En el barco pirata del parque acuático

Continuación de Marta en el parque acuático.

En ese mismo momento, pero en otro lugar, Miriam iba caminando sola en busca de diversión y de aventuras. Llevaba un mes sin mojar, así que tenía más ganas de marcha que Mandingo cuando salió de prisión, y más picores por abajo que un manco con lombrices. Pasó junto el barco pirata y le entró curiosidad por ver qué había dentro. Nunca había entrado y siempre le habían llamado la atención los barcos. Incluso de pequeña le quitaba el barco de Playmobil al hermano para llevárselo a la bañera. Se metió en la piscina que lo contenía, subió por una rampita, atravesó un camino de redes, y llegó a la cabina de mandos del barco. Allí había una chica agazapada, era Débora.

—Débora, ¿qué haces aquí?

—Ay, ¡hola, Miriam! Nada, que querían echarme del parque porque me han pillado besándome con un socorrista… y me he escondido.

—¿Besándote? ¿Por besar a un socorrista quieren echarte?

—Bueno, besándole por abajo.

Miriam se cruzó de brazos y miró con cara de "ya me lo imaginaba".

—Sí, y encima tenía un nombre feísimo.

—¿Cómo se llamaba?

—Habichuelo o algo así. Pero no se lo digas a la Cristi que lo mete en un relato y me muero.

Miriam escuchó un griterío y se asomó fuera, luego volvió a entrar.

—Lo tuyo no tiene remedio. ¿Vas a quedarte aquí todo el día?, tendrás que salir.

—Sí, cuando dejen de buscarme.

—¿Cómo sabes que te siguen buscando?

—Porque lo veo por la escotilla esa.

Miriam se asomó a la escotilla, pegó un saltito y no vio nada. Lo volvió a intentar pero esta vez metió los brazos primero, y luego saltó dentro dejando medio cuerpo dentro. Su cabeza quedó por fuera del barco y se quedó unos segundos mirando a la gente con fascinación. Pero al intentar retroceder no podía poner los brazos derechos.

—Débora, creo que me he quedado encajada.

—¿Qué dices?

—Que sí, que me he quedado encajada. Ve a buscar ayuda.

Débora se fue corriendo en busca de Cristi que era la que lo resolvía todo. Por allí pasaba Marta con su camiseta mojada. Débora la llamó con la mano.

—Tía, no te lo vas a creer, Miriam se ha quedado encerrada en un hueco del barco.

—Jajajaja ¡Será mema! Jajajaja.

Débora y Marta llegaron junto a Miriam y empezaron a reírse de ella.

—¿Quieres que te traigamos una Fantita?

—Dejarse de coñas y buscad a alguien que me ayude.

—Oye, a mí no te me pongas borde, fulana.

¡Plaaaaaaf! (Un cachete se estampó en el culo de Miriam.)

—Perraaaa, ¡ni se ye ocurra volver a darme!

—¡¡Calla, guarra!!

PlAAAAAAAAAAAAF

—¡¡Ayyyyyyyyyy, deja de pegarme!! ¡¡Sácame de aquííí!

Marta pidió a Débora que se pusiera en la esquina del habitáculo y vigilase por si venía alguien. A continuación se acercó a Miriam y le bajó el tanga, dejando su vagina al descubierto.

—¿Qué haces, guarra? ¡Pon eso en su sitio!

Marta ni que decir tiene que ignoraba por completo las órdenes de Miriam. Le besó entre los glúteos y acarició con su lengua por la superficie externa de su sexo. Eso consiguió apaciguar a la asustada Miriam y le hizo cerrar los ojos. Deseaba tanto salir de allí, como que la lengua de Marta continuase masajeándola. Marta se deleitaba relamiendo su raja, y ésta se ponía cada vez más coloradita e hinchada.

—¡Niñas, que me están mirando unos guiris!

Efectivamente. Unos ingleses altos y más blancos que una leche amarga la miraban asombrados. Contemplaban los caretos raros de la joven morena asomada en el barco vikingo. Marta no paraba de atosigarla recorriéndola con la lengua. Los fluidos de Miriam se mezclaban con la saliva y su conejito pelón pedía más guerra. Miriam hacía lo imposible por disfrutar sin que nadie lo notara, pero la naturaleza no le otorgó el don de disimular su gusto vaginal. Marta le separó los labios con los dedos y volvió a meter la lengua calentita en su interior. Miriam apretó los dientes, los labios, las piernas, hasta los parpados apretó, pero no podía aguantarse.

—Mmmmmmggggggggggggggggggggggggg

Un lametón lento que se arrastraba del clítoris al ano le hizo abrir la boca de placer.

—Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhh

Marta literalmente le estaba comiendo el culo mientras la follaba con el dedo corazón. Miriam optó por echar la cara a un lado. Ya que la iban a ver haciendo la idiota, por lo menos que fuera sólo medio idiota. Apoyó el pomulo derecho y gimió prufundamente.

—Mmmmmmmmmmmmmmnnnnnnnnnnnngggggggggggggg

¡Para! ¡Para que me están mirando! ¡¡¡¡Para!!!!

Eso sólo hizo provocarla más. Marta estaba disfrutando más de su juguete que un futbolista en su Ferrari nuevo.

—¡Ven, Débora, corre! ¡Métele los dedos! Yo me encargo del clítoris. Vamos a hacer que esta cerda se corra en la cara de los guiris.

Así lo hicieron. Los tres dedos de Débora entraban y salían de su empapada vagina y los dos dedos de Marta le frotaban el clítoris con insistencia.

—¡Sois unas perraaaaaaas! ¡Aaaaaaaaaaaggggggg!

Siguieron dándole fuerte a la rajita. Estaba a punto de irse. Al minuto, Miriam inevitablemente tuvo un fortísimo orgasmo. Tuvo hasta que morder el plástico de la ventanilla.

—GggggggggggggggggNnnnnnnnnnnnnaaaaaaaaaaaaaaaah

A pesar de su esfuerzo, cuatro viejetes vieron su orgasmo en vivo y en directo. Uno de ellos la señalaba con el dedo y ella se dio perfecta cuenta, pero le dio igual, no podía hacerle nada. Seguro que los viejos no podían ni imaginarse el motivo de que la chiquilla estuviera haciendo esas muecas tan extrañas, y mordiendo la ventana del barco.

Marta le subió el tanga y le limpió todo el líquido con él. Con tanto flujo y tanta saliva dejó el tanga completamente empapado.

—¡Eres una meona! ¡¡Meona!!!

Terminó de correrse, respiró un par de veces quitándose la tensión de encima... y pretendió que la empezaran a tomar en serio.

—Venga, ya está. Se acabó la broma. Sacadme de aquí.

—Oye, Miriam, a la de tres vamos a tirar de ti.

—¿Queeeee? ¡Noooooo! ¡Noooo! ¡Vaselina líquida! ¡Buscad vaselina!

—¿Qué dices de vaselina? Uno, dos y treeeeeeees.

—¡¡¡Perraaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas!!!

Los codos de Miriam impidieron la hazaña.

—¡¡Pedazo de guarras, os voy a matar, me vais a dejar sin cuello!!

—¡Otra vez! Unaaa, dooos y … fiiiiiiuuuuuuuuuu

—¡PLAAAAF!

Miriam cayó de espaldas despatarrándose por el suelo. Débora y Marta estaban partiéndose la caja de risa.

—Qué cerdas, me habéis dejado el tanga como una charca y el cuello me duele tela. ¡Aaaaaaaaaaaaaaa!

—Encima que te hemos limpiado la rajita y te hemos sacado del boquete...

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