En el bazar de Túnez iii

Vueltas a las andadas ya en Madrid pero sin Ibrahim.

La verdad es que después de haber vivido las experiencias tunecinas yo tenía bastante temor por calibrar si todo eso podía afectar a nuestra vida cotidiana. La verdad es que volvimos a la normalidad de nuestras cotidianas rutinas. Estela con su trabajo en una notaría y yo trabajando en la editorial. Por lo que respecta a nuestra vida social era la de siempre. Quedábamos con nuestras respectivas familias de vez en cuando y con nuestros amigos. Por lo que respecta a la vida sexual, de vez en cuando, nos poníamos calientes recordando las ocasiones en las que Ibrahim había logrado excitarla y llevarla a esa trastienda cochambrosa al igual que también nos recreábamos con la ocasión en la cual Ibrahim fue hasta el hotel para follársela delante de mí. De alguna u otra manera, se podría decir que la sombra de aquel tipo era, sin duda, alargada, al menos en nuestro recuerdo y en nuestras fantasías. Se convirtió en un juego de pareja rememorar aquello, sólo que no había ninguna especulación allí sino la remembranza de algo que había sucedido.

Estela me llegó a decir, medio en broma que podía pagarle yo el avión a Ibrahim para que pasara unos días en Madrid y le dije que no, que saldría muy caro y que podíamos jugar, dar rienda suelta a nuestros deseos y fantasías pero controlando nuestra privacidad y el qué dirán de familiares y amigos así que, de momento, no volvió a sacar el tema.

Sin embargo, una noche, decidimos acercarnos a Madrid para cenar, ir al teatro y salir a bailar por ahí. Así que eso hicimos. Nos arreglamos y nos dispusimos a quemar la noche. Algo tranquilo al principio que iba a terminar tomando algo de alcohol para volver después a casa. Sin embargo, es de todos conocido que los planes a veces se tuercen o se enderezan, depende del caso y del día.

Así que fuimos a un restaurante cercano al teatro, tomamos algo ligero, nos reímos en el espectáculo de monólogos que fuimos a ver ( esta vez nos decantamos por algo ligerito) y nos encontramos con un garito que tenía buena pinta. De ése fuimos a otro y luego a otro y ya íbamos cargados de copas. La última parada, fue una discoteca que ponía todo tipo de música. Yo , la verdad, ya tenía ganas de irme a casa, porque había tenido una semana de trabajo algo movida y el cuerpo me pedía camita, descanso, pelis en el sofá. Pero al llegar a esa discoteca, había ambiente y bastante animación. Por los altavoces sonaba una música atronadora pero eran los éxitos de hace unos años, lo que se conoce en Madrid como música pachanguera, quizás no es la que oyes en casa pero sí la que te trae bonitos recuerdos del pasado, ganas de fiesta y de diversión.

Estela tenía ganas de bailar y la verdad es que tiene el don del ritmo. Como se mantiene en forma porque hace deporte, algo de fitness, zumba y esas cosas, se cuerpo se menea que da gusto. Yo siempre he disfrutado viendo cómo se mueve. A nuestro alrededor, había también algún grupo de amigos que la miraban con admiración y deseo. Me di cuenta yo y se dio cuenta Estela. Cuando me terminé la copa, me fui un momento al baño. Como había gente, tardé cuatro o cinco minutos en volver porque había que esquivar a toda la gente que estaba allí bailando hasta llegar al baño y al regresar, había ya un tío bailando con Estela. Sus colegas parecían nerviosos porque me habían visto. Yo no quise romper ese momento porque lo de Túnez había destapado en mí la vocación de cornudo consentidor. Ya era evidente para mí aunque no se lo había confesado a Estela. No hacía falta. Ella lo sabía, después de todo lo acontecido. Así que en lugar de volver a la sala de baile, escribí un mensaje con el móvil y ella sintió la vibración del mensaje en su hermoso culo. Le dije que estaba detrás de una columna, observando sin ser observado, atento a sus evoluciones y que no quería joderle su momento con aquel tipo. Ella guardó el móvil y siguió bailando y lejos de parar con sus rítmicos meneos, los aumentó y se aproximó a él que ya deslizaba con soltura su mano en el inicio del imperial culo de Estela. Qué morbo me estaba dando que bailara y excitara con ese hombre que sin saberlo, se estaba aprovechando de los jueguecitos entre Estela y yo. No os podéis ni imaginar la erección que tenía yo en ese momento. Cogí el teléfono y le escribí:

-No te interrumpo. Si quieres triunfar como en Túnez, te doy mi permiso para que te pases por algún reservado. Para que no te preocupes, te espero en la calle. Hoy no hace frío y esperaré allí hasta que termines. Dile al tipo ese que me he tenido que ir a una cosa urgente pero que te esperaré en la calle y así no te pregunta.

Ella respondió con un escueto:

-Vale, cariño. Gracias.

Nada más leer el mensaje, Estela le dijo algo al oído y él, habló, brevemente con sus colegas, que se quedaron en la pista mirando a su amigo alejarse con Estela, envidiando su suerte, sin duda.

Yo, rodeé la pista de baile y en lugar de ir a la salida, esperé unos minutos eternos ( de nuevo los mismos minutos eternos que en Túnez) y me le pregunté a una camarera dónde estaban la sala o salas donde la gente buscaba la oscuridad para besarse, meterse mano o follar. Cuando me enteré de dónde estaba, con disimulo y sigilo, busqué con la vista y entre las sombras. Era una sala con diversos sofás de dos plazas, puestos unos detrás de otros y con una gran pantalla donde estaba puesta la tele con una película de miedo y cuya luz apenas lograba iluminar la estancia. Se veía a alguna pareja joven besarse, a algunos dar rienda suelta a todo tipos de tocamientos y había un par de mujeres que estaban sentadas a horcajadas sobre sus parejas. No lograba distinguir quién era Estela hasta que la a escena de la película cambió a una escena de exteriores y por fin logré vislumbrar dónde y qué estaba haciendo Estela. Era sí, una de las que estaba encima de su pareja restregándose como una amazonas, pero con la parsimonia y la lentitud de la delectación. Del tipo desconocido, solo veía sus manos en la cadera de mi mujer y como ella llevaba pantalón vaquero, supuse que aún no estaban follando. Yo estaba excitadísimo. No pude quedarme allí porque los de seguridad, se daban algunos paseos por allí y no quería ser yo catalogado como un mirón. Así que volví a la música, a la gente, veía a la multitud hablando, bailando, bebiendo y aquello tenía como un aire alucinatorio. Lo estaba viviendo como si yo no fuera yo y como si Estela no fuera Estela, pero sí que lo éramos. Yo estaba allí con otra copa para calmar mis nervios y mi excitación, sintiendo en mi calzoncillo la humedad de mi líquido preseminal. A los pocos minutos, me volví a acercar por aquella sala y Estela ya no estaba. Sin embargo, les busqué con la mirada y vi que sí estaban. Se habían mudado a un sofá posterior, al último que quedaba libre al fondo y ahora sí que estaban follando. Estela estaba botando encima de él pero dándole la espalda y “mirando” a la pantalla, postura que no solía practicar conmigo. Pero sí, sin duda era ella. Cada vez se movía un poco más deprisa hasta que dejó de hacerlo. Rápidamente se levantó y se fundió con ese tipo en un largo beso. Cuando vi que se estaba volviendo a poner los pantalones ajustados, decidí salir de la discoteca. Llegando a la puerta me llegó un mensaje de Estela diciendo que ya salía.

-¿ Qué tal? ¿ Cómo te lo has pasado? Cuéntamelo todo

-Aquí no, en casa.

-Pero ¿ ha estado bien?

-Sí, muy bien. El tipo se manejaba muy bien.

-Joder, Estela, cuéntame algo ya, por favor.

-No, al llegar a casa.

Así que pedimos un taxi y el cuarto de hora que duró la vuelta a casa, se me hizo eterno. Mirábamos el paisaje de Madrid, el ambiente habitual previo al Covid, con su centro colapsado de transeúntes y taxis, de guiris y despedidas de solteros/as, de jóvenes que quieren quemar la noche y de no tan jóvenes que quieren recuperar los viejos laureles. Íbamos agarrados de la mano y yo, la verdad, estaba deseando llegar a casa. Una vez que traspasamos la puerta, me lancé a por Estela.

-Quieto, fiera. ¿No quieres esperar hasta mañana?.

-No joder, quiero follarte, quiero que me cuentes, quiero...

  • Vale, vale. Pero el meneo de antes me ha dejado satisfecha y cansada, así que tendrás que moverte tú.

-Sí, tranquila, yo me encargo.

Así que allí estaba yo, quitándole la ropa, el mismo pantalón que el tipo le había quitado antes y obedeciendo a lo que Estela me pedía.

-Anda cariño, dame un poco de placer con tu lengua.

  • ¿ Habéis utilizado condón?

-Sí, tranquilo. Lame. Y allí bajaba yo, a sumergirme en el coñito de mi mujer que tenía el olor y el sabor de sus efluvios y de la goma del preservativo. A los pocos minutos, ella me pidió que parara para que la follara. Así que nos pusimos en la postura del misionero y ella me preguntó:

-¿ Te gusta que tu mujercita se porte como una zorra delante de tus narices?

  • Dios, sí, mucho.

-¿Te gusta ver cómo me follan desconocidos?.

-Sí, muchísimo, me excita muchísimo, me corro, me corro... ahh.

-Eso es, muy bien, cornudito, venga a dormir. Me encanta esto. Disfrutar de otros hombres y de ti y no tener que esconderme ni que mentir. Es perfecto.

En menos de cinco minutos, Estela estaba dormida. Sin embargo a mí me costaba dormirme. La excitación, el morbo, la aceleración del polvo.

A la mañana siguiente, cuando me desperté, Estela seguía dormida y parecía que profundamente. Los primeros rayos de sol se filtraban por las persianas y aún era temprano. Me levanté al baño y al volver, sonó un mensaje. Se iluminó unos segundo la pantalla y pude leer el mensaje de un Juan que le decía a Estela que sólo iría a la cena de empresa si iba ella.

Yo no sabía quién coño era ese Juan.

Luego lo supe. Pero eso ya os lo cuento otro día.