En el archivo

“Entonces me tomó la barbilla con una mano, acercó su boca entreabierta, y me besó. No, besó no es la expresión: me devoró la boca” (Ah, la ventaja de acumular los papeles en la baulera del subsuelo!).

En el archivo

Cuando el timbre sonó yo estaba trepado en la escalera corta de madera, tratando de desarmar una de las lámparas de la recepción que vaya a saber por qué putas había dejado de funcionar. Escuché a Julieta, la recepcionista, formulando el " ¿Quién es? " de rigor, la voz del desconocido sonando gangosa por el portero eléctrico, y finalmente el sonido de la chicharra franqueando el acceso. La puerta se abrió, y entonces entró un muchacho alto, de buena complexión, vestido con pantalón y chaqueta azul de tela liviana.

Yo ya lo había visto un par de veces en la oficina, y aunque nunca habíamos cruzado palabra sabía que se llamaba Darío, y que trabajaba en la empresa en la cual almacenábamos los archivos de casos cerrados (los papeles siempre son demasiados en un Estudio de Abogados). Era un lindo tipo, agraciado con un mentón anguloso, grandes ojos cafés, nariz recta y boca carnosa. Llevaba el cabello castaño muy corto, y una prolijamente descuidada barba de un par de días. Si bien no sabía exactamente cuantos años tenía le calculaba apenas un par más que yo, o sea unos veintidós, a lo sumo veintitrés.

El tal Darío entró y cuando cerró la puerta nos miramos unos segundos, aunque sólo intercambiamos un " Hola " y una sonrisa de cortesía. Después se dirigió a Julieta y le preguntó por Mariano, el otro chico que es cadete como yo pero que lleva más tiempo en el Estudio. Por lo que alcancé a escuchar, el tío había venido a retirar unas cajas con carpetas, siendo mi compañero quien se ocupaba de las cuestiones del archivo.

" Ah, sí, Mariano me había comentado algo " dijo la recepcionista. " Pero él no está ahora. El Dr. Ferrero lo mandó a hacer un trámite y todavía no regresó. ¿Lo puedes esperar? ".

" ¿Tardará mucho? " indagó Darío mirando su reloj.

" La verdad, no lo sé. Pero dame un minuto que averiguo bien adonde fue y te digo ".

La recepcionista marchó al despacho de Ferrero, uno de los socios, dejándonos momentáneamente solos. Yo seguía encaramado en la escalera, lidiando con la bendita lámpara, pero cada tanto le echaba un vistazo al muchacho que se había instalado cómodamente en una de las sillas de la recepción. Así, entre ojeada y ojeada, noté que los dos botones superiores de su chaqueta estaban desprendidos y que por la abertura asomaba un profuso vello oscuro. Que estaba sentado con las piernas abiertas, de una forma tal que la tela del pantalón se tensaba delineando un par de muslos fuertes. Que tenía un par de manos grandes que combinaban estupendamente con los antebrazos nervudos. Y que en un momento dado, comenzó a devolverme las miradas.

Empezaba a arrepentirme de mis fisgoneos, sobre todo cuando advertí una sonrisita burlona en los labios del chaval, cuando escuché los pasos de Julieta acercándose a la recepción.

" Le pregunté al Dr. Ferrero, y dice que Mariano debe tener para una hora más, por lo menos ".

" No, no puedo esperar tanto " murmuró el muchacho mientras se ponía de pie.

" Pero el doctor me dio los números de las cajas que tienes que llevarte. Están abajo, en la baulera ", agregó la chica agitando un pequeño trozo de papel que sostenía entre los dedos. Dicho esto Julieta me miró, y poniendo cara de circunstancia dijo que Ferrero había ordenado que lo acompañase a buscarlas.

" ¿¿Yo?? ".

Miré a Darío, y de nuevo advertí esa sonrisita socarrona. " ¡Qué será tan gracioso! ", pensé contrariado. Sentí como me ardían las orejas, y tratando de disimular mi fastidio le pregunté a la recepcionista si el abogado sabía que yo estaba ocupado en otra cosa.

" Claro!. Y me dijo que dejaras lo que estabas haciendo para después ".

Dejé escapar un sordo resoplido, porque evidentemente no había nada que pudiese hacer para zafar. En realidad, lo que me incomodaba no era bajar al subsuelo, sino ir con un tipo que posiblemente me había pescado mirándolo más de la cuenta. Estaba molesto, y la mueca de contrariedad de mi rostro debió causarle gracia a la recepcionista, porque mirándome con expresión risueña comentó:

" Vamos, no tengas miedo, que Darío es buen chico y no muerde ¿No es cierto? ".

" En realidad muerdo, pero no dejo marcas ", respondió él sonriendo mientras me guiñaba un ojo con aire cómplice.

Julieta festejó la humorada, pero a mí el comentario no me había hecho ninguna gracia. Ya no tenía dudas que el tío había captado al vuelo mis babosos escudriñamientos, y ahora se divertía intentando humillarme con frases irónicas.

Resignado me bajé de la escalera, tomé el papel con los números de las cajas que debíamos buscar, y pasando por nuestro box recogí el llavero con las llaves del subsuelo y el depósito. Después Darío y yo salimos de la oficina, y tomamos el ascensor de carga rumbo al sótano. Durante el breve viaje en la cajuela ninguno pronunció palabra, y aunque yo mantenía la vista en el pedazo de papel, con el rabillo del ojo advertí que el chaval había metido la mano derecha en el bolsillo del pantalón y se masajeaba suavemente el paquete. Tal vez era un gesto mecánico, sin ninguna connotación, pero yo estaba seguro que lo hacía a propósito, como si buscara tentarme y ponerme en evidencia. " ¡Qué cabrón! ", pensé mientras manoteaba el picaporte de la puerta del subsuelo.

Entramos, cerré la puerta y comenzamos a recorrer los metros que distaban hasta nuestra baulera, ubicada en el fondo del recinto. Había un gran silencio en el lugar, y sólo se escuchaba el ronroneo apagado de los motores de las bombas, el sonido sordo de nuestros pasos, y el ruido del changador de dos ruedas para cargar las cajas que arrastraba el chaval.

" Qué silencio!. No viene nadie aquí, no? ", preguntó de repente Darío.

" No, casi nadie. Sólo el encargado cada tanto. Es un lugar poco frecuentado ", contesté algo extrañado por la pregunta.

" O sea que podemos estar un largo rato aquí abajo antes que alguien nos encuentre , no? ".

Asentí con un gesto al comentario del tío, tratando de adivinar que carajo pasaba por su mente. Caminamos un par de metros más, y entonces me detuve frente a nuestra baulera. " Bien, llegamos ", dije plantándome frente a la puerta. Busque la llave y la introduje en el cerrojo, la hice girar, y franqueé el acceso al depósito. Después que ambos ingresáramos cerré de nuevo la puerta para tener más lugar para movernos, porque el recinto no era muy amplio y tenía filas de estantes en tres de sus tabiques. El cuarto tabique, sobre el que estaba montada la puerta, en realidad era un tramado de alambre olímpico desde el piso al techo.

" Uy, que pequeño que es esto! Casi como que vamos a estar uno encima del otro! ", comentó Darío cuando entró a la baulera, mascando chicle mientras exhibía otra vez esa sonrisa fastidiosa en sus labios.

" Sí, de veras. Bueno, a ver cuales son las cajas ", dije intentado aparentar una calma que no tenía. Saqué el papel con los números anotados de mi bolsillo y lo puse debajo de la luz del foco, algo escasa por cierto, tratando de leer las anotaciones de Julieta. Darío se paró a mi lado, con su hombro pegado al mío, tratando también de descifrar la escritura. De repente, sin decir nada, tomó mi mano y la hizo girar suavemente inclinando el pedazo de papel hacia él, como si buscase una mejor posición para leer. Luego me miró, casi taladrándome con sus grandes ojos cafés, y sonriendo, sin soltar mi mano, murmuró que no veía bien. Su boca carnosa estaba demasiado cerca de la mía, tanto que podía oler el perfume frutado de su chicle. Fueron un par de segundos eternos, en los que mis pulsaciones aumentaron de manera descontrolada. A pesar de eso yo también sonreí, y hasta bromeé diciendo algo sobre la ilegibilidad de los garabatos de Julieta.

Después nos pusimos a buscar las cajas, que eran tres en total, dividiéndonos el depósito en dos sectores para agilizar la búsqueda. La primera caja estaba colocada bien a la vista, en las filas de estantes más cercanas a Darío, por lo que directamente él la tomó y la puso en el carrito. La segunda la encontramos en los estantes que estaban de mi lado. " Bueno, ya casi terminamos " pensé mientras sacaba la caja, de forma cuadrangular y unos veinte centímetros de altura. Con cuidado la retiré del estante, y sosteniéndola por la base me aproximé a Darío para pasársela. El extendió los brazos para tomarla, pero en lugar de asir el paquete, apoyó las palmas de sus grandes manos sobre los dorsos de las mías. Lo miré, encontrándome de nuevo con sus ojos clavados en mis pupilas y un gesto socarrón en su rostro. " Te está agitando el anzuelo para que piques " me dije. Tragué duro, intentando aquietar el golpeteo acelerado de mi corazón, y forzando una sonrisa dije que de esa forma no iba a poder soltar la caja. " ¡Perdón, perdón! ", se disculpó entonces Darío mientras sin dejar de sonreír comenzó a deslizar sus manos sobre las mías hasta llegar al cartón.

El tío acomodó el segundo paquete en el changador. Quedaba sólo una bendita caja por ubicar, y terminábamos. Pero a esa altura yo ya estaba nervioso, sintiéndome ni más ni menos como un ratón con el cual el gato se estaba divirtiendo sin ningún tapujo.

Buscamos, cada uno por su lado, hasta que finalmente ubiqué la última caja en los estantes cercanos a la puerta, en la fila más alta. " Vaya lugar para ponerla ", mascullé por lo bajo. Me paré frente a los estantes, estiré mis brazos y con la punta de mis dedos comencé a traer la caja hacia afuera. Entonces sentí que Darío se paraba detrás de mí, estirando también los brazos. " Jala tranquilo, que yo la voy sosteniendo " me dijo casi al oído. Se acercó más, pegando su cuerpo al mío. Y en ese momento, claramente, noté su paquete, duro y abultado, posado sobre mis nalgas.

No supe que hacer. No había ninguna sutileza en lo que el tipo estaba haciendo. No se trataba de una mirada insinuante, de un roce ambiguo sobre las manos. Me estaba apoyando, lisa y llanamente. Y a juzgar por la dureza de lo que yo sentía presionando sobre mi culo, el hecho estaba lejos de desagradarle.

Dicen que el que calla otorga, y el muchacho debió interpretar mi silencio e inmovilidad como una señal clarísima de aceptación al "soporte" que me estaba propinando con su entrepierna. " ¿Está bien así? ", preguntó sin especificar a que se refería, si a la caja que me ayudaba a sostener con sus manos o la verga que me estaba incrustando en el culo. " Sí, está bien así " respondí con voz queda, la respiración agitada, el corazón desbocado. A mi nariz llegó el perfume frutado del chicle, y sin mirarlo supe que de nuevo estaba sonriendo. " ¿Y ahora? ", volvió a preguntar después de apretar más su pelvis contra mis nalgas, mostrándome su enorme excitación. Y yo, ya descubierto y entregado, sólo atiné a murmurar un " Mucho mejor " antes de emitir un sordo gemido.

Sin la menor señal de protesta dejé que me bajara los brazos y luego me hiciera girar, poniéndome de frente a él, mi espalda apoyada contra la puerta. Entonces me tomó la barbilla con una mano, acercó su boca entreabierta, y me besó. No, besó no es la expresión: me devoró la boca. Porque sus labios presionaban los míos con intensidad, su mandíbula se movía rítmicamente, y su lengua se adentraba en mis fauces como si quisiese llegar hasta mis amígdalas. Su aliento frutado me invadió otra vez, y un par de veces me encontré saboreando su chicle.

Mientras me devoraba la boca sentía sus manos moviéndose a la altura de la entrepierna, y aunque no podía ver que estaba haciendo lo supe cuando tomó mi mano y la puso sobre su endurecida verga. ¡Vaya rabo! Lo apreté, incrédulo, como para cerciorarme de lo que calzaba el muchacho, y al hacerlo le arranqué un jadeo de gozo que se apagó en mi garganta. Dejó de besarme, y sonriendo me susurró: " Está dura, no?. Es culpa tuya ".

Después, con una mueca lasciva bailoteándole en los labios, puso sus manos en mis hombros y comenzó a empujarme suavemente hacia abajo. No necesitaba me explicase que quería, y sin oponer resistencia me deslicé hasta caer sobre mis rodillas, quedando mis labios a la altura del palpitante falo. Alcé la vista miré a Darío al rostro con expresión anhelante, mi boca entreabierta, la lengua apenas asomada. Entonces él, siempre sonriendo y mascando su chicle, adelantó un poco la cadera, puso una mano sobre mi nuca sujetando mi cabeza, y de un envión introdujo su polla en mis fauces. Y empezó a bombear. Firme y sostenido, enterrándome el cipote hasta la raíz y retirándolo hasta dejar sólo la amoratada cabeza entre mis labios.

Una y otra vez, esa imponente masa de carne entraba y salía de mi boca, haciendo que mi cabeza - protegida con su mano – rebotase contra la puerta de la baulera. Durante un par de minutos el chaval repitió incansable la maniobra, dejándome un par de veces al borde de la arcada. De repente se detuvo, sacó abruptamente su verga, y jalándome de una axila me hizo poner de pie. Me obsequió con otra de sus miradas incendiarias, y con el mismo ardor de antes reanudó la sesión de besos. Pero ahora, mientras su lengua batallaba con la mía, sus dedos comenzaron a desabotonar mi pantalón para luego hacerlo deslizar caderas abajo junto con mi boxer. Mi polla, empinada y babeante, quedó al aire, lo mismo que mis nalgas . . . sobre las cuales se posaron ansiosamente sus manos, acariciándolas, apretándolas, y a veces pellizcándolas. Parecía que nunca iba a dejar de besarme y manosearme como un poseso, hasta que abruptamente me tomó de la cintura, me hizo girar quedando de espaldas a él, y apoyó su vergajo entre mis glúteos.

Sobresaltado, di un respingo. Hasta ese momento yo no había tomado demasiado conciencia de lo que estábamos haciendo, abandonado al celo afiebrado que dominaba a ese macho alzado. Pero de repente comprendí que, sin que lo oyéramos, alguien podía aparecer por allí y . . . no, ni quería imaginar el resto.

" No, no! ", murmuré asustado. " No, eso no!. ¿Y si baja alguien? ".

" Tranquilo, que aquí no viene nadie ", susurró Darío en mi oído, con una convicción que me sonó más a conocimiento cierto que a un recordatorio de mis propias palabras. " Además, hay tanto silencio que si se acerca alguien vamos a escucharlo antes ", agregó mientras separaba mis nalgas y humedecía mi hoyito con su saliva.

" No, espera, espera! ".

Pero él siguió adelante, susurrándome que lo dejara hacer mientras me lamía una y otra vez el lóbulo de la oreja hasta provocarme escalofríos. Rendido otra vez, apoyé mis brazos contra la puerta, recosté mi cabeza sobre ellos, y volví a entregarme por completo a ese fauno descontrolado que punteaba con la cabeza de su rabo entre mis nalgas. Y tal como pedía, lo dejé hacer. Primero me jaló con suavidad hacia atrás, haciéndome retroceder un paso. Después flexionó levemente sus piernas, y puso sus manos en mi cintura. Y finalmente acomodó la cabeza de su rabo en mi esfínter, y comenzó a empujar.

Al principio, unas puntadas dolorosas me recordaron el tamaño de la estaca que iba a empalarme. Me quejé suavemente, aunque ese ronroneo apagado se convirtió en grito cuando la frutilla babeante atravesó el anillo de carne de mi culo, como anticipo de lo que vendría luego. Apenas unos segundos de pausa, y después el tronco venoso y durísimo comenzó a adentrarse en mi cuerpo, haciéndome respirar agitadamente mientras me mordía los labios para sofocar los quejidos. " Ya casi, ya casi ", murmuraba Darío para tranquilizarme, pero sin dejar de enterrar su cipote y mordisquearme la espalda. " Ya está toda! ", comentó feliz unos instantes después, confirmándome lo dicho con el suave cosquilleo de su vello púbico en mis nalgas. Suspiré aliviado, pero mi recreo no duró mucho. Porque Darío tomó mis pezones con sus dedos y comenzó a amasarlos, apretándolos por momentos hasta hacerme gemir. Después deslizó sus manos por mi tronco hasta rodear de nuevo mi cintura, apresándola con firmeza, y luego me susurró al oído: " Ahora, viene lo mejor ". Entonces empezó a sacar lentamente su verga de mi culo, dándome una idea de lo que se siente cuando te quitan el puñal de una herida. Pero mi lado masoquista no quería dejar escapar esa daga de carne caliente y endurecida, e inconscientemente apreté las cachas para retenerla. " Ah, no quieres que la saque, eh? ", preguntó entonces Darío, su aliento frutado invadiéndome otra vez, señal de que estaba sonriendo. " No, no te hagas problema, que por nada del mundo dejaría esto tan rápido ", agregó refiriéndose con "esto" a mi culo, que amasaba con deleite. Aun así, siguió sacando el tronco duro y venoso hasta dejar sólo el glande insertado . . . para luego volver a enterrar con lentitud todo el vergajo en mis entrañas.

Hizo lo mismo dos veces más, con la misma calma, como para asegurarse que su rabo deslizaba suavemente y sin roces dolorosos. Pero a partir de la tercera ensartada comenzó a aumentar la velocidad de los embates, y al cabo de unos instantes su pelvis golpeaba furiosamente contra la mía. Sentía sus manos firmemente aferradas a mi talle, su respiración agitada en mi nuca, su rabo horadando despiadada y deliciosamente mi culo. Yo gemía - ¡cómo no hacerlo! - y mantenía la cabeza escondida entre mis brazos, hasta que en un momento dado tuve que apoyar las palmas contra la puerta para soportar la fuerza de las arremetidas.

La polla enhiesta y quemante entraba y salía de mi cuerpo a un ritmo enloquecedor, haciéndome emitir quejidos que sonaban entrecortados por el ímpetu de las sacudidas. Mis manos crispadas arañaban la madera, y mis muslos endurecidos intentaban mantenerme firme en el lugar. Giré apenas la cabeza y abrí la boca para rogar clemencia, pero en ese instante escuché un entrecortado " ¡¡Me corro!! " que me hizo cambiar al vuelo mi súplica lastimera por un jadeante " ¡¡Sí, sí, dámela!! ", que farfullé con los dientes apretados mientras el sudor corría por mi frente.

El orgasmo de Darío estalló feroz en mis entrañas y me trastocó en improvisado contorsionista, porque al segundo disparo de lefa el chico me hizo voltear el rostro para comerme de nuevo la boca, dejando en mi garganta los sordos gemidos que acompañaban cada uno de sus trallazos. Y yo, recostado sobre su pecho, con su rabo aún latiendo en mi culo y su lengua acariciando la mía, me corrí sobre la puerta de la baulera en una de las mejores acabadas de mi vida. Después, el terrible pollón se deslizó suavemente fuera de mi hoyito, en parte por haber perdido algo de su dureza, y en parte por la lubricación de la leche que comenzaba a escurrir por mis nalgas.

" Carajo, mira la hora que es! ", exclamé cuando ambos estuvimos fuera de la baulera. " ¿Cómo explico la demora? " murmuré algo preocupado, a lo cual Darío respondió sonriente: " Diles que se nos rompió una caja ". Fruncí el entrecejo, y aunque la excusa no me convencía no pude pensar en otra porque estaba concentrado en responder el último beso de lengua que me estaba dando el tío.

Unos minutos después, despachado ya Darío a su empresa, crucé la puerta de la recepción. Julieta me miró extrañada. " ¿Recién vuelves? ¿Qué pasó? ", preguntó sorprendida. Y aunque ella no podía saber nada sentí que me ardían las orejas, como si me hubiesen pescado en falta. Mi mente trataba de hallar una respuesta coherente, pero casi al instante escuché sorprendido mi voz diciendo " Se nos rompió una caja " tal como me había sugerido Darío.

" ¿Otra vez? Pero este Darío debe ser un poco bruto! ", dijo entonces la recepcionista moviendo la cabeza.

¿Y eso? El comentario me había intrigado, y tratando de sonar natural le pregunté a Julieta por qué decía tal cosa. Y ella, con la soltura de cuerpo de quien ignora el trasfondo de lo que está diciendo, me contestó dejándome absolutamente sorprendido:

" Porque desde que apareció este chico en reemplazo del que venía antes, dos por tres se rompe una caja. A Mariano ya le pasó unas cuantas veces. La última vez, se demoraron casi una hora en la baulera ".

En ese instante imaginé cómo había comprobado Darío que nadie bajaba al subsuelo . . .