En el autobús

Me decidí y moví mis nalgas para quedar más en contacto con él. El viejito bajó la mano de la barra superior y se sujetó en la horizontal, cerca de mis nalgas. Lo vi por el reflejo en la ventana que empezaba ya a empañarse por el vaho de las respiraciones, ¿o sería mi temperatura interna?

Hola a tod@s,

Ya sé que llevo demasiado sin escribir, pero espero que me perdonéis. Estoy con un nuevo libro pero me falta tiempo para acabarlo (ya sabéis que podéis descargarlos en

https://www.amazon.com/author/sandracracovia/

).

Así que, de momento, os dejo este extracto del nuevo libro para ir haciendo boca, espero que os guste.

Besos perversos a tod@s,

En el autobús

Sin prisas, salí del edificio. En mi bolsito cabía justo mi eBook, por si quería leer algo mientras comía. Tuve que decidir si ir en metro al centro o en autobús. Preferí el sol y caminé hasta la parada del autobús. Pude notar como captaba más de una mirada de atención, lo que me sentó muy bien. Al llegar a la parada consulté los tiempos y vi que tardaría sólo unos cinco minutos en llegar (para ser fin de semana, no estaba mal), así que me quedé en pie esperando.

Había cuatro personas más en la parada, dos hombres y dos mujeres. Pero dos no contaban, eran una pareja de veinteañeros acaramelados. El hombre restante estaba sobre la cincuentena, bien mantenido, elegante, debía ir también por alguna cita a algún restaurante al centro. La mujer centraba su atención en una lista que llevaba, seguro que iba a la caza de regalos familiares navideños de última hora; vestida deprisa y corriendo y con ropa barata. Tal vez aprovechaba la pausa para comer para ir a hacer encargos, porque no parecía del tipo de las que viven en la zona alta.

El caballero fue en quien me fijé un ratito más, con cuidado que no se notara, pues él sí estaba centrado en mí claramente. Zapatos limpios y brillantes y una bufanda de marca. No llevaba corbata, pero sí guantes de piel fina. Con el abrigo no podía mostrarle demasiado, pero mi diablillo interior tenía ganas de jugar. Me quité la bufanda preparándome para la llegada del autobús, que ya se insinuaba en la calle. Vi que llegaba lleno, así que me retiré el abrigo y lo colgué del brazo antes de subir, porque dentro sabía que no habría espacio. Procuré quedar delante del caballero para subir. ¿Vería mis prietas nalgas tras de mí al subir? Mmm… esperaba que sí y que soñara con ellas.

Marqué mi tarjeta, pero no pude entrar mucho más, estaba lleno de gente (en fechas navideñas, hacia el centro…). El caballero me llamó la atención para poder marcar él su tarjeta y me aparté sonriendo, pero buscando el contacto sin mirarle. Mis pechos quedaban a su alcance cuando marcó su tarjeta de viaje, pero él, con cuidado, ni los rozó. Se guardó su tarjeta y se sujetó a la barra quedando tras de mí.

Yo aproveché la aceleración del autobús al salir de un semáforo para dejar que me llevara un poco la inercia y establecer contacto con él. Mis nalgas toparon con su figura y me retiré con una sonrisa de disculpa. Sonrió él también, pero se retiró a su vez y volvimos a separarnos.

Me rodeaba un montón de gente, pero iban en pareja o eran mujeres de compras al centro, nada interesante. Así que aproveché para irme retirando lentamente y quedar más cerca del caballero, esperando su contacto. Cuando el autobús frenó en la siguiente parada mis nalgas volvieron a estamparse contra él, fue un poco descarado, así que me volví y le pedí perdón con una sonrisa de nuevo. Los nuevos pasajeros subían y nos obligaban a apretarnos un poco más. Pocos bajaron, todavía estábamos lejos del centro.

El resultado fue que quedé de perfil contra él y aproveché para colgarme de su misma barra de sujeción. Su mirada pasó de mis pechos a la ventana, tratando de disimular. Mi cadera en contacto con su mano; y la mía, con el bolsito, caída cerca de su cuerpo. No me aparté y quedamos así un rato.

Giré la cadera para que mi nalga rozara su paquete y allí quedé, moviéndome al ritmo de los balanceos del autobús y sintiéndole contra mí. ¡Estaba excitándome con el viejito! Pese a ello, no podía dejar de pensar en lo que él estaría sintiendo y deseando que se decidiera a… ¡a tocarme! Un rato más y mi cuerpo quedó todavía más pegado a él.

Me decidí y moví mis nalgas para quedar más en contacto con él. El viejito bajó la mano de la barra superior y se sujetó en la horizontal, cerca de mis nalgas. Lo vi por el reflejo en la ventana que empezaba ya a empañarse por el vaho de las respiraciones, ¿o sería mi temperatura interna? Mis nalgas buscaron el contacto y quedé cubriéndole contra la ventana. Él detrás de mí, sin que nadie pudiera verle, podía hacer lo que quisiera. Mis nalgas apoyadas en su mano, su respiración acelerada en mi nuca.

Por fin su mano se deslizó de la barra a mi trasero y la noté rozándolo suavemente. Quería quedarme quieta. Relájate, me dije; pero eso no hizo sino que mi grupa todavía se acercara más, en signo de aceptación. Su mano giró para poder tomarme las nalgas en respuesta, y sus dedos recorrieron la costura, mis cachetes, hasta el inicio de los muslos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, ¡como si él necesitara un todavía más claro gesto de aceptación!

Mis mejillas me ardían, pero traté de no moverme. Busqué su reflejo en la ventana y le vi sonreír. Mi sonrisa fue mi claudicación y sus dedos, a cubierto de miradas externas, exploraron entre mis muslos. Notaba cómo recorría mis intimidades, cada roce, cada gesto, sobre aquellos malditos pantalones que eran como una segunda piel. Noté cómo me humedecía. Por detrás, sus dedos llegaron a mi sexo y recorrieron a sus anchas entre mis muslos. Yo apreté y relajé mis muslos sin poder retenerme. ¡Si seguía así me haría jadear!

Su roce se concentró, con el pulgar encajando mi ano y el resto de sus dedos entre mis muslos en una caricia adelante y atrás como si me masturbara. ¡Dios! ¡Qué bien lo hacía! El viejito me estaba masturbando en el autobús desde detrás de mí sin que nadie lo viera. La mano de mi bolsito buscó detrás y palpó. Él se apartó un poco al inicio, pero luego entendió y se aproximó a la vez que aceleraba el ritmo de su caricia.

El anverso de mi mano, detrás de mí, oculta, recorrió su sexo sobre el pantalón, acariciando arriba y abajo con un contacto suave. Él aceleró todavía más sus dedos entre mis muslos, noté cómo su respiración incrementaba su ritmo contra mi nuca. También la mía se aceleraba mientras le sentía en mi sexo, por detrás, notaba el calor en mi rostro y cerré los ojos dejándome llevar por las sensaciones. Soltó un gemido y pronto mi mano palpó humedad. La retiré suavemente y él se relajó tras de mí, con su mano pinzando mi sexo todavía con fuerza, como buscando mi humedad.

Me quedé tapándole mientras olía mi mano, un olor característico que conocía bien. Saqué un pañuelito de papel del minibolsito y me limpié la mano. Noté cómo salía de detrás y se abría paso a empujones hasta la puerta que se abría en ese momento. ¡Se iba sin pedirme el teléfono ni nada! ¡Me había convertido en…! Había caído muy bajo, pensé mientras usaba el pañuelito para asegurar que no quedaban restos de semen en mi pantalón por detrás.