En el apartamento de la playa (I)

Una historia en dos partes, del todo cierta, de cómo viví mi adolescencia y sexualidad en el apartamento donde veraneo junto con un amigo y cómo evolucionó esa relación en el tiempo

Antes de que yo naciera, mis padres compraron un apartamento en la costa valenciana, en un pueblo llamado El Perelló. El apartamento estaba en una urbanización apartada del pueblo, muy cerca de la playa. Aquí comencé a experimentar mi atracción por los chicos y a mantener mis primeros encuentros sexuales (y también alguno de los más recientes).

Me presentaré, antes de nada. Me llamo Gerardo, aunque suelen abreviarlo con Ger; tengo 24 años y soy un chico alto, moreno y delgado. Practicaba natación hasta que a causa de la carrea lo dejé, así que conservo un cuerpo estilizado y marcado por mi tendencia a no engordar nada.

Dividiré la historia en dos partes, la primera relatando mis primeras experiencias en con un amigo muy especial y las segunda contando lo que me ocurrió recientemente y me lanzó a escribir este relato.

I.

Desde bien pequeño recuerdo pasar los veranos aquí. Afortunadamente éramos un nutrido grupo de chavales de la misma edad y nos lo pasábamos pipa: la urbanización tenía un gran espacio al aire libre (que llamábamos ‘el patio’) en el que echábamos las tardes y las noches cuando no estábamos en la playa a remojo o descansando en la arena.

La playa estaba accesible simplemente saltando una pequeña que separaba la playa del patio, así que era bien frecuente que fuese el escenario de nuestros juegos cuando éramos más pequeños o, cuando ya crecimos algo más, de nuestras tertulias nocturnas contándonos historias de miedo o simplemente pensando sobre la inmensidad del mundo mientras mirábamos al cielo estrellado sumidos en la oscuridad.

El grupo de amigos que nos reuníamos era más o menos estable, aunque siempre había algún agregado amigo o familiar de alguno de nosotros. Éramos todos residentes de la urbanización y nos conocíamos desde muy pequeños, y el rango de edad era similar (a lo sumo algún chaval tenía dos o tres años menos); por la época contaríamos con unos 14 años, no lo recuerdo con exactitud. Compartíamos baños, juegos, historias… éramos una piña.

Recuerdo que en la época de despertar sexual las conversaciones sobre sexo eran muy frecuentes, entre ellas sobre masturbaciones, tamaño de miembros... ya sabéis, todo de lo que los chavales de esa edad hablan. Para mi pesar nunca llegamos al punto de otros grupos de amigos de masturbaciones colectivas, cosa que me hubiera dado mucho morbo puesto que por aquella temporada yo ya intuía mis inclinaciones sexuales. Yo tenia esas experiencias con mis amigos del pueblo, que eran algo más ‘lanzados’ en ese sentido; siempre esperaba a que me propusieran participar en ellas, ya que tenía el temor de que mi curiosidad extrañase a mis colegas. Sin embargo, alcancé la suficiente confianza con algunos colegas para sugerirles el hacernos una paja y que colase (aunque esto es otra historia).

Como decía, con mis amigos del apartamento nunca funcionó, ya que cuando lo sugerí nunca recibía apoyo y siempre acababa diciendo que todo era una broma, desistiendo. Nos limitábamos a conversaciones y poco más.

En la urbanización nos conocíamos todos, y sí que es cierto que, si bien casi todos los jóvenes íbamos en el mismo grupo, unos pocos tenían amistades fuera de la urbanización y solían ir con ellas. Era el caso de Nestor, un chaval por aquel entonces uno o dos años mayor que yo y al cual conocíamos y nos llevábamos bien con él, pero que solía salir con los chavales de la urbanización vecina.

Nestor era por aquel entonces un chico bajito, con un poco de cara de bruto y bastante fuerte y musculado, ya que practicaba algún deporte que no recuerdo y, además, competía en motociclismo. De pelo corto y castaño, moreno de piel, y con una sonrisa de cabroncete que encandilaba… he de reconocer que a mí me traía un poco loco; cuando menos, me atraía (pero igual que otros de los colegas del grupo de amigos). Yo solía encontrarme con él en mi finca de apartamentos, ya que yo vivo en el sexto piso y él en el primero pero, más allá de un saludo, poco más hablábamos.

Una buena noche comenzó a venir con nosotros en vez de con sus amigos habituales, ya que al parecer con sus colegas se había enfadado. Evidentemente nosotros le aceptamos sin mayor problema, aunque sabíamos que duraría poco (hasta que él se reconciliase, y los enfados a esas edades no suelen prolongarse demasiado) y él probablemente también lo sabía.

En cualquier caso, y teniendo a un chico de más edad entre nosotros (y con más experiencia en el campo sexual), las conversaciones sobre sexo se dispararon e hicieron mucho más explícitas. Él presumía de experiencia con sus ligues y tal, y nosotros preguntábamos con detalle. Probablemente no fuera tan experimentado como decía, pero el tío se pegaba el moco y nosotros estábamos encantados de que nos explicara cómo se tiraba a sus amigas, o de cómo se la chupaban y de cómo se corría. Y a cada comentario que hacía al respecto, a mí me ponía más. No lo recuerdo, pero más de una paja me haría en su honor o poniéndome en el lugar de las novias a las que les clavaba su -según el- pollón hasta la garganta.

Una noche que se montó una fiesta en la urbanización, recuerdo estar con el grupo de amigos mientras Néstor hablaba de lo de siempre (y yo pe ponía tan caliente como siempre). En un momento dado me levanté a despejarme, ya que estaba bastante cachondo con todo lo que estábamos hablando, y temía se me notase la erección que llevaba en ese momento. Así que, cuando me preguntaron dónde iba, respondí que a mear. Cuán fue mi sorpresa cuando Néstor respondió:

-Eh Ger, te acompaño.

Hicimos el camino hasta la playa, ya que solíamos mear ahí, en silencio. Yo iba delante y, cuando me propuse saltar la valla, quizá por ir un poco nervioso por la compañía me costó saltarla. Néstor, muy amable, me echó una mano, empujándome el culo, cosa que no sirvió para calmar mis ánimos ni para bajar la empalmada que llevaba.

Cuando ya estábamos en la playa contra un muro para mear, a la luz de la luna, y de mi polla no salía ningún chorro, Néstor preguntó

.¿No te meabas?

-Sí, pero me está costando un poco –le dije quitando hierro al asunto-. Creo que se me ha puesto un poco empinada por lo que estábamos hablando antes –reí-.

-Ah, jajaja, es normal. La verdad es que hablar de estas cosas también me pone un poco burro –me dijo, con su media sonrisa de chulo-. Mira si no cómo llevo el rabo –dijo-.

Aquello me descolocó completamente. ¡Me estaba enseñando su polla! Un chaval mayor, musculitos, cabroncete, me estaba enseñando el cipote. No pude menos que mirarlo atentamente, casi embobado.

-Es grande, ¿eh? –me preguntó.

-¿Qué?

-Que la tengo grande, ¿no crees? Me mide 18cm cuando se me pone dura.

--No puede ser –respondí yo, un poco lanzado-. Déjame que la vea más de cerca.

La tienes como un caballo, tío –recuerdo que le dije, para hinchar su ego.

En mitad de la oscuridad se acercó con el rabo duro y apuntó hacia mí. Una polla que no olvidaré nunca, sin circuncidar, gruesa, enseñando levemente el glande. Brillaba a la luz de la luna con un tono azulado. Me acerqué. Mi mano se acercó también hacia su polla. Él no la retiró. Cogí su polla con mi mano, la rodeé y la apreté. La notaba caliente, dura, palpitante. Él alternaba su mirada entre mi mano y su polla y mis ojos, con cara nerviosa y excitada. Yo estaba a mil y el corazón bombeaba al límite.

-Espera, que ya me meo –dijo-.

Comenzó a mear girándose contra la pared, cosa que le sirvió para romper la tensión de la situación. Se nos estaba yendo de las manos, sin duda. Yo simulé hacer lo propio y, cuando acabó, ambos saltamos la valla de nuevo en silencio, sin mirarnos. A mitad de camino, me paró y me dijo:

-Eh Ger, deberíamos quedar alguna tarde antes de bajar al patio.

-¿Para qué? –pregunté, sorprendido y probablemente sonrojado por lo que había pasado.

-Bueno, tengo una película de porno en casa y podríamos verla cuando no haya nadie. Así verás toda la leche que echo cuando me corro, que es un montón –rió-.

-Jajaja, vale, cuando quieras me dices algo y bajo a tu casa. Tienes la polla de un caballo, ¿eh? –Le repetí, para ver adónde llevaba todo esto

-Jajaja bueno, la tengo grande, sí. Oye, pues pondremos la peli, nos ponemos algo de papel de periódico en la tripa para cuando nos corramos y nos hacemos una paja, ¿no?

-Claro tío, me apetece mucho.

Y regresamos al grupo. Yo, callado y sorprendido por lo que había pasado; él, súper tranquilo, como si nada hubiera pasado. Estuve toda la noche pensando en ello y aquella noche me hice una buena paja en su honor, pensando en cómo le agarré el rabo aquella noche en la que me propuso quedar en su casa para hacernos pajas.

La realidad es que, al poco, se reconcilió con sus amigos habituales y dejó de venir con nosotros… quedando todos los planes de ir a su casa a cascárnosla (y todo con lo que fantaseaba yo) en nada. Sí que es cierto que de vez en cuando coincidía, como era habitual, en nuestro portal, pero no iba más allá de saludarnos, charrar un poco y cada uno a su casa, ya que nunca me atreví a recordarle el plan que teníamos pendiente.

Verano tras verano cada vez nos veíamos menos: él se echó novia bastante formal, por lo que casi siempre estaba con ella, y yo (por distintos motivos) ya no pasaba allí tanto tiempo durante el verano con tanta frecuencia como antes. De vez en cuando aún coincidía con él en el portal y seguía manteniendo su forma física de torete musculado, y manteníamos buena relación, pero conforme avanzaron los años dejamos de coincidir y ya prácticamente no sabía nada.

Ahora tengo 24 años y, hasta este mes de marzo, hacía ya varios años que no lo veía. Sin embargo, sorprendentemente, un día mientras esperaba al ascensor en el portal de nuestra finca escuché unos pasos que bajaban por las escaleras y… ahí estaba él.

(continúa)