En casa de tía Carmen: día 5º
Donde nuestro protegonista toma la iniciativa, aunque se encuentre al final con una ayuda inesperada. ADVERTENCIAS 1: esta vez no hay escenas de sexo homosexual ;-); y 2: a mi anónimo heater favorito se le a olvidado puntuar su "Terrible" habitual en el episodio 4, y lo estoy echando de menos :-D
- Buenos días, señorito. Los señores y la señorita Marina han tenido que salir a la ciudad para hacer la matrícula para el próximo curso y regresarán a mediodía ¿Dónde quiere que le ponga el desayuno?
- Aquí, en la cocina, Sandra.
- Como guste.
Observé a Sandra prepararme el café y unos bollos. Llevaba aquella especie de uniforme de trabajo que, cuando no había invitados, utilizaba para las tareas de la casa, uno de aquellos conjuntos deportivos de malla y top muy parecido al del día anterior, y no pude evitar recordar las escenas de la tarde. Desayuné mirándola. Tenía un culo de infarto que las mallas dibujaban de una manera tan evidente que no hubiera parecido que las llevara puestas de haber sido del color de la carne.
- ¡Ay mamita, que me parece que ya se le paró la verga!
Con la excusa de llevar mi taza al fregadero, donde se encontraba fregando la vajilla del desayuno de los tíos, la rocé contra sus nalgas apretándola, y aquella expresión contribuyó a excitarme más. Recordaba la sumisa aceptación de cuanto se le mandaba, y comencé a manosearla.
- Por favor, señorito… ¡Ay virgen santa!
Hasta entonces, la había visto follar, y había sentido su boca en mis pelotas, pero no había tenido ocasión de palparla. De pie a su espalda, mientras trataba de seguir con su tarea, me agarré a sus tetas grandes y duras mientras restregaba mi pollita entre sus nalgas apretadas. No se resistía, y pronto la tenía con el top subido y se las amasaba y pellizcaba los pezones oscuros. Aunque, como acostumbraba, se quejaba como si se resistiera, no hacía nada que pudiera tomarse por una oposición real.
- Madre mía, madrecita… Por favor…
Se movía como queriendo apartarse sin conseguir quitárseme de encima y, en la práctica, su culo grande y redondo de restregaba en mi polla. La tenía aprisionada contra el fregadero y la sobaba poseído por un furor incontenible. Aquellas quejas actuaban sobre mí como un acicate, como una súplica que no quería admitir. Metí las manos bajo las mallas hasta alcanzar la mata áspera de vello de su coño. Ya había visto que no llevaba bragas. Las mallas parecían clavarse en su culo como si las tuviera pintadas. Jadeaba y lo movía tratando de contenerme, y apretaba mi polla entre mi pubis y sus nalgas grandes y duras contribuyendo a incrementar mi excitación. Pronto le había bajado las mallas y tenía el culo al aire. La frotaba en su piel oscura, entre aquellas nalgas de ensueño.
- ¡Ay, señorito…! ¡Ay dios mío…!
Alcancé su coño con la mano. Estaba mojada. Me ponía loco aquel quejarse, haciendo como que se resistía, que contrastaba con la dureza de sus pezones y la facilidad con que mis dedos resbalaban entre los labios.
- ¡Ay mamacita! ¡No me toque ahí!
Desde el primer día, Sandra había formado parte de mis fantasías. Durante mi primera noche en casa de tía Carmen, me había tocado hasta correrme fantaseando con sus tetas grandes, con aquel culo fastuoso, con la sensualidad de sus rasgos aindiados, sus labios gruesos, sus ojos achinados, su coleta negra y brillante… Durante los cuatro días anteriores, como si todo aquello fuera poco, la había visto sometida a toda clase de aparentes abusos, la había escuchado resistirse de palabra con aquella voz fina, como de niña, mientras se corría como una perra mamando pollas y dejándose follar por cualquier sitio tratando de aparentar resistencia e invocando a su dios como si pudiera engañarle.
- ¡Cómetela!
Agarrando su coleta, había hecho que se arrodillara ante mí. Lo hizo entre súplicas y lamentos, como siempre, pero bajó el pantalón de mi pijama y se la metió en la boca sin resistencia. Comprendí que, por primera vez, en aquella escena no era al objeto de la voluntad de otro, sino el sujeto de la acción. Imité a mi tío y, en lugar de recibir pasivamente su caricia, follé su boca sujetando la cabeza con las manos. No se resistía. Jadeaba; a veces tosía cuando rozaba su garganta; y mamaba como si quisiera terminar pronto. Yo la dejé hacer, no me importaba, no iba a detenerme ahí.
- ¡Asíiiiiiii…!
Había tardado pocos minutos en correrme en su boca. Sentí la presión de la succión en mi capullo como un cosquilleo intenso, casi un calambre que me aceleró el pulso y me hizo temblar las piernas, y me dejé ir mirándola a los ojos. La sentía manar a latidos intensos y desaparecer en su interior, y veía el movimiento de deglución en su cuello. Me corría gimoteando.
- ¡Trága… te… la…! ¡Traga…! ¡Ahhhh...!
- ¡Ay virgen santísima..., perdóname!
Si pensaba que con aquello iba a quitárseme de encima, enseguida le hice ver que no sería tan fácil. Mi polla seguía “parada”, como ella decía. La forcé a subirse a la encimera mirando hacia mi y, tras quitarle las mallas por completo, a abrir los muslos y mostrarme su coño, empapado como imaginaba. El contraste entre la piel olivácea y el brillo sonrosado de su interior resultaba fascinante. Me incliné sobre ella para lamerlo y la escuché gemir. De repente, no se quejaba. Abría mucho las piernas y acariciaba mi cabeza con la mano gimoteando.
- ¡Ay señorito…!
Deslicé la lengua entre los labios inflamados hacia su clítoris y repetí el proceso cuatro, cinco, diez veces sin alcanzarlo. Levantaba el culo como queriéndomelo poner en la boca. Lo rehuía. Palmeé con fuerza su vulva abierta y expuesta. Chilló e hizo un ademán instintivo de cerrar los muslos que, no obstante, contuvo. Volví a golpearla. Gimoteaba. Enterré una vez más la cara entre sus piernas y, esta vez sí, lo tomé entre los labios. Lo hice sin preámbulos, aprisionándolo, succionándolo con fuerza, haciéndolo entrar en mi boca, y lo acaricié intensamente con la lengua. La sentí temblar. Empezó un chillido que, de repente, se detuvo en seco como si se desconectara. Tenía el rostro contraído y los ojos en blanco. Volví a palmear su coño mojado y fue como si reaccionara. Lo repetí cuatro o cinco veces más haciéndola chillar. Ni siquiera hacía el gesto de querer apartarse. Se me ofrecía abierta.
- ¡Mamita mía…! ¡Mamitaaaaaaaa…!
Chillo cuando, tras incorporarme, clavé mi pollita en su culo de un golpe. Apoyé la palma de mi mano en su pubis velludo y comencé a frotarle el clítoris con el pulgar. Lloriqueaba culeando. Pronto fue ella misma quien comenzó a acariciarse, y yo me centré en sus tetas, en agarrarlas con fuerza, en apretarlas clavando mis dedos en ellas, en pellizcar sus pezones. Chillaba como una zorra, y yo sentía la presión de mi polla en su culo. Por instinto, o quizás por habérselo visto hacer a tío Pedro, azotaba su culo, sus tetas y sus muslos, y parecía excitarla. Jadeaba, gemía y lloriqueaba sin dejar de culear más que cuando se tensaba, sus gemidos se convertían en un balbuceo apenas audible, y ponía los ojos en blanco antes de, igual de repentinamente, volver a activarse para de nuevo.
- ¡Ay dios mío! ¡Señoritoooo…!
Chilló cuando, agarrándola del pelo, la hice caer al suelo frente a mí. Me corría, y quería ver mi lechita en su cara. Cada chorro que golpeaba sus mejillas, sus ojos, sus labios, o resbalaba para caer en sus tetas morenas me causaba una impresión intensa, como si al ensuciarla afirmase alguna parte de mí. Era ella misma quien sacudía mi polla, quien se lo echaba encima chillando con los labios abiertos, regándose con mi esperma.
- ¡Bravo, sobrino!
Me sorprendió un aplauso a mi espalda que me hizo reparar en que tío Pedro había regresado y nos observaba desde la puerta de la cocina. Debía llevar ya un rato allí, porque se había desnudado y su ropa yacía en un montón en el suelo. Tenía muy dura su polla enorme.
- Parece que te pasa como a mí.
- ¿…?
Vino hacia nosotros, agarró a Sandra por la coleta, y la hizo ponerse de pie con un quejido para lamer de sus labios unas gotas de mi lechita.
- No me preguntes porqué, pero el día que la vi supe que quería hacerle daño.
- …
- Y luego comprendí que ella quería que se lo hiciera.
La hizo girarse, apoyar las manos en la encimera, y descargó un fuerte palmetazo en su culo que la hizo gritar. Respiraba agitadamente.
- ¡Vamos, a la sala!
Caminé tras de ellos. La llevaba a palmetazos en el culo. Sandra se quejaba cada vez que la palma abierta chasqueaba en una de sus nalgas. Su cuerpo se arqueaba y se le balanceaban las tetas. La imagen al caminar casi desnuda, apenas con el top subido, resultaba vejatoria, y me excitaba. La polla tremenda de mi tío estaba rígida. Cuando hubo terminado, ella misma se terminó de desnudar también, y tío Pedro, escupiéndose en los dedos, humedeció su culo con ellos y se sentó en uno de los sillones esperando a que ella ocupara su lugar.
- ¡Ay señor, eso no!
- Vamos, putita, sabes que lo harás.
- Me hará daño.
- Claro.
Mirándome a los ojos, le dio la espalda resignadamente para sentarse lentamente empalándose en su polla. El gesto se le contraía en un rictus de dolor a medida que, milímetro a milímetro, se la clavaba en el culo, pero no se detuvo hasta que sus nalgas quedaron apoyadas en los muslos de tío Alberto, que la hizo recostarse de espaldas sobre su pecho para amasar aquellas tetas morenas de pezones oscuros ante mis ojos y morderle el cuello.
- ¡Vamos, sobrino! ¿No quieres follarla?
- ...
- No, hombre, por ahí no.
Saqué mi pollita empapada del coño de Sandra para clavársela en el culo junto a la suya. Entraba con dificultad. La pobre, gimoteaba. Sentí los dedos de tío Alberto rozándome el pubis. La masturbaba, y comenzó a moverse. Su polla rozaba la mía, resbalando en ella. La humedecíamos con nuestros fluidos. Lloriqueaba y, al mismo tiempo, gemía. Le mordí los labios y sentí su aire respirándome en la boca. Comencé a moverme, a follarla cada vez más deprisa. Me excitaba sentir que él hacía lo mismo, que nuestras pollas se frotaban en el interior de la indiecita. Sus tetas se aplastaban en mi pecho.
- ¡Ay mamita!... ¡Ay virgencita del amor hermoso...! ¡Ahhhhh...!
Lloriqueaba al mismo tiempo que su cuerpo parecía tomar vida. Gemía. Me abrazaba jadeando y gimiendo, sudando. Se agarraba a mi culo.
- ¡Así, zorra! ¡Muéveté asíiiii...!
De repente, tío Pedro emitió un gemido ronco, casi un rugido prolongado, y el interior de Sandra se convirtió en un lugar húmedo y cálido. Mi pollita resbalaba junto a la suya, la sentía palpitar, y en mi vientre el movimiento de sus dedos, y ella me gemía en la boca, me apretaba fuerte contra sí y chillaba.
- ¡Ay virgencita! ¡Aaaaaay! ¡Madrecita! ¡Ay que me vengo...! ¡Aaaaaaay...!
Temblaba entre mis brazos y sacudía la pelvis sincopada y violentamente. Notaba temblarme las piernas, acelerárseme el corazón. Me latía la sangre en las sienes. Me clavé en ella corriéndome, llenándola de lechita tibia, corriéndome junto a mi tío a chorros, como si me vaciara. Me chillaba en la boca hasta que su voz se convirtió en un balbuceo lento y toda ella en un tremor.
Se dejó caer al suelo entre las piernas de tío Alberto cuando me separé de ella. Todavía se sacudía espasmódicamente. Mantenía una mano inmóvil sobre el coño como si tuviera un arrebato instintivo de pudor, y un reguero de esperma fluía entre sus nalgas redondas y duras formando un charquito blanquecino en el suelo. Tenía los pezones oscuros y apretados, y el rostro descompuesto, y su piel brillaba perlada de gotitas de sudor.