En el Abismo del Deseo

Yo le caía mal a ella y ella me encantaba a mi.

EN EL ABISMO DEL DESEO.

Era hermoso verla pasar, aprisa, entregando algún pedido, llevando a alguien la cuenta o simplemente revisando que todos los clientes del restaurante estuvieran bien atendidos. Su frío rostro contrastaba con el colorido de su vestuario, con su cabello lacio y negro recogido bajo el sombrero vaquero que coronaba su figura. Era excitante sentirla pasar a un lado mío y percibir el aroma de su fragancia de Enzo, que todo lo llenaba y que era imposible ser ignorado. Era muy divertido verla pasar a un lado, echando un ojo a las mesas, pero ignorando la mía, mas bien, ignorándome a mí.

El desdén de Sonia hacia mi no había nacido de la nada; el restaurante donde ella trabaja es uno de mis preferidos; en un principio por sus sirloines al carbón bañados en salsa, después por el gusto de verla a ella. La primera vez que la vi iba yo con mi ex, en esos días donde uno sale a hacerla de buen padre y civilizado ex marido. Ella nos atendió solícita, sin saber cual era el status de ella y mío, a pesar de que no había acercamiento físico entre mi ex y yo. Pocos días después me vio en otro sector del restaurante, acaramelado con la chica más hermosa que mis manos hayan tocado, poco antes de que saliéramos embotados por el deseo y las copas a refocilarnos entre los pliegues de las sábanas de mi cama. Esa vez, su mirada reflejó el disgusto que a ella le causaba el creer que un día iba con la esposa y al día siguiente me aparecía ahí, cínicamente con la amante. Su desdén se volvió mayor cuando fui a comer ahí mismo con alguna compañera del trabajo, sin que mediara –por supuesto- caricia, ni beso, ni nada parecido; pero la percepción de ella respecto a mí ya estaba bien formada. La vez en que caí en cuenta de esa situación fue durante una comida con una de las compañeras de trabajo; necesitaba yo un cenicero y al llamarla para pedírselo ella volteó el rostro a propósito y pasó de largo mostrando declaradamente su disgusto. En un primer momento pensé que estaría ella molesta en general, pero cuando la vi acercarse a otra mesa con una abierta sonrisa, me di cuenta que la cosa era conmigo. Fue en ese instante en que, viéndola de lejos, presté mas atención a su cuerpo, a su forma delgada y atractiva, y hacia el hermoso par de piernas que asomaban bajo una corta falda de cuero negro. Al levantar la mirada, vi que ella me observaba mirándola, casi con una expresión de repulsión, pensando seguramente que a pesar de mis aparentes y continuas infidelidades, ahora también me fijaba en ella a pesar de ir con otra mujer.

  • No respetas, eso es lo que pasa.- me dijo cuando de plano terminé hablándole directamente y pidiéndole me explicara su aversión hacia mí. – Te da lo mismo lucirte con una que con otra, sin importar si todos nos damos cuenta de cómo las engañas.- Supongo que habrá cruzado por su mente darse la vuelta y largarse tras mandarme al demonio cuando vio de pronto que lancé una estruendosa carcajada al oír eso. –Soy una malpensada, discúlpame- me dijo cuando le expliqué a detalle la situación y el por qué de tantos cambios de compañía. Mis siguientes visitas al restaurante fueron acompañadas ya no por su desdén, sino por una risita avergonzada de parte de ella. Justo en esas visitas, yo mismo decidí ocupar mesas de la zona que ella tiene a su cargo, por lo que hubo mayor oportunidad de que ella me atendiera y de que en ocasiones entabláramos alguna breve charla.

Se estrenaba en esos días Basic Instinct 2 y no podía perdérmela. Salí de la oficina y compré un boleto para la siguiente función. Me encantan esas funciones de noche entre semana, en las cuales no hay filas enteras para entrar a la sala, ni murmullos y ruidos distractores durante la función. Faltaban 45 minutos para el inicio, así que fui al restaurante a tomarme una copita de buen Glennfiddich, al fin que está a unos cuantos pasos del cine. Ahí estaba ella, de un lado para otro, con su misma fragancia y con su coqueto sombrero vaquero. Tal como la vez anterior, sus piernas hermosas acaparaban mi mirada, y tal como la vez anterior, ella voltea y me pilló con la mirada perdida en sus extremidades.

– Me parece que no soy tan malpensada como pensaba- dijo acercándose por detrás mío un par de minutos después, para cambiar el cenicero. – Ya con esta van dos veces que te sorprendo in fraganti.

  • Lo lamento mucho – dije con una expresión de falso arrepentimiento- quisiera evitarlo, pero creo que es imposible. Quitan el aliento tus piernas, y por la falda que usas se nota que eres consciente de cuánto llamas la atención ¿o no?

  • Verás mejores en el cine- dijo advirtiendo mi boleto sobre la mesa.

  • ¿Te parece? ¿Ya viste la película?

  • No; por mi horario es difícil ir al cine. Solo podría ir a la última función y como no tengo auto, ya sería muy tarde para volver a casa. Pero Sharon Stone se hizo famosa por su cruzada de piernas en la primera parte.

  • Algo creo recordar de eso- dije dubitativamente – pero, podríamos ir juntos a la última función y después te llevo de regreso. Al fin ya me conoces de aquí, sabes que soy de confianza.

Ella sonrió sardónicamente – Si, ya voy sabiendo como eres en realidad.

No aceptó ir a la función ese día, pero por alguna razón desconocida fue creciendo mi afición por el Glennfiddich que sirven en ese restaurante, tanto que, a la semana de ese diálogo, ambos entrábamos a ver a la Stone hacer sufrir y cachondearse al buen David Morrissey. Realmente había poca gente en la sala, dos por aquí, alguien solo por allá… se prestaba bien para esa clase de funciones donde el show principal son los espectadores y no tanto la película misma. Mi vista constantemente era atraída como un imán hacia las piernas de Sonia; ahora bajo unos jeans y no con la corta falda del restaurante, pero aún así apetitosas, aún así embrujantes.

Desde la primera secuencia, con el vehículo a toda velocidad por las calles londinenses, Sonia fue cambiando su mirada de manera radical. Sus ojos se entrecerraron levemente, y para la secuencia donde el doctor está arreando por la puerta trasera a su colega, ya habían adquirido francamente una mirada hipnotizada y una expresión desencajada en el rostro. De reojo pude ver como las piernas de Sonia apenas dejaban ver un tenue movimiento de abrirse y cerrarse, y sus labios –bucales- entreabiertos mostraban la rigidez que iba adquiriendo su mandíbula al apretar los dientes. Ya para la escena donde el doctor espía desde el tragaluz cómo es penetrada la Stone, mi mano, que sostenía la bolsa de palomitas, percibía la respiración acompasada e intensa de Sonia, cuya mirada perdida en la escena se olvidaba siquiera de parpadear. Por mi mente pasaba el deseo por voltear y atraer hacia mí su rostro por la barbilla, para besarla y poseerla en ese mismo instante. En mi mente la veía desabotonando mi pantalón y extrayendo lentamente mi falo, para engullirlo generosamente después de haberlo acariciado con toda suavidad con esa lengua que me enloquecía al mirarla. Las manos de Sonia estaban entrelazadas por los dedos sobre su vientre, sintiendo todo el calor que su entrepierna debía de emanar, sintiendo la palpitación y el movimiento rítmico de sus piernas al moverse excitadas. Sonia solamente volteó para sonreír de darse cuenta de la expresión que debía de haber tenido en ese instante.

Godard decía que el cine no es una representación de la realidad, sino la realidad de la representación; no mostrándonos la realidad de algo, sino ofreciéndonos aceptar una nueva realidad para vivir y llevar a cabo; y ahí estábamos encerrados todos en la cámara oscura de la sala de proyección, aislados del ruido y prisas de nuestras calles, y viviendo solo para la realidad existente en la proyección, viviendo todos en esas calles de Londres y no en plena Ciudad de México. Cuando uno pasea por esas calles y esos mismos bares en donde en las películas se filman, se da cuenta de que en un principio su ambiente no es tal como lo refleja el filme, sino que son decididamente mas tranquilos, mas sobrios; pero cuando los visita de nuevo uno ya que la película los ha hecho famosos, esos mismos antros se tornan tal como lo vimos en pantalla. Eso mismo pasa con las personas; hay veces que creemos que el cine nos representa, pero más bien es el cine –al igual que los demás medios- lo que nos va formando. Un buen libro, una buena película, es la que hace que después de experimentarlos no sigamos siendo los mismos de antes. Al salir de la función, tomé a Sonia suavemente por el codo y abrazándola suavemente por atrás mientras que le ayudaba a colocarse su oscura gabardina le invité una copa, aclarando que ella podría conducir de regreso hasta su casa si dudaba en algún momento de mi sobriedad. Pero con una sonrisa que seguro indicaba que la mente le remitió de inmediato a la primera secuencia de la película, prefirió que fuera yo el que condujera. Godard tenía razón.

El humo de mi Camel servía de pronto como difusor de luz delante del rostro de Sonia que detrás del otro lado de la mesa sonreía levemente mientras yo le miraba fijamente. Las luces filtradas de azul oscuro del bar al lado del restaurante donde ella trabajaba le daba matices a su rostro que la hacían verse mas deseable, mas atractiva. Cuando el humo del cigarro llegaba demasiado cerca de ella, hacía una muequita de desagrado, sin percatar que mi mirada la cubría entera, intentaba penetrar su mente, conocer sus secretos, desnudarla por dentro y por fuera. Ella meneaba de pronto su copa de cocktail y deseaba yo tener esa mano moviéndose de esa misma manera sobre mi falo erecto. Por momentos me olvidaba de escuchar lo que ella decía, y mi atención quedaba perdida en el movimiento de sus labios al hablar o en el frio fuego que se veía en sus negros ojos. Me estaba obsesionando esa mujer; ya cada pensamiento que tenía de ella terminaba en lujuriosas escenas de ambos, revolcándonos obscenamente entre húmedas sábanas y ropas desgarradas; y sin embargo ella no parecía muy animada a adentrarse más en terrenos peligrosos a pesar del visible impacto que tuvieron en ella las imágenes de la película.

  • No se como hay gente que con tanta facilidad puede hacer esas cosas- dijo de pronto refiriéndose a la película.

  • No comenzaron haciéndolas igual desde su primera vez; todos empezamos desde abajo en algún momento. Tú misma habrás roto algún límite que antes tuvieras y consideraras impasable ¿no es así?

Ella sonrió profundamente, evocando quién sabe cuales y cuántos recuerdos

  • Alguna vez, si, pero no tanto. No me imagino haciendo todas esas cosas.

  • ¿De verdad no te has imaginado así nunca?

  • No tanto así ¿y tu?

  • Si, alguna vez

  • ¿Te has imaginado haciendo todo eso?

  • No, te he imaginado a ti haciendo todo eso…conmigo.

Tras un leve movimiento del volante, enfilé el auto hacia el acceso del segundo piso del periférico; no sin antes echar un nuevo vistazo a las piernas de Sonia que eran iluminadas cada tanto por las luces de la calle.

  • Ya deja de sonreír así, no quiero ni siquiera saber qué tanto estarás pensando- me dijo en una de esas que un risueño bufidito salió de mis labios.

  • Nada peligroso, puedes estar tranquila. Solo son eso, pensamientos.- Se mantuvo en silencio, pero advertí nuevamente ese ligero abrir y cerrar de sus piernas.

  • ¿Qué estas pensando?

  • No quieres ni siquiera saber en qué tanto estoy pensando

  • Si, dímelo

Ciertas calles de Mixcoac, a pesar de su poca iluminación, no son las mas atractivas para besarse, pero poco después de haber dado vuelta en una intersección la punta de mis dedos acarició suavemente su rostro para después atraerla hacia mi boca que se dirigía a sus labios para rozarlos con un tibio beso, al cual siguió otro y después ya no hubo marcha atrás. Mis manos se posaron finalmente en esas piernas que tantas veces inundaron mis pensamientos, sintiendo finalmente su firmeza, la tibieza de su cuerpo joven y encendido. Sonia se estremeció y con sus manos separó mi cuerpo que estaba pegado al suyo. – No, aquí no- me dijo mientras volteaba para todos lados. Apenas ocultos en el portal de su casa volvió a reaccionar nerviosa. - ¿Está despierta tu madre aún?- le pregunté mientras ella trataba de atisbar si había luces o movimientos tras las ventanas al otro lado del patio de la casa. – No se, ya es tarde, pero luego suele estarme esperando.- Me dijo medio arreglándose la ropa bajo la gabardina. – Ok, no te preocupes, podemos dejarlo para algún otro día- le dije y me acerqué para despedirme con un beso. – Tal vez ya se durmió; no se, déjame ir a ver.

Los ojos de Sonia brillaban en la oscuridad de la sala de su casa como si tuvieran luz propia. Al recostarse en el sofá la silueta de su hermoso cuerpo se mostraba como una oscura promesa de los placeres más infinitos y de la entrega más absoluta. En medio de los tenues chirridos del mueble, nuestros cuerpos se enredaron, besándonos y tocándonos sin freno. Nuestros besos se fueron haciendo cada vez más intensos y candentes, dejándonos rastros de calor y saliva en el rostro, en el cuello y las manos. La mirada de Sonia se dirigía de pronto hacia la oscuridad del pasillo que llevaba al cuarto de su madre con el temor de que en algún momento apareciera la señora; esa posibilidad la angustiaba, esa posibilidad la excitaba tremendamente. Su cuerpo emanaba ese exquisito aroma de sudor producido por la excitación; su jadear cuando mis manos aprisionaban sus nalgas generosas y firmes llenaba mis oídos y electrizaba cada uno de mis sentidos. Fuera de eso, solo el característico sonido del roce de las ropas se escuchaba en esa noche. Su boca -además del remanente sabor de Vodka- sabía a hembra dispuesta, a éxtasis y a promesas morbosas, boca de la cual bebí y saboree cuanto me dio la gana, degustando su saliva como si del más voluptuoso y embriagante néctar se tratara. Mis dedos surcaron sobre la ropa –primero- la línea marcada de sus nalgas, y posteriormente se fueron metiendo bajo la ajustada horma de sus jeans para sentir su carne y la provocante hendidura de su trasero.

Sonia no tuvo reparos cuando mi boca lamió y lengüeteó sus senos y sus pezones erectos; ni tampoco los tuvo cuando fui metiendo mi mano por el frente de sus desabotonados jeans para acariciar el pelo de su pubis con mis dedos, rascando mas y mas ampliamente hasta que mis dedos se dejaron deslizar sobre su pequeño clítoris y sobre la humedecida abertura de su entrepierna. Ella solo emitió un quedo jadeo, procurando seguramente no hacer más ruido y despertar a su madre. Jugué entonces, impunemente con sus labios, oprimiéndolos y moviéndolos con mis dedos; metiendo mis dedos en su vagina y arrastrando fuera, hacia su clítoris, el generoso efluvio que su sexo ya emanaba. Un suave siseo salía de entre los dientes de Sonia: -Sssii… asssii- decía tan quedo que aún en ese apartado espacio apenas y podía yo escucharlo. El imprimir a propósito una mayor fuerza a mis movimientos para excitarla más y hacerla gemir más fuerte, y la lucha de ella por no hacer mas ruido se convertía entonces en un juego delicioso, en una confrontación placentera cargada de gusto por el riesgo. Sonia comenzó ansiosa a bajar sus jeans por sus piernas, jadeando y besuqueándome obscenamente mientras movía sus caderas al compás de mis dedos que la masturbaban con denuedo. Difícilmente contenía las expresiones de placer que quedaban aprisionadas entre sus labios. El chirrido del sofá comenzó a hacerse mas insistente, acompañado ocasionalmente por el crujir que hacen algunas veces las paredes por las noches cuando el sol deja de pegarles, o los lejanos sonidos de la calle, o los mil y un sonidos que se escuchan por las noches. Pensé que era tanta la apetencia por ser descubiertos que incluso hubiera jurado oír el rechinar de los goznes de una puerta abriéndose lentamente.

Me gusta el aroma de la piel, siempre lo he expresado así. No hay nada mejor que olfatear los diferentes humores que nuestro cuerpo produce –no todos, claro- . De esta forma, en cuanto tuve a mi disposición las piernas desnudas de Sonia, coronadas aún por su ropa interior, mis sentidos se dirigieron de lleno a deleitarse en ese par de soberbias columnas que se ofrecían enteras para saciar mis apetitos. Ella suavemente se fue recostando, hasta quedar completamente sobre el sofá, de lado, entregándose dócilmente, para que su carne fuera devorada a detalle. Mis labios recorrieron la longitud entera de sus piernas; desde donde sus jeans quedaban bajados hasta muy cerca de su entrepierna, en donde podía sentir en mis mejillas el calor que de ella emanaba. Su blanca y firme carne fue mordisqueada suavemente por mis dientes, lamida por mi lengua y disfrutada por mi nariz, que no perdía en absoluto registrar su maravilloso aroma. Sonia estiró su mano y la paseó desde mi cadera hasta el frente de mi pantalón, bajo el cual mi falo comenzaba a erectarse rápidamente ante tan suave y cálido tacto. Su mano comenzó a frotar mi pene encima del pantalón, primero de manera tímida, pero cada vez con mayor enjundia y pasión. Mientras mas se erectaba mi verga, ella –aún con los ojos cerrados- iba adquiriendo facciones cada vez mas viciosas, cada vez mas calientes.

El antojo pudo mas que la mesura. Tras quitar rápidamente su ropa interior, mi boca se dejó deslizar hasta la húmeda entrada de su vagina, para lo cual tuve que levantarme un poco, con la finalidad de poder ubicar mi cara bien en medio de sus piernas. Sonia se tensó inmediatamente, quiso cerrar sus piernas en el instante en que sintió que mi boca abandonaba sus piernas para pegarse completamente a su sexo. Balbuceaba tímidamente, seguramente apenada por el hecho de que mis sentidos pudieran percibir en ese instante el olor de los efluvios más íntimos de su cuerpo. –Espera, espera- alcanzó a decir apenas antes de que sintiera mi lengua pegarse a sus labios vaginales para comenzar a recorrerlos furiosamente. Sus manos quisieron tomarme por la espalda y separarme de ella, pero eso ya no le era posible. Poco a poco su resistencia fue siendo vencida, y la presión de sus manos en mi espalda comenzó a relajarse y a convertirse de nuevo en caricia. Mi lengua, entonces, disminuyó el ritmo con que la recorría; pasó también a convertirse en un gentil amante que acariciara con dulzura aquel santuario hermoso que volvía suavemente a abrirse entregado. Levantarme un poco para voltear a su rostro y decirle suavemente – Sonia, de verdad que me fascina el aroma de tu sexo, me enloquece el sabor de tu vagina.- fue el detonante para que ella abriera las piernas ya sin el menor recato y comenzara a frotar mi falo con el denuedo mas absoluto, intentando abrir mi pantalón con la otra mano. -¿Me permites beber de ti?- pregunté falsamente dócil para dejarme caer de nuevo sobre su caliente entrepierna, mientras sus jadeos cada vez mas ansiosos daban fe de la locura que iba apoderándose de ella.

Sonia sacó mi verga erecta del interior del pantalón y comenzó a acariciarla con sus manos, moviendo la piel entera del largo de mi falo y dejándome sentir deliciosamente sus uñas recorriéndomelo. Con dos de sus dedos, a manera de tijera, jugueteó con el circunciso glande de mi pene, embarrando sus dedos con el líquido que comenzaba a escapar del interior de mi cuerpo excitado. El movimiento de las caderas de Sonia en mi cara dificultaba un poco el trabajo que mi boca hacía en su entrepierna, pero a la vez lo volvía más excitante. Lamí con fuerza hacia su perineo, sintiendo nuevamente como ella se tensaba, nerviosa y recatada. Chupé de su clítoris, jalándolo con mis labios, succionándolo para sentirlo en su totalidad en mi boca. Sonia se arqueaba de placer, apretaba mi verga con sus manos, y me hacía desear la consumación maravillosa de ese 69 cada vez con mayor urgencia. Sus manos me masturbaban únicamente, de manera torpe, apresuradamente, lastimando mi piel de tanto en tanto. El punzante dolor de la piel lastimada reducía las sensaciones de placer que yo sentía, pero aumentaba mi deseo de que cambiara su manera de estimularme. La necesidad de la humedad de su boca en mi glande era cada vez mayor y me desesperaba, me enloquecía el querer sentirla ya. La belleza de sus gemidos me calentaba y trastornaba cada vez más; los escuchaba aquí, los escuchaba mas allá, los escuchaba en cada sitio de la sala. Los gemidos suaves adquirían más de un timbre, más de una forma y profundidad. Pareciera que Sonia gemía de distintas formas, con acústicas dispares, aumentando mi sed y enloqueciéndome de ganas. Mis manos acariciaban sus nalgas y las apretaban con fuerza, extrayendo de la garganta de Sonia sonidos cada vez más intensos. Mis manos la iban apretando cada vez con mayor amplitud, llevando mis dedos cada vez más cerca de su ano. Ella se estremecía ante el placer que sentía y el riesgo de sentirse hollada por primera vez en esa zona que había mantenido lejos hasta de sus fantasías y deseos mas ocultos.

La tensión corporal que antecede al orgasmo comenzó a presentarse en la cadera y piernas de Sonia. Sus gemidos se hicieron cada vez más agudos y continuos, al igual que su respiración. Ella estaba a punto de explotar, viniéndose en mi boca, lo cual yo deseaba, lo cual quería para beberla con prontitud viciosa. Disminuí el ritmo de las lamidas a su coño, suspendí el avance morboso de mis dedos hacia su ano, mis labios dejaron de succionar su clítoris, haciendo que el éxtasis que ya era casi inminente en ella no acabara de llegar. Sonia se revolvía furiosamente recostada en el sofá, anhelando el orgasmo, necesitando explotar en mis labios. Cuando irremisiblemente las sensaciones de placer escapaban de su alcance, nuevamente mi lengua comenzó a juguetear en ella, lamiéndole el clítoris rápidamente hasta que esa tensión comenzó a aparecer de nuevo en su vientre y pude escuchar de nuevo su apresurada respiración. Esa misma tensión, aumentó la torpe manera en que ella me masturbaba, lastimándome de nuevo sin que aún hubiera felado mi sexo, tal como me hacía antojarlo. Suspendí las lamidas que con tanto gusto le daba, y me levanté quedando sentado a un lado de ella. Sus ojos me reprochaban el no continuar, el dejarla así, sin venirse, pero entendiendo que podría llegar al placer supremo teniéndome dentro de ella.

Me coloqué sobre el sofá, detrás de ella, Sonia abriendo sus piernas hacia lo alto, lo más que podía permitir sus jeans a los tobillos. Su espalda quedaba pegada a mi pecho, y sus nalgas pegadas a mi vientre. Mordisquee rabiosamente su cuello y su nuca, emitiendo suaves gruñidos de placer y dando pequeñas dentelladas a su sudorosa carne. Sonia se estremecía al contacto de mis dientes con la piel de su cuello y hombros, con mi respiración agitada en su nuca, con mis expresiones de deleite cerca de su oído. Mi mano guió mi falo erecto hacia su objetivo, y así como una flecha lanzada por un diestro arquero da en el blanco, mi glande se introdujo sin misericordia en la húmeda cavidad de su coño chorreante de humedad. Sentir las nalgas duras de Sonia pegadas a mi vientre era un deleite único y exquisito. Mi verga se fue introduciendo en la vulva cavernosa y caliente de Sonia, la cual no dejaba de jadear y de repegar la espalda a mi pecho. No hubo preámbulos para la penetración; me deslicé completo hasta el fondo de su cuerpo, mientras mis manos la atraían, la jalaban sintiendo las poderosas formas de una auténtica hembra dispuesta a ser apareada por un macho que exigía de ella el mayor placer. Sonia echó hacia atrás su cabeza, recostándola en mi hombro, para poder ser besada y mordisqueada, igual que una presa rendida se entrega al predador para ser devorada y tomada sin piedad, a su entero antojo. Mis manos acariciaron sus senos, cuyos pezones se erectaban y se suavizaban una y otra vez. Luciendo una sonrisa malévola, me acerqué a su oído y susurré: - Nena, ¿estás segura de que tu madre no se despierta?- para entonces ver su rostro asustado voltear para atisbar la oscuridad del pasillo nerviosamente. A los pocos segundos, el ritmo del bombeo le hacía nuevamente cerrar los ojos, pero ya más excitada por el intenso sabor del riesgo que para ella representaba la posibilidad de ser descubierta.

Mientras penetraba rítmicamente el coño de Sonia, ella se masturbaba denodadamente, frotando así sus hermosas nalgas en mi cuerpo. Las contracciones de su vagina eran constantes, anunciando a cada momento que en cualquier instante podría llegar a un orgasmo avasallador. Tomándola con mis manos fui llevándola a que quedara recostada sobre el respaldo del sofá para bombear a placer, de pié, detrás suyo. Cuando ella recibió los furiosos embates de mi tronco hasta el más profundo de sus interiores, el paroxismo con el que comenzó a contonear su cadera fue imparable y enloquecedor. Sus gemidos parecía por un momento que dejarían de contenerse y correrían audiblemente por toda la casa, si bien por toda la casa yo juraba escucharlos. Tanto ella como yo nos movíamos frenéticos, disfrutando de nuestros cuerpos y del placer que ambos nos estábamos provocando. A los pocos minutos, las contracciones de la vagina de Sonia se hicieron irrefrenables, y ella, hundiendo su rostro en el mullido respaldo del sofá, comenzó a venirse en medio de sincopados arqueos, repitiendo mi nombre una y otra vez, y jadeando profundamente.

Sonia se dejó caer en el sofá, aún apretando los puños por los restos de las sensaciones orgásmicas que permanecían en los más lejanos puntos de su cuerpo. Mis manos masajearon sus hombros y sus brazos. Ella volteó y me sonrió; consciente totalmente de que yo esperaba mas de ella. - Como verás estoy acostumbrada a cosas muy tranquilas en el sexo - me dijo cuando ambos nos acariciábamos mutuamente recostados, ella al frente mío. - Sé lo que querías pero jamás lo he hecho y no me gusta la idea. Me da un cierto asco pensar en meterme a la boca o lamer aquello con que orinas.- Muchas veces hemos leído argumentos a favor o en contra de este punto, para algunos tan importante. –Nada es a fuerzas, preciosa. Solo depende de lo que se te antoje hacer- le respondí antes de comenzar de nuevo a manosearla. Su cuerpo rápidamente respondió y sus ojos se cerraron nuevamente para sentir mis manos paseándose impunemente por su carne y tocarla a plenitud por cada rincón de su cuerpo. Sonia se dio la vuelta, acurrucándose en mi pecho, alcanzando mi falo nuevamente con sus manos y comenzando a masturbarme lentamente. Tal como lo anhelaba en el cine, el subir y bajar de su mano en mi falo comenzaron a hacerme sentir un placer infinito. A cada movimiento de su mano, mi verga iba adquiriendo de nuevo su dureza y su longitud ideal para dar y recibir placer. Ella, así acurrucada, dejó sus caderas levantadas de lado, por lo que deslicé mi mano por detrás de su cuerpo para masturbarla y para apretar sus nalgas a mi antojo.

No tardó mucho en que el entrar y salir de mis dedos de su vagina fuera arrastrando a Sonia a pegar su cara a la mía, jadeando en mi rostro, y manipulando mi verga con mayor fuerza y ansiedad. Sonia pedía más y más placer, susurrando entrecortadamente los deseos de venirse nuevamente, esta vez en mis manos. La forma en que me masturbaba era completamente distinta a la manera torpe del inicio, y solamente suspendió su tarea cuando el éxtasis llegó nuevamente a la puerta. –Si, si, así… dámelo de nuevo… dámelo mi amor- decía cada vez con más intensidad, hasta que las sensaciones se ubicaron de golpe en un solo punto de su cuerpo, volcándose dentro en una avalancha exquisita que la recorrió violentamente. En ese instante, mi dedo lubricado por su vagina se dejó ir hacia el tibio reducto de su ano, penetrándola apenas y acelerando contundentemente el estallido de un orgasmo brutal en su interior. En la fase final de sus convulsiones, y arrojada de lleno al abismo del deseo, se lanzó sin mediar palabra alguna sobre mi verga, tomándola con ambas manos e introduciéndola de golpe en su boca. Sonia mamaba enloquecidamente mi falo, aún experimentando las últimas contracciones del orgasmo. Para mí, el placer igualmente se acumuló de inmediato, y a los pocos segundos, mi cuerpo comenzó a sentir el torrente exquisito de placer. Sonia sacó mi verga de su boca y aceleró salvajemente los movimientos de su mano, llevándome de lleno hacia un delicioso estallido. El semen comenzó a manar de mi verga, cayendo por el tronco de mi falo hasta escurrir por sus dedos que aún seguían pajeándome lentamente. Sonia miraba extasiada en la oscuridad como el blanco manto de mi semen iba cubriendo su mano y salpicando sobre su cuerpo. Sonia levantó el rostro y con una gran sonrisa unió sus labios a los míos, que aún no dejaban de balbucear extasiados por la intensidad del orgasmo. Nuestras lenguas se enfrentaron, se lamieron sin freno saboreándonos y bebiéndonos mutuamente. Apreté su cuerpo contra mi pecho, quedando ambos distendidos y sudorosos sobre el sofá de la oscura sala, con nuestros cuerpos satisfechos y cansados. Solo un ligero movimiento de la cortina que estaba al lado nuestro me hizo levantar la vista; y en esa penumbra, pude ver, o creí ver, el discreto movimiento y clickear de una puerta al cerrarse al fondo del pasillo. Esa idea o esa certeza me hicieron sonreír morbosamente.

Es hermoso verla pasar, aprisa, entregando algún pedido, llevando a alguien la cuenta o simplemente revisando que todos los clientes del restaurante estén bien atendidos. Su frío rostro contrasta con el colorido de su vestuario, con su cabello lacio y negro recogido bajo el sombrero vaquero que corona siempre su figura. Es excitante sentirla pasar a un lado mío y percibir el aroma de su fragancia de Enzo, que todo lo llena y que es imposible ignorar. Es muy divertido verla pasar a un lado, echando un ojo a las mesas, pero ignorando la mía, más bien, sabiendo que el presuroso y laborioso movimiento de su cuerpo, tan cerca y a la vez tan lejos del mío me vuelve a provocar.