En el autobús
Todo empezó una tarde en el bus cuando regresaba a casa tras un día de trabajo.
La empresa donde yo trabajo es un lugar triste y bastante impersonal, donde cada uno llega, realiza su trabajo y se larga, todos los días igual, nadie mira a nadie y las relaciones personales son bastante escasas.
Una tarde regresaba de mi trabajo, empezaba a entrar el verano y hacía calor. Iba vestida con una minifalda vaquera y una camiseta de tirantes de un tejido muy sedoso. Esa tarde decidí regresar a casa en el autobús, a pesar de que, a veces, tardo menos caminando. Pero gracias a mi decisión me ocurrió un hecho que posteriormente hizo abrirme más a mí misma..., y a los demás.
Soy una persona que se excita con facilidad, sexualmente hablando, así que me gustan ciertos detalles que hacen sentirme deseada o sentir que me miran por ciertos aspectos, aunque no sea así realmente, no lo sé. Uno de estos detalles es que no suelo llevar braguitas, quizá algún minúsculo tanga, muy minúsculo, que deja ver más que lo que se quiere ocultar. No llevarlas me excita mucho. Y este día que os cuento es de estos días que me pongo faldita corta y decido dejarme las braguitas en casa.
Me subí al bus, iba casi vacío, y me dirigí a la parte trasera del mismo para sentarme allí, donde sólo había sentado un señor joven, de aspecto agradable que no dejó de mirarme desde que llegué. Creo que me puse tan nerviosa que se me calló la moneda que el conductor me había dado del cambio del billete. Me agaché a recogerla, de tal manera, que en aquel mismo instante pensé que si aquel señor me miraba, quizá le agradara, tanto como a mí, conocer que no llevaba bragas debajo de esa falda, y no era difícil puesto que al ser tan corta, el agacharme sin doblar las rodillas facilitaba que ésta se subiera hacia arriba y dejara descubrir lo que había debajo. Así que, sobre la marcha, recogí la moneda de espaldas al señor y pude notar su mirada en mi entrepierna...
Me di la vuelta para buscar asiento y pude ver su mirada nerviosa y a la vez lasciva mirando bajo mi vientre. Así que pensé sentarme a su lado. Le pedí permiso para entrar en el asiento junto a ventanilla, pasé de espaldas a él, lo que me dejó lugar para restregar mi culito sobre su cara, y para que pudiera oler el líquido que empezaba ya a emanar de mi coñito que, esa misma mañana había depilado con tanto cariño...
Habíamos entrado en un juego que, en ese momento ni yo sabía cómo iba a acabar. Cuando me senté, pude sentir algo debajo, él había puesto su mano en mi asiento y ahora sus dedos y su palma estaban tocándome...Al principio, se me fue un sobresalto, pero no podía gesticular ni decir nada puesto que el autobús llevaba gente delante. Empezó a mover su mano, y yo, para facilitarle la maniobra me incliné hacia adelante, para apoyarme en el asiento delantero. Me abrí un poco más de piernas, levanté mi culito y así él tenía más campo para tocar mi coñito, que estaba tan caliente y tan mojado que se podían oir sus dedos penetrar en mi agujero. Miré su paquete y creí que lo iba a reventar, así que le bajé la cremallera y le saqué la polla para desahogarla un poco. Había mojado por completo su ropa, emanaba sexo tanto como yo...
El autobús paraba para dejar y recoger más gente, pero por suerte todo el mundo se quedaba en la parte delantera. Todo estaba a nuestro favor, lo que permitía que no tuviéramos que interrumpir nuestra mansturbación mutua.
No hablábamos, sólo nos mirábamos de vez en cuando y sonreíamos. Yo tenía el clítoris ya muy hinchado, el coño me había aumentado el doble de como estaba antes de entrar en el autobús. Él sólo emitía bufidos, yo, pequeños gemidos casi inauditos (o al menos eso creo). No sé, pero ahora recordándolo creo que ya todo el mundo sabía lo que pasaba allí detrás, porque yo estaba muy espatarrada y muy echada hacia delante, con mi brazo hacia atrás cogiéndole la polla y meneándosela. Era raro no imaginarse o ver lo que pasaba, y eso me excitaba más. Quería follarle y que me follara.
En una de las paradas, él me apartó la mano de la polla y se la metió y me dijo: "me sigues?". Y así lo hice, nos bajamos del bus, él iba delante a prisa y yo dos pasos más atrás, creía que iba a estallar porque mi coño estaba tan excitado que, al andar, se hinchaba más y mis piernas se resbalaban una contra la otra pues mi líquido me chorreaba hacia abajo por los muslos.
Él se metió en un local, en un bar de copas, oscuro, donde no había mucha gente, pero no recuerdo bien porque yo iba sobreexcitada ya. Pidió dos cervezas y me dijo: "acompáñame al baño". Y así lo hice, me metí en el baño con él. Me puso contra la pared, y me subió la blusa para meterse mis tetas en su boca, dejando su saliva por todas ellas y poniéndolas duras como piedras. Aquí yo ya no podía más, tuve que empezar a gemir sin silencios porque tanta excitación sin exteriorizar hacía que el coño empezara a dolerme. Me tocó el coño de nuevo mientras se comía mis tetas, casi no me dejaba hacer nada, estaba enfurecido. Se sacó la polla y empezó a follarme el coño de forma descomunal, sobándome las tetas y el culo. Yo le bajé los pantalones y el boxer hasta abajo y le abrí el culo y cuando encontré su culo y me dispuse a meterle un dedo, se excitó tanto que se corrió. Me dijo: "quiero ver cómo tú también te corres, no vas olvidar nunca esta corrida". Nos metimos en el cuartito donde había sólo un váter, lo cual era mejor, porque en cualquier momento podía entrar otro hombre, (aunque no me hubiera importado). Hizo que me sentara en la tapa del vater, su semen corría por todas mis piernas, mi coño daba palpitaciones..., se agachó y empezó a comérmelo. Creí que volaba, todo aquello era lo mejor que me podía pasar después de un día gris en el trabajo, mi mente se quedó en blanco, en ese momento sólo quería que esa boca estuviera ahí todos los días, me hubiera gustado que todos los hombre de ese bar estuvieran mirándonos y que me follaran uno a uno, mi coño sólo quería pollas. Tales fueron mis pensamientos, tal la excitación que me producía que me comieran el coño que no tardé nada en correrme también, soltando un grito de placer que creo se tuvo que oir en kilómetros...
Salimos del baño, él se acicaló un poco, yo estaba hecha un desastre pero intenté salir lo más decente que pude, aunque oliendo a coño y polla por todos los poros de mi piel. Aunque estaba algo oscuro, pude darme cuenta cómo la gente nos miraba y cómo le lanzaban a él miradas de complicidad. Todos sabían y habían escuchado los gemidos, olían el polvo reciente.
Nos acercamos a la barra, donde estaban las cervezas que él había pedido, se bebió una de un trago, pagó las copas, me miró, y me dijo: "ha sido el mejor regreso a casa que he tenido nunca, eres estupenda", se dio media vuelta y salió, dejándome allí sola, con todos esos hombres mirándome, pero con una sensación buenísima de estar tocando el cielo. Así que le di un trago a la cerveza y me fui caminando a casa. También era el mejor regreso que había tenido nunca.