo que se encontraba nuestra relación… (La faltó decir que por mi culpa). Antes de casarse, de embarcarse en una hipoteco y tener hijos quería vivir la vida. A tope si era posible.

La visita al Castillo. El grupo se dispersó y ellos se quedaron solos en los paseos. Me dijo que fue en un rinconcito, medio escondidos entre las plantas. En un descuidado recoveco bajo el foso, debajo de uno de los cañones. Por la tarde, ya anocheciendo.

No había demasiada gente… Jugando. Sin querer, pero queriendo. Un roce. Los cuerpos cerca. Muy cerca uno de otro. Unos besos. Unas caricias... y se dejó arrastrar.

Solo me dijo que se lo hizo allí. Suficiente. Desde ese día no puedo dejar de imaginarme la escena. Los dos solos. Morreándose. Cada vez con más intensidad. Con más lujuria. Cada vez se esconden un poco más.

Y las manos pasan de abrazarla, a acariciar la espalda, hasta llegar a las nalgas, a empujar los dos cuerpos para que ella sienta que está con un hombre. Y de allí, a internarse entre los dos cuerpos. Van dirigidas a sus pechos. Ella no las rechaza. Ya no hay marcha atrás. Y él lo sabe. Ya es la locura. Acaba de dar un paso en un viaje sin retorno. Ya no va a poder detenerse.

Y me les imagino allí, con las manos en sus tetas. Palpándoselas, estrujándoselas, acariciándoselas, sopesándolas… Sobándoselas sin parar. Descubriendo con curiosidad sus formas. Primero con prudencia. Luego con ansia. Con la libido por las nubes.

Mientras se besan, él busca con la mirada un lugar más a cubierto, más protegido de miradas inoportunas. Realmente lo que él busca es que no le interrumpan. Le da igual que le vean follarse a una tía. Es más, a lo mejor hasta le gusta. Pero él no quiere distracciones. Sabe que en el último instante, a lo mejor se corta y se echa para atrás…

Pero no… le ha bastado empujarla hacia ese rinconcito. Y ha cedido. No ha protestado. Se ha dejado llevar. ¿Ella le sonreiría?

Ahora ya no importa. Solo sé que volvieron a besarse y ahora la mano, ya no teme a nada. Se interna bajo su blusa y desabrocha el sostén. Ella jadeará. Siempre lo hace. Y él sabrá qué hacer.

Me da morbo imaginar a ese cabrón sacándoselas del sujetador bajo la blusa. Y ella gimiendo al sentir las manos en sus senos desnudos. Esperando impaciente con sus pechos colgando que la desabroche los botones.

Estaría encantado al ver esas dos maravillas a su disposición. No creo que aguantara. Además a ella la ponía cardiaca que yo se las comiera y no creo que se cortara. Puede que hasta le bajara la cabeza: su boca, su lengua, sus dientes se las comerían, las chuparían, morderían los pezones…

Ahora la mano más osada se olvida por un momento de los pechos. Ya no juega con sus excitados pezones, ya no les retuerce. De eso se encargaran los dientes. Puede ir más adelante. Se lo dicen sus jadeos, su agitada respiración. Campo libre. Baja por su cuerpo hasta la entrepierna. Un respingo. Un jadeo. Un escalofrío de placer.

Ella llevaba los pantalones de algodón. La tocaría primero por encima. Yo lo hubiera hecho así. Luego la cremallera bajando lentamente. La mano que se introduce entre el pantalón y la braguita. Empujando. Bajando con fuerza los pantalones.

Un poco. Otro poco y los pantalones van bajando. Los dedos se enredan en su vello. Luego seguros de que no les detendrá, separan los húmedos y carnosos labios. Los gemidos se lo van diciendo: sigue, sigue. Puede continuar. Se lo indican los jadeos.

Y en el momento adecuado, cuando ya ha cerrado los ojos y se ha entregado, cuando la tiemblan las piernas, un giro.

Manos contra la pared. Se deja hacer. Sé que se dejó hacer. Lo estaba deseando. Si no, se hubiera ido. No me sirven las excusas. Nadie la obligó.

Bragas, pantalón. Todo abajo. Ahora que lo pienso, puede que incluso se hubiera quitado los pantalones. Al menos se habría quitado una de las perneras. Por nada en especial, simplemente porque resultaría más fácil hacerlo. Si, algo abierta… Y el pene que se acerca… Se roza y… Y zas. Se metió en su coñito. La penetró y ella jadeó al recibirle. A lo mejor hasta dio un gritito.

Y se acabó todo. Adelante atrás, adelante atrás, adelante atrás... La poseyó allí mismo, se hizo su dueño y señor.

Estaba muy pero que muy caliente... Perdí el control. No sabía lo que hacía. Era como si estuviera drogada… Todo esto es lo que dijo medio llorando a modo de disculpa.

No sé si era verdad o mentira, pero yo lo único que sé, es que dejó que un compañero de trabajo, su jefe, su encargado, se la follara. Bueno no sé si dejó que se la follara o ella ´lo buscó. Desde luego colaboró en ello.

Y su pene, al menos para mí, dejó de ser un pene para convertirse en una buena y dura polla, que su chochito se transformó en un puto coño. No había romanticismo. Era simplemente un polvo. Sórdido. Vulgar. Una zorra follada contra la pared. No eran dos novios impacientes haciendo el amor. Era sencilla y llanamente, un tío follándose a una puta. Y la puta a la que se estaban follando era mi novia.

¿Y si en ese momento, en plena faena les hubieran pillado?  Un ruido. Unas voces. ¿Un tipo cualquiera? ¿Un mirón? ¿Un guarda? Y a correr. Joder. Me les imagino corriendo. A mi novia medio en pelotas, con las tetas rebotando y el coño al aire. Saltando medio desnuda entre los setos, mal cubriéndose el pecho con el antebrazo al huir… hasta llegar a un refugio. La respiración agitada. Los nervios. La adrenalina disparada a tope. Ahora seria ella quien se le comería a besos. Pasión. Desenfreno. La conocía perfectamente. Sabía cómo esas sensaciones la disparaban. Y sabía que en ese momento la entrega sería total y absoluta.

Por un lado qué morbazo, por otro, qué vergüenza… Pero por otro… qué envidia. Para qué negarlo. Poderse follar a una niñata de esa forma.

Si, ella era una niñata de 23 añitos. Una chiquilla, recién salida de la facultad, en manos de un depredador de casi 50. Y él era un viejales. Un viejales que se estaba cepillando a una yogurina.

No sé lo que él pensaría con el paso del tiempo, pero en esos momentos, tengo claro que lo único que pasaba por su cabeza es que se estaba calzando a una guarrilla que trabajaba en su empresa, a una putita… Que luego podría presumir delante de los demás compañeros. Casi hasta podía oírlo:  “a esa zorra me la he follado yo”. Y les contaría hasta cómo y dónde se lo hizo.

Y así se lo dije. No contestó. Asintió bajando la mirada. Sabía que yo tenía razón. Casado. Con dos hijos. Uno de los “niños” casi de su edad. Y encima era su jefe. ¿Qué iba a pensar? Pues que era una puta.

Así creo que fueron mis primeros cuernos. No, yo no lo vi. Ni sé si fue todo así, ella no me lo dijo. Yo solo lo imaginaba. Si. Lo mismo que imaginaba sus gemidos, me imaginaba sus caras. Y por supuesto, lo que tanto me excitaba: el meneo, el baile de sus tetas.

Si tenía las manos apoyadas en la pared, me convencía a mí mismo con una lógica aplastante, tenía que estar casi en ángulo recto mientras la taladraba contra el muro. Si. Seguro que la tenía sujeta por las caderas y el tío dale que te pego, metiendo y sacando su polla, mirando cómo temblaban sus nalgas, dándola de vez en cuando azotes… Mirando lujurioso su culito, pensando si podría penetrarlo también… Sus jadeos contenidos. Las bragas por debajo de las rodillas y el muy cabrón jodiéndose a mi novia. Robándomela para siempre.

Obviamente desde que me lo dijo ya no fue nada igual.

Sé que en el hotel pasaron la noche juntos. No sé si en su habitación o en la de ella. Supongo que en la de ella. Pero lo que sí que sé, es que durante toda la noche no pararon ni un minuto y que ella hizo de todo. De todo. Y todo significaba eso: todo. Y abarcaba todas las posturas, juegos o prácticas sexuales que ella y yo hubiéramos hecho. No necesitaba ni más palabras ni más descripciones. Cuando se lanzaba era así. Sin límites. La conocía muy bien. Y el sexo la encantaba.

Me gustaría decir que la vi, que me lo contó paso a paso… pero no es cierto, no hubo nada más. Eso es lo malo. Una descripción de todos los detalles hubiera dolido mucho en aquel momento. Pero habría evitado que mi imaginación recree una y otra vez la escena de mil formas distintas. Eso es lo malo.

De aquella primera vez no me dijo nada más. Nunca se volvió a hablar. Lo he reconstruido poco a poco. Frases sueltas. Facturas de hotel, del servicio de habitaciones en las que ponía las horas. Champan.

Lo que si vi, fueron las fotos de esos días. Las de la excursión de la empresa. Por eso sé que llevaba una blusa y los pantalones de algodón ajustados. La única foto en la que se le ve a él, está detrás de ella con gafas de sol. Sé que era él aunque en ese momento ella no me lo dijera. Su sonrisa burlona me lo dijo. Chulo. Prepotente. Triunfal.  Lógico. Como para no estar contento. El día anterior se la había follado. Y unas horas antes de la foto, la misma jovencita le chupaba la polla como si en ello la fuera la vida. Yo también lo estaría.

He mirado la foto multitud de veces. Ese hijo de puta sonríe. A lo mejor en ese momento la está sobando el culo. O rozándose con ella.

Luego, al mes siguiente, fue lo del viaje a la delegación. En el extranjero. Solo media docena de directivos. Y el también fue claro. Era un directivo de la empresa. No solo era su encargado. Era un jefazo. En eso no me había contado toda la verdad.  Ella me dijo que quería ir, que era una oportunidad irrepetible, que no podía desperdiciarla, que en su trabajo… Yo pensaba que sus ganas por ir eran por otra causa. Y se lo dije. Allí nadie la conocía. Podía hacer lo que la diera la gana sin que pasara nada de nada. No hubo respuesta.

No me dijo nadas mas. No era necesario. Sé que estuvieron juntos todos los días. Que se la folló de todas las formas posibles. No habría límite. No había razón para que lo hubiera. Una oportunidad única, de las que solo pasan una vez en la vida, dijo ella.

Desde el primer día, cuando me lo contó, simplemente lo dijo: me entregue a él, fui suya al cien por cien. Sé lo que significaba. Fue suficiente para saber que la había perdido. Daba igual que le comiera la polla, que se corriera en su cara. A ella no la importó que la diera por el culo como a una puta cualquiera. Sé que lo hizo porque la gustaba. Porque quiso ser suya dejando de ser mía.

Para él, solo era una conquista más. Ella lo sabía. Y a pesar de ello se entregó “en cuerpo y alma”.

No quiso o no pudo resistirse y lo demás era obvio. En una ciudad en la que nadie te conoce. En un hotel a todo lujo. Sin testigos… con dinero… Convencido no, completamente seguro. Durante esos días fue desde su secretaria particular a su amante. No su amante no. Fue algo más, fue su juguete sexual, fue su putita, su puta. Y lo aceptó.

Yo tuve algo más que otros cuernos. Tuve un adiós sin palabras ni despedida.

Lo supe el día que volvimos a vernos a su regreso.

Estábamos juntos en la cama. Y hacíamos como que hacíamos el amor. Mentira. Yo la estaba jodiendo. En el peor sentido de la palabra. Ella se estaba dejando follar. Sin sentimiento. Sin pasión. Sin nada. Se abría el coño para que yo descargara en ella. No se atrevía a decir nada. Y no sé cómo, pero la vi en el espejo del armario. Dada la vuelta, boca abajo, dejándose dar por el culo y yo metiéndola la polla aunque sabía que la dolía.

Me sorprendió que se dejara dar así y que la entrara tan bien. Sí, que mi polla taladrara su ojete sin apenas resistencia, que entrara y saliera sin dificultad. Solo podía deberse a una sola causa: que por ese camino lo hacía con frecuencia o que lo había hecho muchas veces. Obviamente conmigo no. Obviamente tuvo que ser con él.

El sentimiento de culpa la impedía protestar o quejarse. Me planteé qué hacía allí con ella, haciéndola daño. Era un estúpido. Ella se había ido, aunque me la estuviera follando. La estaba literalmente partiendo el culo como un animal. Me dio vergüenza. No tenía sentido. La saque y la besé. No dijimos nada. Los dos lo sabíamos.

Ella se fue de mi lado. Yo me quedé solo.

No volví a saber de ella durante meses.

Tiempo después tuve noticias. Un encuentro casual en la calle con su hermana y su prima. La vergüenza de su hermana. El disgusto en su casa. Se había dado de baja en el trabajo. Lo había dejado. Se había ido a vivir fuera. Apenas sabían de ella, de su vida. Solo lo que ella les contaba. Y… Su hermana dudó. Lo soltó a bocajarro. Sin rodeos. Como si la quemara en la boca. Estaba embarazada.

No quiero ni imaginar mi cara. Fue su prima quien rompió el silencio con las típicas frases de que hacíamos buena pareja, que estaba segura que todo fue una estupidez, un error… Ya sabes cómo es… lo que decía… si esa bobada de que antes de casarse quería vivir un poco la vida… hacer algunas locuras… Estaba segura que ella me seguía queriendo… Lo que se dice siempre para levantar el ánimo. Aunque solo sirva para dejarte aun más jodido.

Tardé una semana en reaccionar. Concretamente en dejar la botella. La busqué. Y la encontré. Fácil. Sabía perfectamente que sus archivos secretos, sus fotos, estaban en “una nube”. Yo la había enseñado a hacerlo. Conocía sus contraseñas. Probé y acerté. Miré por encima y descargué todas las fotos. Todas. Las de todas las carpetas.

Luego las ordené cronológicamente, por fechas. Desde nuestra “ruptura”. Sabía perfectamente que habría un determinado tipo de fotos. Hubiera sido una sorpresa el no encontrarlas. Con lo presumida que es…

Las fotos indudablemente eran reales. Y “amateur”. No eran posados ni estaban hechas en un estudio o algo parecido. Los gestos, sus juegos, las posturitas, las poses, las caritas de enamorada… Las conocía de sobra. Muchas se las había enseñado yo. Era ella sin duda. Sin ninguna duda. A él, o al que yo suponía que era “él”, no se le veía la cara. Claro… Supongo que sería fácil convencerla. Compréndelo, estoy casado, con familia… A ella sí se la veía. A ella se la veía todo en todas las fotos.

Me impactaron. No lo voy a negar. Había como una especie de progresión. Si, pasaron de ser las típicas fotos en pelotas a autenticas barbaridades.

No puedo decir que verla follar con otros me dejara indiferente. Ni que no me quedara de piedra al ver como dos pollas se corrían en su cara. Mentiría.

Es cierto, lo de ver a tu ex en pelotas, riéndose, y sujetando un “SE ALQUILA” en un cartel de los chinos es para quedarte K.O. del todo. Solo que las fotos que verdaderamente me dejaron en estado de shock fueron las de aquella bañera.

Allí, en una bañera llena de velas. Un motel. Seguro que era un motel. (Nadie tiene así el cuarto de baño en su casa, con esa bañera gigantesca).

Preciosa. Metida en el agua. Asomando su carita y sus enormes tetas. Los pezones oscuros. De punta. Y su tremenda barriga. Confirmando lo que me habían dicho su hermana y su prima. Estaba preñada. Si, preñada como una yegua, no embarazada. Sonreía mirando directamente al objetivo de la cámara.

Volví a mirarlas. Las seleccioné y pulsé “tipo presentación”. Ahora estaba saliendo de la bañera. Sus tetas grandísimas. Más caídas. Lógico. Pero lo que más me llamó la atención fueron sus pezones. Redondos. Más grandes. Más oscuros. Y con dos marcas. Amplié la foto. Justo dos marcas simétricas. No había ninguna duda. Se los había taladrado. La había anillado los pezones.

¿Y lo de abajo? ¿Dónde estaba su peludo coño? Se lo había afeitado. O depilado. Me da igual como se diga. El caso es que su tupida mata de pelo había desaparecido.

Mire y volví a mirar sus fotos desnuda. El odio hacia el cabronazo que se había follado a mi novia hasta preñarla, que la había emputecido y la había convertido en su amante. En su sumisa. En su puta. Si. El odio mezclado con la envidia. En unos meses había conseguido de ella más que yo en años. La había dominado, sometido… Había hecho con ella lo que yo siempre quise y no me atreví ni a proponerla. Él había logrado que hiciera de todo. Ese hijo de puta me había robado hasta la más sórdida de mis fantasías…

Hasta había conseguido que en su coñito, se tatuara un “s.t.” . S.T. era lo que me ponía la final de sus cartas de amor: soy tuya. Ahora era de otro. Completamente de otro.

Excitado. Furioso. No sé por qué, lo del sexo con embarazadas nunca me había interesado. No es que me pareciera repugnante ni nada de eso, pero no me atraía lo más mínimo y sin embargo… Fue ver las fotos y darme cuenta de que tenía el pene a punto de reventar de deseo. De odio. De envidia. Todo mezclado. Celos, ira, humillación y a la vez esa tremenda excitación. No pude aguantar más: me masturbé.

Si. No me da vergüenza reconocerlo. Lo hice mirándola a ella. Abrí su última carpeta. La que se llamaba precisamente “esta es la última”. Allí estaba otra vez mi ex, completamente desnuda, a cuatro patas. Preñada. Súper preñada. La barrigota y las tetazas colgando. Menuda posturita, pensé.

Busqué las fotos más denigrantes. Y cuanto más bestia y humillante fuera la foto, más me dolía, pero al tiempo, más morbo sentía yo.

Algunas fotos eran asquerosas. Nauseabundas. Las posturas y situaciones eran más que humillantes.

Había varios hombres. Al menos dos, pero podían ser perfectamente tres.

Vi a un tío dándola por el culo. Por las caras, supongo que reventándola el ojete a lo bestia.

Otro metiendo una gigantesca polla en su boca. No sé si era o no el mismo, pero las fotos recreaban paso a paso una brutal mamada. Hasta la garganta. Sujetando su cabeza, con los ojos desorbitados, llorosos por la asfixia.

Uno de los tipos, la tenía sujeta la cara por la mandíbula y estaba eyaculando directamente en sus labios. Según estaba de sucia, no era el primero.

Y lo que me la puso durísima. Un tipo la estaba poniendo de rodillas. Las manos atadas a la espalda. La cara escurriendo semen. En las fotos se le ve con toda claridad como ella sujeta sus senos por debajo y se los ofrece para que ese hijo de puta se fotografíe orinando encima de sus pechos. Dirigiendo su meada. Apuntando para que el chorro salpique justo por debajo del colgante para el cuello, el que la regalé por su cumpleaños, ese que juró que solo se pondría para mí.

¿Ese que juró que solo se pondría para mí? Paralizado. Perplejo. ¿Sabría que yo las acabaría viendo? ¿Hizo las fotos pensando en mí? ¿De verdad eran para mí? El encuentro “casual” con su hermana y su prima… pero si nunca van a esos sitios. Las tonterías que me dijeron… Y lo que más me pasmó: la facilidad para abrir sus archivos. No había cambiado ni de e-mail ni de teléfono móvil. Ni siquiera la contraseña secreta. Alucinante.

Algunas fotos escenificaban aquellas fantasías de sexo brutal que me contaba, con las que soñaba y que tan preocupada la tenían. ¿Es normal tener estos sueños eróticos? Me decía. Llegó hasta a pensar en ir a un psicólogo. Y las fotos coincidían plenamente. ¿Lo habría preparado todo?. Una locura. Una completa paranoia. Ya se sabe. Oímos solo lo que queremos oír. Vemos o queremos ver coincidencias donde a lo mejor ni las hay. Un completo delirio. Eso es imposible.

La esquizofrenia total. Por un lado el recuperarla. En el fondo no he dejado de quererla. Besarla. Desnudarla poco a poco, con dulzura, volver a sentir su piel. Volver a hacer el amor con ella. Quitársela al cabrón que me la robó. Recuperarla, si, pero sabiendo que es una zorra. Si que está emputecida, que él me la emputeció… ¿la emputeció? No, nadie la obligó a nada, lo hizo porque quiso. Si. Volverá a ser mía. Para lo bueno y para lo otro.

Joder. Una completa locura. No puede ser cierto. Poder follarla de mil formas. Hacer lo que nunca hice. Lo que no me atreví ni a imaginar. Cumplir desde las más tiernas a las más oscuras y abyectas fantasías. Y ella no podrá negarse a nada. A lo mejor ni se niega. Visto lo visto hasta la gustará.

Si. Disfrutaré sádicamente al emputecerla aun más. Gozaré al entregarla a otros. Vengarme. De él y de ella. Disfrutaré viendo cómo la usan, cómo la humillan. La haré pagar por todo este tiempo.

No sé. Es todo un delirio. Una alucinación. No dejo de repetírmelo. No puede ser cierto, no puede ser cierto. Solo son imaginaciones mías. Acéptalo. Ella se fue con otro. Punto. Y lo que estoy viendo a escondidas, sin su permiso, es su verdadera forma de ser. Tan solo es una mujer a la que la gusta el sexo. La gusta el sexo a tope. Conmigo nunca hubiera podido hacer eso. Pero ya no está conmigo. Y no es de las personas que se queda con las ganas. Todo son figuraciones mías.

Pero las fotos son reales. Allí está ella. Follada por varios tíos. Y no solo una vez. Según las fotos, se lo había montado con tíos diferentes. En fechas y lugares distintos. En los sitios y en las situaciones que ella me había contado, con las que soñaba. Todos. Uno a uno. No me faltaba ningún sitio. Y no me refiero a lo de follar al aire libre o en un cine. Eso ya lo había hecho conmigo. “Peccata minuta” comparado con el resto. Encima del capo de un coche en un parquin, en la playa, medio desnuda sobre la barra de un bar cutre con cuatro o cinco babosos mirando, en una mesa de billar con los ojos vendados…

Y por las caras de las fotos la gustaba. Disfrutaba. Aquellas fotos lo decían bien claro. Las últimas sobre todo. Impresionante. Con su enorme barrigón recibiendo pollas de distintos tamaños, con su colgante al cuello mirando con picardía a la cámara. ¿Mirándome a mí? Mandando besitos… ¿burlándose de mí?

Tal vez todo esto sea enfermizo. Seguramente. Pero yo me excitaba más y más al pensarlo. Y gozaba como un obseso. Seducido. Enloquecido, mirando cómo otros se la follaban y vejaban su cuerpo. Desvariando con mis pensamientos y las fotos. Excitándome cada vez más y más. Sobre todo mirando su carita. Su preciosa carita. Salpicada con una espectacular corrida resbalando por su mejilla. Toda sudada. ¿De cansancio?. Con los ojos cerrados. La boca entreabierta. Con ese gesto tan suyo. Ese rictus de placer infinito.

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