En casa de tía Carmen: día 4º

La tarde del domingo en familia, con el servicio como una más. ADVERTENCIA: sigue conteniendo sexo homosexual, y forzado, y un toquecito de sado, y... (Absténgase timoratos y meapilas).

El domingo me desperté mareado en la cama de mis tíos junto a Marina. Ellos ya se habían levantado. No había bebido gran cosa, apenas tres copas poco cargadas, pero no tenía costumbre. En realidad, había sido la primera vez que bebía. Además, habíamos seguido follando hasta bien entrada la noche. Estaba agotado. Pese a ello, la imagen de mi prima dormida a mi lado me causó el efecto que solía causarme. Estaba preciosa. No pude resistir la tentación de acariciar sus tetillas.

  • ¡Aaaaay! ¡Déjame!
  • ¿Qué te pasa?
  • Ufffffff… Me escuece todo.

Reparé en que tenía pequeñas rojeces y moraduras por todas partes. De hecho, yo mismo notaba dolor y escozor en varios lugares de mi cuerpo. Se estiró coqueta y abrió las piernas. Tenía inflamados los labios del chochito. Pensé en tocarme frente a ella, pero me dio pereza.

  • ¿Desayunamos?
  • Estás apañado: es la hora de comer.

Nos duchamos deprisa enjabonándonos el uno al otro. Marina chillaba mientras pasaba la mano por su chochito. Me pareció que exageraba, que era coquetería. A mí también me escocía la pollita y me dolía el culo, pero no tanto como parecía dolerle a ella.

  • ¡Jo…! Lo tengo en carne viva.
  • Exagerada.
  • Maricón.

Bajamos al comedor riendo. Tía Carmen y tío Pedro nos esperaban debía hacer ya un buen rato. Sandra comenzó a servir en cuanto nos sentamos.

  • ¿Habéis dormido bien?
  • Muy bien, tía.
  • Yo estoy un poco cansada.
  • Ya…

Tras el postre, como siempre, salimos al jardín. Las chicas con nuestras braguitas, tío Pedro en bañador, y tía Carmen como nosotras. No pude evitar quedarme mirándola mientras se extendía la crema por los brazos y las tetas, que empezaban a estar sonrosadas aunque se había cuidado durante los últimos días de untarse suficiente protección. No pude evitar una erección que ni siquiera intenté disimular. Estaba preciosa.

  • Parece que la nena no se agota nunca.
  • Sí. No sé qué podríamos hacer.
  • Quizás…

Tardé cinco minutos en encontrarme inmovilizado en uno de los sillones. Marina fue a buscar el cesto de las correas; tía Carmen, con mucha zalamería, me condujo hacia el que sería mi potro de tortura, y, con ayuda de mi prima, fijó mis muñecas al respaldo y muslos y tobillos a los brazos, dejándome completamente expuesto en una postura que me hacía presagiar toda clase de delicias.

Sin embargo, tío Pedro de sentó en el sillón junto al mío, y las chicas, frente a nosotros, sobre una de las tumbonas, comenzaron a desplegar su teatrillo.

  • Ven, cariño. Da un besito a mamá.

Marina obedeció y posó sus labios sobre la mejilla de tía Carmen aparentando inocencia y esta, sujetándola con fuerza, comenzó a besarla con mucho apasionamiento en los labios, provocando su aparente sorpresa y un amago de resistencia sin éxito.

  • ¡Pero mamá! ¿Qué haces?
  • No te preocupes, cariño. Tú déjate.
  • Pero… ¡Déjame! ¡No…!

Mi prima fingía debatirse tratando de liberarse del abrazo de su madre, cada vez más descarado. Trataba de cerrar las piernas cuando una de sus manos se acercaba a su chochito; de taparse con las manos las tetillas cuando lamía sus pezones…

  • No… me hagas… eso…
  • Tranquila, cariño.
  • ¡¡¡Eso no… eso noooooo!!!

A mi lado, tío Pedro exhibía una erección magnífica. La mía resultaba dolorosa. Apenas podía moverme, y mi polla empezaba a segregar un reguero de presemen. Sentía cómo se me aceleraba el corazón.

  • Por… por favor… ¡¡¡Mamáaaa!!!
  • Venga, tonta ¿No te gusta?
  • ¡Síii…!¡Noooo…! ¡Déja… me…!

Poco a poco, sus quejas se confundían más y más, se hacían más equívocas y, aunque sus palabras seguían negándolo, su cuerpecillo delgado desmentía sus quejas: sujetaba entre sus brazos delgados la cabeza de mamá, que besaba sus pezones; se abría de piernas facilitando el acceso de sus dedos al chochito, que podía ver abierto y brillante; pronunciaba sus banales protestas entre jadeos. La escenificación de la progresiva rotura de su resistencia resultaba terriblemente sensual. Tía Carmen y marina recreaban una fantasía de sexo forzado enervante, que me hacía forcejear con las correas que me inmovilizaban haciéndome sentir excitado e impotente, presa de la desesperación. Tío Pedro, que había empezado a acariciar mis pelotas, contribuía a mi sufrimiento con aquella caricia que, en otras circunstancias, hubiera agradecido, pero, inmovilizado como estaba, me causaba un martirio de deseo contenido.

  • ¿Qué… qué haces…? ¡No me hagas…! ¡Ahhhhhhhh…!

La escena sólo podía seguir con la cabeza de tía Carmen entre los muslos de Marina que, incapaz de seguir ni siquiera fingiendo resistirse, cedía y se entregaba al placer que le proporcionaban los labios de su madre. Su cuerpecillo menudo comenzó a tensarse. Su cabeza se movía de lado a lado entre gemidos. Arqueaba la espalda y abría y cerraba las piernas atrapándola a veces. Se acariciaba los pezones gimiendo.

  • Son fantásticas ¿Verdad?
  • Sí…
  • Mira cómo me ponen.

Tío Pedro, que había dejado de hacerme cosquillitas, se levantó y puso ante mi cara su polla congestionada, durísima, y lamí el extremo atrapando con la lengua la gotita viscosa que asomaba por la punta. Tenía el capullo oscurecido.

  • Abre la boca.

Obedecí y lo puso entre mis labios sin presionarme. Comencé a meter y sacar de mi boca aquel corazón que, en esta ocasión, parecía haber renunciado a clavarse en mi garganta. Lo recorría con los labios hasta rebasar el borde redondeado, lo presionaba entre el paladar y la lengua, y lo succionaba un poco, como mamando. Sus gemidos entonces se incorporaban a los de Marina componiendo un coro desesperante que me causaba un terrible sufrimiento que, sin embargo, mi cerebro parecía buscar. Tapaba la escena con su corpachón, y me moría por ver a qué respondían los quejidos, los gemidos y jadeos.

  • Así… así, mariconcita… Lo estás haciendo… muy… bien…

Sentía en la lengua el latido de aquel capullo grueso y duro. Lo recorría con los labios una y otra vez y repetía la succión de cuando en cuando dos, tres veces, haciendo gemir a tío Pedro, que a veces hacía el amago de sujetarme la cabeza, como si quisiera clavármela en la garganta, pero se contenía. Acariciaba mis pezones desesperándome, incrementando aquella angustia que me causaba la febril excitación improductiva.

  • Tío… por favor…
  • ¿Sí, nenita?
  • Toca… Tócamela…
  • Anda, anda, bobita, aguanta un poco. No dejes de chupar. Asíiii...

Pronto percibí los síntomas que anticipaban que iba a terminar: el capullo comenzó a inflamarse más y más evidentemente, a ponerse más duro; el flujo de fluido preseminal se hizo más abundante; percibía el movimiento en la boca que causaba el temblor de sus piernas; el pálpito en mi lengua se volvía más intenso… Dejé de jugar a chuparla y me centré en mamar, en succionarlo.

  • ¡Síiii…! ¡Así…! ¡Máma… la asíiiiii…! ¡Tóma… la…! ¡Ahhhhhhhh…!

Tío Pedro gemía y temblaba cuando recibí en la lengua el primer chorro de su lechita viscosa. Apenas daba a basto a tragármela. Latido a latido, gimiendo, disparaba en mi boca su esperma tibia, y yo la bebía con ansia, con desesperación. Mi pollita cabeceaba en el aire. Sentía una excitación brutal una angustia y una exasperación terribles, que hacían palpitar mi corazón deprisa.

  • ¿Quieres correrte?
  • Por… favor…
  • Anda, aguanta un poco, zorrita.

Marina, que ya había abandonado la escenificación de aquella supuesta resistencia suya, se había echado sobre tía Carmen, y se lamían los coños como locas. Podía verlas abrazándose los muslos, separándose los labios con los dedos, besándose los chochitos deseperadamente, y escuchar sus gemidos ahogados. A veces, cuando perdían la concentración entre jadeos y quejidos y una de ellas separaba su boca del chochito de la otra, sus gritos de placer parecían resonarme en la polla endurecida, rígida como un cristal.

  • ¡Ay papá…! ¡Papáaaaaaa…!

Tío Alberto, que me había dejado sólo y sumido en la desesperación, se había inclinado sobre Marina, sujetando sus nalgas abiertas con las manos, lamía el agujerito de su culo. Tía Carmen chupaba su chochito, al verlo, con mucho más entusiasmo. Se retorcía sobre ella tratando, esta vez me pareció que sinceramente, de escapar de aquel orgasmo agotador que parecía consumirla. Chillaba y frotaba el coño de su madre con la mano, y tenía los ojos en blanco. A veces, chillaba; otras, callaba como si se bloqueara, como si no fuera capaz de procesarlo.

  • ¡Ahí no! ¡Ahhhhhhhh…! ¡Me… duele…!

Recibió la polla en su culito con un grito de dolor. Tía Carmen, que había salido de debajo de ella, se arrodillo A su lado. Había colocado el brazo de marina sobre su hombro y, envolviendo su cintura con el suyo, la mantenía arrodillada y acariciaba su chochito mientras besaba sus labios muy intensamente, de una manera febril.

  • ¡Ay, mamá…!¡Mamáaa…!

Impotente, inmóvil frente a aquello, mi pollita parecía querer escapárseme. Se movía arriba y abajo a un ritmo febril y golpeaba mi vientre mojándolo. Me desesperaba el tránsito de la cara de mi prima desde el dolor intenso y los ojos apretados a los gemidos y el balbuceo con que su cuerpo empezaba a responder a las caricias. Podía ver cómo los dedos de tía Carmen se humedecían. Los clavaba en el chochito de su hija, que lloriqueaba con la boca entreabierta mirándome a los ojos con los suyos inflamados. Tío Pedro le mordía el cuello y manoseaba sus tetillas pequeñas y picudas. Tenía los pezones negros entre los dedos y los apretaba.

  • ¡Me…! ¡Me…! ¡Ahhhhhhhhh…!

Puso ojos en blanco. Un hilillo de baba se le escapaba por la comisura de sus labios contraídos en un rictus brutal de placer. Tía Carmen frotaba su chochito deprisa, muy fuerte, castigando su clítoris con la palma de la mano mientras le clavaba dos dedos y los hacía chapotear en ella. Un reguerillo de orina le corría entre los muslos. La soltó dejándola caer. Ahora era ella misma quien se masturbaba retorciéndose y culeando boca arriba en una sucesión interminable de espasmos. Tía Carmen sacudía la polla de su marido, que se corría encima de su niña cubriéndole la cara, las tetillas breves y picudas.

  • ¡Me corro! ¡Me corroooooo! ¡Me….! ¡Ahhhhh…! ¡Ahhhhhhh…! ¡Papáaaaaaa….!

Arqueó la espalda tensándose entera, y se soltó dejándose caer en el suelo como desmayada. Su cuerpecillo menudo se sacudía en espasmos arrítmicos, esporádicos, como si terminara de liberar una tensión que no acabara de resolverse. Balbuceaba lo que parecían palabras incomprensibles hasta que se quedó rendida en posición fetal, como dormida con una mano en el coño y el otro brazo cubriéndose el pecho.

  • Póngalo aquí, Sandra, por favor.

La indiecita había aparecido con la bandeja del café. Ya no vestía el uniforme, si no un conjunto deportivo muy ceñido que ponía de manifiesto sus volúmenes: unas mallas negras con bandas rosas y blancas en los laterales se clavaba en su coño y en su culo. El abultamiento rugoso en el pubis que formaba el vello evidenciaba que no llevaba bragas. Su culazo duro, redondo y muy prominente quedaba perfectamente definido. Llevaba un top a juego, rosa y blanco, que aplastaba sus tetazas, que asomaban por arriba, y dejaba al aire el vientre ligeramente abultado. Su piel olivácea mostraba un brillo satinado delicioso. Me moría por ella, por todos. Mis tíos se sentaron a ambos lados de la mesita auxiliar para tomarse sus tazas.

  • Sandra, por favor ¿Le importa atender un poco a mi sobrino? No se exceda, no queremos que termine.

Se arrodilló frente a mí y se inclinó para tomar mis pelotitas ente los labios causándome un calambre arrasador. Me dolía la pollita, dura como una piedra. Cabeceaba y chorreaba sobre su cara. Podía ver, tras su espalda, la silueta de su culo imponente. Lamía mis pelotas dejando asomar la lengua sonrosada entre los labios gruesos y oscuros. Se metía una en la boca succionándola, y la lamía en su interior haciéndome temblar, para dejarla y repetir la operación con la otra. Yo lloraba y suplicaba. Quería que se tragara mi polla. Soñaba con correrme entre sus labios. Descendió un poco más para morderme delicadamente el perineo girando la cabeza. Chillé. Sentí su lengua hurgando en mi culito, lamiéndolo hasta dilatarlo, metiéndose dentro como una pollita blanda, húmeda y caliente.

  • ¿Qué te pasa, nenita? ¿No te gusta?
  • Sí… ¡Ayyyyy…?
  • ¿Entonces?
  • Quiero… correrme… ¡Ahhhhh…!
  • No tengas prisa, putita… Quizás luego… Tienes que ganártelo.

Tio Alberto puso su polla frente a mis labios y me lancé sobre ella. La sentí crecerme en la boca, recuperar su prestancia. La mamaba como si no hubiera un mañana, con ansia, forzándome a tragarla, empujando para alojarla en mi garganta, para sentir la hipoxia, para notarla latirme dentro. Movía el culito lo poco que me permitían las correas que me inmovilizaban. La boca de la indiecita me estaba volviendo loco, aunque no pudiera terminar. Cuidaba mucho de ni rozar mi pollita. La tenía amoratada. Las venitas azules se me marcaban muchísimo. Me dolía.

  • ¡Qué glotona la nenita!

Tía Carmen, que nos observaba acariciándose, excitada, tomó el lugar de la criada, que se puso de pie a nuestro lado y permanecía quieta, con las manos a la espalda, muy formal. El top marcaba sus pezones y tenía una mancha húmeda en las mallas. A veces, se subía las gafas empujándolas por el puente con el índice. Parecía nerviosa. Mi tía me comía las pelotas con mucho más entusiasmo. Me ponía enfermo, como la impresión de la polla de tío Pedro en la garganta. Me la tragaba babeando, como enloquecido. Nunca había tenido tanto deseo, nunca había estado tan caliente. Me moría por correrme, por hacer que se corriera. Quería su lechita en mi garganta. Me moría por que tía Carmen se tragara la mía. Me dolía. Tenía el corazón agitado, muy agitado, y sentía el latido de las venas en las sienes. Me la tragaba nervioso, ansioso, como si haciéndole correrse fuera a conseguir también correrme yo.

  • ¡Joder! ¡Joder! ¡Ufffff…! ¡No pares, mamoncita! ¡Así…! ¡Asíiiiiii…! ¡Trága… te… láaaaaa…!

Me estalló dentro. La presioné entre la lengua y el paladar y comencé a succionarla como a un biberón. Le sentí temblar, palpitar en mi boca, y recibí con ansia su primer estallido de lechita tibia, y el siguiente. Me los bebía muerto de deseo, con ganas de llorar por no poder correrme. Culeaba tragándome cada oleada, sintiéndola hinchárseme en la boca antes de disparar aquellos chorretones abundantes y densos, escuchándole rugir y jadear. Mi polla saltaba como si quisiera escapar. Me dolía.

  • ¡Pobrecito, cómo está! ¡Le dejamos!
  • ¿Qué hora es?
  • Las cinco y cuarto.
  • Hora y media… ¿Un rato más?
  • Mmmmmmm…
  • Pero no le toquéis, que yo creo que si seguís se corre.

Tío Pedro lo dijo sonriendo, y sonó en mis oídos como un aldabonazo. Mi polla saltaba y chorreaba. Me dolía. Me dieron ganas de llorar. Sentía un hormigueo en los dedos por tirar de las correas inútilmente. Jadeaba y se me saltaban las lágrimas.

  • Marina, cariño, ayuda a mamá, que me parece que está como una perra.

Comenzaron a besarse ante mis ojos, de pie. Marina acariciaba las tetas de tía Carmen, las amasaba haciéndola gemir. Los pezones entre sus dedos y las huellas de sus manos sobre la piel blanca me volvían loco. Se agarró con fuerza a ella metiendo su muslo delgado entre los de su madre, que gimió en su boca al sentir la presión en el coño. Sentía el latir de la sangre en las sienes. Veía sus lenguas entrelazándose. Marina tomaba la de tía Carmen entre los labios y parecía bebérsela.

  • ¡Cómemelo! ¡Cómemelooo…!

Tirando de ella, se dejó caer en la tumbona, a mi lado, boca arriba y abierta de piernas. Su pequeña se lanzó sobre su coño, se hundió entre sus muslos amplios y carnales, y comenzó a lamérselo como si quisiera agotarla, a besarlo como a una boca. Podía ver cómo tomaba los labios o el clítoris entre los suyos y los succionaba tirando de ellos, estirándolos. Tía Carmen gemía y lloriqueaba temblando cuando lo hacía. Tío Alberto, frente a ellas, a un par de metros, acariciaba su polla. La tenía agarrada, y subía y bajaba la mano muy despacio, cubriendo y descubriendo el capullo brillante con la piel. Volvía a tenerla dura.

  • ¡Ay mi niña! ¡Mi niñaaa…! ¡Sigueeeeee…!

La agarró con fuerza del pelo. Literalmente se frotaba su cara en el coño corriéndose. Marina se masturbaba y chillaba. Le clavaba los dedos. Sus tetas se movían sobre su pecho, como si rodaran. Tenía los pezones duros. Chillaba.

  • Sandra, por favor, acérquese.

Tío Pedro se había levantado. Bajó sus mallas hasta debajo del culo y vertió entre sus nalgas grandes y redondas un generoso chorro de crema solar. La criadita gemía y repetía su letanía de resistencia falsa e inútil.

  • Por favor… Señor… Por… favor… ¡Ay! ¡Aaaaaay…!

Chilló al sentirla clavándose en su culo, aunque no parecía que le doliera. Tío Alberto la hizo inclinarse sobre mí sujetándola por las muñecas. Con las rodillas flexionadas, se dejaba follar el culo suplicándole que parase entre gemidos. Le subió el top y amasaba sus tetas oscuras. Tenía los pezones despiertos, duros y apretados. Gemía entre quejas como si no quisiera, con la mano entre los muslos acariciándose el chochito velludo. Su cara, muy cerca de la mía, se contraía en una mueca de placer. Quería morirme.

  • ¡Ay mamita! ¡Ay dios mío! ¡Pare! ¡Pare! ¡Por favor! ¡Ay dios míiiiio!
  • ¡Mueve el culo, puta!
  • ¡Ay que…! ¡Que me…! ¡Hay dios mío! ¡Ay mamita…! ¡Que me corro! ¡Que me corrooooooo!

Tío Pedro sacó la polla de su culo y Sandra cayó al césped de rodillas masturbándose con furia y clamando a su dios y a su mamita. Se aceró a tía Carmen, que se venía también como una posesa. Se masturbaba con furia frente a su cara hasta correrse sobre ella, que abría la boca como queriéndose beber la lechita que generosamente disparaba en su rostro. Mi prima se frotaba el chochito como una loca sin separar la boca de su coño. Literalmente, frotaba su cara en ella. Yo creía que me iba a fallar el corazón.

  • ¿Qué hora es?

Al terminar, mis tíos y mi prima se habían duchado junto a la piscina enjabonándose unos a otros antes de sentarse a comer un bocado que Sandra llevó a la mesa muy seria, como si no hubiera pasado nada. Al terminar, fue tía Carmen quien reparó en mí.

  • Las seis y media.
  • Pobrecito…

Entró en la casa y salió con una botellita de aceite y un vibrador no muy grande, de color verde pistacho y con forma de jota que introdujo en mi culito después de engrasarlo bien.

  • Anda, Marina, ven a ayudarme.

Mi prima fue quien activó la máquina haciéndome sentir un escalofrío de placer. Presionaba y vibraba en aquel lugar que me causaba aquel placer. Tía Carmen, mientras tanto, presionaba con dos dedos mi perineo, bajo las pelotitas. Creí que reventaba. No creo que tardara más de un minuto en sentir un estremecimiento desconocido. Lloriqueando, noté que mi polla temblaba como anticipando la erupción. Se movía arriba y abajo cuando empecé a correrme. Escupía chorro tras chorro de lechita tibia, viscosa, que me salpicaba entero y las salpicaba a ellas. Era como si me deshiciera, como si escupiera la vida por la polla. Se tensaba como dándome un calambre, el capullo se inflamaba de repente, y en la siguiente contracción disparaba un tremendo chorro de esperma. Se repitió diez, quizás doce veces. Yo lloriqueaba, gemía. Era casi un dolor y un alivio al mismo tiempo. Sentía la vibración ahí dentro, la presión por fuera que parecía una cosquilla intensa, y me corría sin terminar, inagotablemente. Tío Pedro, de pie a nuestro lado, se reía.

  • Sandra, acérquese, vea esto, que es una cosa muy notable.

Sentía una vergüenza intensa, y un placer incuestionable. Me corría consciente de sus miradas y de sus risas. Me corría sintiendo un inmenso placer y una tremenda vergüenza, y un alivio inexplicable, que nadie que no haya padecido lo que yo padecí aquella tarde podrá comprender.

  • Anda, cariño, ven y come algo, que buena falta te hará.

Caminé hasta la mesa con dificultad. Apenas me sostenían las piernas y tuvo que ayudarme tío Pedro. Tía Carmen me servía y me ayudaba a comer. Me temblaban las manos.

  • Venga, come otro poquito, mi niño.
  • ¿Te ha gustado?
  • Sí…