En el bosque
Para una mujer es siempre posible conseguir lo que requiere de un hombre, siempre y cuando tenga la paciencia necesaria para colocarse en el lugar correcto.
Para una mujer es siempre posible conseguir lo que requiere de un hombre, siempre y cuando tenga la paciencia necesaria para colocarse en el lugar correcto.
Una sensación apareció durante la primer semana de Marzo. Una inquietud que me ponía tensa e irritable se resolvió en un cosquilleo infinitesimal localizado en el cuello de mi útero. Me descubrí masturbándome varias veces al día, incluso luego de copular con mi novio. Tal vez era eso de que se había hecho ligar los canales, porque a pesar de sus esfuerzos no lograba yo quedar completamente satisfecha. Empecé a mirar con cuidado a mi alrededor, hasta notar que era el aroma de aquel muchacho lo que me ponía a la vez tensa y relajada, inquieta pero contenta.
Busqué entonces hacerme notar. Al segundo día de hacer contacto visual recibí de él la primer sonrisa. Al cuarto día estábamos platicando y encontrando coincidencias. Al completar la semana dejaba yo que su mirada líquida rebosara en mis ojos, que revisara una y otra vez los pechos que le ofrecía yo bien derecha para darles la mayor proyección posible. Siguió encontrar sus manos en mis hombros, dejar que explorara los músculos de mi espalda, que jugara con mi cabello. Mi cabello caía entonces hasta mi cadera, negro como oscuridad fundida, espeso, una excusa inmejorable para dejar que sus manos se enredaran en mi nuca. Había llegado el momento de dejar que el ambiente se cargara, de hacerle crecer las ganas de mí, manteniéndome cerca, sugerente, pero sin pasar a más. Calentarlo unos días a fuego lento.
Un Viernes me desperté de golpe en la madrugada con los pezones tremendamente duros y sensibles. Mi mano encontró entre los labios hinchados de mi sexo una humedad viscosa. El momento había llegado.
Lo esperé en su camino habitual al empezar el día. Sin mayor esfuerzo lo intercepté y cambié su idea de una mañana de trabajo por otra de un paseo por el bosque. El instituto estaba justo en el borde de la ciudad, y el bosque empezaba allí mismo. Tal vez incluso pudiéramos llegar hasta las faldas de la montaña. Partimos de inmediato.
Apenas nos alejamos suficiente como para no escuchar el ruido de la ciudad, localizamos un lugar en donde rocas y árboles grandes rodeaban un espacio casi como un nicho, vestido con musgo y hojarasca. Nos sentamos. Moví los hombros para aflojar los músculos y de inmediato él se sentó detrás de mí y sus manos exploraron la base de mi nuca, apretando con suavidad mis hombros, luego bajando hasta la base de mi cadera. Me volteé lentamente, me acerqué a su rostro y lo besé en la boca. Sus manos me rodearon el talle, y me plegué hacia él, apoyando mis senos en su pecho y abriendo los labios. Lo dejé que me besara largamente, gimiendo de pronto al sentir su lengua entrar en mi boca y enredarse con la mía. Sentí sus manos bajar hasta tocar la curva superior de mis nalgas.
Sus manos se colaron bajo mi blusa, subieron por mi espalda, y sus dedos recorrieron el espacio entre mis hombros haciéndome estremecer. Sus labios abandonaron mi boca y bajaron por mi cuello, haciéndome ladear la cabeza para darle espacio. Pronto descubrió el sabor de mi oreja.
Cuando sus manos empezaron a jalar mi blusa descubriendo mi vientre, simplemente levanté los brazos para que me la quitara de una vez, luego me desabroché el sostén y lo dejé caer, exponiendo mis senos.
El observó fascinado los pezones morenos que le ofrecía yo, bien altivos, erectos. En seguida tomó un pezón en la boca y empezó a chupar, mordiéndolo sin fuerza. Acuné su cabeza en mis brazos, murmurando en su oreja, suspirando al sentir un cosquilleo extenderse por mi pecho y mi vientre. Lo hice separarse solo para ofrecerle el otro pezón y lo dejé mamar a gusto, sintiendo la respuesta de mi cuerpo, el hormigueo aumentando en el vientre, la humedad, aún secreta, condensándose entre mis muslos.
Sin interrumpirlo busqué con la mano entre sus piernas y desabroché su pantalón, bajando el cierre y rozando apenas la erección palpitante. Él deslizó una mano entre mis muslos y la acunó sobre mi pubis, explorando su forma y su textura. Luego abrió mi pantalón, insinuando su mano en mi vientre, acariciando la línea superior de mi vello púbico.
Me separé de él para hacerlo levantarse y me arrodillé ante sus piernas. Tiré de su pantalón para descubrir de golpe su erección. Acuné sus testículos en una mano y con la otra rodeé la base del pene y froté suavemente, descubriendo y cubriendo la punta roma varias veces. Hallé su aroma agradable, así que lo hice entrar en mi boca, sin detener los movimientos de mi mano. Él gimió con fuerza al sentir mis labios en torno a su glande. Empecé a chupar sin prisa, para hacerlo durar y que no se fuera a correr demasiado pronto. Él posó sus manos en mi nuca, acariciando mi cabello. Lo sentí tensarse, jadeando cada vez más fuerte, queriendo hacerme aceptar más en mi boca. Entonces me detuve, manteniéndolo en vilo hasta que se calmase un poco. Luego volví a empezar a chupar lento. Él me hizo separarme y levantarme, para poder bajarme pantalón y bragas.
Ahora fue él quien se arrodilló frente a mi vientre y abrazando mi cadera comenzó a trazar círculos lentos con su lengua en torno a mi ombligo. Su rostro bajó y su nariz se insinuó entre mis muslos, jugando con los vellos de mi pubis, aspirando mi fragancia. Una de sus manos subió por la cara interna de mi muslo y yo separé levemente las piernas para darle acceso. Sus dedos exploraron mis labios secretos descubriéndolos hinchados, mojándose con el fluido abundante que corría entre ellos. Me hizo girar, darle la espalda. Sus labios pasearon sobre mis nalgas bajando hacia el nacimiento de mis muslos. Me quité el pantalón que tenía enredado en los tobillos, y me arrodillé, recargando los antebrazos en el suelo, bajando el pecho y ofreciéndole mis nalgas, separando las rodillas para descubrir mi sexo.
Él quedó un momento atónito ante la visión del portal abierto que le ofrecía, luego, arrodillándose tras de mí, comenzó a frotar los labios de mi vulva con su erección, esparciendo la humedad a todo lo largo. Mi excitación aumentó con rapidez, gemí y proyecté mis caderas aún más hacia él, levantando las nalgas para facilitar el acceso. Ahora fue él quien me mantuvo en vilo, frotándome el clítoris con su glande, haciéndome subir y subir, pero deteniéndose antes de que yo pudiera culminar. La excitación se hizo insoportable, y busqué con mi mano atrapar el pene y dirigirlo hacia mi vientre. Él encontró la entrada con la punta, apenas tocando el vestíbulo y se detuvo un momento. Luego tomándome por las caderas empujó lentamente, penetrándome hasta el fondo en un movimiento fluído.
El sentirme totalmente llena me arrancó un fuerte gemido de gozo. Él se empezó a mover, y sólo quise yo unas cuantas arremetidas firmes para lograr desencadenar mi primer orgasmo. Me dejé llevar por las oleadas de placer, pulsando con fuerza mi vagina en torno a su erección, sintiéndolo alcanzar los rincones más recónditos de mi canal secreto. Él se mantuvo bien adentro, dando arremetidas cortas mientras yo gozaba.
Cuando notó que mis sensaciones amainaban, empezó a dar empujones largos otra vez, sacando primero el pene casi por completo y volviendo a introducirlo hasta el fondo. Pronto encontró su cadencia y yo lo seguí, contrayendo mi vagina en el momento en el que él estaba totalmente adentro. El estímulo me hizo alcanzar una segunda cúspide.
Escuché sus jadeos hacerse fuertes, y lo sentí acelerar el ritmo. Lo hice detenerse entonces para cambiar de postura. Incorporándome le saqué la playera y la extendí en el suelo. Le ayudé a sacarse los zapatos y el pantalón que tenía en los tobillos. Me arrodillé ante él, rodeando su cintura con los brazos y agarrándole las nalgas recibí en la boca el miembro hinchado y húmedo, sintiendo el sabor mezclado de mi propia lubricación con un toque salino de la suya en la punta. Solo fue cosa de un par de chupadas para que él empezara a gemir y tomándome por la nuca quisiera introducirse del todo en mi boca. Lo solté y me tendí de espaldas sobre su playera subiendo las rodillas al pecho y abriendo bien los muslos. Él de inmediato montó sobre mí, cubriéndome, y se invitó a entrar guiándose con la mano. Bien que entró, en un instante estuvo otra vez hasta el fondo, frotando su pubis contra el mío y aplastando sus pelotas entre mis nalgas.
Lo animé entonces murmurando en su oreja. “Eso, métemela bien, dámela toda,” rodeando su cadera con mis piernas, lista para recibirlo.
El empezó a bombear con fuerza, estimulando mi sexo en toda su longitud. El movimiento pronto desencadenó en mí un nuevo orgasmo, y esta vez me dejé correr abandonando todo ápice de control, gritando, rasguñándole la espalda, mordiéndole el hombro. El alcanzó entonces su propia cúspide. Soltando un gruñido tensó todo su cuerpo y empezó a eyacular. Yo apreté mis muslos rodeando su cadera con mis piernas para mantenerlo bien adentro, pero él no tenía ninguna intención de salir antes de lanzar una docena de chorros de semen en mi vientre. Sentí su pene hincharse en cada oleada, su aliento caliente en mi cuello mientras él jadeaba con cada impulso.
Cuando acabó de eyacular lo sentí aflojarse, suspirando, aún dentro de mí. Lo seguí abrazando, acariciándole el pelo y murmurándole que apreciaba mucho su esfuerzo, que estaba muy satisfecha. Pensaba en los 200 millones de células que habría coleteando en la humedad de mi vientre, buscando entrar en mi útero y fertilizarme.
Él, luego de recuperar el aliento, se separó de mí y se recostó a mi lado, con su cabeza en mi hombro, un poco amodorrado. Yo subí mis rodillas al pecho, y contraje mi vagina varias veces, intentando absorber la semilla y evitar que escurriese afuera. Cosa de quedar bien impregnada, tendría que sacarle el jugo al muchacho al menos un par de veces más.
Finalmente tuve que incorporarme. Al levantarme mi cántaro rebosante dejó salir el semen, que corrió en un largo chorro salpicando la hojarasca. Sentí el semen fluir y fluir de mi, escurriéndome por los muslos. Debía él de haberse reservado un buen tiempo, para poder producir y acumular tal cantidad. Una pena perder la semilla tan pronto. Ni hablar, habría de hacerme llenar de nueva cuenta un poco más tarde.
Mientras nos arreglábamos las ropas le pregunté si quería pasar la noche conmigo. Aceptó de inmediato.