En cuarentena
La pandemia esta arrasando España y la cuarentena nos tiene a todos confinados en casa. ¿Qué hacer cuando no puedes salir y tienes que conformarte con la compañía humana de tu compañero de piso?
En cuarentena
Crecemos a la sombra de los mayores siendo niños, sin entender sus palabras, sus consejos, sus avisos, sus advertencias. Oímos una y otra vez que todo se acaba, pero nunca, si crecemos con las mismas personas, somos conscientes de que en algún momento se irán. Hasta que empezamos a perder gente cercana, amigos, mascotas, compañeros, amantes… sabemos que al igual que un yogur, la vida tiene caducidad y por consiguiente el trato con la gente.
Nadie estará a tu lado eternamente, da igual el vínculo que tengas con ella, todos se van o la vida te los arrebata. Pero sin duda el hecho de que alguien te jure que siempre estará ahí es el indicativo de que, más aún, desaparecerá.
Al igual que el yogur, con ciertas personas, sabemos que nuestra relación tendrá un fin, una fecha de caducidad. Pero de mismo modo que con ese alimento, seguimos arrastrándolo con nosotros aún pasado de fecha. “Por qué no pasa nada”.
Pero sí pasa.
Te sienta mal, te fuerzas a creer, te daña por dentro, te atormenta el “no tenía que haberlo hecho” y te revuelve tu interior. Y las mayores cicatrices, al igual que las indigestiones, te lo hace algo que te gusta, que te encanta, que te apasiona y no te cansa.
Sabes que tiene fecha para terminar. Sabes que no puedes comerlo después, y aun así lo haces, sabiendo el resultado… ¿Es que eres gilipollas? No. Somos humanos. No aprendemos del error aun teniendo la certeza de lo que pasará. Y sigues. Y te alimentas de ello porque te gusta, aun sabiendo que te sentará mal porque no hay otro alimento como ese y de ese sabor que te llene. Como con las personas.
Pero un día eres consciente, tienes un momento de lucidez. La adicción y el ansía, al igual que la droga que tanto te engancha, te hace ver que no te hace bien. Y tras caer con la misma piedra una y otra vez decides mirar al suelo, y estar pendiente de las que puedan venir para esquivar. Aprendes a dejar ir al igual que aprendiste a dejarte llevar. Entiendes que no tienes que cambiar tu, que simplemente hay cosas que no deben ser y el tiempo y el destino pone cada cosa en su sitio y espacio. Sobretodo a las personas. Así que estar tirando de una cuerda tu sola cuando hay alguien mirando no te aporta nada. Si esa persona quisiera la cuerda también tiraría. Y nuevamente aprendes a dejar ir lo que un día por azar vino hasta a ti.
La gente desconcierta.
Parece que vivimos en un videojuego RPG y en nuestro camino vamos conociendo a infinidad de personas a las que, a veces sin saberlo, le hacemos un favor y después seguimos cada uno con nuestro camino. O lo que es lo mismo la gente te utiliza para su beneficio y cuando no le interesas te abandonan, se despegan. Pero no de una manera bonita o poética, sino cruel y dañina.
Llevo años escuchando que no dejo entrar a nadie en mi vida. Y aun así escarban en el muro de fuera hasta que llegan a dentro, y una vez entran se dedican a romperte desde ahí. Como un caballo de Troya. Y no aprendemos. Pero queda parte del consuelo de que todo termina, antes o después. Pero aun tienes que pasar el duelo. No sin antes hacer lo que debes, aunque duela, como es dar lo que recibes, hasta que llega un punto donde dicha relación muere por su propio pie. Y lo sabías. Y lo avisabas. Pero al igual que en momentos apocalípticos, nadie te cree.
Es como una maceta que regabas todos los días y dejas de hacerlo. Se va marchitando poco a poco, y después no importa el agua que le eches, las hojas ya están secas, pueden salir otras, pero lo que ha muerto no se regenera. Y eso me pasó con mi último novio, razón por la que oír la palabra tío me hacía huir, esconderme, evitar y no querer asomar la cabeza tras la cobertura.
Y así fue como me encerré en casa, incluso antes de la cuarentena, decidí quedarme tan ricamente aislada del mundo y de la vida, en todos sus aspectos, mis únicas compañías era mi gato, el cual me ignoraba, haciéndome recordar que debía empezar a ser como él. Aceptar cariño sólo cuando yo realmente lo quisiera, aceptar la mano cuando yo realmente la necesitara, y aceptar la compañía cuando realmente mi cuerpo tuviera deficiencia de ella. Y mi compañero de piso, con el que llevaba un mes compartiendo todo.
Así que aquella tarde, una semana después de esto, en la que estábamos hasta los cojones de la clausura sometida por el gobierno, decidimos desmadrarnos un poco. Sin visitas, sin salidas, nos estábamos volviendo locos.
Buscamos en la despensa las bebidas alcohólicas que quedaban de las últimas navidades que tuve en compañía (benditas navidades), y con los restos de todo hicimos una mezcla un tanto curiosa. Y asquerosa. Empezamos a mirar por twitter tweets con determinada palabra propia de la pandemia y cuando leíamos una, chupito de mezclas.
Al cabo de media hora yo no podía ni mantener una palabra cuerda ni una conversación civilizada.
Me levanté, me abrí la cremallera de la chaqueta de pelo azul que llevaba y me quedé en camiseta de interior, que transparentaba mi sujetador negro.
Él se quitó la parte de arriba de la ropa y se quedó sólo con el pantalón del pijama.
Más tweets. Chupito. Entre las risas y las situaciones que poníamos tan surrealistas terminamos bebiéndonos parte del alcohol que quedaba. Llegando a jugar un poco más allá, quitando una prenda de ropa cada X tweets con dicha palabra, hasta que nos encontramos en ropa interior.
Como sigo siendo humana, y por mucho que me apañe yo solita como haría un gato, necesito compañía en determinadas ocasiones. Porque ya había terminado por conocer todas las páginas porno de Twitter, me sabía todos los gifs de memoria. Empezaba a encontrarme sin material y aún quedaba una semana de aislamiento.
Cogí un hielo de la cubitera con los labios, le empujé contra el suelo y me puse sobre él, sentada encima. Acerqué el cubito a su boca y apoyando mi peso en las manos sostenía mi cuerpo para evitar pegar mi cara con la suya.
Abrió la boca y cogió el hielo, rozando levemente sus labios con los míos. Sentía como entre sus piernas crecía parte de él, al estar en contacto conmigo, tan ligera de ropa. Me removí, a propósito, como si fuera sin querer haciendo algo de fricción y tensándolo más. Hasta que al final me agarró del culo y me apretó contra él. “Bueno bueno… ¿qué haces?” le dije sonriendo. A lo que su respuesta fue darme la vuelta y ponerme bajo él, dominando la situación en un segundo y colocándose entre mis piernas sin posibilidad alguna de moverme. Y sorprendentemente, no quería hacerlo. Al igual que mi gato, ahora quería cariño, contacto humano, por lo que acerqué mi mano hasta su boca y rocé con la yema de los dedos sus labios, metiendo un dedo en ella, deleitándome en como chupaba mientras me observaba. Su boca fría, por el hielo, aun goteando agua de haberse derretido.
Agarró mi barbilla y acercó su boca, besándome, notando la humedad y la frialdad en su beso, inundando mi boca hasta el fondo con su lengua. Brusco, fuerte, posesivo, frío, agrío por el sabor del alcohol que habíamos tomado, con ese amargor propio de el. Me encendí. Y cuando yo me enciendo soy difícil de apagar, cosa que me trae malas decisiones, la verdad sea dicha.
Cerré mis piernas alrededor de su cintura, proporcionando contacto extremo a mi cuerpo, mientras sus manos viajaban a mis pechos y los amasaba por encima del sujetador. Presionándolas mientras se restregaba conmigo, aun con ropa interior en nosotros. Tiró de mis tirantes hacia abajo, pero sin llegar a sacar mis tetas de mi sujetador. Apretó, subiéndolas hasta mi garganta y las acercó a mi boca, observando como sacaba la lengua y recorría mis pechos con ella. Tiró de él y las dejó libres, volviéndolas a subir hasta mi boca, donde su lengua y la mía recorría mi piel y mis pezones, hasta juntarse ambas y comernos la boca.
Durante un largo beso aprovechó para pellizcarme, apretar mi pezón entre sus dedos y hacerme unas placenteras cosquillas que poco a poco me iban humedeciendo. Podía sentir prácticamente como la tela empapada de mis bragas se pegaba a mi coño, que estando recién depilado marcaba tanto mi rajita en mis bragas que se percató hasta sin tocar. Pero no tardó, metió un dedo en mi boca, y lo bajó por mi barbilla, mi cuello, mi pecho, mi vientre, hasta llegar a mi sexo y apretarlo contra mí moviendo sutilmente el dedo por encima de la tela hasta hacerme suspirar.
Callaba mis suspiros con su boca. Metió la mano en mis bragas y empezó a acariciarme con la yema de sus dedos despacio, tanto que me desesperaba, apenas unos roces con sus dedos haciendo que levantara mis caderas para buscar su mano mientras la otra la tenía sobre mi cuello presionando para que no me moviera.
Se quedó mirándome durante unos segundos sonriendo, disfrutando del espectáculo de ver cómo me excitaba cada vez más en su cara ante su contacto. Sin prisa, el ego y lo que no es el ego, le crecía verme ahí sometida al placer.
Se apartó.
Acercó su boca hasta mis tetas, las juntó con sus manos y acercó su cara, perdiendo su boca en mis pechos, devorando, jugando, lamiendo, deleitándose con ellos sin perder un segundo la atención de mi cara.
Mis manos recorrían su espalda, pasando las yemas de los dedos y dejando un camino marcado levemente por mis uñas que ansiaba clavar en él. Dios como me estaba poniendo. Quizás la cuarentena después de todo no había sido tan mala idea.
Se apartó para coger otro cubito y con el en la boca lo rozó por mis labios, lo pasó por mi barbilla, dejando un rastro húmedo conforme bajaba por mi cuero, rozándolo en mis pezones haciendo que se endurecieran mucho más, tan erguidos que dolía, y siguió bajando, quedando cada vez menos helo en el cubito llegó hasta mi coño y lo dejó ahí, haciéndome sentir una mezcla de placer, escalofrío y excitación de saber que mi propia calor corporal lo estaba derritiendo.
Mientras tanto volvió a subir hasta mi boca, me besó y bajó con ella por mis pechos hasta mi barriga, jugueteando con mi ombligo, mientras agarraba la cintura de mis bragas y tiraba hacía abajo para despojarme de ellas. Agarró mis muslos y los abrió, centrando su visión en mi coño empapado y relamiéndose los labios mientras subía la vista hacía a mí, apretando las manos en mi piel y acercándose poco a poco hasta mi entrepierna para hundir su cara en él, sacar la lengua y dar un lametón de abajo arriba, cogerme con sus labios y chuparme, haciéndome gemir mientras con una de sus manos agarraba un pecho y apretaba. Sentía como el frío del hielo se iba con el roce de su lengua y sus labios.
Agarré su cabeza con una mano mientras con la otra me apretaba mi pecho libre, haciendo compañía a él. Agarrada a su pelo guiaba su cabeza por mi coño con cada movimiento, follándole la boca mientras me hacía arquearme de placer.
Y así fue como me dejé llevar, me apreté más contra él y entre espasmos que me costaba contener y controlar me corrí en su boca.
Se apartó, se acercó hasta mi boca y me besó, llenándome de su saliva y de mi misma. Le indiqué que se acercara hasta mi boca, y de rodillas junto a mí se apegó, sintiendo su paquete en mis labios completamente duro.
Tumbada y abierta de piernas completamente mojada, me centré en lo que tenía en mi cara. Empecé a acariciar por encima de la ropa, rozando con mi boca mientras le miraba y sonreía y le miraba a través de mis gafas.
Agarré la cinturilla de sus calzoncillos y tiré, pegándole lo posible a mis labios, para que al liberar su erección se chocara con mi boca.
Saqué la lengua y la pasé despacio, dando una lamida lenta, delicada, excitante sobre su miembro duro que empezaba a palpitar con ganas de meterse en mi boca.
Agarré sus huevos mientras con mis labios paseaba por su polla, subiendo y bajando, sintiendo su mano en mis pechos. Envolví la punta con mi lengua y la acobijé en mis labios empezando un movimiento lento de mete y saca de mi boca. Su cara era un espectáculo visual que me estaba calentando por segundo, y su otra mano libre acariciaba mi pelo y mi frente mientras me follaba la boca, acelerando cada vez más el ritmo, recuperando el control que me había ejercido unos minutos.
Así se apoyó en el suelo y ahora entraba hasta mi garganta una y otra vez centrándose en su propio placer.
Observaba al mirar abajo como su polla se perdía entre mis labios y como cada vez me costaba más respirar por tenerle en mi garganta.
Hasta que se apartó, llevó su polla a mis tetas y rozó la punta por mis pezones, mojándome de mi saliva y su propia humedad, endureciéndome hasta límites extremos, tanto como yo hacía con él.
Se levantó, fue a su habitación y apareció con un condón, me lo entregó y tras abrirlo, se lo puse en la punta, acerqué mi boca y con mis labios empecé a meterla en mi boca colocando el preservativo. Cuando llegué al final me presionó la cabeza contra él y pude sentir como la clavaba en mi garganta una vez más.
Me aparté, se colocó entre mis piernas y pegando su cuerpo al mío todo lo posible, a puso en mi entrada. Me moví, se movió, y entre ambos la colamos en mi interior con movimientos lentos. Sintiendo como me abría, me adaptaba a él y empezábamos a follarnos mutuamente.
Su boca en mi cuello me estaba volviendo loca, mis manos estaban dejando marcas en su espalda que tardarían unos días en irse, ambos nos estábamos entregando por completo al placer y al sexo más puro que podíamos. Me embestía fuerte, duro, con arremetidas briscas, secas, sin piedad ni cuidado ninguno, sólo buscando el placer, mi placer y el suyo. Su pecho presionaba los míos, mis piernas le apretaban más aún contra mi hasta el punto de hacer fricción en mi clítoris mientras me follaba. Era un baile perfecto de sensaciones, así que no es de extrañar que me volviera a correr con él en mi interior cuando agarró mi cuello y acerco su boca a la mía, sintiendo nuestras respiraciones en la boca del otro mientras me empalaba una y otra vez con un ritmo tan frenético y pasional bajo sus palabras, que chocaban en mis labios “córrete sobre mi polla”. Y mientras bebía mis gemidos con su boca me corrí, apretándole con mi coño mientras clavaba las uñas en su brazo con el que me estaba presionando la garganta y me mordía él mismo el labio inferior.
Salió de mí, se colocó nuevamente de rodillas y me volvió a penetrar cogiéndome de los hombros fundiéndose conmigo por completo, acelerando el ritmo, buscando correrse. Le cogí del cuello, acerqué mi boca a su oído y entre quejidos le susurre “quiero que te corras en mi boca”. Se apartó de mí, se quitó el condón y acercándola a mis labios la agarré, le pasé la lengua rozándole la punta y empecé a pajearle pegada a mi boca, con esta abierta y la lengua fuera, mientras le observaba.
Agarró mi pelo y miró hipnotizado como su semen caía por mi lengua y resbalaba por mi barbilla hasta gotear en mis pechos. Yo pasaba la lengua por mis labios, y mi otra mano por mis pechos restregando la corrida.
Él me miraba… su pecho subía y bajaba alterado, sonreía, expresando en sus ojos el deseo y el morbo de la escena.
Quizás una cuarentena curaba todos los males, ¿no?. Duele… pero cuando todo pasa empiezas a entender.