En casa de tía Carmen: día 6 (epílogo)

Donde se cierra el círculo. ADVERTENCIA: CONTIENE ESCENAS DE SEXO HOMOSEXUAL

  • ¡Mi niño! ¡Qué ganas tenía de verte! ¿Me has echado de menos?

Papá y mamá llegaron a media mañana. Venían a buscarme. Mientras Sandra preparaba la comida, nos quedamos en el jardín. Mamá no quiso ponerse al sol, y todos nos quedamos a la sombra del porche tomando un aperitivo.

  • Yo me quedo aquí, que me quemo enseguida.
  • Siempre tan especialita mi hermana.

Tía Carmen y mamá, aunque sólo eran mellizas, se parecían mucho. Mamá era un poco más delgada, aunque también carnal y abundante, y, a diferencia de su hermana, su piel era delicada, y evitaba el sol, así que su piel era pálida, de brillo satinado, alabastrina. Imitando a su anfitriona, se había quitado el sostén del bikini, y sus tetas grandes y blancas mostraban muy visiblemente aquella greca de venillas azuladas que me excitaba tanto en tía Carmen. Tuve que esforzarme para no quedarme mirándolas, y permanecer tumbado boca abajo para disimular la erección incontrolable que me causaba la visión de ambas. De cuando en cuando, corría hacia la piscina y me arrojaba al agua para tratar de aplacarla. Observé que tío Alberto parecía no sentir vergüenza, y exhibía la suya sin disimulo. Papá hacía como que no se daba cuenta, y permanecía serio y callado, un poco apartado de los demás.

  • ¡Hay que ver lo estupenda que estás, Julia!
  • ¿Te gusto?
  • Muchísimo.

Durante la comida, tía Carmen decidió que nos acompañaría a Madrid y pasaría unos días con nosotros. Tenía ganas de volver a su ciudad: ir de compras, comer en algún restaurante bueno, pasear por el centro... Mamá se puso muy contenta. Había entre ellas una complicidad deliciosa. Parecían brillar al estar juntas.

  • Tú siéntate delante, conmigo, no vaya a ser que te marees.

Mamá condujo a la vuelta, y papá y tía Carmen se sentaron detrás. Llevaba una falda corta, de flores de colores anaranjados y azules en tonos pastel, muy veraniega, y una camiseta de tirantes de algodón acanalado, amarilla y muy ceñida, y yo un bañador que, como no podía evitar mirar de soslayo sus tetas, cuyos pezones quedaban perfectamente dibujados bajo el tejido elástico, me causaba problemas para disimular la excitación que me provocaba. Viajábamos en silencio hasta que mamá decidió hablar conmigo como si estuviéramos solos.

  • Me ha dicho Carmen que has estado muy bien.
  • Sí...
  • ¿Has disfrutado?
  • Claro...
  • Ya veo...

Apoyó la mano en mi polla y sonrió al encontrarla dura. Me miraba a veces, sin dejar de acariciarla, y sonreía. Yo di un respingo. Estaba aterrorizado pensando que papá, que se había sentado detrás de ella, iba a darse cuenta y se enfadaría, pero no dijo nada ni siquiera cuando la metió dentro y, agarrándola, comenzó a masturbarme moviéndola arriba y abajo.

  • Pobrecito, cómo estás... Anda, bájatelo.

Obedecí en silencio, con el corazón en un puño, mirando de reojo el retrovisor. La mano de mamá agarraba mi pollita y subía y bajaba el pellejito cubriendo y descubriendo mi capullo, que se había enrojecido y manaba tal cantidad de fluido trasparente que pronto comenzó a deslizarse en su mano causándome un escalofrío.

  • ¡Ni me toques, gilipollas!

Tía Carmen palmeó la mano de papá y me giré sobresaltado. Había sacado la suya y se acariciaba muy despacio sin quitarme la vista de encima. Volví a mirar hacia delante casi sin atreverme ni siquiera a mirar las tetas de mamá, que se movían lentamente como consecuencia del subir y bajar la mano sobre mi pollita. Sus pezones se marcaban más cada vez bajo la camiseta.

  • ¿Has follado con ellos?
  • Sí...
  • ¿Con tu tía?
  • Sí...
  • ¿Y con Marina?
  • Sí...
  • ¿Te ha follado tío Pedro?
  • Síiiii...
  • ¿Y te ha gustado?
  • Mu... mucho...

Por alguna razón, aquellas preguntas, lejos de avergonzarme, contribuían a incrementar la excitación ya de por sí tremenda que me causaba la caricia de mamá. Me agarré con fuerza al asiento. Me temblaban las piernas. Veía a papá meneándosela despacio, y podía escuchar a tía Carmen gemir. Debía estar haciéndolo también.

  • No te aguantes, cariño ¿No quieres darme tu lechita?

Comencé a correrme y mamá envolvió mi capullo con la mano para que no salpicara. Mi lechita escapaba entre sus dedos. Se habían formado gotas de sudor en sus sienes y se mordía el labio inferior. Me corría en su mano como si fuera la primera vez, temblando y gimiendo.

  • Tú deja de meneártela, Daniel. ¿No te da vergüenza?

Al terminar, mamá apartó la vista de la carretera un instante para mirarme sonriendo antes de llevarse la mano a la boca y lamer los goterones de esperma de sus dedos. Algunas gotas chorrearon sobre su camiseta y su falda. Incluso se formó un reguerillo que le corría sobre la piel pálida del muslo. Me pareció que lo hacía a propósito, que quería que lo viera.

Llegamos a casa cuando empezaba a atardecer. Mamá y tía Carmen parecían tener prisa. Prácticamente entraron en casa besándose de una manera muy apasionada, comiéndose las bocas. Papá y yo las seguimos hasta la sala de estar. No recuerdo haber visto hasta entonces nada más excitante: se desnudaban con prisa descubriendo la piel dorada de tía Carmen y la piel blanca de mamá, y se acariciaban cada milímetro que dejaban al descubierto. Lo hacían apasionadamente, sin dejar de morderse, de besarse.

  • ¡Qué ganas tenía de verte!
  • ¿Me has echado de menos?
  • Mucho...
  • Pues yo a ti...

Papá permanecía de pie, a una distancia prudencial, observando la escena en absoluto silencio. Se había sacado la polla, que era notablemente más pequeña que la de tío Pedro, aunque mayor que la mía, y se acariciaba muy lentamente. Tenía el capullo enrojecido y brillante, y le colgaba un hilillo de fluido incoloro que, de cuando en cuando, goteaba sobre el suelo. Yo me había quedado paralizado.

Mamá se había dejado caer en el sofá con la minifalda enrollada en la cintura y la camiseta subida por encima de las tetas magníficas, y tía Carmen, arrodillada entre los muslos muy abiertos, apartando con dos dedos su tanguita amarilla, a juego con la camiseta, comenzó a lamer su chochito. Tenía una mata cuidada de vello negro en el pubis que no se prolongaba más abajo. Los labios, inflamados, se entreabrían mostrando el interior rojizo y húmedo. Gimió cuando la lengua de su hermana comenzó a deslizarse entre ellos, y dio un grito al sentir sus labios cerrándose alrededor de su clítoris, que asomaba entre los pliegues de la piel inflamado y brillante.

  • ¡Así… asíiiiiiiiii…!
  • ¡Mira que eres puta, hermanita!
  • ¡Muuuuuuu… cho…!

Poco a poco, se fue deslizando en el asiento hasta acabar en el suelo. Desde donde estaba, podía ver el culo magnífico de tía Carmen, embutido en unos tejanos muy ceñidos. Mamá había desabrochado su blusa y sus tetas, por encima del sostén, colgaban balanceándose al ritmo cada vez más intenso con que recorría su coño con la boca haciéndola jadear. Papá seguía como hipnotizado, pelando lentamente su polla. Su capullo iba oscureciéndose, adquiriendo una tonalidad violácea.

  • ¡Ese es mi chico!

Tía Carmen celebró que me arrodillara tras de ella y, con esfuerzo, bajara sus pantalones y sus bragas hasta la mitad de los muslos. Me fascinaba la nítida línea de contraste entre la piel dorada y el blanco inmaculado de su culo amplio y mullido. Comencé a acariciar su chochito lampiño, a meter mis dedos en él, apretado entre las piernas. Mi pollita parecía a punto de estallar.

  • ¿Quieres follarla?
  • Sí…
  • ¿Quieres follar a mamá?
  • Sí…

Se había apartado a un lado y me mostraba el coño abierto de mi madre, que mantenía los muslos muy separados y lo movía arriba y abajo acariciándose y mirándome a los ojos con una sonrisa lasciva en los labios y los ojos entornados, ligeramente inflamados y brillantes.

  • Vamos, cariño… Méteme tu pollita… Haz que mamá se corra…

Me hablaba entre jadeos, entrecortadamente. Me lancé sobre ella, se la clavé, y comencé a follarla con ansia, muy deprisa. La sentía caliente y mojada. Gemía mientras tía Carmen terminaba de desnudarse muy deprisa, como con ansia, y se sentaba a horcajadas sobre su cara, frente a mí, inclinándose para morderme los labios. Mantenía los muslos de mamá muy abiertos sujetando sus rodillas con las manos y me jadeaba en la boca. Podía ver la cabeza de mamá moviéndose bajo ella.

  • Fóllala… así… Folla a la puta… de mamá… Haz que… se… corráaaaa…
  • Llénale el chochito de leche…

Acariciaba con vigor su clítoris. Podía escuchar sus gritos ahogados. Sacudía las caderas sometiendo a mi pollita a un movimiento salvaje. Tía Carmen gemía. Tenía los pezones duros y sus tetas grandes y blancas se balanceaban ante mí. Yo estrujaba las de mamá dejando las huellas rojizas de mis dedos en la carne blanca.

  • ¡Me… co… rrooooooo…!

Volví a sentir la sensación cálida y húmeda al correrme en ella. Mamá, tensándose, se sacudía, y tía Carmen chillaba llamándola zorra y culeando en su cara. Un calambre intenso me recorría la espalda para estallar en mi pollita, rígida en el interior de mamá. En una sacudida suya se me salió, salpicaba su vientre y sus tetas. Se clavaba los dedos en el coño. Papá había dejado de acariciarse. Nos miraba fijamente. Le temblaban los labios, y su polla trempaba sacudiéndose en el aire arriba y abajo. Chorreaba aquel fluido viscoso transparente. Si se hubiera acercado, le hubiera hecho correrse en mi garganta, pero no vino.

  • ¡Madre mía!
  • Ya te lo había dicho…
  • Ya, pero… ¡Uffffffff…!
  • Y todavía no has visto nada ¿Verdad, mariconcita?

Asentí en silencio porque tuve la impresión de que había que asentir. Mamá se había vuelto a subir al sofá y nos miraba sentada, exhausta. Tenía los muslos abiertos y dejaba que la lechita que escapaba de su coño ensuciase el asiento. Tía Carmen, todavía en la alfombra, a mi lado, había sacado su strapon del bolso de viaje y se lo colocaba lenta y minuciosamente, apretando con fuerza las correas, que se clavaban en su carne. Se habían terminado de desnudar, y su imagen mirándome a los ojos, arrodillada a mi lado, y armada con aquella polla gruesa y venuda me fascinaba. La mía, muchísimo menor, no había llegado a perder su erección. A un gesto suyo con los dedos, autoritario y tajante, me incliné para comérmelo. Me metí la punta en la boca y comencé a mamársela ansiosamente. Agarraba mi cabeza y lo empujaba hacia mi garganta haciéndome toser y babear. Mamá nos miraba fijamente. Había empezado a acariciar su chochito y mi esperma rezumaba ensuciando el sofá.

  • Toda, mariconcita. Trágatela toda.

Empujó más fuerte sujetando mi cabeza con las manos, y la sentí atravesando mi garganta hasta apoyar la nariz en su pubis. Se me saltaban las lágrimas y me ahogaba. Cuando la sacó, tosía y babeaba. Tía Carmen metió sus dedos en mi boca para mojarlos y comenzó a lubricar mi culito. Su muñeca rozaba mis pelotas al hacerlo, presionaba mi perineo haciéndome gemir.

  • Te voy a follar, putita.
  • Te voy a atravesar con mi polla de caucho hasta que chilles…
  • Hasta que te corras como una mariconcita buena…
  • Para que mamita vea lo putita que eres…
  • Y el cornudo de papá se la menee viéndote…
  • ¿Quieres que te vean zorreando?
  • Sí…
  • ¿Quieres que mamá vea lo mariconcita que eres?
  • Sí…

Me había puesto de rodillas, frente a mamá, entre sus muslos, obligándome a responder a sus preguntas ante ella. Se tocaba el chochito mirándome con una mirada febril, y se pellizcaba los pezones. Estaba caliente, y me volvía loco saber que era por mí.

  • Quieto ahora. No te muevas.

La sentí clavárseme en el culito y emití un quejido leve. Mamá entornó los ojos al oírlo. Me hacía daño, pero permanecí quieto, esperando, hasta que la punta alcanzó aquel punto donde me volvía loco de placer. Sentí el calambrazo. Mi pollita empezó a fluir aquel reguero interminable que me causaba cuando me follaban. Gemí, y mamá gimió conmigo. Sus dedos se movían deprisa sobre su coño empapado, los metía y los sacaba, acariciaba su clítoris.

  • ¡Así, mi niño… Asíiiiiii…!
  • Sí… Mamá…
  • Déjate… follar…
  • Sí…
  • ¡Déjame… verlooooo…!

Tía Carmen había empezado con aquel bombeo lento e implacable, aquel intermitente pulsarme dentro que parecía tensar mi pollita, lanzarla hacia delante. Me mordía el cuello y los hombros y sus manos recorrían desde mi pubis depilado hasta el pecho una y otra vez mientras sentía en mi interior la rápida e intensa vibración de su polla de goma. Papá se la pelaba. Se había situado a nuestro lado, apartado poco más de un metro para vernos, y sacudía su polla cada vez más deprisa. Chorreaba sobre la alfombra y su capullo se veía brillante, amoratado.

  • ¿Quieres que se corra el cornudo maricón de tu papá?
  • Sí…
  • ¿Quieres ver cómo se corre viendo cómo me follo a su mujer y a su niño?
  • Síiiiii…

Empujó fuerte, hasta que noté la caricia de su pubis en mi culo, y se quedó allí, apretándome, golpeando en el centro de mi placer intermitentemente, a un ritmo rápido y persistente, haciéndome gemir y temblar. Balbuceaba como una niña, como Marina, y mi pollita daba latigazos en el aire. Me mordía el cuello y empujaba, empujaba, empujaba, hasta que sentí que me iba, que casi perdía la consciencia, y mi pollita empezaba a disparar sus chorros de lechita tibia salpicando a mamá, salpicando su coño, su mano, sus tetas. Se masturbaba chillando, frenéticamente. Clavaba los dedos en su coño y se corría, y disparaba sobre mí chorritos de pis que salpicaban mi pollita, que parecía ir a seguir escupiendo sin fin, haciéndome temblar y gimotear.

Papá, mirándonos, inmóvil, había envuelto su capullo con la mano para no salpicarnos, como si le diera vergüenza, y se corría entre los dedos formando un charquito de semen a sus pies. Respiraba agitadamente, y se corría en silencio como procurando no hacer ruido, como si no quisiera molestarnos.

Después de la cena, tía Carmen me llevó al baño para ducharme. Había traído un conjunto de Marina, una falda corta de cuadros escoceses de color azul oscuro y una blusa blanca con lazo al cuello que completó con unas medias cortas, blancas, hasta por debajo de las rodillas, y unas braguitas blancas de algodón con un lazo pequeñito en la cinturilla. A duras penas podían contener mi pollita.

La idea de que mamá fuera a verme así me volvía loco. Me maquilló un poquito: me pintó los labios de rosa, y dibujó la raya de mis ojos y acentuó mis pestañas con rímel. Mamá, que se había puesto un vestido ibicenco blanco que se le ceñía al cuerpo para abrirse debajo en una falda amplia y larga hasta los tobillos, celebró mi entrada en el salón.

  • ¡Mi nenita...!

Poco rato después, sonó el timbre y llegaron dos muchachos, dos chicos jóvenes, atléticos y morenos de pieles depiladas. Tía Carmen les dio dinero en la puerta y, al entrar en la sala de estar, parecían bien aleccionados. Se dirigieron a mi, que estaba de pie esperándolos, sin preámbulos. Me acariciaban el culito y me besaban los labios y el cuello llamándome nenita. Me encerraban entre ambos estrujándome, y sentía los bultos bajo sus pantalones contra mi cuerpo. Me dejé llevar. Yo mismo, abrí la bragueta del primero, del que tenía enfrente, el rubio, y busqué su polla para liberarla. El otro llevó mi mano a la suya. Me sentía excitado, muy excitado con aquellas dos buenas vergas en las manos.

  • ¡Qué zorrita tan linda!

Mamá y tía Carmen se habían sentado juntas en el sofá, y papá sólo en un sillón no muy lejos. Observaban la escena con atención. Estaban evidentemente excitadas, y a mi me excitaba la idea de encontrarme así ante ellas. Me dejaba manejar por aquellos muchachos fuertes y sanos que olían a colonia. Me dejé arrodillar. Mantenía sus pollas en las manos y se alternaban para metérmelas en la boca sin dejar de acariciárselas. Fueron desnudándose. Sus ropas caían al suelo junto a mí. Estaban duros, fuertes. Me esforzaba por tragarme sus vergas. Me llamaban nenita, putita. Mojaba mis bragas de excitación. Quería beberme su lechita, que me follaran delante de mamá.

Pronto estuve a cuatro patas, comiéndole la polla al moreno, arrodillado frente a mi, mientras el rubio, que me había bajado las bragas hasta las rodillas y subido la falda, y lamía el agujerito de mi culo haciéndome gimotear. Separaba las nalgas con las manos y su lengua parecía querer penetrarme. Me causaba un cosquilleo intenso, un extraño placer. El moreno, sujetando mi cabeza con las manos, metía y sacaba su polla de mis labios. A veces me la clavaba entera, hasta la garganta, haciendo que se me llenaran los ojos de lágrimas; a veces llevaba mi boca a sus pelotas y yo las mamaba, me las metía en la boca, y sentía el grueso tronco mojado resbalándome en la cara.

  • Muy bien, cariño... Métesela... Folla a mi nenita...

Mamá estaba caliente. Casi jadeaba al animarlos a que me follaran. Tía Carmen y ella, frente a nosotros, se habían subido las faldas y se acariciaban mutuamente. La sentí apoyada a la entrada estrecha del culito y sus manos en las caderas. La clavó de un empujón haciendo que la polla del rubio se me metiera entera en la boca. Traté de chillar sin ser capaz de emitir más allá de un gemido ahogado. Sentí la presión por detrás que hacía que mi pollita se pusiera rígida, que palpitara, que goteara en la alfombra, y comenzó a follarme fuerte, rápido, inmisericordemente. Su polla entraba y salía deprisa, y su pubis golpeaba mi culito haciendo un ruidito de cachetes. Se inclinó sobre mi y desabotonó mi blusa. Me acariciaba el pecho llamándome mariconcita al oído. Apenas veía nada. Tan sólo sentía sus pollas follándome, sentía sus manos agarrándome, acariciándome, y oía como a lo lejos los gemidos de mamá y tía Carmen. Tenía los ojos empañados y el dolor se me entremezclaba con el placer intenso que me causaba el bombeo de sus pollas, el traqueteo rápido con que sacudían mi cuerpecillo delgado. Gimoteaba. Mamaba aquella tranca lloriqueando, ansioso, hasta conseguir que se corriera en mi boca. Tragaba su lechita tibia como con ansia, ahogándome, mientras el rubio me taladraba muy deprisa. Comencé a correrme. Mi pollita palpitaba, y manaba un reguero manso de semen que parecía formar un único chorro continuo. Le sentí llenarme, clavárseme hasta el fondo y empujar llenándome de calor. Me deshacía dejándome manejar desmadejado, como una muñeca, incapaz de hacer nada que no fuera temblar, gimotear. Me zarandeaban.

Ni siquiera se detuvieron. Me llevaron sobre la mesa como a un pelele y me echaron boca arriba. De repente, era el moreno quien me follaba de pie mientras el rubio, que se me había echado encima, me la metía en la boca y se inclinaba sobre la mía mamándomela. Era como un calambre, una sensación irreal, puro tacto y placer. Ni siquiera la mamaba. Me limitaba a dejarme, a dejar que me follara, que me llenaran de sus pollas. Lloriqueaba, balbuceaba, y sus rabos entraban y salían en mi culo y mi garganta. Volví a correrme sintiendo la succión cálida y enervante de su boca y escuchando los gemidos de mamá. Sentía el esperma que manaba de mi culo como un cosquilleo entre las nalgas. Como un desmallo.

Aquella noche, los chicos se quedaron con papá en la sala de estar. Yo dormí en su cama, abrazado a tía Carmen. A mi espalda, mamá me envolvía también entre sus brazos. Eran cálidas y mullidas, y a veces me besaban. Me sumí en su calor dejándome querer tanto.