En coma

Me quedo en coma tras un accidente

Fue una bofetada terrible y, además, no tuve la culpa. No soy abstemio pero, como aquel día tenía que conducir, no había bebido ni una cervecita. Circulaba tranquilamente por una carretera secundaria, camino de una urbanización algo apartada, para recoger a un amigo y luego reunirnos con los demás cuando, en un cambio de rasante, me encontré con la mayor putada que un conductor puede encontrar (valga la redundancia).

Un hijo dela Gran(Bretaña, puta, lo que queráis), estaba adelantando en sentido contrario, con línea continua, con un pedazo de Audi, a toda pastilla. Me lo encontré de frente y sólo me dio tiempo a dar un volantazo a la derecha, saliéndome de la carretera, dando tantas vueltas de campana como un coche de carreras, acabando estampado contra unas rocas o un árbol o lo que hubiera por allí.

Tardé un buen rato en recuperar el conocimiento sin tener ni idea de qué había pasado y lo que me encontré me puso los pelos de punta. Estaba totalmente atrapado, boca abajo, no podía moverme, me dolía todo el cuerpo… Con una sensación de claustrofobia que me ahogaba, estuve seguro que de esta no salía.

Entre estados de consciencia, terribles por los dolores, semiinconsciencia y la sed espantosa que tenía, aparecieron unas luces de colores, muchos colores, azules, amarillos, naranjas, rojos… Toda una psicodelia se me ofrecía a la vista cuasi nublada por la sangre.

Al final, perdí la conciencia del todo. Me contaron que los bomberos tuvieron que cortar la chapa de mi Seat Ibiza, convertido en un amasijo de hierros y trabajar durante horas para poder sacarme. Estaba hecho polvo, tenía fracturas múltiples en piernas, costillas, un brazo, aparte de una conmoción cerebral, agravada por un hematoma subdural que me hizo entrar en coma.

La verdad es que debería terminal mi relato aquí. ¿Qué voy a contar? ¿Que pasé mucho tiempo en coma? ¿Qué no la palmé de milagro? Pues podría pero no, precisamente en esos largos meses de recuperación se desarrollaron acontecimientos, totalmente ajenos a mí, que hicieron que mi vida diera un vuelco radical.

Ahora bien, lo que quiero contar lo sé porque otros me lo han dicho y por algunos recuerdos, parecidos a flashes, que me han quedado en la memoria.

Como suele suceder en todos estos casos, al principio, todo el mundo estaba pendiente de mi. Mi familia se relevaba continuamente para estar a mi lado, mi madre, mi padre, mi hermana… 24 horas al día, 7 días a la semana.

Al pasar el tiempo y mi estado de salud ir mejorando físicamente, que no psíquicamente, esta situación fue, poco a poco, relajándose. Es normal. Después de unos meses, sólo venían los fines de semana (y no todos) a comprobar si había habido algún avance digno de mención.

Les dijeron que no sabían si mi cerebro había sufrido daños debido a la conmoción y la falta de oxigenación por la pérdida de sangre. Tras unos cuantos meses en los que seguía en coma, las esperanzas de mi familia en mi recuperación fueron, poco a poco, desvaneciéndose. Fue en aquel momento cuando los neurólogos se empeñaron en que hicieran algo más que visitarme.

-Háblenle, cuéntenle cosas que conozca, estamos seguros de que puede oír algo, aún hay rastro de actividad cerebral.

Ellos sabrían, aunque decían que mi encefalograma, para los profanos, parecía ser más plano que las tetas de una impúber. Pero, pacientemente, al principio mi madre y luego mi hermana, se dedicaron a leerme libros en alta voz.

Llegó el verano y con él las vacaciones. Fue entonces cuando Almudena, mi hermana, demostró su verdadero carácter desinteresado. Empezó a pasar mucho tiempo conmigo ya que tenía más tiempo libre que mis padres. Estar en un hospital, sentada en un sillón, mirando o leyendo a un vegetal, no debe de ser plato de buen gusto.

Para entretenerse ella misma lo más posible, me leía los susodichos libros, me contaba sus cosas, alguna de ellas, lo supe después, que no hubiera contado ni a su mejor amiga.

Almudena tenía 20 años, acababa de terminar 1º de Derecho, era medianamente alta, de pelo corto, un cuello de cisne, una cara muy agradable de amplia sonrisa y ojazos enormes. Tenía un buen tipo, delgada pero, eso sí, marcaba un culito en forma de pera perfecto y unas tetas cojonudas de lo bien puestas que estaban. Aunque sea su hermano, solo constato un hecho.

No tengo claro el porqué siguió viniendo al hospital a estar conmigo. Creo que siempre ha sido como el buen Samaritano y, aunque en un principio se sentiría obligada, mis padres trabajaban y ya habían perdido demasiado tiempo en sus empresas, tampoco tenía por qué estar todo el día allí. Sin embargo, fue ella misma la que quiso pasar la mayor parte de su tiempo libre en la clínica.

Ahora, también pienso que hubo un motivo más importante para ella. Aquí se vio que tenía un novio gilipollas, no supo aguantar el ver menos a mi hermana, dejándola plantada al par de semanas de empezar las vacaciones. Valiente imbécil. Podía haber hecho compañía a Almudena, ya que ella se sentía obligada a estar en conmigo, podía haber guardado ausencias, si estás enamorado, no debería ser mayor problema.

Sin embargo demostró ser un egoísta del copón, no supo entender la naturaleza desinteresada de Almudena y a la primera ocasión que tuvo se fue a la cama con otra, con una de las compañeras de mi hermana. ¡Otra zorra de la hostia! Hay que ser hijos de puta.

Menos mal que no desperté entonces, si no, los mato. Por cabrón y por puta. Mi pobre hermana se había quedado hecha cisco.

Algo más de un mes después, empecé a dar las primeras muestras de cambio. Mis encefalogramas detectaban algún pico de ondas alfa y, según el neurólogo, esto era un avance buenísimo. Pero, en poco tiempo, empezó la segunda parte de mi calvario.

Desperté un día de agosto en una habitación blanca, con sábanas blancas, en una cama que no había conocido en mi vida. A mi lado, conectado por unos cables que iban a mi pecho, hombros y tripa, había un aparato que indicaba una serie de cifras y gráficos que hacía Bip, bip, bip (un coñazo), una bolsa con líquido transparente colgada de una percha que iba a mi brazo, otra bolsa, también colgada, que estaba pinchada a mi cuello y, noté con horror, unas sondas en mi pene y ano.

Pero, lo más importante, un ángel de pelo cortito y tetas de infarto me miraba con cara de asombro asomándose por mi derecha.

-¿Javier? ¿Javier? ¿Me oyes? ¿Javier? – Dijo con cara de preocupación.

Intenté mirar a mi alrededor pero apenas podía mover el cuello. Si movía los ojos me mareaba. ¿Quién coño era ese tal Javier? Con lo buena que estaba esta chavala hubiera dado mi brazo derecho por ser yo…

Empezó a pulsar el botón de una perilla situada al final de un cable que estaba al lado de la cama, lo hacía como una posesa, como si hubiera visto a un fantasma. Quise decirla que parara un poco, que me estaba poniendo nervioso, abrí la boca… Y ni el más mínimo sonido salió de mi garganta. Pero ni un murmullo, nada.

¡Joder, qué mal rollo! Todavía con susto inicial y no habiendo conseguido nada, agobiado, Intenté mediante gestos pedir un boli, un lápiz, algo que me permitiera escribir. ¡Me estaba entrando el pánico! ¡Quería contar que no podía hablar!

Con manos temblorosas me pasó un rotulador y una hoja de papel. El pánico subió a otro nivel al ver que no podía cogerlo, yo quería, pero la mano no hacía lo que le decía. Me estaba poniendo histérico, quería decir algo, escribir algo y no podía. Jamás había pasado una sensación de impotencia mayor.

Apareció un médico seguido de otros más jovencitos. Había una que estaba para mojar pan… No sé porqué, me dio reparo compararla con la chica que estaba a mi lado. A ésta le había cogido cierto aprecio, aunque seguía llamando a un tal Javier y me estaba poniendo celosillo.

Con mucha amabilidad me hicieron levantar las piernas, primero la izquierda y luego la derecha, haciendo fuerza en contra. Luego los brazos, tocarme la punta de la nariz con los brazos extendidos y los ojos cerrados, apretar fuerte con las manos… Mal, mal, mal. No pude hacer casi nada.

-Tiene todos los síntomas de un derrame cerebral, un ictus en la parte izquierda del cerebro. Esto hace que tenga esta parálisis en el hemicuerpo derecho y la afasia. Vamos a hacerle unas pruebas para determinar la zona exacta y el alcance de la lesión. Quizás solo sea una secuela del edema que tuvo tras el accidente. Sería bueno porque acabará disolviéndose. Si fuera un derrame fuerte, estos síntomas podrían ser permanentes, pero ya veremos… ¡Hale Javier, ya verás que pronto te recuperas!

Y se fue seguido de sus acólitos tras haberme dado un par de palmaditas en la cara.

¿Javier? ¡Coño con Javier! Yo soy… Soy… ¡Joder! Soy… ¡Mamá! , ¿Quién coño soy? Lágrimas como puños empezaron a rodar por mis mejillas, no podía casi mover la mitad derecha del cuerpo, bastante mal la izquierda, no podía hablar, no sabía quién era… No sé cómo no me volví loco en aquel momento.

Bueno, sí lo sé. La chica del pelo corto, la que me llamaba Javier me acariciaba la cara. También lloraba, pero una mezcla de preocupación y contento, me besaba la frente y la cara, me abrazaba…

-Ya verás cómo te pones bien, Javier. Y la alegría de los  papás… ¡Qué mal lo hemos pasado! ¡Qué susto! ¡Como vuelvas a hacer una cosa así, te mato!

Mientras me daba esos abrazos y estampaba sus soberbias tetas (no eran muy grandes, pero sí muy duritas) en mi pecho y antes de poder hacer nada (aunque no sé que podría haber hecho) aparecieron un par de señores en la habitación en la que entraron como una exhalación.

Más besos, más abrazos, más suspiros…Y más Javier esto, Javier lo otro, lo que me llevó al convencimiento definitivo de que aquel era mi nombre (ya lo estaba sospechando hacía rato). ¿Javier? No me sonaba de nada, ¿Y cómo les decía a esta pareja tan simpática que no les había visto en mi vida?

Al final, estaba tan alterado por no poder comunicarme, por no recordar nada de nada, estaba tan agitado que una enfermera o médico o lo que fuera me metió un chutazo por vía que me mandó al limbo de los justos.

Al despertar, allí estaban los señores y la chica, evidentemente su hija, dado su comportamiento. Me hablaron, me sonrieron, contaron anécdotas… Hablaban del tío nosequé y del primo nosecuantos, la abuela fulanita y el abuelo zutanito… No me enteraba de una mierda y me estaban poniendo de los nervios.

Apareció el médico y su séquito y, tras un bombardeo de preguntas que ni un premio Nobel en rueda de prensa, consiguieron estarse un poco calladitos. ¡Dios! Hubiera preferido seguir dormido.

No sé cómo, conseguí otra vez que me dieran un rotulador y una hoja…

-Déjenle, dejen al chico que lo intente, eso es bueno.- Dijo el de la bata blanca.

La cuestión es que, como tampoco pude volver a cogerlos, lo intenté con la mano izquierda. ¡Bien! Esta funcionaba medianamente.

Pero yo debía de tener de zurdo lo mismo que de cura. Ni puta idea de escribir con esa mano. Pero no iba a rendirme a la primera, seguro que con un poco de esfuerzo conseguía expresar algo en el papel.

Me llevó un buen rato pensar qué poner, y ya ni cuento el llegar a hacerlo. Al final, en mayúsculas, sólo pude escribir:

-NO SE QUIEN SOY

Con una letra que ni un niño de cinco años.

Casi me entra un ataque de risa cuando vi las caras de todos los allí reunidos al leer lo que había escrito. Lo malo fue que ni una carcajada salió de mi boca. Esto de la afasia me estaba agobiando de verdad, más que no poder moverme y  estar sondado hasta el cielo de la boca.

Entonces, el médico mandó callar a todo el mundo y empezó con la tira de preguntas.

-Tú, contesta sí o no con la cabeza, ¿Puedes?

Gesto afirmativo

-¿Te llamas Javier?

Iba a contestar que “eso dicen pero no me acuerdo”, así que:

Levantamiento de hombros

-¿Recuerdas por qué estás aquí?

Gesto negativo

-¿Reconoces a estos señores?

Gesto negativo

¿Y a esta chica?

Tres cuartos de lo mismo

¿Sabes qué estabas haciendo antes de llegar aquí?

Ni puta idea (gesto de no con la cabeza)

¿Sabes dónde vives? ¿Sabes qué fecha es hoy? ¿Qué es lo último que recuerdas?...

NO, NO, y ¿No he dicho ya que no recuerdo nada? (o sea, encogimiento de hombros)

Visiblemente contrariado, ante la mirada de espanto de mis padres y hermana (Los llamaré así para abreviar) les soltó lo que parecía bastante evidente.

-Su hijo tiene amnesia. Esto es raro pero, teniendo en cuenta la conmoción, el tiempo que ha estado en coma y el ictus que padece ahora, no debemos descartar nada. Puede que solo sea transitoria, pero tampoco quiero darles falsas esperanzas.

¿Falsas esperanzas? ¿Me podía quedar así? ¡Pobres papá y mamá! ¡Pobre hermana mía! ¡Cómo lloraron! Hablaron y hablaron con el médico y sus acólitos y no consiguieron mayor consuelo.

Me torturaron con una serie de pruebas de todo tipo. Al final descubrieron un pequeño coágulo en el tarro que me estaba dejando una parte del cerebro con falta de riego. Era raro que no lo hubieran visto antes, pero claro, con el hematoma que había tenido en la cabeza, más otra serie de historias, había pasado desapercibido (o se había formado después, vaya usted a saber).

Después de haberme inflado a anticoagulantes, el pequeño cabrón seguía ahí, así que me tuvieron que abrir la cabeza para sacarlo. Cirugía de impresión (y precisión).

Tras eso, al cabo de unos cuantos días, empecé a mover un poquito el lado derecho, lo del hablar, nada de nada. Según el neurólogo, el daño cerebral era difícil de evaluar y más difícil aún saber cómo o cuanto iba a recuperar. Jodida profesión esta de neurólogo. De los recuerdos, mejor ni hablamos.

Después de unos cuantos días despierto, lo que de verdad había despertado era otra parte de mi anatomía que parecía tener vida propia. Cada vez que venía una enfermera a cambiarme algo, vis ojos iban automáticamente a su escote, cada vez que venía la chica, bueno, mi hermana, pasaba tres cuartos de lo mismo. Al irse por la noche, me la tenía que pelar con las fantasías más cachondas que mi mente enferma era capaz de producir.

No me acordaría de nada, pero era capaz de discernir que había tías que estaban buenas, mi hermana buenísima y, solo de imaginármela en pelotas (esto ya me costaba un poco más, no recordaba a nadie desnudo) se me ponía el rabo como a un burro. Las enfermeras me miraban divertidas al ver tanta corrida en mi cama.

Y así todos los días pues, desde mi despertar, venía todos los días y yo estaba, no sé por qué, salidísimo. A falta de recuerdos, me recreaba sobre todo en ella, en lo que contaba, en lo buena que estaba, me perdía en sus ojazos, en su sonrisa… Naturalmente, en sus tetas también… Me decía cosas de su novio, bueno, ex novio, le ponía a parir, cosa que me encantaba, me contaba también cómo disfrutaba cuando hacía el amor con él, con todo lujo de detalles y cómo lo echaba de menos. Eso me ponía enfermo.

A veces me preguntaba por qué lo hacía, porqué me contaba aquellas cosas. Supongo que, habiéndose quedado sola, sin pareja me refiero, el poder desahogarse con alguien que no le llevaba la contraria debía ser para ella un aliciente.

Pasó más tiempo y en hospital dijeron que poco más podían hacer por mí. Ahora podía moverme algo mejor, cojeaba mucho y apenas movía el brazo derecho, además, seguía sin hablar. En lo que realmente había mejorado era la caída de cara y mantener bien abierto el ojo derecho. Si estaba quietecito, no se notaba que tuviera alguna enfermedad.

Conclusión, me dieron el alta, suponían que en casa estaría mejor que en cualquier otro sitio, con sesiones de rehabilitación ambulatorias (que debía de llevar demasiado tiempo ocupando una cama, vamos).

Al volver a casa, tuvieron que contratar a una señora para que viniera a cuidarme, 2 horas por la mañana y otro par por la tarde. Los fines de semana se encargaban mis padres.

El hecho de encontrar lo que se suponían mis cosas, mi habitación, no me ayudó en absolutamente nada. Mi mente seguía tan falta de recuerdos como siempre. Si ya vivía una angustia continua, ésta se acrecentó hasta convertirse en un auténtico cuadro de ansiedad. Vinieron amigos, familiares, pero como quien oye llover. Pasada la novedad, dejaron de venir. Si no les reconocía, ¿Para qué?

Mis relaciones se redujeron a unas pocas personas: mis padres que me cuidaban pero, poco a poco, iban dejando de hacerme el caso que yo quería. Mi hermana, que me convirtió en su confidente silencioso, y era la que pasaba más tiempo conmigo. Mi cuidadora, que era bastante agradable, pero yo era su trabajo. El fisioterapeuta, que me estaba enseñando a andar y a mover las manos y, por fin, la logopeda, que intentaba enseñarme a hablar y cuyos avances eran cuasi nulos.

Eso sí, al cabo de un año, más o menos, me cayó una buena indemnización del seguro del hijo de puta que me provocó esto. Lo hubiera gastado con gusto para que le jodieran la vida. Pero bueno, no hay que ser rencorosos.

Vistas así las cosas, mi único esparcimiento eran las charlas de mi hermana y mis padres, aunque los temas no tenían nada que ver. En esos momentos me lo pasaba realmente bien. He de reconocer que no me enteraba de nada dela TVy mis amigos, parecían haber desaparecido.

Ella me contaba sus cosas de la facultad, de sus amigas, de sus rolletes ahora que no tenía novio. El imbécil de su ex intentó retomar la relación una vez desaparecido el tema hospitalario. Me encantó que Almudena le mandara a tomar viento fresco.

Todavía, ahora que ha pasado bastante tiempo, no me explico ciertas cosas que hacía conmigo. Y lo recalco, no me lo explico. Habría que preguntárselo a ella, yo sólo puedo decir que era un encanto.

Le gustaba venir a mi cuarto a estudiar. Lo de estudiar era un eufemismo. Aprovechaba para charlar conmigo mientras, como cosa normal, traía su pijama y se cambiaba de ropa delante de mí. En esos casos, se me salían los ojos de las órbitas mientras el nabo quería romper, literalmente, el pantalón.

No estoy seguro de si sabía el efecto que me causaba; para mí, más que una hermana (a fin de cuentas sólo es un apelativo) era una chica que estaba como un tren. Que se quedara en ropa interior mientras se ponía el pijama “para estar cómoda”, era una gozada y un suplicio.

Además, no podían pasarle desapercibidas mis erecciones, sé que las miraba, hasta estoy seguro de que las provocaba adrede, pero debían de hacerle gracia. Yo creo que, cuantas más erecciones mías conseguía, más contenta se iba.

Llegó a un punto en que sus conversaciones eran casi y exclusivamente de tipo sexual, me estaba volviendo loco, yo solo podía hacer gestos con la cara, mover la mano izquierda y poner los ojos como platos. Cuando me asombraba, cosa bastante frecuente, Almudena se reía con una risa cantarina que me ponía más cachondo aún.

Un día, estando en ropa interior, con el pijama encima de mi cama a punto de ponérselo, se quitó, por primera vez delante de mí, el sujetador. Si solo verla ya me empalmaba, ahora tenía el rabo a punto de taladrar calzoncillos y pantalones. Entonces, en pleno embelesamiento, va la tía y me suelta.

-Oye, Javier… ¿Yo te gusto? Es que, cada vez que hablamos o me cambio delante de ti, te empalmas enseguida. Por un lado es halagador, pero, siendo mi hermano, no me parece bien. Antes no te pasaba.

¿Antes no me pasaba? ¿Pero antes se cambiaba antes delante de mí? Antes debía de ser gay, si no, no lo entiendo. ¡Caray con el antes! Según me habían contado, yo tenía 19 primaveras frente a las 21 que ya había cumplido mi hermana. Se me hacía difícil pensar que, en algún momento yo hubiera sido su confidente. O me hubiera quedado como si tal cosa viéndola en braguitas, con ese par de tetas de ensueño…

Me estaba vacilando, seguro.

-Bueno, hijo, como estás así, en la silla de ruedas me refiero, tampoco pasa nada. Por la cara que pones, si pudieras moverte me violabas, seguro. – Continuó con voz divertida, tomándome el pelo...

Tenía razón en una cosa, si pudiera, hacía una barbaridad.

Encima, esa que yo creía un angelito, se me acercó y me acarició todo el paquete por encima del chándal. ¡Jesús! Me corrí de inmediato entre las carcajadas de ella.

¡Joder, qué gusto y qué cabrona! No podía decir nada, apenas podía moverme… ¿Por qué me martirizaba?

Aquella noche la pasé fatal, solo pensando en Almudena (eso era normal), pelándomela como un mono (también era bastante frecuente), pero ahora queriendo otra cosa (follármela) y no entendiendo para nada porqué se comportaba así conmigo. Ni siquiera puedo entender cómo o cuando empezó.

A todo esto hay que añadir que, muchas de las cosas que ahora describo, hubiera sido incapaz de hacerlo en aquel momento. Por ejemplo, ni idea de lo que era follar, sólo por las referencias que ella me daba. Ni idea de cómo era un coño, y así, muchas cosas más.

¿Y mis padres? ¿No se daban cuenta de nada? ¿Y la chica que me cuidaba? Pues no sé, allí todo el mundo se comportaba de forma normal, lo que quiere decir que Almudena sólo se dedicaba a estos juegos cuando estábamos solos.

Peor fue un par de días después. Se acababa de cambiar, me acababa de acariciar el nabo por encima del pantalón, como los días anteriores, y me había corrido como era de rigor. Bastaba un pequeño estímulo de ella para que chorros de semen brotaran de mis pelotas. En ese momento entró mi madre, Almudena disimuló, sentándose en el escritorio de mi habitación, con unos apuntes. Y yo allí, recién corrido, aún con la erección a medias, todo pringado, con una mancha en los pantalones totalmente delatora.

-Ay hijo, mira lo que te ha pasado. – Dijo jocosa mi madre -Bueno, esto no creo que sea nada malo, por lo menos te funciona tu cosa.- Miró un poco rara a Almudena y continuó -¿No te habrá hecho nada tu hermana, verdad?

Negué con la cabeza. A pesar de que ella se estaba portando conmigo de una forma rarísima, el par de caricias que me había prodigado habían sido lo suficientemente placenteras como para querer repetirlas.

Almudena se hizo la ofendida.

-¿Cómo se te ocurre, mamá? ¿Cómo le voy a hacer algo a Javier? Solo le estaba comentando un tema algo picantillo de una amiga de la facultad y le ha pasado eso. No es culpa mía. Si te parece mal, no le cuento más cosas…

Mi madre la escrutó con la mirada, cambió de actitud y se rió.

-¿Un tema picantillo? Bien, bien, bien. Eso quiere decir que nuestro niño va mejor de lo que pensábamos. No hija, no te vayas. Creo que tus charlas le vienen estupendamente… Anda, ayúdame a llevarle al baño a lavarle.

Ni cortas ni perezosas, ambas mujeres empujaron la silla de ruedas que por entonces usaba y, en el baño, me sentaron en el bidé con todas mis vergüenzas al aire. Echaron a lavar el calzoncillo y pantalón dejándolos en la cesta de ropa sucia y entre ambas, me lavaron a conciencia.

-Lávale bien, Almu, mientras yo le sujeto.

¿¿¿¿¿¿???????? Siempre me lavaba la señora que venía a cuidarme y, además, mi mano izquierda funcionaba, sabía lavarme el nabo yo solito.

Pero no hubo manera. Mi madre me sujetaba la espalda mirando hacia la pared y Almudena, llena la mano de gel, me hacía una paja en toda regla.

Esto no era normal, mi madre ayudando a mi hermana a cascármela. Intenté zafarme con mi única mano sana, esto se estaba saliendo de madre, pero mamá, muy cariñosa ella, me sujetó suavemente mientras incitaba a mi hermana a continuar.

En pocos segundos me estaba corriendo como un loco, la situación era surrealista.

No entendía cómo mi madre había incitado a mi hermana a hacerme una paja, los gestos fueron inequívocos. Una vez terminado, quitado el jabón y bien enjuagado, mi progenitora comprobó en persona el resultado.

Me cogió la polla, prácticamente mustia en ese momento y empezó a moverla de un lado a otro, a escrutar bien los testículos, el perineo, el ojete del culo. Porque no podía saltar que si no, me encuentran agarrado al techo como un gato.

No hizo falta más, 19 años dan mucho de sí, totalmente alucinado contemplé cómo una nueva erección encendía mi virilidad ante los manoseos y escrutinio de mi madre. Como si no fuera con ella la cosa, empezó un sube baja de mi prepucio, cada vez más rápido mientras hablaba de chorradas con mi hermana que la miraba igual de alucinada que yo.

Lo previsible y no por ello menos placentero, volvió a pasar. Me corrí en el bidé y, cuando terminé de soltar mi última gota, me lavó bien lavado. Me puso ropa limpia, me sentaron en la silla conduciéndome a mi habitación.

Mi madre se comportaba como si no hubiera hecho absolutamente nada y Almudena, flipando en colores, le seguía el rollo.

-Bueno, veo que todo está bien. No te tomes a pecho lo del baño, era más una comprobación de cómo funcionan tus órganos sexuales que otra cosa. Tengo que comentarle al médico tus avances, te has corrido tres veces en un momento. Y tú, Almudena, no te escandalices y gracias por ayudar. Tienes una hermana que no te la mereces, hijo.

Y nos dejó allí, flipando. Estaba claro que ni siquiera Almudena había esperado algo parecido, pero parece que, a partir de entonces, encontró cierto respaldo moral o justificación a lo que había estado haciendo conmigo.

Así que mi hermana, visto que mi madre no parecía poner pegas, venía todas las tardes a mi habitación donde, la mitad de las veces, me acababa haciendo una paja. Lo cuento y ni yo me lo creo. ¿Qué motivo podía tener para hacerlo? No se me ocurre, pero me encantaba.

Hubo un día en que se sinceró un poco, supongo que se creyó en deuda conmigo por lo que estaba haciendo.

-Oye, Javier. Creo que me estoy pasando un poquito con este tema de cambiarme delante de ti y tocarte. Lo hago por ti, por todo lo que has pasado. Creo que te mereces alguna alegría de vez en cuando. Y mamá dijo que era bueno para tu salud.

¡Toma toalla para la playa! O sea, ¿Qué me estaba haciendo un favor? Me daban ganas de gritarle “No te lo crees ni tú. Lo que pasa es que te encanta tocarme la polla, so zorra”

Pero tan rápido como lo pensé, lo deseché de mi mente. Podía tener el novio que le diera la gana, podía tener un rollo con quien quisiera, estaba buena que te cagas además de ser encantadora. ¿Sería verdad que lo hacía por mí? Venía a mi mente el primer recuerdo que tenía, una carita de ángel asomando asustada por el lado de la cama de un hospital.

Cuando se fue de mi habitación, lloré de agradecimiento, lloré de pena por mi estado y lloré por su sacrificio continuo conmigo.

Por primera vez en muchos, muchos días no soñé nada obsceno aquella noche y, al día siguiente, cuando estando en ropa interior se acercó a mí a darme su tratamiento, fui lo suficientemente hombre como para pararle la mano, llevarla a mis labios y darle un beso de gratitud.

Me miró extrañada, luego con cariño y finalmente me besó la mejilla. Sentándose en el escritorio, por primera vez en muchos días, estudió.

Pasaba el tiempo, para mí, lentamente. Gracias a Dios, mi recuperación física iba viento en popa, pasé de la silla de ruedas al bastón y, en un par de meses, podía moverme casi perfectamente. Las expectativas del fisioterapeuta eran muy buenas, estaba seguro de que recuperaría totalmente la movilidad.

Pero seguía con el tema del habla y la memoria. Ahora tenía año y pico de recuerdos, los vividos desde el accidente hasta ahora. Tenía cariño a mis padres, más todavía a mi hermana (creo estaba enamorado hasta las cejas) y hasta había vuelto a salir alguna vez con mis antiguos amigos.

También había conseguido, con muchísimo esfuerzo, pronunciar alguna palabra. Las sesiones de logopedia eran una auténtica tortura. Lo malo es que, al hablar ese poquito que podía, parecía subnormal. Eso hacía que mis interlocutores me trataran como tal, lo que me indignaba y hacía que me apartara de la gente.

Lo que en principio fue una alegría, poder comunicarme otra vez, se convirtió en algo que me daba cien patadas. Prefería estar callado y asentir o negar con el gesto. Si conocía a alguien nuevo, me automarginaba cada vez más al ver la cara que ponía en cuanto abría la boca. Pasaba el día en casa, no estudiaba porque no sabía prácticamente nada, solo me dedicaba a hacer gimnasio y a soñar con mi hermana.

Porque, gracias sean dadas, cada vez era más cercana. En cuanto llegaba a casa, venía a estar conmigo, a contarme sus cosas, a hacerme compañía. Se seguía cambiando en mi cuarto dándome unas sesiones de stiptease alucinantes que hacían mis delicias, pero desde el día en que la paré, las pajas habían prácticamente desaparecido. En alguna ocasión, rara, todavía me agasajaba con algún magreo con unas corridas alucinantes. Ella se reía y, aún no necesitándolo, me ayudaba a cambiarme de ropa.

Y claro, si ya adoraba a mi hermana por encima de lo normal, acabó en auténtica pasión. Recordaba que desde mi estancia en el hospital ya me masturbaba pensando en ella, no era mi hermana, era mi musa. Si hubiera recordado algo de cuando éramos pequeños, quizás hubiera sido de otro modo, pero realmente la conocía sólo desde el accidente. Había sido tan atenta, tan paciente, tan encantadora conmigo que lo raro hubiera sido lo contrario.

Curiosamente, cuando parecía que estábamos más cercanos, Almudena empezó a cambiar de actitud conmigo, no se mostraba distante, simplemente estaba siempre encerrada en su habitación, si venía a verme se quedaba poco rato y apenas me contaba cosas… Y de los toqueteos esporádicos, ya ni hablamos. Estaba que me subía por las paredes, pensaba que la había perdido, como mujer me refiero, no como hermana.

A fin de cuentas, para mí había motivos para ello, consideraba a Almudena como algo mío que abarcaba todos los aspectos, físico incluido. Me parecía que ella me había dado pie, me había tocado, me había enseñado su cuerpo, me había contado sus intimidades… Vuelvo a repetir que para mí era más una especie de novia que una hermana.

¿Pero, por qué ahora había cambiado de actitud? Yo no había hecho nada raro. Seguía haciendo ejercicio, el agobio de no recordar nada ya no era tan fuerte y el hecho de no poder casi hablar, lo iba llevando lo mejor posible. Ahora era yo el que se acercaba a la habitación de mi hermana para estar con ella. Sin embargo, me daba la sensación de no ser tan bien recibido como antes.

Ante esto, si ya era un solitario, me convertí en un solitario huraño, siempre encerrado, sin querer estar con nadie. He hablado poco de mis padres, ellos llevaban la procesión por dentro. Según supe, yo había sido un buen estudiante, buen deportista y con éxito entre el sexo contrario. Después del accidente, mi padre se refugió más en el trabajo, tenía muchas esperanzas puestas en mí y se habían derrumbado como un castillo de cartas. No quiere decir que no fuera cariñoso conmigo, pero no era muy distinto de cualquier otra persona que hubiera conocido.

Mi madre, no era exactamente igual, pero casi. Creo que, para ella, su hijo real había sido sustituido por mi, yo no era la misma persona de antes, ni siquiera parecido. De la alegría inicial por mi recuperación, pasó a un estado de preocupación continua por los nulos avances en la amnesia y el habla.

Los ¿te acuerdas de…? Eran tabú en mi casa y, quieras o no, eso te distancia de las personas. ¿De qué íbamos a hablar? La palabra hijo era, para mí, como si me llamara primo, por mi nombre o tonto del culo.

La que había demostrado más empatía había sido Almudena y ahora, ni ella.

¡Joder! Todo el día metido en mi habitación, intentando leer (eso no lo había olvidado), ver la tele (que coñazo) o simplemente tumbado sin hacer nada. Empecé también a usar el ordenador, mi hermana me enseñó, pero solo lo utilizaba para ver porno y matarme a pajas fantaseando con Almudena.

Llegó el verano y las cosas parecieron reordenarse en casa. Almudena aprobó el curso, no sé si 2º o 3º de derecho y pareció repentinamente liberada. Cambió de humor, volvió a sonar su risa cantarina por la casa y lo que es más importante, volvió a mi habitación.

-Se acabaron los exámenes Javi, se acabó estar encerrada hincando codos. Puf, esto ha sido peor de lo que creía.

Yo la miraba asintiendo con la cabeza.

-Seguro que me has echado de menos – Me dijo mientras se despojaba de la ropa dispuesta a ponerse el pijama.

Me miraba divertida esperando ver lo que inmediatamente se produjo

-Ah, veo que no te has olvidado de mi – Comentó al apreciar mi erección –Yo tampoco de ti.

Dijo al soltar el cierre de su sujetador y dejar sus alucinantes tetas al aire. No llegó a coger su camiseta, por primera vez me plantó sus senos en la cara mientras introducía su mano por la cintura de mis pantalones.

Mientras llevaba mis manos a aquellas maravillosas protuberancias, me introduje un pezón en la boca y chupé como un bebé. Yo estaba sentado en la cama y ella me fue tumbando. Para cuando se puso encima de mí, ya me había corrido.

-Chico, lo tuyo es de alucinar. Porque no te acuerdas, pero tenías fama de gran amante. Ahora te toco y ya te has ido. Habrá que volver a enseñarte o me voy a creer que yo te produzco un efecto especial. Je, je.

Me lo dijo con una sonrisa de oreja a oreja. O sea, no estaba enfadada.

Con decisión me bajó el pañalón con los calzoncillos totalmente pringados de mi descarga anterior.

-Anda que no tenías leche aquí guardada. La culpa es mía, te tenía que haber liberado mucho antes pero, ya sabes, los exámenes…

Juraría que me estaba tomando el pelo si no fuera porque estaba medio desnuda encima de mí y yo medio desnudo debajo de ella.

Se rió un poco, estaba de muy buen humor, se levantó, me pasó unos pañuelos y se puso el pijama.

-Anda, límpiate. Y ponte algo que, viendo eso – Señalaba mi polla – Me entran ganas de hacer cositas que no debería.

Y volvía a reírse.

Si Almudena tenía in mente volverme más chalado de lo que estaba, iba a conseguirlo a velocidad de vértigo.

-Javi, ya va a hacer dos años del accidente y dentro de nada es tu cumple. 21 tacos, ahí es nada. Ya me dirás que quieres de regalo…

Estuvo toda la tarde conmigo, volvió a contarme chismorreos, se tumbaba en la cama o se sentaba en la silla del escritorio, no paraba quieta… Yo, como de costumbre, me sentaba en una butaca y la seguía con la vista, asintiendo o negando a cualquier cosa que decía. Sin embargo, ese día estaba en otro mundo. Volver a sentir a mi hermana cerca de mí, riendo, charlando… Hasta me había tocado y yo le había tocado las tetas…

Cuando mi madre nos llamó a cenar, se levantó rápida, me dio la mano para ir con ella y, sin esperarlo ni por lo más remoto, me besó en los labios. No hubo lengua ni cosas parecidas, solo labios, pero no fue fugaz, fue un beso bien dado. Ante mi cara de pasmo, volvió a reír, llevándome al comedor sin decir nada más.

Mis padres charlaban en la mesa, hablaban con ella, se dirigían a mí cuando la respuesta requería solo un sí o un no. Me daba muchísima vergüenza hablar lo poco que podía y, ahora, prácticamente ni me esforzaba.

El día de mi cumple, Almudena me obligó a salir con antiguos amigos. Para hacer más fácil la cosa, decidió acompañarme. Era el centro de atención, yo miraba, con algo de celos, cómo se desenvolvía con la gente, chicos y chicas, cómo se hacía lo que ella decía… ¡Joder! ¡Qué pedazo de hembra era mi hermana!

No tardé demasiado en querer irme, no conseguía estar a gusto entre la gente. Almudena, comprensiva, me llevó a casa relativamente temprano. La verdad, siendo justos, se sacrificaba continuamente por mí. Sólo había estado distante en época de exámenes y yo casi la crucifico por eso. Había momentos en los que me consideraba un auténtico cabronazo. (poquitos)

Cuando estaba solo me daba cuenta de lo egoísta que era, pero yo no había buscado esto. La vida me debía algo, me habían quitado demasiadas cosas como para andar pensando desinteresadamente en los demás. Corrijo, pensaba desinteresadamente en Almudena. Vuelvo a corregir, tenía interés en ella pero no el que debería. (casi).

Al llegar a casa, mi hermana me acompañó a mi habitación, en cuya puerta me volvió a besar como hacía unos días. Volvió a reír y, deseándome buenas noches, se retiró a su propio cuarto.

Yo iba bastante bebido, salir y no hablar hace que le des al trago mucho más que el resto. Mareado, me quité la ropa, metiéndome en la cama solo en calzoncillos.

No sé qué estaba soñando, ni siquiera si lo hacía, estaba boca abajo cuando un peso me empezó a asfixiar, apenas me podía mover. Empecé a notar un cosquilleo en la nuca, saliva en mi cuello, en mis orejas…

Como pude di media vuelta, quien estuviera encima de mí lo permitió pero se volvió a apoyar encima. Notaba unos pitones clavándose en mi pecho, era una sensación cojonuda, una boca mordiéndome el cuello, besándome los ojos, los labios, la barbilla… Liberándome, esos labios fueron a mi pecho, a mis tetillas… Siguieron por mi ombligo, unas manos me quitaron la ropa interior…

Cuando sentí una boca caliente, una boca juguetona recorrer toda mi virilidad, unas manos audaces acariciar toda mi zona genital, me corrí en el mayor orgasmo que pudiera recordar (que no era mucho) No había tardado ni dos minutos en correrme en el interior de su garganta.

Jadeé durante un momento, me había quedado seco y sin resuello; el peso volvió con los pitones sobre mi pecho cuando unos labios abrieron los míos y una lengua se enredó con la mía, pasándome el sabor de mi propia esencia.

Abracé con fuerza una espalda suavísima, amasé unas nalgas duras, fuertes, de piel increíble… Entre ellas, haciendo un esfuerzo, había un camino que me llevó a una zona húmeda, dilatada… Cuando mis dedos llegaron allí, un jadeo de ella se ahogó dentro de mi boca.

Subiéndola un poco más encima de mí, haciendo que ella tuviera que bajar la cabeza para besarme, pude jugar con su tesoro con ambas manos. Había pliegues, había un agujerito húmedo de una textura desconocida, había pequeñas protuberancias que, al rozarlas o frotarlas, producían gemidos y hasta grititos.

Se restregaba contra mí, sus besos eran mordiscos y mis dedos chapoteaban en su intimidad subiendo hasta otro agujerito más cerrado.

Con esfuerzo, sujetándola por la cintura, la puse tumbada sobre la cama. Ahora, en la penumbra, la pude ver mejor y me recreé en ella, besé sus pechos, pellizqué sus pezones, recorrí sus areolas… Así durante el tiempo que ella tardó en gemir más y auparme a darme otro beso.

Volví a la carga, había otras zonas que saborear y no había llegado. Todo fue instintivo, mis recuerdos de qué hacer eran nulos, pero estaba claro que yo, alguna vez, había pasado por alguna experiencia similar…

Sus pliegues, su humedad, su hoyito, su nódulo… Todo fue saboreado, absorbido, deleitado... Hasta sus más recónditos tesoros pasaron por mis labios, mi lengua, mis dedos… Durante una eternidad estuve perdido en su cuerpo que me proporcionaba un mar de sensaciones, quizás alguna vez vividas pero no recordadas. Para mí, era mi primera vez.

Esto sí que no lo había visto nunca y, si había llegado a hacerlo, no fue a ella. Me tiró del pelo hasta hacerme daño en la cicatriz de la cabeza, me estampó la cara contra su vulva de tal forma que no podía ni respirar, me apretó tan fuerte con las piernas que casi me deja sin orejas y dio un quejido de tal calibre, después de gritar que se corría, que casi me deja sordo.

Así que las mujeres se corrían de esta forma, ¡qué tremendo! Era todo un espectáculo. Me sentí feliz, había hecho feliz a Almudena… Después de unos cuantos segundos, algo más relajada, tiró de mí hacia arriba, me colocó entre sus piernas abiertas, me cogió mi herramienta y la puso en la entrada de su intimidad.

-Empuja – Me dijo. ¡Como si me hubiera hecho falta!

Poco a poco, en pequeños vaivenes de entrada y salida, me fui introduciendo, cada vez más dentro, cada vez más fuerte. Me abrazaba la espalda, levantaba las piernas, dobladas por las rodillas, ofreciéndose todo lo que podía. De vez en cuando me rodeaba la cintura con ellas y empujaba más fuerte con los talones…

Yo seguía y seguía, había metido una mano debajo de sus nalgas para auparla un poco y poder meterla mejor. Besaba y mordía su cuello y orejas, de vez en cuando besaba sus labios, buscaba su lengua… Para luego bajar a sus magníficas tetas, obra prodigiosa de la naturaleza.

Me agarraba fuerte de la cara y me besaba, me agarraba fuerte de las nalgas y me invitaba a follarla más profundo… Estaba viviendo lo más divino que hubiera podido imaginar.

-Dios mío, Javier. Te quiero. Si, si, te quiero…Sigue, sí, te quiero…

¡Joder! ¡Me quería! ¡Si supiera lo que la quería yo!

Al cabo de un rato me dio la vuelta, ella se puso encima de mí introduciéndose, con total soltura, mi pene en su interior. Yo ya no sabía ni donde estaba, jadeos, gemidos y balbuceos salían de mi garganta, ella botaba encima de mí, cuando se aproximaba un poco, sus senos me acariciaban la cara, yo aprovechaba para meterme alguno en la boca, para saborear esos pezones endurecidos, esas areolas inflamadas… Una sensación acojonante.

Arreció en sus botes, en su frotamiento contra mi pubis… Parecía descontrolarse, sus movimientos iban a más, se sincopaba…El calor de su interior parecía querer fundirme…

No se quitó, se apretó más fuerte contra mí, volvió a anunciar a gritos que se corría cuando, frotando fuerte su pubis contra el mío, una serie de espasmos que venían de su vagina, parecidos a succiones, hicieron que mi herramienta derramase, en el fondo de su intimidad, todo la esencia que pudiera quedarme en las pelotas. Me vació por completo.

Enterró su cabeza en mi cuello, entre sollozos y jadeos, intentando recuperar el resuello. Al mirar hacia un lado,  me di cuenta de que la puerta de mi habitación no estaba cerrada, alguien nos miraba desde el pasillo donde había algo más de luz, la suficiente para ver que mi madre nos espiaba.

Cuando desapareció, estuve a punto de levantarme, de intentar gritar… Pero Almudena seguía encima de mí, relajándose poco a poco, con mi hombría aún en su interior.

Empecé a pensar en si esto era cosa sólo de Almudena o mi madre ya lo sabía. Y si lo sabía mi madre, era lógico pensar que mi padre también. Contando con que los gritos y gemidos de mi hermana se tenían que haber oído a kilómetros de distancia.

Acaricié su espalda sudorosa, levanté su cara para besarla, besar sus labios, mirar sus ojazos, intentar ver qué guardaba en su interior…

Me besó con la misma pasión con la que yo lo hacía, su mirada brillaba en la poca luz del cuarto, sólo supe ver que mi adorada hermana me quería. No sé por qué tenía que quererme a mí, había tantos chicos que hubieran hecho lo que fuera con tal de salir con ella… Y yo era un paria, un ser sin voz y sin recuerdos, ni siquiera podía decirle lo que sentía.

Realmente esa noche no lo supe, pero descubrí que mis padres estaban enterados del regalo que Almudena me hizo. Les costó aceptarlo, también sabían que de vez en cuando me hacía una paja, pero también veían las pocas posibilidades que yo tendría con las mujeres.

Si lo pienso con detenimiento, mi hermana podía haber hecho otras cosas, contratar a una señorita de compañía, por ejemplo. Eso me indicó que sus sentimientos hacia mí, en aquel momento, eran tan fuertes como me había hecho sentir..

Además, llegar a convencer a mis padres de eso, debió de hacer falta muchísimo poder de persuasión, mucho convencimiento y mucho amor.

Tardaron un tiempo en contármelo todo, aunque jamás me han dicho, ni siquiera ella, por qué está enamorada de mí. No he hecho nada para merecerlo. Sólo quererla y adorarla como se merece, pero solo se lo puedo decir por escrito, con algún regalo… Entonces ella se ríe, me besa y me dice

-Yo también te quiero, tonto. Y no sabes cuánto.

Cada día estoy más enamorado de mi hermana y ella se acuesta conmigo casi todos los días, a veces oigo a mi padre decir que esto es una aberración, que preferiría no enterarse, pero mi madre le hace transigir.

Almudena disfruta como una loca cuando hacemos el amor. Según me ha contado, se ha convertido para ella en una necesidad. Me dice que nunca había disfrutado tanto haciendo el amor con nadie ni de lejos, que nunca había estado tan enamorada. ¿Por qué? Igual, ni ella misma lo sabe.

Bueno, yo seré una especie de paria, sin recuerdos y sin voz pero con una familia que me quiere, que me quiere de verdad, hasta el punto de que mi hermana se enamoró de mi y se metió en mi cama y mis padres, aún a regañadientes, lo consintieron.  Habrá que ver lo que dura.

Y dura… Nos vamos haciendo mayores pero mi hermana no tiene la más mínima intención de dejarme ni dejar a nuestros padres, ahora jubilados. Yo, he de confesar que, a veces, recuerdo retazos de cosas pasadas que no logro encajar en su contexto, pero ya he vivido lo suficiente como para que no me afecte este estado.

Con respecto a la afasia, el no poder hablar, sigo tal cual, casi mudo. Ya dije que cada vez que pronunciaba alguna palabra, parecía subnormal. Incluso mis padres y hermana se sienten apurados si alguien me mira  así y prefiero que no pasen el mal trago. Creo que de esto no me curaré nunca pero, quién sabe, la ciencia avanza una barbaridad. Solo sé que, mientras tenga a mi querida Almudena a mi lado, seré feliz.