En el campamento con Diana ¡mi ex!

De como cumpli mi mayor deseo de follar con Diana, la mas candente de mis ex novias.

En el campamento ¡con Diana mi ex!

¡Hola! Soy Karla nuevamente y esta es una historia que me contó mi mejor amigo Daniel; según él es 100% real, incluyendo los nombres. Espero les guste tanto como a mi y que la disfruten.

Saludos a todos. Mi nombre es Daniel, tengo 25 años y soy casado desde hace 2 años. Esta historia sucedió hace unas cuantas semanas en los días de la semana mayor.

Mi iglesia organizó un campamento juvenil y yo por ser uno de los mayores y más experimentados fui designado como monitor de una cabaña. Mi esposa no pudo asistir porque a última hora tuvo que cumplir un compromiso de trabajo, así que debí resignarme a pasar 3 días sin ella.

A la hora acordada para la reunión estábamos todos puntuales listos para abordar el autobús que nos transportaría hasta el lugar donde llevaríamos a cabo todas las actividades.

Cuál no sería mi sorpresa al ver aparecer a mi ex novia con 2 maletas y ropa de campamento. Luego de que ella rompiera conmigo hace como 5 años mantuvimos una relación de amigos pero bastante distante y verla allí me dejó sin habla. Diana mi ex novia es una chica impresionante, tiene una personalidad fuerte pero simpática y estoy seguro que muchos hombres quedan rápidamente prendados de su carácter dinámico, además de que es muy bella, mide como 1.65 de altura, piel blanca con algunas pequitas, pelo negro a veces liso y a veces ligeramente ondulado, unos ojos miel, preciosísimos que hipnotizan (su mirada era un arma mortal contra mí, deshace mis defensas como el agua deshace el papel), una sonrisa radiante, capaz de derretir témpanos de hielo con un solo destello; unas piernas torneadas y suaves con un trasero no muy grande pero bonito que se ve magnífico en tanga y unos pechos enormes que invitan a perderse en ellos y no querer separarse de allí, son bellísimos, blancos como la leche y coronados con unos pezoncitos café, dulces como néctar de frutas y embriagadores como el vino. Físicamente, esos pechos, eran la característica principal de Diana que me volvía loco de excitación y mi único dolor al ya no estar con ella era que nunca tuve la oportunidad de tener sexo con ella. Hicimos muchas cosas, jugábamos desnudos, ella me sobo muchas veces el pene hasta hacerme acabar y yo le mamé sus pechos como un niño hambriento inclusive en medio de un parque escondidos entre los árboles; pero jamás llegué a penetrarla y eso aún me remordía en mi interior. Ni siquiera imaginaba que este campamento iba a ser la oportunidad para consumar uno de mis mayores deseos en la vida: un sexo salvaje y prohibido con la mujer que ha marcado mi vida de forma más grande y permanente. En verdad creo que nunca dejé de amarla y mucho menos de desearla.

Todo esto pasaba por mi mente en cuestión de segundos, y sin perder ni un solo momento, me dirigí hacia ella, saludándola y tomando sus maletas para ayudarle, ella me sonrió con esa sonrisa única mostrando sus bellos dientes, una sonrisa que aún hasta hoy me detiene el corazón; y efusivamente me abrazó, plantándome un beso sonoro en mi mejía, sentí el empuje de sus impresionantes senos contra mi pecho y sufrí una tremenda erección que al instante tape con sus propias maletas, las llevé a la parte donde el equipaje estaba designado y luego le ayude a subir al autobús.

Partimos y el viaje transcurrió como cualquier viaje normal, charlas animadas de los jovencitos, canciones típicas de campamento, etc. Yo dediqué gran parte del viaje a cumplir con mis tareas como monitor, pero tratando de no separarme mucho del asiento de Diana, que se había sentado conmigo para el viaje. Platicamos y nos pusimos al corriente de muchas cosas de nuestra vida. Le conté sobre mi boda pidiéndole disculpas por no haberla invitado, yo quería hacerlo, pero mi esposa es un poco celosa con respecto a mis ex y especialmente con ella.

Llegamos y cumplimos con los pasos básicos para instalarnos, formamos 3 cabañas de niñas y 4 de varones, instalamos las tiendas de campaña y nos dispusimos a desayunar ya que eran todavía las 8am.

Realizamos las actividades Standard de cualquier campamento, pero por la tarde las cosas se calentaron (por lo menos para mí) ya que tuvimos una batalla con globos rellenos de agua., todos corrían de un lado al otro lanzándose globos. Al terminar los campistas iban llegando poco a poco hacia el área principal del campamento, riendo y platicando sobre lo divertido de la batalla. Yo quedé totalmente sin habla al ver aparecer a Diana escurriendo agua, con una camiseta blanca empapadísima y sus pechos me parecieron aún más impresionantes al transparentarse la blusa y ver el pequeño sostén rosa que a duras penas lograba contener ese par de preciosas perlas; venia acompañada de otra amiga y ambas reían jovialmente. Diana parecía rodeada por una luz, yo solo podía verla a ella, estaba divina y mi corazón latía sin parar, al mismo tiempo mi pene respondió con otra erección gigante y corrí hacia el baño para descargar la presión.

Al llegar la noche, después de cenar y otras actividades, cada cual se dirigió a sus tiendas. Yo salí a media noche a ver las estrellas, estaba demasiado perturbado por todos esos pensamientos de lujuria con Diana, en verdad estaba desesperado por tenerla, deseaba pasar mis labios por sus pechos y recorrer con mi lengua esas bellezas de la creación. Pensando en eso me recosté en el pasto y comencé a sobarme el falo, lo sobaba despacio, pelándolo todo y volviéndolo a tapar, imaginando los carnosos labios de Diana bajando y subiendo, envolviendo completamente con su lengua todo lo largo de mi pene.

Tan absorto estaba en mis fantasías que me sobresalté al sentir una mano delicada y cálida aferrando fuerte mi polla, abrí mis ojos y sin poder creerlo vi la visión más hermosa, el bello rostro de Diana estaba a escasos centímetros de mi propio rostro, sonriéndome, radiante y sus ojos magníficos clavados en los míos nuevamente me hipnotizaban. – Hola – me dijo, mientras su mano subía y bajaba lentamente presionando por toda la longitud de mi pene. Sus labios se entreabrieron y parecía a punto de decirme algo, pero en lugar de eso me plantó un beso exquisito, como solo ella sabe darlos, al sentir el calor de esos labios el fuego recorrió mi cuerpo, erizando mi piel. Me perdí en ella y comencé a acariciarla, mis manos se deslizaron por su cuerpo como años antes, tratando de recordar y memorizar cada una de sus curvas. Su piel estaba cálida y suave a pesar de que solo vestía una blusa sin mangas y un pequeño bóxer. Nuestras lenguas se cruzaban con fuerza y pasión, parecía que Diana me deseaba tanto o más que yo a ella porque esta actitud apasionada no era típica de ella. Temí estar soñando y como si ella pudiera sentir mi miedo apretó más mi falo haciendo la masturbación más rítmica y dejándome sentir cada uno de sus finos dedos rodeando todo mi grosor, al mismo tiempo que daba mordiditas a mi labio inferior. Su cuerpo se puso sobre el mío y nuevamente sentí esas majestuosas montañas apretándome y como no usaba sostén sentí sus duros pezones clavarse en mi pecho, mi pene se endureció más y se humedeció. Nos besábamos con pasión y sus pechos se frotaban contra mí en todas direcciones revolviendo nuestras camisas, mis manos la abrazaban y la pegaban más a mí mientras nos comíamos a besos con un ímpetu reprimido a lo largo de los años; estaba loco de placer sintiendo eso. Diana se separo de mi y se quitó la blusa, dejándome apreciar una vez más el objeto de mi deseo, esos blancos pechos me llamaron y cuando me disponía a incorporarme para comérselos, ella puso su mano contra mi pecho –espera – me dijo – esta noche eres mío, me lo debes – al escuchar su voz una corriente eléctrica cruzó mi de arriba abajo mi cuerpo instalándose en mi pene que comenzó a palpitar más fuerte que mi corazón. Terminó de quitarse la camiseta y sus pechos se balancearon ante mí, como péndulos de un lado a otro, era una visión gloriosa, jamás he deseado otros senos como los de Diana, jamás había deseado a una mujer como la deseo a ella.

Comenzó a quitarme la camisa y el short, lo hacía con una maestría inmejorable mientras me besaba el cuerpo, cuando quede desnudo ella hizo lo mismo con su bóxer y quedé maravillado al ver su rajita completamente depilada; nunca lo había hecho antes, siempre había conservado su parte con vellos, pero ahora contemplaba absorto esa mina de oro, esa fuente de vida aún más blanca que el resto de su cuerpo. En ese momento creí haber alcanzado el éxtasis máximo, pero no estaba ni cerca de eso.

Yo permanecía tirado en el pasto y ella arrodillada a mi lado, continuó besando cada parte de mi piel, sus manos ávidas recorrieron mi pecho, mordía mi cuello, sobaba mis piernas y me sacudía enérgicamente la polla, ahora si sentí la calidez de sus tetas quemando directamente mi piel.

Diana bajó besándome por mi estómago hasta llegar a mi caliente miembro, lo miró como poseída y comenzó a besarlo con delicadeza mientras su mano acariciaba mis bolas (ella jamás me había hecho el sexo oral) la felación se volvió más y más intensa, ahora su lengua subía y bajaba por todo mi tronco, envolviendo la cabeza de mi pene para luego introducirlo de un solo movimiento hasta el final. Era la mamada de mi vida, no solamente por la calidad de chupada que Diana me daba, sino porque precisamente era Diana quien me la estaba dando.

En un momento de la terrible comida de pene que me estaba brindando, ella se colocó ofreciéndome su sexo en posición de 69 y yo sin dudarlo hundí mi cara entre sus piernas, acariciando sus piernas y su apetecible trasero con mis manos mientras mi lengua se perdía en su limpio coño, le daba lengüetazos largos y lentos a los que ella respondía con gemidos apagados ya que mi falo ocupaba toda su boca. Lamía sus labios vaginales y los cogía entre mis dientes con delicadeza y ella daba pequeños brincos al sentirlo, le penetraba lo más profundo que podía con mi lengua y le dedicaba especial cuidado a la gema preciosa que es su clítoris, que mordí, chupé y lamí con hambre descomunal, mientras sus flujos bañaban mi cara y mi semen caliente le inundaba la boca, se apartó de mi verga y unos cuantos chorros dieron de lleno en su rostro haciéndola ver aún más irresistible.

No puedo decir que sea un maestro en el sexo, y después de una corrida como aquella me hubiera tomado alrededor de media hora reponerme. Pero no en esta ocasión, no con Diana. Mi polla no decayó ni por un minuto, se mantuvo firme, deseando más; y Diana y yo lo deseábamos también.

Ahora fue el turno de ella de recostarse en el pasto, y yo me abalancé sobre ella, finalmente llenando mi boca de aquel fruto prohibido, me apoderé con mi boca de su pecho izquierdo, mordiendo a placer su pezón y mi mano hacía lo propio con su otro pecho, no quería dejar ni un milímetro si marcar, sin degustar. Mi lengua se paseaba por toda la inmensidad de aquellas tetas redondas y dulces como melones y ella con sus manos me revolvía el cabello mientras gemía y me apretaba más a sus tetas.

Me despegué de ella y miré nuevamente esos ojos que me obligarían a cualquier cosa, ese fuego que ardía en ellos me pedía silenciosamente ser penetrada. Le di un beso y bajé lentamente con mi mano hasta sus piernas. Las abrí con delicadeza, estaba muy húmeda, lista para recibir mi miembro. Coloqué la cabeza de mi pene en la entrada a su vagina y empecé a empujar lentamente, mi pene se deslizó sin dificultades hasta el fondo y nuevamente cantidades de corrientes eléctricas subían y bajaban por mi ser. Puse sus piernas en mis hombros y comencé a meterle y sacarle la polla a un ritmo lento y delicioso, sus ojos no se apartaban de los míos y con una sonrisa cómplice me pedía más, sus senos se movían al ritmo de mis embestidas, subiendo y bajando, subiendo y bajando, una y otra vez, más y más rápido a medida que mis penetraciones eran más intensas. Había llegado, el momento que tanto había deseado. Sus piernas en mis hombros, mis manos en sus tobillos para darme apoyo, y ahora sí comencé a cogerla con más intensidad, con violencia, sus tetas se movían y rebotaban en todas direcciones y ella ya no pudo mantener los ojos abiertos, los cerró fuerte y se mordió el labio, reprimiendo los gritos de placer que seguramente quería soltar. Todo mi pene entraba y veía su concha abrirse para darle cabida. Era inimaginable el placer que sentía al frotar todo mi falo en su deliciosa rajita y sentir mis huevos chocando contra ella, era una visión majestuosa.

Nos detuvimos y ahora fue ella quien me hizo recostar nuevamente en el suelo, sobo un poco más mi pene dejándolo firme apuntando hacia las estrellas y precisamente eso me hizo ver cuando lentamente se paro con una pierna a cada lado de mi cuerpo, dándome una perfecta imagen de su cuerpo, su rostro de ángel, su cuello y sus hombros delicados, sus pechos divinos, su estómago, su ombligo, su pubis brillante de la mezcla de nuestros jugos y sus piernas que también estaban salpicadas de nuestros fluidos. Bajo la luz de la luna se fue acurrucando lentamente, abriendo las piernas más y dejando su vulva en dirección a mi pene. Fue entonces cuando alcancé la excitación máxima al ver como lentamente su vagina tragaba mi falo por completo. Al llegar hasta el fondo Diana cerró nuevamente los ojos y reclinándose hacia atrás comenzó a cabalgarme, nuevamente el vaivén de sus increíbles tetas me atrapó, las acaricié con fuerza, acaricié su vientre, veía como me tragaba la polla y ambos lo disfrutábamos con un placer incomparable. Diana se levantaba dejando salir mi pene casi por completo para luego dejarse caer con más fuerza y volverlo a tragar. Lo hizo unas cuantas veces y entonces en el momento en que alcanzamos el punto más profundo de penetración incontables chorros de lefa brotaron de mi ardiente polla al tiempo que ella me bañaba todo el miembro con los flujos de su orgasmo. Diana soltó un grito casi angustioso de puro placer y cayó exhausta a mi lado. Yo a mi vez estaba que no daba más, con mi pene adolorido pero contento. La abracé a mi nos besamos con más ternura y dedicación y juntos observamos el sol salir entre las montañas antes de vestirnos. Nos dimos un último beso pasional antes de partir a nuestras respectivas cabañas a realizar nuestras labores.

Esa noche repetimos la experiencia en las duchas, pude volver a deleitarme con su cuerpo, sintiéndola mía una vez más y deseando que esos momentos fueran eternos.