En el bazar de túnez v
Hemos sido un triángulo y entre aburrirnos y disfrutar, elegimos esto último.
Piensa bien, lector/a qué momento de tu vida marcó tus filias y tus fobias en materia sexual. Quizás ni lo recuerdes y para llegar a él tengas que escarbar en años de terapia freudiana. Además, te parecerá que tus gustos son los mejores y los de los demás, algo inexplicables, tristes o patéticos. Pero si lo piensas bien, querido lector/a, las categorías de esta página son, nada más, una pequeña muestra de cuán rica es la gama de filias sexuales. ¿ Qué te la pone dura? ¿ Qué hace que tu ropa interior se ponga más húmeda que el ambiente en la selva amazónica?. Somos de juzgar y de condenar. A veces de forma arbitraria, otras veces, de manera injusta. Me gusta lo que me pone y detesto lo que no. Pero no es eso, no. No escribo aquí para inventar nada ni para imaginar; hay dos tipos de personas, las que sueñan y las que realizan los sueños. Desde Ibrahim, nos dimos cuenta, quizás sin confesarlo, que Estela y yo éramos de los que se entregan a sus fantasías. Es posible que llevarlas a cabo no sea tan hermoso como te lo habías imaginado, ni tan excitante.Lo mismo piensa el artista cuando imagina la obra y la ve en el lienzo. Supongo que los "pentimentos" de los artistas se producen por esa distancia que hay entre la teoría y la práctica.
La vida, la casualidad o la curiosidad, nos colocó a Estela y a mí a merced de un mercader tunecino, de un desconocido en la noche madrileña y de Juan. Él se la había tirado. Ella intentó ocultármelo para no hacerme daño y yo disfruté enterándome de todo y demostrando que no soy gilipollas. Pero ha tenido que pasar todo esto para saber que sí, soy un cornudo consentidor. Cuando se quiere tanto a alguien como yo quiero a Estela, se antepone antes su felicidad a su placer que a los míos. Esto va llegando con la madurez. En plena juventud uno, como dice la canción de Queen, lo quiere todo y lo quiere ahora. La juventud es desmedida porque es absolutista y radical, no admite nada más que blancos o negros, se deja llevar y arrastrar por los ideales. Pero en la madurez y sin hijos, uno busca un rato de eternidad, acercándose a un sexo más libre y abierto, más sincero y sin prejuicios. Es un tránsito difícil, lo sé. No espero que me entendáis. No estoy imaginando nada. Os cuento la verdad.
Ya sé que los relatos eróticos son, en ocasiones, deseos incumplidos y, por ello, hablan de insatisfacción más que satisfacción. Hay que ser muy sincero y muy valiente para arrojarse sin miedo a la búsqueda de la lujuria, dejarse arrastras por la marea de la concupiscencia. Los clásicos lo sabían. Los griegos, que eran sublimes pero también viciosos, sabían que dejarse arrastrar por las placeres te llevaba a la intemperancia y te podía convertir en esclavo de los mismos, como un yonqui del deseo, como un falócrata que gobierna y es gobernado por tu propio rabo. La sangre que va al escroto, nubla el entendimiento y la sangre que debería de estar en la cabeza, controla tus designios. Ahora, después de esta breve reflexión, os diré que Estela y yo tuvimos unas conversaciones interesantes que es mejor omitir para no aburrir ni extenderme.
Supe de su boca, supe por sus labios que se había escapado dos veces más con Juan. En una, según me contó, buscaron un hotel cercano a la notaría y tuvo que mentir en el trabajo, pidiéndole a una compañera que le hiciera la cobertura en la recepción. Así que, de nuevo, fueron a un hotel y follaron. Estela me contó que hubo sexo oral, que hicieron un 69 y que echaron un par de polvos. Veis, mientras escribo esto, el líquido seminal inunda mi ropa interior y me produce una sensación de felicidad mientras tecleo. En la segunda ocasión, Juan llevaba la furgoneta del reparto ( por lo visto, según los días y los tipos de bultos que lleva o según la disponibilidad de la flota de vehículos de la empresa, llevan furgonetas más grandes o más pequeñas y para la documentación urgente, motos) y allí se metieron. Buscaron, por la tarde, un rincón apartado y en la propia furgoneta, encontraron un lugar para su lujuria. Estela me contó que estar en la calle, comiéndole el rabo a Juan, le hizo sentir la misma excitación que cuando lo hacía conmigo, en mi primer viejo y cutre coche, buscando la protección de la noche y de los parajes apartados. Estela me dijo que sentir cómo se iba excitando Juan mientras le marcaba el ritmo de la mamada con la mano la ponía muy cachonda.El frío de fuera, el calor de dentro, los cristales empañados, las embestidas de Juan haciendo que la furgoneta temblara, la llegada del orgasmo, el vestirse rápido para no quedarse frío, el mirar por fuera por si habían sido descubiertos por algún voyeaur. Lo que habíes hecho vosotros también, supongo, alguna vez en la vida. Nada nuevo, pero ahora revivido, un éxito reeditado por ellos dos.
Que tu mujer te cuente, mientras estábamos tomando un vino tinto en el sofá, lo que ellos hicieron y que yo me estuviera excitando será ante vuestro tribunal moral algo deleznable. Pero me da igual lo que podáis pensar. Hace tiempo que nadie se siente ofendido por estas cosas, como si yo fuera Flaubert y los lectores de estos relatos la sociedad burguesa, francesa, decimonónica y tirando a puritana. A veces, las culturas son incoherentes, como lo son las personas. El mismo país de los libertinos, de Sade, etc, se escandalizaba por Madame Bovary. A las personas, nos pasa algo parecido. Te juzgo a ti pero soy condescendiente conmigo mismo y con mis lujurias ( o mejor dicho, con las tuyas). Vamos de fieles y nos gustaría empotrarnos a nuestras compañera del trabajo, nos gusta la clase y la elegancia pero nos follaríamos a la zafia y a la choni, o ellas, se derriten por el compañero al que se le marcan los bíceps o por el compañero que es más tosco que el arte primitivo. Pero nadie lo admite en público.
Después de que Estela me contara aquello, volvimos a follar y sí, llegamos a un acuerdo y vivimos varios excitantes, mucho, que nos abrieron a un mundo nuevo de orgasmos, de situaciones morbosas y que nos hicieron sentir vivos. Quizás no se los contemos a nadie porque para eso está la privacidad, pero también por eso, escribo estos relatos, para lanzar una botella al mar pero en lugar de arrojarla con un mensaje de desesperación, lo hago con unas cuantas cuartillas llenas de sexo.
Sí, he vivido varias semanas gloriosas con Juan y con Estela, sí, he sido un cornudo consentidor y la he visto disfrutar el doble, con él, conmigo y con los dos juntos. Y no, no ha sido el fin del mundo. Como dijo Groucho, si no te gustan mis valores, tengo otros. Quizás, para leer estos relatos haya que tener una percepción un poco distinta del mundo y de las relaciones, no lo sé. No pretendo agradar o desagradar a nadie. Mi prosa rememora y recuerda , apenas inventa. Si hubiera sido escritor del siglo XX, me habría llevado bien con Henry Miller y con Lawrence Durrell, igual que me hubiera llevado bien con otros muchos que no tenían pelos en la lengua.
Sí, con Estela he tenido buenos y malos momentos, pero menos desde que decidimos disfrutar un poco más y pensar un poco menos. Sentir, sentimos igual, quizás más porque , ahora, nos conocemos mejor. Quizás, sin todo esto, estaríamos hoy divorciados, no lo sé. O no. Da igual. No pierdo el tiempo especulando en lo que no hice. Me resulta ya indiferente.
Sí os puedo decir que Juan vino a nuestra casa y que esa velada y las posteriores, fueron muy interesantes. Si os las contara, opinariáis que me repito. Y cuando nos escapamos los tres juntos a la playa... madre mía, qué días pasamos, sobre todo Estela. Todos aprendimos. De nostros mismos, de nuestros cuerpos, de nuestros deseos escondidos y lo disfrutamos. Devoramos aquellos días con el mismo placer con el cual, de pequeños, disfrutábamos de un dulce, de un helado o de un plato de macarrones, con ganas de más y con pena porque se acabara.También nos lanzamos a probar cosas nuevas. Y no me arrepiento. Si, cuando me muera, tengo la posibilidad de recordar y de hacer balance de mi vida, no cambiaría ni una coma de esa época. La vida es un relato. Nosotros somos los narradores y miramos al mundo con nuestra voz. Quizás no te guste mi timbre, pero la hace reconocible. Ya sabéis, hay que ser un poco Sinatra y vivir To my way.
Otro día, si me apetece y tengo tiempo, os lo cuento.