En el autobus
El pene, aún flácido, está caliente y lo notan mis nalgas deseosas de acomodarlo en su hondonada, de abrazarlo con las carnes de la quebrada que conforma mi trasero hasta que ocupa su lugar entre mis nalgas, abriéndolas y acomodándose como dueño y señor de su estancia.
Te siento a mis espaldas. El calor de tu pecho inunda mis pulmones y no necesito más aire para respirar que el que tu me entregas entre el gentío que, con suerte, nos aplasta y nos hace gozarnos solapadamente. Estas conmigo. Tus brazos toman mi cintura y es hermoso; se asientan sobre mis caderas y es re-precioso. Mi cabeza no me responde y se inclina hacia atrás buscando tu rostro para abrasarme en tu piel o entregarte mis labios. Me estás esperando y no demoras en asaltarlos con los tuyos, hundiéndome la lengua y degustando mi boca y sus sabores que son tuyos. Abajo, mi trasero se ha enardecido y se expone buscando tu punta y siento el calor de tu sexo detrás de las ropas que nos cubren. El pene, aún flácido, está caliente y lo notan mis nalgas deseosas de acomodarlo en su hondonada, de abrazarlo con las carnes de la quebrada que conforman mi raya. Allí se despierta y comienza una senda sostenida de endurecimiento hasta que ocupa su lugar entre mis carnes, abriéndolas y acomodándose como dueño y señor de su estancia. Se inclina entre mis piernas mientras crece y lo acurruco entre los muslos, saboreándolo sobre la fina tela que protege mi juvenil vagina, mientras el traqueteo del bus hace que ambos nos bamboleemos, apretujados entre el gentío, frotando nuestros sexos hasta sentir las descargas orgásmicas en mi ser y tu explosión lechosa encharcándome las piernas, ahora pegajosa de tu semen. Pronto llegaremos a destino y la rutina destruirá el mágico momento del viaje diario contigo refregando y encendiéndome la sangre.