En casa de tía Carmen: día 2º

Intoducimos a la prima Marina y seguimos profundizando en a anómala situación. ADVERTENCIA: sigue teniendo, entre otras cosas, escenas de sexo homosexual.

Por la mañana, me despertó Marina, que regresaba de su viaje de fin de curso. Siempre me gustó Marina, y me alegré de encontrármela sentada en el borde del colchón al abrir los ojos. Aunque nos habíamos criado prácticamente juntos, hacía cinco años que vivíamos lejos, y apenas nos encontrábamos en verano, pero me alegré de comprobar que manteníamos aquella complicidad infantil pese a que habíamos crecido.

  • ¡Vamos, primo, que ya han pasado las burras de leche!

Estaba preciosa: como yo mismo, había crecido. El verano anterior no habíamos coincidido y hacía dos desde la última vez que nos viéramos y, pese a que seguía siendo menuda, como yo, su cuerpo se había “alargado” y, al mismo tiempo, algunas de sus partes habían crecido. Sin que pudiera decirse que se había convertido en una mujer opulenta, sí resultaban evidentes unas tetillas pequeñas y picudas bajo la camiseta de tirantes naranja que llevaba y que le quedaba estupenda sobre la piel morena.

Desayunamos en el jardín y, al terminar, Marina se quitó la camiseta y me invitó a tumbarme a tomar el sol con ella junto a la piscina. No tenía marcas de moreno en el pecho. Aunque nos habíamos visto así desde niños, aquellas tetitas pequeñas y picudas de pezoncillos oscuros y apretados parecían cambiarlo todo. Me sentí un poco violento y traté de disimular la erección que me causaba.

  • ¿Ya se te han follado estos?
  • Anda, no pongas cara de despistado, que casi ni te sientas a tomar el café.
  • Mujer…
  • ¡Bah! No te cortes, que no eres el único. A mí me follan desde que hice los dieciséis. Me encanta.
  • A mí también me gusta.
  • ¿No te hace daño?
  • Bueno, al principio un poco, pero enseguida me acostumbré.
  • Uffffff…
  • ¡Joder, primo, cómo te estás poniendo! ¿Es por mí?

Se acercó, se echó a mi lado, y comenzó a acariciarme con dulzura sin dejar de charlar conmigo como si no tuviera trascendencia, en voz muy baja y con su cara muy cerca de la mía.

  • ¿Se la has chupado?
  • ¿Eh?
  • A papá ¿Le has chupado la polla?
  • Sí…
  • La tiene tremenda ¿Verdad?
  • Sí…
  • ¿Te lo tragas?
  • Sí…
  • ¡Vaya, vaya con mi primito!

Había agarrado mi polla, que a aquellas alturas estaba ya terriblemente dura, y jugaba con ella como tía Carmen, apretándola sobre mi vientre y haciéndola resbalar. Pegada a mí, medio incorporada y apoyada sobre el codo en la tumbona, me acarició las pelotas y deslizó un dedo en mi culito por sorpresa.

  • ¿Y te la ha metido?
  • Sí…

Me estaba volviendo loco. Tomé uno de sus pezones entre los labios y lo lamí. Estaba apretado, y gimió muy bajito al sentir el contacto.

  • La primera vez que me la metió en el culo creí que me partía en dos. Mamá me tuvo que comer el chochito para que no llorara. Me corrí como una loca.
  • ¡Ufffffff…!
  • ¿Te duele?
  • Un poquito.
  • ¿Pero te gusta?
  • Mucho. Anoche me corrí sin tocarme.
  • ¿Mientras te follaba?
  • Sí…
  • ¡Vaya, vaya con el primito!

Metí la mano bajo la braga de bikini amarillo y me sorprendió encontrarme su pubis lampiño. Tenía mi edad, y yo tenía ya una mata abundante de vello. Se dio cuenta de mi extrañeza.

  • Me lo depilo. A papá le gusta. Dice que así parezco una niña ¿Y a ti?
  • También.
  • Ven, vamos a mi cuarto.

Me llevó al cuarto de baño de su dormitorio y me quitó el bañador. Le hizo gracia la densa mata de vello oscuro en contraste con la piel limpia del resto de mi cuerpo.

  • Igual te escuece un poquito. Luego te doy crema.

Me untó sin preguntar una crema blanca de fuerte olor amoniacal y, tras unos minutos, comenzó a retirarla con una espátula de plástico que se llevaba consigo hacia el desagüe mis pelillos, dejándome el pubis limpio. Sentía una cierta quemazón, un escozor perfectamente soportable que se alivió con el agua fría que usó para aclararme y quedó reducido a nada cuando empezó a enjabonarme con aquel gel perfumado y dulzón que olía como ella. El agua que cubría su piel dorada, blanca en el culito y en el pubis, la hacía aún más deseable.

  • ¿Te gusto?
  • Mucho.

Estaba preciosa. Llevaba el pelo cortito, casi rapado en los lados y de punta, y se había teñido de rubia muy rubia, muy clara. No parecía la misma niña con quien había jugado dos veranos atrás. Tenía la impresión de que, mientras que ella se había convertido en una mujercita menuda, yo seguía siendo un adolescente desgarbado. Sus atenciones me parecían un acto de generosidad.

  • Tú también me gustas.

Mientras hablábamos, se había pegado a mí y me besaba los labios a piquitos entre frase y frase. Sujetaba mi nuca con la mano y la arañaba con las uñas. Apretaba mi polla entre los muslos y la frotaba en su chochito causándome una terrible excitación.

  • ¡Chicos! ¿Estáis aquí? ¡Huy!

Tía Carmen, que debía estar buscándonos por la casa, tras un brevísimo titubeo, se quitó como con prisa la bata corta que vestía dejándola caer sobre el suelo, abrió la mampara, y se metió en la ducha con nosotros. No cabíamos en aquel exiguo espacio más que apretujándonos.

El contraste con el cuerpo delgado y musculoso de Marina hacía aparecer al suyo como más deseable, más carnal.

Se situó tras ella, frente a mí, abrazándola. Acariciaba sus tetillas ante mis ojos, rozando mi pecho con los dedos mientras lo hacía. Le mordía los hombros y el cuello. A veces, cuando no besaba mis labios gimiendo, Marina volvía la cara para morder los de su madre frente a mí, tan cerca en aquel exiguo espacio.

  • Habrá que hacer algo con este muchacho ¿No te parece, nena?

Cogiendo a mi prima por los hombros, tía Carmen la hizo girar hasta darme la espalda y comenzó a enjabonar su culito con los dedos. Marina lo puso en pompa como invitándome. Puede decirse que no me lo podía creer, o que me daba miedo.

  • ¡Vamos, muchacho! ¿Es que no te apetece este culito?

Empujé tímidamente. A diferencia del coño de mi tía, la entrada no era tan fácil. Era necesario apretar, y el agujerito angosto parecía abrirse sólo con esfuerzo, y comprimía mi pollita causándome mucho placer. Marina se quejó un poquito e hice ademán de retirarme. Ella misma me contuvo.

  • Clávamela, primo, no seas tímido.

Con ayuda del leve movimiento rítmico que imprimió a su culito, mi polla fue entrando. Me agarré a sus caderas y empujé con fuerza. Gimió. Inclinada sobre ella, tía Carmen besaba sus labios, y Marina acariciaba sus tetas grandes y mullidas con una de sus manos mientras con la otra escarbaba en su coño velludo. Su madre correspondía aquella caricia.

  • ¡Así…! ¡Así…! ¡No… paréis…!

Comencé a follarla cada vez más deprisa. Acariciaba sus glúteos pálidos, en fuerte contraste con su piel dorada. Tía Carmen chapoteaba con los dedos en su chochito lampiño haciéndola gemir, y Marina parecía responder moviéndolo. Sentía la intensa presión en aquel agujerito estrecho. Me fascinaba el placer que parecía experimentar, y pensé que debía ser parecido al que yo había sentido cuando me follaba tío Pedro.

  • ¡Me… me… me corro… Me… co… roooooooo…!

La sentí temblarme entre los dedos. Tía Carmen la sujetaba. Parecía estar a punto de caer. Había cerrado los ojos apretándolos mucho, y con dos dedos en el coño de su madre, se clavaba a ella agarrándolo con fuerza hasta hacerla chillar. Comencé a derramarme en su culito firme y pálido, a correrme en ella como queriendo acompañarla. Me envolvía aquella sensación de calidez que yo mismo provocaba y la suavidad del movimiento resbalando en mi propio esperma en su interior. Tía Carmen, ayudándola a incorporarse, besaba su boca con una intensidad extraordinaria, con los ojos entornados y una expresión serena de placer deliciosa. Marina chillaba a veces, o gemía, y su culito se sacudía a golpes espasmódicos que me causaban una intensa sensación como de calambre.

  • Anda, acabad de ducharos y veníos a mi cuarto, que habrá que hacer algo con este chico.

Con algunos cambios, nos duchamos jugando como cuando éramos pequeños, enjabonándonos el uno al otro, haciéndonos cosquillas… Marina gimió cuando enjaboné su chochito y me besó en los labios. La hubiera vuelto a follar, pero no quiso dejarme.

  • Para, para, para, que vas a estar agotado cuando vuelva papá.

Mi pollita me parecía inagotable en medio de aquel marasmo de descubrimientos y experiencias nuevas.

Dedicaron a “arreglarme” el resto de la mañana: cada hora, me untaron el cuerpo entero de una de las cremas de mi tía, terriblemente perfumada. Marina decía que no podía tener la piel tan áspera. Aquello era un martirio de deseo insatisfecho, porque se negaban a permitirme que las follara o, ni siquiera, me diera yo mismo satisfacción.

  • ¡Anda!

Cuando tío Pedro regresó a casa a media tarde, nos encontró esperándole en una tumbona al sol junto a la piscina, yo con la piel perfectamente suave y perfumada, las manos y los pies con manicura francesa, y una braguita diminuta de un bikini de Marina de color amarillo, que a duras penas podía contener ni siquiera la minúscula erección de mi pollita; Marina igual que yo, pero con la braguita de color naranja.

Pude ver cómo se abultaba su bañador al vernos y me sentí terriblemente excitado. Por alguna razón, me gustaba parecer una niña. Me había puesto enfermo de deseo el proceso por el que me habían ido transformando. Me miraba en el espejo y me gustaba. De alguna manera, aquella anomalía en que me convertían parecía liberarme, como si naturalizara aquella extraña atracción que sentía hacia mi tío.

Tío Pedro me ignoró, no sé si a propósito. Se dio un baño en la piscina con Marina y me dejó allí pasmado. Ni siquiera al salir del agua me hizo caso. En lugar de ello, se sentó sobre el césped en una de las grandes toallas blancas junto a ella.

  • Ya tenía ganas de tener en casa a mi cachorrita.
  • Yo también te he echado de manos, papá.
  • ¿Mucho?
  • Sin parar.

Era como si ante mí se desarrollara un cortejo que me hacía experimentar una extraña ansiedad. Permanecía inmóvil en mi tumbona, observándolos. Tía Carmen se había sentado junto a ellos como excluyéndome.

  • Anda, deja que te unte un poco de aceite, no vayas a quemarte.

Marina sonrió y se sentó ante él, dándole la espalda, y se dejó verter sobre la piel una cantidad inusitada de aquel líquido viscoso de color marrón empezando por los hombros y siguiendo por la espalda, por el pecho, por el vientre… Tía Carmen y él iban aceitándola y extendiendo el aceite con sus manos, haciendo brillar al sol aquella piel morena haciéndola brillar. Mientras tío Pedro acariciaba sus tetillas haciéndola gemir, su madre hacía lo propio con las piernas, con los muslos, acercándose a su chochito. La braguita del biquini, empapada, se había vuelto casi transparente. Tenía los pezoncitos oscuros y duros, como dos botoncillos del color del café negro, y había dejado caer la cabeza atrás, con los ojos entornados, hasta apoyarla en el hombro de su padre. Gemía en voz muy baja, o ronroneaba como una gatita.

  • Tienes la piel muy caliente. Has podido quemarte.
  • Estoy ardiendo.

Gimió cuando metió su mano bajo la tela del biquini y separó los muslos cuanto pudo como ofreciéndose. Podría ver nítidamente dibujado el volumen de sus dedos transparentándose. Acariciaba su chochito como si lo masajease. Comenzó a gemir. Pronto estuvo masturbándola como si quisiera acabar con ella, que se movía como una gata en celo. Subía y bajaba la pelvis gimiendo. Tía Carmen le quitó la braguita. Tenía el chochito abierto como una flor. Los dedos de tío Pedro entraban y salían de él y el clítoris afloraba inflamado, como los labios, entre los pliegues de la piel sonrosada que lo envolvía. Lo acariciaba sin cuidado, haciéndola chillar. Pronto estuvo caída sobre la alfombra. Lloriqueaba y se sacudía como una loca. Tía Carmen le mordía los labios y metía la lengua entre ellos mientras acariciaba sus pezones, que le resbalaban entre los dedos.

  • ¿Me has echado de menos?
  • Mu… muchooooo…
  • ¿Has follado?
  • Con un chico… ¡Ahhhhhhh…!
  • ¿Te ha hecho correrte?
  • ¡Sí! Síii…! ¡Síiiiiiiiii…!
  • ¿Cómo yo?
  • No… Nadie.. como… túuuuu…

Era como si la torturaran. Se retorcía, temblaba, a veces, se le escapaban chorritos de pis que salpicaban a tía Carmen. Lloraba y chillaba, y tío Alberto seguía haciendo resbalar los dedos sobre su coño, metiéndoselos, frotando muy fuerte y muy deprisa su clítoris. A veces, ponía los ojos en blanco y parecía perder la conciencia. Entonces balbuceaba y su cuerpo se sacudía en espasmos que me hacían temer que se descoyuntara. Lloriqueaba, suplicaba que la dejasen ya, pero mantenía los muslos abiertos.

Yo los contemplaba absorto, incapaz ni de balbucear una palabra. Tenía el corazón acelerado y la pollita dura, muy dura, levantaba la braguita de mi bikini empapado como una tienda de campaña. No podía apartar la vista de aquella escena atroz.

Cuando la dejó, tía Carmen se sentó tras de ella y la levantó hasta tenerla en su regazo. Marina sonreía con expresión agotada, exhausta, y se dejaba querer y acariciar. La besaba en el cuello y acariciaba sus hombros y su vientre. Marina tenía los ojos inflamados y la piel perlada de sudor que formaba gotitas perfectas sobre la piel dorada.

Tío Pedro se sentó en una de las tumbonas haciéndome un gesto con el dedo y acudí como hipnotizado. Se había quitado el bañador y su polla parecía mayor que nunca. Estaba congestionada. Tenía el capullo amoratado y las venas aparecían azules e hinchadas. Brillaba.

  • Ven, mariconcita. Te han puesto muy guapa ¿Te gusta?
  • Sí…

Mojó sus dedos en el aceite y comenzó a lubricarme el culito haciéndome gemir. Sabía lo que me esperaba y lo ansiaba.

  • ¿Quieres que te folle?
  • Sí…

Lo dije ruborizándome. Sentí el calor en la cara al hacerlo. Fui a quitarme el bañador y me lo impidió. En su lugar, me hizo colocarme en pie, con los pies colocados a ambos lados de la tumbona, y apartó la braguita con los dedos. Me senté sobre su polla dejándome caer, clavándomela entera sin pensar. Me dolía y, pese a ello, quería sentirla dentro. Empecé a moverme con las manos apoyadas en su pecho. Me había colocado la pollita dentro de la braga, como de pie, y sentía el roce de la tela en el capullo. Con las manos en mis muslos, me orientaba.

  • Despacio, putita. Disfrútalo despacio.

Me costaba contenerme. Estaba caliente como no había estado nunca y, en aquella posición, la presión sobre aquel lugar donde me causaba tanto placer era permanente. Me movía despacio adelante y atrás apenas unos centímetros, lo justo para aligerar levemente aquel calambre y volver a provocarlo. Gimoteaba como una nena, como muy metido en mi papel.

  • ¿Te han depilado?
  • Ha sido… Marina…
  • Ahora sí pareces una muñequita.
  • ¿Te… te gusto…?
  • Sí, zorrita. Me gustas mucho. Sigue… así… Así… Despacio…

Había agarrado mi pollita, pero no movía la mano. Era yo quien, al moverme, provocaba su caricia. Resbalaba en su manaza aceitada, que la cubría entera. No pude contenerme más y, poco a poco fui acelerando el ritmo de mis movimientos. Su polla me pinchaba dentro causándome un calambre enervante. Pronto saltaba literalmente sobre él. Gemía y jadeaba. Mi polla resbalaba en su mano y la sentía palpitar.

  • Así, zorrita, así... No te pares… ahora… No… te… pareeeees… Asíiiiii…

Cuando sentí que me llenaba, empecé a correrme como nunca me había corrido. Me clavé en él. Sentía cómo apretaba en mi interior, y mi polla manaba lechita en un chorro continuo, como una fuente. Sentía el calor de la suya en mi interior.

  • Muy bien, putita… Muy bien.

Lamí mi propio esperma de su mano, que colocó frente a mis labios.