En clase de baile

Mientras la monitora me enseña los pasos del tango, observo cómo se excita mi marido

Hacía algún tiempo que íbamos a las clases de baile. Era una forma de pasar la tarde de los sábados. Desde el principio, había observado que mi marido, que hasta entonces no había mostrado mucho interés por el baile, acudía interesado. No tarde en descubrir la razón. La monitora era amable y atractiva. Con frecuencia acudía con faldas cortas y zapatos de tacón que se prolongaban por unas piernas moldeadas en medias negras y brillantes. Ella nos enseñaba los pasos y nos hacía bailar detrás de ella, en fila, frente a un gran espejo. Podíamos ver sus movimientos graciosos y sensuales.

Pero fue cuando empezó a corregir nuestros movimientos de pareja cuando observé que mi marido mostraba una atención especial.

Al llegar a los ensayos del tango sus equivocaciones eran cada vez más frecuentes, lo que provocaba que la monitora tuviera que hacer su papel de hombre en la pareja y llevarme en vueltas y más vueltas.

Él se extasiaba mirando. Entonces comprendí que lo que más le interesaba del baile eran los movimientos de pareja que hacíamos la monitora y yo. A partir de aquel momento, poco a poco, mis movimientos eran cada vez más intencionados. Me iba interesando ver cómo me miraba mi marido, cómo sentía los leves roces entre mi camisa y el pecho de la chica. Ninguno nos decíamos nada.

Yo seguía cada vez con más pasión  los movimientos del baile que iba marcando con mi cuerpo en su mirada.

Necesitaba que ella me llevara para que él pudiera aprender.

Veía cómo me rozaba, casi sin querer… para que él mirase con los ojos desorbitados.

Ella me tomaba entre sus brazos.

Él miraba cómo me enlazaba con su obscena  falda corta  y sus medias de negro brillante.

Los bordes de su melena,  groseramente desteñida,  se paseban por mi cuello.

Los pasos iban y venían, crecía el calor entre las piernas de él, mientras ella se entrelazaba entre  las mías.

Tacón contra tacón. Y casi sin querer, pezón contra pezón.

Bailar y mientras me balanceaba al son de la balada,  percibir que era mirada. Deseada.

Lo hacía explotar. Me miraba con envidia y ansia.  Por la noche, me leía entre las sábanas.

No decíamos nada. Sentir,  gozar, bailar.