En el banco
Delante de mí estaba un hombre joven de estatura regular, que mostraba muy buena espalda y un culito como los que me recetó el doctor: llenito, paradito y bien formado, como remate de una espalda bien puesta y unos brazos que se antojaban a simple vista.
EN EL BANCO
Mauricio Adalid Campos Navarrete
En una visita a un cajero automático, tuve algunos problemitas para poder retirar efectivo, por lo que acudí a una sucursal cercana de mi banco, que se localiza en un conocido centro comercial, para que me aclararan el motivo de la falla, que afectaba cumplir con mis compromisos.
Con el nuevo orden, derivado de las medidas restrictivas aplicadas en todos lados y a todo mundo, para evitar la propagación del maldito virus diabólico, al llegar me encontré con una regular fila de espera, ya que solamente estaban disponibles dos ejecutivos para atendernos, en lugar de los seis que acostumbraban estar disponibles.
Hice de tripas corazón y me dispuse a esperar pacientemente mi turno. Delante de mí estaba un hombre joven de estatura regular, que mostraba muy buena espalda y un culito como los que me recetó el doctor: llenito, paradito y bien formado, como remate de una espalda bien puesta y unos brazos que se antojaban a simple vista. Como todo ser civilizado, estaba ocupando su tiempo con el celular y usando unos audífonos, para no causar molestias con el sonido. Después de un rato de espera, tuve necesidad de desahogar mi vejiga, por lo que toqué el hombro del muchacho, para encargarle mi lugar mientras volvía. Volteó hacia mí, y…. ¡Oh! ¡¡Que guapo estaba!! Unos ojazos de pestañas bien desarrolladas y cejas bien posicionadas. Una nariz regular adornaba su rostro con una boca dotada de unos labios muy apetecibles. Le pedí reservar mi lugar mientras iba al sanitario, pues ya llevábamos un buen rato esperando y esas necesidades no puede uno omitirlas. Sonrío y me dijo:
- Vaya sin prisa. Aquí vamos para largo. Yo le cuido su lugar.
- Gracias, galán, le respondí, también sonriendo con gusto.
No demoré mucho, pues los baños estaban cerca. Regresé y para mi fortuna, había dejado de usar su celular. Le agradecí su apoyo y empezamos una ligera conversación, para sobrellevar la tediosa espera.
- Cómo tardan atendiendo a los clientes. ¡Algunos salen luego, pero otros se demoran más tiempo!, me comentó el guapo muchacho.
- No te desesperes. Es natural, dependiendo el asunto que tengan que tratar. Yo, por ejemplo, no creo tardar, porque solamente quiero que me aclaren por qué no me permitió retirar efectivo el cajero, a pesar de que sé que tengo saldo.
- Yo vengo a tramitar una tarjeta para que mi empresa deposite mi sueldo. Creo que es una para nómina.
- Eso es bueno, le respondí. Así no te arriesgas a que te asalten el día de pago. Ya vez que seguido pasa. Tenemos algunas colonias que se destacan por la inseguridad. ¿Dónde trabajas?
- Estudio y trabajo. Voy a la universidad por la tarde y en la mañana trabajo en el departamento de contabilidad de un hotel en la zona turística del puerto. ¿Y usted?
- Me dedico a la asesoría y consultoría de empresas pymes. Y extendiéndole mi mano, me presenté: Soy el profesor Mauricio Adalid. Vivo en un desarrollo condominal cercano y en mi casa tengo mi despacho.
Y seguí comentando, mientras mantenía estrechada su cálida y fuerte mano:
- Es un placer conocerte y más cuando compartimos actividades profesionales, mi estimado contador.
Sonriendo abundó en la conversación:
- Gracias. Me llamo Alberto Hernández y también vivo por este rumbo, en una unidad habitacional muy grande.
Deduje inmediatamente donde vivía y, si, efectivamente, estábamos muy cerca.
- Cuando gustes, te ofrezco la oportunidad de poner en práctica lo que estás aprendiendo en la universidad. En mi despacho llevamos contabilidad general y contabilidad de costos. Se aprende más en la vida diaria que la teoría que nos ofrecen en las aulas.
- Se lo agradezco y le aseguro que le tomo la palabra, me contestó sonriendo con gusto y, prácticamente con buena confianza. Donde trabajo me dedico más al manejo del almacén y no tengo mucha oportunidad de practicar la contabilidad.
Nuestra conversación quedó en suspenso, cuando simultáneamente nos llamaron para atendernos. Sonriendo se trasladó al cubículo que le indicaron y yo hice lo propio.
Me quedé gratamente impresionado por su timbre de voz y la respuesta ágil a nuestra conversación. Por cierto, son detalles que me cautivan en los hombres jóvenes: que sean profesionales o vayan en camino a lograrlo. Que tengan temas de conversación, y claro, que estén muy bien físicamente, como es este caso.
Como he manifestado en relatos anteriores, son un hombre maduro que rebaso las cuatro décadas. Casi le llego a las cinco. Soy bisexual y me siento muy atraído por los hombres jóvenes, con las características que les comenté líneas arriba. Tengo piel morena clara, pelo entrecano y muchos deseos de vivir.
Un rato después, coincidimos en la salida de los cubículos. Al verme sonrío y salimos al mismo tiempo del banco.
Oye, contador, tengo un poco de hambre y mucha sed. ¿Me aceptas una invitación? Vamos a comer algo, aquí al cercano Vins. ¿Te parece?
Claro, profe. Y platicamos un rato más cómodamente.
Me agradó su respuesta y en mi auto, nos trasladamos al conocido y popular restaurante. En el camino, que fue corto, comentamos cosas diversas, sin abundar en detalles.
Ya instalados, deje que solicitara a su gusto, y se conformó con un café capuchino. Lo imité para que no se sintiera fuera de lugar, y empezamos una ágil conversación, que concluyó cuando le reafirmé mi invitación para que practicara en mi despacho, lo que aceptó con gusto.
- ¿Cuándo quieres empezar?, le pregunté.
- La semana próxima. Voy a revisar mis horarios de clase para buscar espacio y no perder mis clases ni afectar mi trabajo.
Me pareció buena su respuesta. Le comenté como llegar a mi domicilio y vi que le costó trabajo comprender como llegar, sobre todo por la similitud de las construcciones y el predominio del color blanco de las viviendas.
- ¿Como andas de tiempo? Creo que podríamos hacer una visita relámpago para que conozcas la ruta y llegar fácilmente.
- Me parece mejor, profe.
Emocionado, lo llevé a mi oficina, detallando la ruta y las referencias para evitar complicaciones. Llegamos y le invité a pasar, sin encontrar resistencia de su parte.
Tengo el hábito de ser sumamente ordenado y limpio, tanto en mi persona como en mi casa y oficina.
- Está todo limpio y ordenado. ¿Vive con su familia?
- No. Vivo solo porque el destino me quitó a mi esposa, Y no fue por el bicho maldito. Un infarto fulminante me la arrebató.
Con un semblante de tristeza, me replicó:
- Qué pena, profe. Espero que mi eventual presencia en las prácticas mitigue un poquito su soledad.
Estrechando su mano, le atraje hacia mí y le di un abrazo, que prolongué un poco, con nula resistencia de su parte. Respondió mi acto y también me abrazó.
- Te agradezco el gesto, contador. Seguramente tu juventud e inteligencia ayudarán mucho.
- Haré lo que esté a mi alcance, se lo aseguro.
Al apartarnos, ¡mis manos recorrieron sus brazos hasta llegar a las manos, las que estreché suavemente, y oh sorpresa! Alberto apretó afectuosamente las mías, lo que me hizo voltear a ver sus ojos, que estaban fijos en los míos.
Lo volví a atraer hacia mí, en un nuevo abrazo que también fue correspondido. Ahora fue un poco más prolongado y percibí una incipiente erección que rozaba mi entrepierna. Me despegué suavemente y tomé su barbilla para levantar su rostro. Su mirada era vivaz y penetrante. Estábamos muy cerca y con una ligera flexión de mi cuello, rocé sus labios. Los entreabrió y empezó a jugar con nuestras lenguas. Su pene ya no podía ser ocultado en su despertar alegre, digno de su juventud, en tanto que el mío revivía de su letargo. Bajé mis manos a su cintura y lo atraje hacia mí. Ambos sentimos nuestra dureza y más nos apretábamos mutuamente. ¡Que rica sensación!
Suavemente empecé a acariciar sus deliciosas nalgas, que sentía firmes y majestuosas. Mientras nuestras bocas llenas de fuego, seguían retozando alegremente, succionando nuestras lenguas suavemente. Sentía como la temperatura subía en nuestros cuerpos.
Me despegué ligeramente de ese juvenil cuerpo, y hábilmente desabroché su cinturón y aflojé el pantalón, que suavemente se deslizó por sus fuertes piernas, sin que hiciera algún movimiento para evitarlo. Mis manos recorrían su espalda y bajé sus calzoncillos para acariciar su suave y cálida piel. ¡Que delicia!
Alberto desabrochó mi pantalón y lo dejó caer. Ahora estábamos semidesnudos, portando solamente los calzoncillos. Retiré su camisa e hizo lo propio conmigo. Nuestros pechos se estrecharon y sentí claramente el rápido palpitar de su corazón. Sus manos ahora acariciaban mi duro pene, frotándolo suavemente, lo que me enloquecía. Ambos emitíamos ruidos guturales, con nuestros cuerpos estrechados y expelíamos abundante precum, que propiciaba una excelente lubricación que extendimos mutuamente en nuestras varoniles herramientas.
Lo giré suavemente para que su espalda quedara frente a mí, mientras con una mano acariciaba su pene, masturbándolo con delicadeza, el mío rozaba sus glúteos y con naturalidad quedó en esa deliciosa zanja que forman el maravilloso rincón del placer.
Mi lubricación espontánea facilitaba la tarea, haciendo que la cabeza de mi pene rozara su ano que sentía palpitante. Empujé con suavidad y sentí como empezaba a penetrarlo, sin que su cuerpo opusiera resistencia. Suavemente fui adentrándome en esa deliciosa cavidad, que cálidamente aprisionaba mi pene, poco a poco, hasta que mis bellos púbicos rozaron su exquisito trasero. En tanto, mis manos aprisionaban su cintura y acariciaban su varonil mástil, al mismo ritmo que recorría sus entrañas. Alberto volteaba su rostro para seguirnos besando con avidez.
El cuerpo hace su deber y en forma espontánea empecé a acelerar la velocidad de mis acometidas, en tanto que Beto respondía empujando sus nalguitas hacia mí, lo que me provocaba una mayor excitación. Mis movimientos masturbatorios en su hermoso pene lograron el efecto deseado y sentí como se endurecía, anunciando la llegada del placer buscado. Incrementé mi velocidad y unos segundos después, ambos alcanzamos la gloria, en una abundante eyaculación simultánea, mientras sentía como su ano aprisionaba mi pene, invadiéndonos un gran placer.
Poco a poco todo volvió la tranquilidad y mi pene salió de su refugio, recuperando su flacidez, pero dejándonos envueltos en una sensación muy placentera. Alberto se volvió hacia mí, me estrechó en sus brazos suave, pero firmemente.
- Qué momento tan rico hemos pasado. Siento que ya me hacía falta una experiencia como ésta, con un hombre maduro que me llevara a vivir estos momentos de placer. Lo recordaré siempre, profe.
- Me siento muy satisfecho y agradecido contigo, mi querido contador. Espero que no sea algo aislado y que podamos repetirlo, con más confianza y, por qué no, con cariño, porque eres un hombre muy especial.
- Desde luego que no; me contestó. Ya estando en mis prácticas, aquí, en su despacho, buscaremos la oportunidad y podremos convivir momentos magníficos, sin descuidar nuestra labor profesional.
Y así iniciamos una amistosa relación que se ha fortalecido con el tiempo. Ya habrá oportunidad de contarles otras experiencias.
Por lo pronto, háganme llegar sus comentarios. Saben que me pueden encontrar en Facebook como Mauricio Adalid Campos Navarrete o escriban a mi correo mauricioadalid7807@hotmail.com
Les recomiendo se sigan cuidando con las medidas sanitarias de sana distancia, uso de cubrebocas y lavado frecuente de manos. Eviten aglomeraciones. Seguramente pasará mucho tiempo para terminar con esta pandemia, por lo que debemos acostumbrarnos a convivir con ese maldito bicho y sus mutaciones con esas medidas preventivas.