En el bar de la 53. Cap. 5

- ¿Qué pasa Jimena? - Silvia… es Silvia… ¿qué no ves? Reportan un periodista de El Globo, fallecido. Rebe, si es Silvia me muero.

EN EL BAR DE LA 53. CAP 5

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Dicho eso, mi corazón empezó a latir a mil… lo que dicen que la vida te pasa por los ojos segundos antes de morir, no es cierto. Por lo menos no a mí, el pánico no me dejaba pensar en más… quería rogar por mi vida, eso era lo único que quería. Pero el mismo terror que sentí no me lo permitió. Gritaba piedad muy dentro, gritaba en mi cabeza, pero mi voz no salió nunca.

El ruido de un arma seguida de dos detonaciones, fue lo último que escuché. No sentí dolor, no sentí más y no escuché más que el sonido ensordecedor de una de esas balas impactándome.


El sonido de las balas había cambiado de momento por el correr del agua en algo parecido a un riachuelo. No miento, algunos pájaros trinaban cerca y lejos. Esta no era la visión que tenía del cielo. Es más, nunca lo imaginé, siempre me vi ocupando la suite principal en el infierno.

-      ¿Qué le pasa?

-      Es primeriza, no la molestes. Deja que termine de despertar y que se adapte.

¿Adaptarme?  ¿A qué? A lo mejor a una especie de jet lag al viajar de la vida a la muerte. Escuchaba esas voces sin poderlas diferenciar. Logré abrir mis ojos poco a poco y según me lo permitía una luz que me obligaba a cerrarlos de nuevo.

Al final vi una silueta, parecía la de una mujer esbelta. La veía inmensamente alta. La luz enceguecedora le impactaba su espalda y eso impedía que lograra verle el rostro. Los ángeles en el cielo tienen buenas curvas.

-      Silvia… despierta… - Qué voz más angelical… de qué otra forma sería, si era un ángel – Anda, abre tus ojos…

-      A la fuerza tendrá que despertar.

-      Que la dejes. Ya lo hará ella.

Escuché a esa voz acercándose a mí. Mis ojos se abrieron lentamente sin volverse a  cerrar.

-      ¿Eres un ángel? – pregunté

-      ¿Un ángel? Bah! Sigues con tus preguntas idiotas. En serio te digo, me sorprende que seas periodista.

-      ¿Aimeé?

-      ¿Quién más tarada? Anda, despierta de una buena vez.

Me incorporé sentándome. Giré mi vista inspeccionando el sitio en el que me encontraba. Yacía en el suelo de tierra dentro de lo que parecía una cabaña abandonada. Las ventanas estaban cubiertas con algunas tablas de madera agujeradas por las que se colaban algunos rayos de luz. Había una mesa a un extremo, un trozo de lo que alguna vez fue una silla. Latas de comida tiradas, algunas piezas de tela rasgada simulaban una improvisada cobija sobre mi cuerpo… semi desnudo. Mi ropa estaba desgarrada, entonces recordé lo que había sucedido con Aimeé mientras  huíamos de los ataques.

Esta mujer me había hecho suya en medio de balas y bombardeos… sabía que una de sus cualidades era la de ser inolvidable, pero definitivamente con eso me lo comprobó.

Giré mi vista al otro extremo de la habitación y vi recostado en una viga a un hombre alto, fornido. Su vestimenta era militar. Entonces habló.

-      Te encargas tú ahora. No puedo hacer más. Debo regresar para evitar sospechas.

Esa voz. Era la del hombre que nos había disparado en la selva. Al pensar esto, empecé como desesperada a tocar mi cuerpo, mi cabeza… queriendo encontrar la bala que había sentido penetrarme.

-      Lo que te espera Aimeé… espero que esta no sea carga para ti. – dijo el hombre riendo mientras abandonaba la cabaña.-

-      Ya cálmate Silvia. ¿qué haces? – preguntó Aimeé mientras me sostenía por los brazos. – compórtate quieres, no me hagas arrepentirme de haber regresado por ti.

-      Es que… ese hombre nos disparó. Yo sentí la bala en mi cuerpo Aimeé. ¿Tú estás bien? ¿qué hacía él aquí?

-      Vaya! Por fin preguntas semi inteligentes. No nos disparó. Por lo menos no a nuestros cuerpos. Él es una de mis fuentes, me avisó de la emboscada y gracias a eso estamos vivas. Ahora debemos buscar la manera de regresar. El ejército de Martín Prado planea invadir los campos de los insurgentes y liberar a los soldados. Y no creo que eso sea buenas noticias para los lugareños. Apuesto mi carrera a que matará inocentes para culpar a los rebeldes.

Esa cabaña se encontraba selva adentro en un sitio aun no descubierto ni por militares ni por lo de la contra. Por el momento estábamos seguras en ese lugar, pero no dejaba de sentirme nerviosa. Era la oportunidad de mi vida para escalar en mi profesión. El material perfecto para un libro, pero resulta que como protagonista, me mostraba débil y temerosa. Tanto tiempo preparándome para esto, pero jamás imaginé que la vida de corresponsalía de guerra fuera tan intensa y terrible. Pensaba en mis compañeros y deseaba que estuvieran bien. Mi mente regresaba una a una, las imágenes de las personas siendo asesinadas por unos y otros. Nadie en el mundo debería de vivir semejantes atrocidades. En definitiva, la violencia genera odio y el odio muerte.

Fui hasta el riachuelo, debía refrescarme. Sus aguas corrían veloces. Las corrientes se detenían por momentos en algunas rocas que pausaban su paso. Los rayos de sol hacían el amor con las aguas, ajenas a lo que sucedía en la sierra. El sonido de ellas me calmaba. De pronto escuchaba ruidos que mi mente confundía con pasos, mi corazón se sobresaltaba. Mi respiración agitada me traicionaba. La psicosis era tremenda.

-      Deja el nervio. O lo superas o lo superas. Así no se ganan pulitzers.

-      Un Pulitzer Aimeé, es en lo último en lo que pienso en este momento. El único premio que quiero es salir de aquí con vida.

-      Bueno… ¿sólo ese premio? Y yo que pensaba premiarte con otra cosa. – dicho eso, Aimeé se despojó de sus prendas y caminó sensualmente hasta la orilla del riachuelo.

El agua fue acariciando los dedos de sus pies hasta besar sus pantorrillas. Luego su cuerpo curvilíneo y desnudo se lanzó por completo al río. Mis ojos se abrieron y supongo que mi boca lo hizo también. Lo que no había visto de ella por la ingrata luna en la noche, me lo regalaba el astro sol este día. Salió unos metros más adentro. Las gotas de agua se acomodaban a cada parte de su cuerpo.

-      ¿Vienes por tu premio o te esperas al pulitzer?

Quité mis ropas con premura y cierta torpeza ante la sonrisa coqueta y juguetona de Aimeé. La verdad me volvía torpe en su presencia. Asumo que su belleza me cohibía de tal manera que mis dotes de seductora pasaban a un ridículo segundo plano ante su sensual arte de seducción.

Entré al río y fui hasta ella. Jugaba con las aguas y luego se acercó a mí. Fue directo a mi boca. Tomó prisioneros mis labios entre los suyos. Nuestros cuerpos bañados y sus labios tibios hacían la mezcla perfecta. En cada beso ella gemía pegándose más y más a mí. Sus senos acariciaban los míos. Eran ligeramente pequeños y respingados. Su aureola igualmente pequeña, dejaba ver rastros de un tono rosado vistiendo sus pezones erectos.

Acariciaba su espalda y ella acariciaba mi cuello y cabeza. El agua nos llegaba un poco arriba de los senos, se colgó de mí. Entrelazó sus piernas por mi cadera reposando su sexo en la base de mi abdomen. Podía sentir la forma y textura de su sexo… sus labios menores más grandes que los mayores. Se movía rozándose en mi piel y gemía más… cada vez más. Apreté sus glúteos separándolos en cada caricia. Bajó su cuerpo y sin dejar de besarme llevó una de mis manos a su intimidad. Esa sola sensación me había puesto a mil. La tocaba reconociéndola y así comenzó a jadear. Primero lento, luego más rápido y profundo. Encontré su clítoris palpitando y ligeramente hinchado. Lo acaricié con mi dedo medio haciendo un movimiento de arriba abajo en forma lenta y ejerciendo presión en su piel hasta la entrada de su vagina.

La corriente del agua chocando contra nuestros cuerpos nos daba una sensación deliciosa. Acaricié entonces sus senos con mi boca. Chupé primero uno de sus pezones, lo tocaba con la punta de mi lengua y luego lo metía completo en mi boca para chuparlo. Lo succionaba lentamente y con la fuerza necesaria para que abriera su boca conteniendo un grito.

Introduje mi dedo medio en su vagina muy despacio mientras mi pulgar continuaba masajeando su clítoris. Lo metía y sacaba de ella acelerando la velocidad cada vez más. La puse de espaldas a mí. Su cola redondeada se pegó a mi pelvis. Continué con mi trabajo en su sur, mi boca secaba su cuello, mi lengua se paseaba por su nuca y por su oreja. La estaba haciendo mía y me encantaba. Escucharla excitada me prendía más. Sentir como pegaba su trasero a mí y la forma en que se movía con mis dedos dentro, era sumamente delicioso. Sus manos halaban mi cabello. Sus jadeos cada vez más intensos, sus gemidos ricos, denotaban su placer y eso me fascinaba. Llevé mi otra mano a su sexo para masajear su clítoris, lo hice con la velocidad que sus jadeos marcaban. De pronto un espasmo y un grito casi incontenible haciendo eco en las paredes de las montañas que nos rodeaban. La sentí contraerse y apretujando mis dedos dentro de su vagina caliente. Fue una delicia tenerla y sentirla así. Tan vulnerable y a mi merced en aquel momento de intimidad. Ella tenía el método ideal para quitarme el miedo y el nerviosismo. Hacía recorrer en mí su propia sangre solo con un beso, tan sólo con sentir su cuerpo pegado al mío.

Continuamos unas horas más en aquel sitio. Preparamos nuestro equipo y planeamos la ruta a seguir con un viejo mapa. Ninguna hablaba de lo sucedido. Aimeé se comportaba con normalidad absoluta. Ella tomaba las riendas de todo y eso incluía tener sexo cuando ella lo deseaba.

Según el plan y de acuerdo a los hechos luego del ataque, se suponía que todos nos hacían muertas. Mientras creían eso, Aimeé y yo nos dirigiríamos al campo de los insurgentes para obtener la primicia de la entrada de los militares. Todos pensarían que he muerto, mis colegas, mi familia, Rebeca e incluso… Jimena. Aún ocupaba un espacio de mi mente, cuando a lo mejor ella ni tan siquiera pensaba en mí.


-        ¿Qué pasa Jimena?

-        Silvia… es Silvia… ¿qué no ves? Reportan un periodista de El Globo, fallecido. Rebe, si es Silvia me muero.

Dije estas palabras sin pensar que se las decía a mi novia. Me percaté de ello cuando vi la expresión en su rostro. Lucía sorprendida.

-        Cálmate Jimena… aún no sabemos. Siéntate y cálmate por favor, me estás poniendo más nerviosa.

-        ¡Qué me calme! – tomé el teléfono y llame a mis contactos en El Globo. Había un hermetismo grande entre ellos. Lo único que pudieron decirme es que algunos insurgentes habían atacado el campamento de periodistas en un pueblo cercano a Sierra Manzano y que luego los militares intervinieron.

-        Ya sabremos algo Jime…

Notaba a Rebeca afectada. Sé que intentaba calmarme pero a ella le preocupaba también la situación, después de todo Silvia es su amiga más cercana. Casi su hermana.

Tomé mis cosas y decidí ir al periódico. No podía estar en casa esperando ver en primicia la muerte de Silvia. Quería respuestas y tendrían que dármelas.

Sé que he tardado con la continuación de los relatos. Mis disculpas por ello. No hay excusas, sólo espero que sea de su agrado. Saludos

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