En el bar de la 53. Parte 4

Dicho eso, mi corazón empezó a latir a mil… lo que dicen que la vida te pasa por los ojos segundos antes de morir, no es cierto. Por lo menos no me pasó a mí...

Agradezco cada comentario y valoración recibidos sobre este relato. Espero que la cuarta entrega sea igualmente de su agrado. Veamos lo que sucedió días atrás al atentado dónde un periodista del periódico El Globo falleció. Descubramos de quién se trata, ¿Silvia?


Llevábamos algunos días apostados en las afueras de Sierra Manzano, el lugar del conflicto paramilitar que ya cobraba cientos de víctimas. Era común que filas de cuerpos se encontraran en las calles vecinas y en las profundidades de la selva. Lo que algún día inició como una protesta de los lugareños por la recuperación de tierras explotadas con fines comerciales, se transformó con el tiempo en una sangrienta lid entre el bando de Agustín Pérez Junco y la milicia dirigida por el General José Martín Prado.

Era verano y el calor sofocante de aquel sitio, por momentos evocaba más a un clima desértico con las variaciones típicas de la sierra y de la selva. Las noches frías, las noches con humedad y otras calurosas, todo dependía del sitio en el que estuviéramos.

Cerca de las 7 pm del cuarto día, las autoridades dispusieron que los miembros de los medios de comunicación trasladáramos nuestra sede a Jerez, unos 20 kilómetros al suroeste de Sierra Manzano. El cambio se debió a motivos de seguridad y bajo presión de la ONU debido a los constantes ataques de fuego aliado como enemigo en Zunta, la población en la que los periodistas nos ubicábamos. A las 10 de la noche llegamos al pueblo. El sistema de comunicaciones precario nos daba nula señal en ocasiones y debíamos recurrir a la banda ancha para las transmisiones. Como en los viejos tiempos, la equipación radial era una de las fuertes herramientas que utilizamos. A pesar de que en un momento se consideró que las radiocomunicaciones desaparecerían desplazadas por las nuevas tecnologías, era hoy por hoy, lo que nos permitía ejercer nuestra labor periodística.

Ahí nos encontrábamos Miguelo quien era el fotógrafo, Esteban el técnico y yo. Pasados unos 40 minutos de estar en Jerez dispusimos reconocer nuestro nuevo terreno. Fue allí donde nos encontramos con otros colegas, entre ellos Aimee. Era la corresponsal del periódico francés Le Monde. Una imponente y serena mujer de tez clara. Con estatura media para ser francesa. Con labios rosas así como sus mejillas al calor y al frío. De facciones atractivamente femeninas. Su acento dulce en ocasiones distaba de la fortaleza de carácter y seguridad que reflejaba. Su cabello, negro como la oscura noche justo antes del amanecer.

Alguna vez coincidimos en algún sitio, en alguno que ya no recordaba. Pero su presencia era tal, que difícilmente se olvida. Estaba ella y nadie más. La vi sonreír mientras platicaba con sus colegas en un francés tan francés, que mi español no entendía. La miré unos minutos, estudiando sus movimientos y tratando de descifrar por qué me atraía tanto. La brisa trajo a mí, la esencia almizclada de Jimena. Sacudí mi cabeza de golpe, ¿por qué la recordaba? Y entonces vinieron a mi esos recuerdos cuando la tuve en mis brazos, el sabor de sus besos y sus movimientos acompasados cuando la sentí tan mía, cuando fui tan de ella.

-       ¿De qué se reirán tanto los franceses? ¿Les causará gracia que ellos heredaron a la humanidad los derechos humanos y los latinoamericanos aún vivimos estancados en los conflictos sociales? – Miguelo habló con cierta tristeza en su voz. Era un humanista a ultranza y defensor de las causas perdidas. A través de la fotografía reflejaba la decadencia humana y en sus tiempos libres, la belleza de lo incierto y de lo olvidado –

-       A lo mejor se ríen de nuestros equipos de avanzada, más adelantados que la tecnología misma – replicó Esteban tan sarcástico mientras intentaba armar un nuevo transmisor aéreo –

Caminé hacia ellos, hacia ella específicamente. Vacilé mi mirada dirigiéndola de un lado a otro como si fuera a contarles un secreto. Les sonreí y ellos se veían unos a otros.

-       Vaya que Aimee es alta.- me dije mientras me sonreía – ya se de donde te conozco – le dije esperando una respuesta de su parte.

Uno de sus colegas se dirigió a ella y le dijo algo en francés. Ella me miró de nuevo pero aún atenta a lo que su compañero le decía.

-      Désolé, que je me souviens pas. – admito que lo que haya dicho sonó hermoso –

-      Dice que no te recuerda. – vaya comentario para arruinarme el momento –

-      Pues dile que yo sí la recuerdo. – le pedí a quien me había traducido lo que dijo con anterioridad y regresé al improvisado chalet en el que nos quedábamos con los de El Globo. –

-      Lo que les hayas dicho les ha hecho reír más.

-      Sólo fui a saludarles – le respondí al entrometido de Esteban –

-      ¿Compartían fuentes?

-      Aún no Miguelo.

La recordaba del simposio periodístico en el que participamos un par de años atrás en Nueva York. Justamente se habló sobre corresponsalía en conflictos armados. De ahí y por supuesto que de los feeds a los que estaba suscrita con sus notas en Le Monde. Siempre me había causado admiración. Era una mujer que sin miramientos destapaba cajas de pandora con una destreza casi cínica para promover la opinión pública y la condena a la corrupción.

Pasada la medianoche recibimos la información de una fuente, al parecer el conflicto recrudecía selva adentro y 3 periodistas, un inglés y dos argentinos, habían sido ejecutados debido a la presencia militar que se mantuvo aun cuando había sido una de las condiciones de los paramilitares para dejar en libertad a los colegas.

-       Bienvenidos a la realidad – Dijo Miguelo sentándose sobre la tierra y tomando su cabeza con las manos. – esto no va a ninguna parte, no hay nadie intentando hacer efectivas negociaciones. Hemos venido a reportar nuestra propia muerte.

-       Deja el negativismo – repliqué segura aunque por dentro el miedo me calaba hasta lo profundo de los tuétanos –

En los próximos minutos logramos enviar con éxito la nota acerca de las ejecuciones. Después de eso, lo que parecía sería una noche tranquila, se transformó en un caos.

Como cada noche, uno de nosotros se quedaba despierto haciendo una especie de guardia con la que nos sentíamos más seguros, por lo menos de reaccionar con tiempo para la noticia… o para huir.

La guardia de esa noche le correspondía a Esteban quien poco después de las 4 am nos despertó de golpe.

-       Vámonos, vámonos!

-       ¿qué pasa? – el ruido afuera de todos abandonando el lugar nos terminó de despertar. Tomamos lo que pudimos. Equipo, transmisores, cámaras, computadoras y demás. Dejamos nuestras pertenencias pues no quedaba tiempo ni espacio para ellas. Lo primero eran nuestras herramientas de comunicación.

Corrimos guiados por unos nativos del lugar. A escasos minutos de haber abandonado nuestro aparente refugio, escuchamos algunos aviones, ráfagas ensordecedoras impactando con lo que fuera. Explosiones y balas. A cierta distancia veíamos arder el sitio que horas antes se nos había designado como seguro para nuestra labor.

Fue en ese momento cuando la vena periodística se pondría a prueba. A una distancia prudencial tomamos cámaras y empezamos la cobertura de nuestras vidas. La noticia del ataque al campamento de periodistas.

-       ¿qué haces???? Sigue avanzando! – escuché una voz que me tomó por las ropas y me haló selva adentro. No podía ver quien era, pero luego agradecería que interviniera y me salvara la vida. De haber seguido la ruta que llevaba me habría encontrado justo en medio de fuego cruzado. –

A Miguelo y a Esteban los había perdido de vista unos metros atrás. Cuando trataba de ver atrás tropecé en unas ramas. De nuevo, la persona que me había sacado antes del peligro me levantaba.

-       Apresúrate! Levántate! – las ráfagas destellantes en cielo y tierra alumbraron por unos segundos nuestra ubicación. - ¿Aimee??? ¿eres tú? – pregunté mientras me ponía de pie y emprendía de nuevo a correr tras ella.

Corrimos mucho o poco, no lo recuerdo. Pero sí recuerdo que mientras más avanzábamos, el ataque no retrocedía, parecían estarnos cazando. Al fin nos detuvimos en una especie de gruta rocosa. Mi respiración se agitaba por el esfuerzo, por el escapar y con cada detonación que se escuchaba. Había gritos y balas, gritos y explosiones.

-       Los militares nos vendieron. - Escuché de Aimee. La miré jadeando con violencia. Ningún ejercicio físico nos había preparado para correr por nuestra vida. –

-       ¿Hablas español? – pregunté viendo a lo que creía era su silueta, pues en la oscuridad no se veía nada –

-       ¿esa es la pregunta más inteligente que tienes? ¿qué clase de periodista eres? Te he dicho que los militares nos vendieron, nos emboscaron y son ellos mismos los que nos atacan para culpar a los insurgentes.

Me sentí intimidada por ella en ese momento.

-       Mis compañeros! - Exclamé –

-       Ellos están bien, avanzaron con el grupo de los aldeanos.

-       Deben estar preocupados por mi entonces.

-       Saben que regresé por ti.

-       ¿por qué no vinieron ellos?

-       Júrame que eres periodista. – dijo con un tono de no podérselo creer – ¿qué hacías antes? ¿hacías las notas rosas de los espectáculos? – ahora su tono sarcástico me estaba haciendo sentir peor –

-       No - repliqué – me dedicaba a…

-       No me interesa. Guarda silencio. Las tertulias en estos casos son suicidas.

Los impactos seguían, partes de aquella selva ardiendo. La adrenalina era vida en ese instante. Pero al sentir que ella abandonaba mi cuerpo, sentí dolor en mi cuerpo. Toqué mis ropas y las sentí humedecidas, mi frente estaba igual. En mi abdomen sentía un dolor punzante. Fue entonces que entré en pánico.

-       Por Dios! Estoy herida! Me dieron Aimee, voy a morirme aquí… me voy a morir! – mi terror me hacía levantar la voz y como pude me puse en pie, quería salir corriendo de ahí.

Aimee salió tras de mí, tomándome por un brazo y tumbándome en el suelo de un tirón. Yo seguía exclamando mi pánico. Tirada sobre hojas, lodo y tierra seca, ella me golpeó con todas sus fuerzas, me golpéo con el revés de su mano. No sé como pudo atinarle a mi rostro, pero lo hizo en un par de ocasiones. Hasta para golpear esta mujer tenía clase.

Me logró callar de esa manera y me arrastró de nuevo dónde estábamos antes de mi ataque.

-       Mantente callada por favor – dijo casi suplicando –

Pero los ruidos intensos me enervaban, el miedo me estaba consumiendo y si estaba herida no quería morir de esa manera. Empecé a agitarme de nuevo. A volverme loca de ansiedad. Cuando quise ponerme en pie de nuevo, Aimee volvió a tumbarme al piso.

-       Estás loca mujer! ¿Quieres saber si estás herida o no? – me dijo – pues vamos a comprobarlo! – empezó a arrancarme las ropas con violencia, con enojo.

Se sentó sobre mí apretujando mis piernas con las suyas. Una sola mano le bastó para inmovilizar las dos mías. Con la otra me arrancaba lo que podía de  mis prendas.

-      Ne sont pas blessés… No estás herida!!!

Una nueva explosión dio la luz suficiente para ver su rostro fijo en mí. Ella me veía con enojo. De nuevo la oscuridad. Una luz más y la vi, pero esta vez se estrelló su boca con violencia contra mis labios lastimándolos un poco. Me besó con tal pasión sin soltar mi cuerpo, su mano libre inmediatamente se metió entre mis pantalones rotos y sucios. Por debajo de mis bragas encontró camino hacia mi sexo que respondió a su acción con excitación inmediata. Sin preámbulo, sin romance. Simplemente me tomó entre balas y ataques, me tomó sobre la tierra que yacía bajo las rocas de aquella gruta. Sus besos intensos y su lengua enrollándose pasionalmente con la mía, sólo me quedó más que ceder a ella y a su voluntad. Jamás soltó mis manos y si lo hubiera hecho, no la hubiera detenido. Con cada sonido ensordecedor de las explosiones y con lo que ella hacía en mi sexo, la adrenalina corría alborotada por mi cuerpo, era un choque de emociones y sensaciones. Un increíble orgasmo estaba buscando salir de mi cuerpo. Enmudecí buscando el aire que me faltaba para venirme. De súbito, ella lo intuyó o lo sintió y tapó mi boca para ahogar mi grito. Se acercó a mi oído…

-       Calla, guarda silencio y no te muevas – dijo en susurro, que más que ponerme alerta, me excitó más al sentir el calor de su aliento y su voz entrando en mi cabeza. –

En pleno trance, escuchamos unos pasos de un grupo que se aproximaba a pasos largos, abriéndose paso entre las ramas y corriendo. Aimee estaba sobre mi cuerpo, sentía su palpitar chocando con mi piel a medio vestir. De pronto los pasos fueron más lentos cuando uno de ellos les pidió guardar silencio.

Aimee en un tono de voz casi imperceptible me pidió que nos hiciéramos las muertas. Que por nada del mundo hiciera lo contrario.

Los pasos se acercaban a nosotras… a la derecha, a la izquierda. Escuché el sonido de unas escopetas cargándose…

De pronto, sobre las rocas escuché a uno de ellos gritar…

-       Aquí hay dos! – los pasos que antes eran lentos ahora eran acelerados. ¿Cuántos venían? Una docena, unos veinte…

-       Mi Dios – me dije a mis adentros – esto es todo.

-       A ver, quítate! – dijo una voz masculina muy grave y profunda. Sentí el cuerpo de Aimee moviéndose sobre mí justo después de un golpe. El tipo le había dado un puntapié en su pierna.

Había sido un miserable por semejante acción, la había golpeado y mi impulso había sido el de ponerme en pie y evitar que le volviera a pegar, pero recordé las palabras de Aimee cuando me pidió que no hiciera ni un movimiento.

-       Pues creo que están muertas, hay mucha sangre aquí. – volvió a decir el hombre que la había golpeado – pero para evitar sorpresas y que regresen desde el mundo de los muertos, hay que ponerles una balita a cada una. Adelántense ustedes y busquen a más de estos. El premio mío de esta noche es asegurarme que estas dos bellezas estén bien muertecitas.

Dicho eso, mi corazón empezó a latir a mil… lo que dicen que la vida te pasa por los ojos segundos antes de morir, no es cierto. Por lo menos no me pasó a mí, el pánico no me dejaba pensar en más… quería rogar por mi vida, eso era lo único que quería. Pero el mismo terror que sentí no me lo permitió. Gritaba piedad muy dentro, gritaba en mi cabeza, pero mi voz no salió nunca.

El ruido de un arma seguida de dos detonaciones, fue lo último que escuché. No sentí dolor, no sentí más y no escuché más que el sonido ensordecedor de una de esas balas impactándome.