En el bar

A veces la gente forma una cortina a través de la cual nadie ve lo que otros estan haciendo.

EN UN BAR

Mi marido o no se da cuenta o no quiere darse cuenta, pero la verdad, ahora que me he puesto a recordar las pequeñas cosas que me han sucedido, descubro en mi un componente muy exhibicionista, que desconocía, y también que el hombre que tanto me descuida tiene ya más cuernos que el padre Bamby, quizá, ¿Quién sabe? si los mismos que yo.

Fue este verano en un local de copas. Habíamos ido a tomar yo creo que la tercera o la cuarta porque me notaba bastante puesta y con ganitas de marcha. Como estaba lleno de gente nos colocamos justo en la puerta, pero con la suerte de que al entrar una pareja dejaba libre un banquito alto, aproveché para sentarme mientras él iba a pedir dos cubatas.

Yo me había puesto una faldita vaquera blanca, preciosa la verdad, que hacía resaltar más el moreno de mis piernas. Está mal que insista, pero tengo unas bonitas piernas. Debajo unas braguitas, también blancas, casi transparentes, no aguanto el tanga, aunque a veces me lo ponga, sobretodo cuando sé que me lo voy a quitar pronto.

Como siempre pasa entre el tumulto observé que alguien me miraba. Era un chico guapo, tostado por el sol, no demasiado alto, pero yo tampoco, mido sólo 1´62, que me miraba con insistencia. A mi, que siempre me ha gustado que me miren, como a todas, creo, me empezaron a entrar cosquillas en el estómago, porque él no estaba nada mal.

Miró descaradamente hacia mis tetas, bueno he dicho descaradamente y no fue así, las miró para que nadie más que yo supiera que las miraba, y siguió con todo mi cuerpo, fijándose especialmente en mis piernas y, claro, en mi entrepierna. No sé porqué, pero abrí un poquito mis piernas para facilitarle la labor. Sabía que estaba viendo mis bragas y quizá la sombra de mi vello. También sabía que se estaba poniendo nervioso.

Cuando volvió mi marido, se giró hacia la barra, pero yo sabía que el juego no había terminado. Nos pusimos a hablar y noté que de nuevo se volvía hacia mi. Le miré. Nos miramos. Fui al servicio y cuando volví mis braguitas estaban en mi bolso. Me volví a sentar. El había pedido otra copa. No estaba dispuesto a soltar su presa, pensé. Se volvió hacia mi, me volvió a mirar, y, mientras yo hablaba con mi marido, sentí que sus ojos atravesaban mi sexo, que había descubierto el juego.

Con disimulo se acercó a nosotros. El bar se había seguido llenando. En un descuido se acercó a mi. Mi rodilla rozó con su sexo, parecía no llevar slips, lo sentí claramente, medio duro, grande. Parecía hablar con alguien, descuidadamente me seguía rozando y su polla cada vez crecía más, cada vez estaba más dura. Yo pensé que mi marido se iba a dar cuenta. Puse mi mano sobre mi rodilla y dejé que rozara su sexo por mis nudillos.

En cada roce sentía una descarga en mi vagina.

-Voy a por otra copa, dijo mi marido.

-¿Otra?, le dije.

No me contestó y salió hacia la barra.

El chico me miró. En sus ojos veía deseo, en los míos se vería lo mismo. El sabía que tenía poco tiempo. Puso su mano sobre mi muslo y la dejó deslizar hacia mi sexo. Estaba empapada. Pasó su dedo dos o tres veces por mi rajita. Yo cogí disimuladamente su polla, dura como una piedra. Estábamos temblando. Metió su dedo en mi coño. Una vez, otra.

Sinceramente no sé si tuve un orgasmo pero sentí un espasmo tremendo. Casi me desmayo.

Cuando mi marido se acercaba el se alejó, despacio, hacia la barra.