En casa de un desconocido con una visita sorpresa

Todo iba bien tras conocerle en un karaoke y acabar follando en su casa hasta escuchar la voz de su mujer

¿Cuántas veces habéis escuchado el tópico ese de que los gays son promiscuos o infieles por naturaleza? ¿Y cuántas veces habéis visto en una peli o serie la típica escena en la que un/una infiel esconde a su amante debajo de la cama o en el ropero al tiempo que el cornudo/a entra en casa exclamando un “cariño ya estoy en casa”?

Ahora imaginadme a mí, completamente desnudo, con restos de lefa sobre mi espalda y una cara mezcla de vergüenza y asombro escondido sobre una bañera vacía detrás de una cortina de baño de dibujos imposibles, probablemente comprada en Ikea.

¿Que cómo he llegado a esa situación? Ni yo mismo lo sé, era cuestión de pura necesidad. Todo empezó una tranquila noche de fiesta en el karaoke de unos amigos. Llevaba semanas sin echar un polvo y estaba bastante salido o necesitado, como se quiera llamar. El caso es que prácticamente cualquier tío que se me cruzaba me resultaba medianamente atractivo y me montaba una fantasía detrás de otra. Hasta los más maduros, que otrora me pasaran inadvertidos formaban parte de mi público objetivo.

Y por ello me mostraba mucho más alegre y abierto que de costumbre. Me sentía muy sexual y tenía que transmitirlo para ver si aquella noche follaba. Pocas veces he ligado de una manera considerada natural, es decir, que no fuera a través de internet o de citas a ciegas que casi nunca habían salido bien. “No me lo explico”, le decía a alguno de mis amigos. “Si no soy tan feo, no tengo taras aparentes y soy súper gracioso”. A pesar de todo, la noche transcurría sin que nadie se me acercara, y eso que canté más de lo habitual y salía a fumar cada dos por tres.

Cada vez que me encontraba con el cigarrillo en la mano pasando frío me decía que aquel momento debía ser decisivo. Sin duda es una buena excusa para iniciar una conversación, aunque fuera de lo mal que cantaban algunos o de la anormalidad del tiempo para la época en la que estábamos. Pero justo cuando estaba a punto de desistir, de apagar la colilla de mala gana en el cenicero y de volver adentro para seguir ahogando mis penas en alcohol escuché una voz que aludía a mi forma de cantar.

-Se nota que tienes experiencia – me dijo un tiarrón de metro noventa.

-¡Qué va!, lo que pasa es que le echo mucho morro – le contesté lo más simpático que pude.

-Pues no lo haces mal – insistió.

-Gracias, ¿tú no te animas?

-Na, prefiero escuchar.

Volvimos cada uno a nuestra mesa y allí fantaseé. Le miraba con frecuencia para tratar de convencerme de que el tío no estaba mal. En principio no era mi tipo, pues ya por su altura en circunstancias normales no me hubiera fijado. Además era más mayor que yo y con una barriga que no era capaz de disimular su camisa de marca. Su barba tampoco me permitía ver con claridad sus rasgos, y una cabellera rapada me alejaba de sacar alguna conclusión. En teoría era todo lo opuesto a lo que creía mi prototipo de hombre. Pero como dije, no estaba como para hacer demasiada criba y por ello, en el siguiente cigarro le invité a acompañarme.

Menos mal que no declinó mi sugerencia, y ambos nos encontramos de nuevo exhalando humo.

-¿Qué vais a hacer después? – me preguntó.

-Ni idea, no creo que esta gente quiera seguir la fiesta en otro sitio.

-Podrías venirte a mi casa a tomar la última si quieres – propuso dejándome completamente pasmado, pero satisfecho por haber logrado mi meta.

Al reunirme con mis amigos les conté que por fin había ligado y que tenía plan. Se alegraron por mí, pero me advirtieron que me anduviera con ojo, pues no le conocía de nada. Aun así me aventuré, me despedí de ellos y acompañé a mi ligue hasta su casa. Allí me puso una copa, propuso ponernos más cómodos y comenzó a besarme y tocarme sin mayores preámbulos. Me puse nervioso, no lo voy a negar, pero más por mis absurdos complejos y mi exasperante timidez que porque en algún momento el tío me asustara o intimidara. Es verdad que no se andaba con rodeos, pero simplemente era lo que ambos queríamos.

Nos fuimos desnudando poco a poco. Un beso y fuera camisa. Otro beso y fuera pantalones. Un sobeteo y adiós calzoncillos. El tío tenía un cuerpazo, pero literalmente, porque además de altura su barriga era bastante prominente y sus largas piernas casi doblaban a las mías no sólo en longitud. Pero por suerte, no era la única zona de su cuerpo de considerable tamaño. No sabría decir los centímetros, pero larga era un rato y además me llamó la atención su forma curvada hacia abajo, aunque al principio pensé que sería por estar flácida, pero incluso cuando el maromo se empalmó mantuvo ese perfil de banana invertida. Bien, aparte de un físico novedoso para mí, probaría además una polla que también me resultaba original.

Comencé pues a chupársela. Que el tío al principio pusiera su enorme mano en el troco de su verga y aún le quedara suficiente para poder tragármela era todo un hallazgo. Ahí realmente fui consciente de la magnitud del asunto. También noté que tardaba en empalmarse más de lo habitual, pero “mejor para mí” pensaba yo, pues más podría mamársela. El característico sabor y olor de un cipote sudado de toda la noche con restos de vete tú a saber qué acabaron por excitarme del todo. Él se quedó sentado en el sofá y se dejó hacer. Yo me arrodillé sobre el suelo y me hice de repente más pequeño que nunca ante aquella perspectiva en la que todo parecía ser hipertrófico.

Lamí su glande con calma queriendo estimularle a mi manera. Después recorría su largo tronco con la punta de mi húmeda lengua. También con calma. Y como dije, veía que aquello no se endurecía. En algún momento él se daba unos golpes con dos dedos en la polla que jamás antes había visto. Sería su forma de ponerla erecta y activarla para que la sangre llegara a toda su extensión. No me importaba, pues yo seguía aferrado a ella. Sentirla morcillona en mi garganta era estremecedor y saber que aún una parte se quedaba fuera resultaba genialmente sorprendente.

Probé a comerle los huevos mientras intercambiaba mis labios por mis manos en su cipote. Los lamía también, me los metía en la boca, mordía el pellejo hasta sentir cómo su piel se erizaba…Y la cosa comenzaba a surtir efecto y veía cómo se iba empalmando por momentos. Así la pude disfrutar aún más. Intenté tragármela entera de nuevo y fue imposible. Casi me atraganto pero su punta no podía ir más allá de mi campanilla. Así la mantenía unos segundos al tiempo que meneaba mi cabeza para hacerla vibrar dentro de mi boca. Ahí él agudizaba su gemido, señal de que le gustaba. Lo hice en varias ocasiones aunque prefería quedarme con su abultado y sabroso glande y acompañarme tanto de mis manos como de las suyas para el resto del tronco.

No es que me hartase, pero de verdad que me quedaba a veces sin aliento y decidí dejarla un rato. Miento, porque aunque mi lengua ascendía por su vientre, una de mis manos no la dejó desfallecer. Recorrí de nuevo su barriga con algo de vello y me di cuenta de que nunca me hubiera imaginado que aquel tipo de hombre me pudiera excitar tanto. Quizá por ello le mordía con ganas los pezones haciéndole dar un respingo y le besé con exacerbada pasión. Me apartó y me colocó sobre el sofá. Se levantó no sin cierta dificultad y pensé que llegaba el momento de que me petara el culo con aquel pollón. Pero no, me empujó un poco hacia abajo, se puso de rodillas y volvió a regalarle a mi boca su precioso capullo.

Pero debido a su peculiar forma arqueada aquella no era la mejor postura, así que en un alarde de espontánea imaginación me recosté sobre al apoyabrazos del sofá y él quedó de pie con su verga apuntando directamente a mis tragaderas. Aquella posición resultaba mucho más idónea y su polla encajaba en mi boca casi con total perfección. Pero entonces le tocaba a él imponer el ritmo, pues todo dependía de sus balanceos. Apenas tenía que arquearse un poco para que yo pudiera acceder a ella, aunque tener el cuello tan estirado no era lo mejor para que no volviera a atragantarme. Sobre todo cuando comenzó a acelerar sus movimientos y aquello se convirtió en una follada de boca.

Menos mal que la sacaba de vez en cuando y seguía golpeándola  con sus dedos dándome algo de tregua, pero la devolvía a mi garganta con extrema rapidez. Él gemía y yo ahogaba mis sollozos entre tamaño trozo de carne. Cada vez más veloz, más caliente, más lejos y él avivando el sonido de sus lamentos pareciendo indicar que llegaba el momento de correrse. Pero otra vez no, falsa alarma. Sería que estaba en plena apoteosis y que por fin su polla había alcanzado el punto álgido. Él lo sabría mejor que nadie y quizá por eso decidió que había llegado el momento de darme por el culo.

No sentí la necesidad de advertirle que tuviera cuidado, pues no había actuado con brusquedad hasta entonces. Y conocedor como era de su propia verga sabía que debía andar con ojo si no quería desgarrarme. Claro que tuvo que estimular mi ano primero. Y lo hizo con su lengua y con sus dedos. Comenzó con dos, con los mismos con los que se activaba su cipote y a los que mi culo recibía con ganas. Deseaba pues que me follara de una vez y sentirla de nuevo dentro de mí, pero se empleó bien en dilatarme. Ahora era yo quien gemía y él se limitaba a susurrar y a preguntarme si me gustaba con alguna que otra palabra subida de tono, pero no llegó a llamarme “guarra” ni “putita” ni nada por el estilo. El tío me estaba empezando a gustar de verdad.

Introdujo la punta solamente para tantear el terreno y ambos supimos que todo estaba listo para que comenzara la penetración. Fui sintiendo cómo entraba poco a poco, cómo aquella masa de carne húmeda y caliente se colaba en lo más profundo de mi ser. Traté de recolocarme, él mantenía mis piernas alzadas y entonces empezaron sus embestidas. Ritmo tranquilo pero constante que nos llevaba a los dos a fundirnos en unos gemidos que liberaban el placer que sentíamos. Me miraba a veces con lascivia y yo le agradecía con una sonrisa casi viciosa que no podía ocultar todo el gozo que invadía mi cuerpo.

Sin embargo, parecía necesitar de nuevo sus manos para seguir activándose la polla y eso era imposible si tenía que sujetar mis piernas. Así que se sentó en el sofá ofreciéndomela de nuevo y ansioso por clavármela otra vez. Dejé caer mi peso sobre ella mientras me agarraba a su cuello y nos besábamos ahogando los gemidos que hubiéramos soltado al ver que nuestros cuerpos volvían a encajar. Cabalgaba sin despegarme y él hacía lo propio con cortos impulsos que me retorcían al elevar su verga y sentirla cada vez más dentro. Pero tampoco resultaba ideal del todo debido otra vez a su forma. “¿Tendrá complejo por esto?”, pensé. Pero ya se las sabía todas y me enseñaría la que sería la postura definitiva.

Otra vez el apoyabrazos del sillón fue nuestro aliado. Yo me puse de rodillas sobre él y dejé caer mi cuerpo hasta apoyar mis codos contra el asiento. Él no tenía más que dejarla entrar y salir y de nuevo el acoplamiento era perfecto. Pudimos los dos disfrutar más por eso, porque el esfuerzo era mínimo pero el ajuste resultaba ser el ideal. Es verdad que no la metió tanto como en la postura anterior, pero resultaba ser así todavía mejor pues se le estimulaba una parte menor, pero con mayor intensidad. Yo tampoco necesitaba tenerla toda ya que el simple mete y saca bastaba para espolearme. Buff, era realmente increíble, incluso cuando avivaba el ritmo imagino que para correrse, pues ya ni sabíamos el tiempo que llevábamos dale que te pego.

Lo anunciaba cuando sus suspiros se agravaban, y yo, aunque cómodo en aquel momento, temía porque mi pobre culo pudiera resentirse al día siguiente, así que los dos casi nos alegramos cuando la sacó de mí, empezó literalmente a gritar, y sentí los chorros de leche ardiente golpear mi piel con toda la furia que un líquido espeso puede permitir. Relajé algo mi espalda porque mis codos comenzaban a desfallecer, me giré para ver cómo él se estremecía y se contraía despojándose de las últimas gotas que dejaba escapar su enorme polla hasta caer debilitado junto a mí y ayudándome a incorporarme.

-¿Y tú qué? – me preguntó. - ¿No te corres?

-Wuau – fue lo único que pude contestarle mientras trataba de recobrar las fuerzas.

Me ofreció darme una ducha, pero preferí fumarme un cigarro antes. Y en ese preciso instante se escuchó el sonido de unas llaves tratando de abrir la puerta. El macho que tenía delante se volvió más blanco que el papel de los cigarrillos y a mí se me quedó una cara con más cuadros que una falda escocesa. Me señaló el baño sin hablar y para allá me fui corriendo sin saber si quiera si estaba de camino al hall principal. No sé qué haría con mi ropa, pues de la galopada que di no caí en llevármela conmigo. Determiné esconderme en la bañera y agradecí que hubiera unas cómodas cortinas en vez de una ruidosa mampara. Tenía el pulso al borde del infarto. Temblaba más por vergüenza que por miedo. Escuché una voz femenina diciendo “hola” y al tío que me acababa de follar, del que ni si quiera conocía el nombre, devolviéndole el saludo con voz entrecortada.

Después le oí decir a ella algo relacionado con una suplencia y que iba a darse una ducha. Supuse que habría otro baño en la casa o que él la persuadiría de hacerlo si no fuera así hasta enviarme alguna señal. Hubo suerte y entonces noté un grifo abriéndose sobre mí. Debía ser un dúplex. Se abrió la puerta, el maromo me dio la ropa, me pidió disculpas sin dar muchas explicaciones o si acaso las dio yo ni  las escuché y me metió prisa para que me fuera. No hubo despedida como tal. Me hallé sucio, sorprendido y hasta excitado en medio de la calle en plena madrugada sin darme cuenta hasta entonces de que mi coche estaba en la puerta del karaoke. Llamé a una amiga, vino a buscarme a pesar de mis pésimas explicaciones sobre dónde me encontraba y una vez en su coche, tras contarle lo ocurrido, empezó a descojonarse en mi cara. También me reí, claro, pero maldije mi suerte por lo desafortunado de la situación tras haber conocido en circunstancias normales a un tío que al final resultó no serlo tanto.