En casa de tía Carmen: día 1º

Una semana de vacaciones en casa de tía Carmen. ADVERTENCIA: contiene escenas de sexo homosexual (y casi de cualquier manera del sexo que se te ocurra ;-)

Tía Carmen entró en el jardín sola. Me había refugiado allí cuando oí que empezaban a discutir. Lo hacían a menudo, por cualquier motivo: discrepaban por lo que fuera y, poco a poco, iban subiendo el tono hasta que tío  Pedro se marchaba dando un portazo y tía María se quedaba llorando. A mí me violentaba mucho, y sentía el deseo de insultarle.

Entró en el jardín y me encontró junto a la piscina echado en una toalla sobre la hierba. Se tumbó a mi lado y se quitó por la cabeza el vestido corto amarillo con que había andado por casa. No llevaba nada arriba, y sus tetas grandes y blancas parecieron llenarlo todo. Tuve que darme la vuelta y tumbarme boca abajo tratando de mirar hacia otra parte. No era la primera vez que las veía, y siempre me causaban el mismo efecto, y acababa teniendo que irme al baño para tocarme imaginándolas.

Tenía los ojos rojos, como si hubiera llorado. Se echó a mi lado y las tetas se derramaron sobre su pecho. Las tenía blancas, muy grandes y muy blancas, aunque estaba morena. Las tenía muy grandes y tenía los pezones de color café con leche.

Se dio la vuelta y apoyó la cabeza entre los brazos como para quedarse dormida, y aproveché para mirarla.

Con mamá también me pasaba. La veía desnuda y se me ponía la polla muy dura, y me entraban muchas ganas de tocarla. Tía Carmen era una mujer muy guapa, morena de piel y de pelo rubio. Tenía las tetas muy grandes y blancas, y se le veían unas venitas azuladas que parecían transparentarse bajo la piel. A veces, cuando salía del agua, los pezones parecían encogérsele, y se veían más oscuros y de punta, y las areolas apretaban y se le cubrían de unos bultitos, como granitos.

A tía Carmen, tumbada boca abajo, le podía ver la línea blanca de la piel junto al moreno en el borde de la braga del bikini. También tenía el culo grande. Se parecía mucho a mamá. A mamá la había visto desnuda del todo. Ella era morena, y tenía pelo entre los muslos, sobre el chochito. Cuando veía a mamá desnuda, me pasaba como con tía Carmen: se me ponía muy dura la polla y me entraban muchas ganas de tocármela. Me hubiera gustado tocar también a mamá, y a tía Carmen, pero no me atrevía. En vez de eso, me metía en el baño y me tocaba la polla. Se me ponía muy dura. Me la agarraba y me subía el pellejito sobre el capullo y luego lo bajaba muy deprisa, imaginando que les tocaba las tetas y el culo hasta que me corría.

  • ¿Me ayudas?

Me había quedado abstraído y ni siquiera me di cuenta de que se había despertado. Me miraba sonriendo y me ofrecía un bote de crema para el sol. Ni siquiera me había dado cuenta de que se despertaba y no tuve tiempo de disimular. No pareció darse cuenta de que tenía la polla muy dura. Se tumbó boca abajo y se quedó esperando a que le extendiera la crema por la espalda.

  • Anda, cielo, ayuda a tita Carmen.

Me lo dijo con una voz mimosa, como de niña, y, apretando el bote, le disparé un chorro enorme de aquella crema blanca en la espalda morena. Imaginé que era mi lechita, que la salpicaba con ella. Me senté sobre sus muslos, justo detrás de su culo y empecé a extenderla. Tenía la piel suave y caliente, y mis manos resbalaban sobre ella haciendo que brillara. Hacía ruiditos como de gusto.

  • Así, cariño. Muy bien… Mmmmmm… Úntame también por los lados.

Por los lados, tía Carmen era mullida, blandita. Al inclinarme para llegar a los hombros, mi polla se apretaba en su culo, y ella parecía moverlo un poquito hacia arriba, como si quisiera sentirla. Se dio la vuelta.

  • Deja. Ya sigo yo.

Tía Carmen me quitó el bote de las manos, vertió un chorro de crema generoso y comenzó a untarlo sobre sus tetas. Las apretaba con las manos y parecían resbalarle entre los dedos. Yo me había quedado de rodillas como hipnotizado. No podía dejar de mirar cómo brillaban. Tenía los pezones duros como si acabara de salir del agua. Ella me miraba y sonreía sin dejar de deslizar las manos sobre la piel brillante.

  • ¿Te gustan?
  • ¡Pobrecito! ¡Cómo te has puesto! ¿Te duele?

Sin esperar a que respondiera, extendió el brazo hacia mí y apoyó su mano sobre mi bañador acariciándome la polla. Di un respingo, pero no me aparté. La metió bajo la pernera y me la agarró haciéndome sentir un escalofrío. Resbalaba sobre ella haciéndome sentir un escalofrío. No podía apartar la mirada de sus tetas, que se movían como flanes al ritmo con que me acariciaba.

  • ¿Te gustan? ¿Quieres tocarlas? ¡Vamos, no tengas miedo!

Empecé a tocarlas como con miedo, pero enseguida las apretaba. Me resbalaban entre los dedos. Tía Carmen respiraba muy hondo, como si se estuviera ahogando. Me hacía temblar.

  • ¡Oh! ¡Pobrecito!

Me corrí enseguida. Apreté sus tetas con fuerza con las dos manos al empezar a correrme. Sonreía y se lamía los labios mirándome a los ojos mientras mi lechita manaba a chorros bajo el bañador. Su mano resbalaba sobre la piel causándome un temblor violento. Creo que chillaba.

  • ¡Vaya! Habrá que limpiar esto.

Me quitó el bañador cuando todavía escupía mi lechita y se inclinó sobre mí para empezar a lamerme. Mientras lo hacía, no paraba de hablarme con voz muy dulce, y me miraba a los ojos. Mi polla seguía dura.

  • Ahora tienes que ayudarme tú a mí.

Se quitó la braga del bañador. Tenía el vello oscuro y rizado, como mamá. Cogiendo mi mano, la llevó hacia él. Había abierto los muslos y su chochito se abría brillante. El interior era rosa, o rojo, y brillaba. Era como una boca. Lo toqué con los dedos y gimió. Mis dedos se deslizaban dentro y ella gemía. Estaba sentada en la toalla, con los talones bajo el culo y muy abierta de piernas. Movía la pelvis arriba y abajo y gemía.

  • ¡Así, cariño! ¡Así! ¡Tócame aquí! ¡Aquíiiii…!

Llevó mi mano con la suya hasta el bultito brillante que asomaba en la parte de arriba entre los pliegues de la piel. Estaba duro y se me escapaba entre los dedos. Chillaba animándome a seguir. Sus tetas se balanceaban ante mis ojos brillantes, mullidas. Me enervaba. Mi polla chorreaba dura como una piedra.

  • Meteme… láaaa…

Me empujó obligándome a tumbarme en la toalla y se me subió encima. Sentí como se deslizaba dentro. Estaba caliente y húmedo. Saltaba como loca haciéndola entrar y salir. Gemía y jadeaba, y yo estrujaba sus tetas.

  • ¡Zorra!

Ni siquiera nos habíamos dado cuenta de que llegaba. Tío Pedro agarró a tía Carmen del pelo y me la quitó de encima arrojándola en el césped. Estaba como loco. Le daba azotes en el culo, cachetes en las tetas. La obligaba a abrir los muslos y golpeaba su coño con la palma de la mano abierta.

  • ¿No te basto yo, que tienes que buscar niñatos para que te follen? ¡Puta!

Sorprendentemente, aquel arrebato de violencia no parecía aplacar la excitación de tía Carmen. Al contario, gemía y chillaba. Abría las piernas como si quisiera facilitarle el trabajo, y recibía los azotes con chillidos que parecían más de placer que de dolor. Yo no podía apartar la mirada de la escena. Mi polla seguía dura. Era lo más excitante que había visto. Sus muslos, su coño, sus tetas mostraban las huellas de la palma de su mano.

Y, de pronto, la dejó en el suelo y se dirigió a mí:

  • ¿Y tú? ¿Crees que vas a follarte a la ramera de tu tía así como así? ¿Sin consecuencias?

Caminó los tres pasos que nos separaban mientras desabrochaba la bragueta de su pantalón y sacaba su polla grande y dura, mucho más grande que la mía. Me sujetó del pelo con fuerza y la empujó en mi boca por sorpresa. Estaba tan aterrorizado que ni me resistí. La sentí entrar gruesa, dura, rugosa. La empujó hasta mi garganta, hasta hacerme sentir una nausea. Se me nublaron los ojos de lágrimas. La sacó un momento y volvió a empujar. Comenzó un bombeo lento, un movimiento de mete-saca pausado mientras me hablaba despacio. Tía Carmen nos miraba acariciándose el coño con la mano. Mi polla seguía dura.

  • Te recojo en mi casa y me lo pagas follándote a mi mujer…
  • ¿Te parece bonito?
  • Eres un hijo de puta, sobrino…
  • Pero te voy a dar lo que te mereces.

Aquella manera de tratarme, por extraño que pudiera parecer, me causaba una rara excitación. Sentía su polla deslizárseme entre los labios. A veces, me la clavaba hasta la garganta. Me sentía ahogar y se me nublaba la vista. Tosía cuando me la sacaba. Me llamaba “maricón”, “hijo de puta”, “zorra”… Y mi polla palpitaba dura como una piedra. La sentí hincharse, como palpitarme en la boca, y tuve el deseo de mamársela, de succionarla hasta sentir que me estallaba en la boca, que palpitaba y empezaba a escupirme en la boca su leche tibia, insípida y densa. Me la tragué. Sentía el deseo de beberla. Tía Carmen temblaba gimiendo. Se frotaba el coño deprisa, con fuerza, y gemía y temblaba mirándonos.

Cuando terminó, me empujó haciéndome caer en la toalla de espaldas. Mi polla seguía dura. Brillaba y babeaba de excitación.

  • ¿Te pone, mariconcita?
  • Pobrecito…

Tía Carmen me miraba sonriendo. Tío Pedro vertió un chorro abundante de crema bronceadora sobre sus dedos y comenzó a untármela en el culo. Sentí miedo y, al mismo tiempo, una gran excitación. Los deslizaba lubricándome. Me penetró con uno de sus dedos arrancándome un quejido de sorpresa. Pronto metió otro. Me dolía un poco. Tía Carmen, que se había arrodillado a su lado, untaba su polla, que seguía dura.

  • Esto es muy sencillo, putilla…

Había sacado los dedos y presionaba suavemente mi culo con su polla. Me dolía y, a la vez, lo deseaba.

  • Tú te follas a mi mujer…

La sentía dilatándome. Se tomaba su tiempo. Me abría lentamente y, poco a poco, me iba llenando. Tía Carmen, de rodillas, a su lado, acariciaba su pecho y frotaba el pubis en su muslo. Él acariciaba su coño haciéndola gemir.

  • Y yo te follo a ti.
  • ¡Ahhhhhh…!

Empujó hasta clavármela entera y la sentí arderme dentro. Me abrasaba y me dolía y, al tiempo, parecía presionar algo en mi interior causándome un intenso fogonazo de placer. Me hacía lloriquear y gemir. Poco a poco, parecía reducirse la fricción, como si me dilatara acostumbrando mi cuerpo a aquella intrusión. Mi polla seguía dura. Más dura que nunca en realidad. Cada vez que me la clavaba hasta el fondo, sentía la presión en mi interior y parecía disparar un resorte en ella.

  • Sabía que eras una nenita ¿Te gusta que te follen, zorra?

Aceleraba sus empujones. Sujetaba mis tobillos manteniéndome las rodillas flexionadas, y su polla entraba y salía en mí cada vez más deprisa. Tía Carmen jadeaba masturbándose rápidamente y muy fuerte.

  • ¡Sí! ¡Sí! ¡Síiiiiiiii…!

Le sentí clavarse en mí con fuerza y quedarse ahí, presionando sin parar en aquel lugar que parecía convertirse en el centro del placer. Sentí el calor de su lechita llenándome como un bálsamo que me lubricaba y parecía extinguir cualquier atisbo de dolor que pudiera quedar. Sentí latir la mía y estallar salpicándome entero. Chillaba y me corría disparando uno tras otro una sucesión interminable de chorros de esperma que me salpicaba hasta la cara. Tía Carmen, agarrándomela, se corría temblando. Me hacía lloriquear como una niña, gimotear.

  • Bueno, pues habrá que cenar ¿No?  Tú ven a ducharte mientras tu tía lo prepara todo, zorrita.

Le seguí hasta el baño y nos metimos en la ducha. Me dijo que le enjabonara y lo hice. Me gustara tocar su cuerpo grande, fuerte y velludo. Su polla volvió a ponerse dura, pero no me dejó tocársela más allá de lo justo para lavarla. Me hubiera arrodillado para chupársela. Gemí cuando comenzó a enjabonarme y se rio de mí. Me llamaba putita y me palmeaba el culo. Me hacía pasar vergüenza y, pese a ello, me excitaba hasta la obsesión.

Al terminar, la cena estaba servida en el jardín. Tía Carmen mantenía una actitud que no había reconocido antes. Era sumisa, parecía estar atenta sólo a los deseos de tío Pedro, que la trataba con un cierto desdén. Trataba de anticiparse a sus deseos, llenarle la copa antes de que se vaciase; le preguntaba continuamente si quería algo más… Me costaba reconocerla. Nos habíamos vestido, pero ella permanecía desnuda sirviéndonos casi en silencio. Apenas abría la boca para interesarse por lo que deseáramos.

Al terminar, tía Carmen sirvió unas copas. Me puso una a mí, aunque dijo que flojita. Yo me sentí mareado. Me gustaba verla. Las luces tenues del porche daban al momento un aspecto irreal. Creo que me quedé fascinado por ella, por sus curvas generosas; por el contraste precioso de su piel morena y sus tetas y su culo grandes y blancos; por la mata densa de su vello moreno, que escondía aquella cueva sedosa y cálida…

Tío Pedro se rio de mí haciéndome ver que mi polla estaba dura y mi pantalón mostraba una mancha húmeda muy evidente. Tía Carmen se sentó a mi lado a un gesto suyo.

  • Habrá que quitárselo, no vaya a resfriarse.

Se sentó a mi espalda en la tumbona y comenzó a desabrochar los botones de mi camisa con una parsimonia enervante. Acariciaba mi pecho lampiño y me besaba la nuca y los hombros. Me hacía gemir. No podía evitarlo, aunque me daba vergüenza. Tío Pedro, frente a nosotros, nos miraba con una sonrisa en los labios. Se reía a veces abiertamente. Lo hizo cuando tía Carmen sacó mi pollita por encima del elástico del bañador y di un respingo. Me la acariciaba sin agarrarla, recorriéndola con los dedos y con la palma de su mano abierta, apretándola hasta hacerla resbalar sobre mi vientre. Me exasperaba.

  • Tranquilo, cariño. Vamos a hacerlo despacio. Déjame a mí.

Susurró aquellas palabras a mi oído en voz muy baja, con un tono muy dulce. Me volvía loco.

Tío Pedro se acercó a nosotros. Se situó frente a mí de pie, muy cerca, y se bajó el bañador haciéndome ver su polla gruesa y dura, ligeramente curvada, de capullo descubierto, ligeramente más grueso que el tronco que recorría una vena azulada y bien definida bajo la piel.

  • Te gusta mi puta.

Entendí que no era una pregunta y permanecí en silencio, mirando obsesivamente aquella verga que subía y bajaba ante mis ojos y mostraba una gota de líquido transparente que dotaba de brillo a su capullo enrojecido.

  • A mí no me importa que la folles, mariconcita.
  • Pero en esta vida, todo tiene un precio.

Tía Carmen me había dejado y me miraba sonriendo, tumbada en el suelo sobre una toalla con las rodillas flexionadas y los muslos abiertos, mostrándome su coño abierto y brillante.

  • ¿Estás dispuesto a pagarlo?
  • Sí…
  • Vamos, putilla, métesela.

Obedecí y comencé a follarla deprisa. Ella me frenó apoyando su mano en mi vientre.

  • Despacio, cariño, disfrútalo con calma. Esto no consiste en correrse enseguida.

Me moría por hacerlo. Tía Carmen me hablaba en susurros entrecortados por gemidos que sonaban en mis oídos dulces y excitantes.

  • Así… asíiii… Tranquilo…

Tío pedro se situó de nuevo de pie frente a mí, sujetó mi cabeza, y condujo mi boca hacia su polla. Abrí los labios hasta sentir su capullo grueso entre la lengua y el paladar. Me manejaba a su ritmo. Lo metía y sacaba haciéndome sentir el borde redondeado en los labios. Notaba el líquido insípido y denso que me manaba en la lengua.

  • Muy bien, zorrita. Así. Mámala como si fuera un chupete. Así…

Tía Carmen seguía controlando el ritmo de mis movimientos con su mano. Mi pollita entraba y salía de ella a un ritmo lento que me hacía padecer una enorme ansiedad. La sentía resbalando en su interior cálido y húmedo. La apretaba a veces haciéndome sentir casi un vahído de placer, y gemía.

  • Así… así, cariño… tranquilo… despa… cio…

Sentí la mano que sujetaba mi cabeza y empujaba la polla de tío Pedro cada vez más adentro, hasta notarla empujando en mi garganta. Tuve pánico, una nausea.

  • Quieto, quieto. Saca la lengua. Relaja la garganta.

No contemplaba otra opción que no fuera obedecerle. La sentí deslizarse en mi interior un poco más hondo cada vez, hasta que ni nariz llego a apoyarse en su pubis velludo. Me ahogaba. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Cuando la sacaba para dejarme respirar, babeaba y tosía, y esperaba ansioso volver a sentir en la lengua y en los labios el relieve de sus venas.

  • Así… Putita… Tragatelá… entera…

Empujó con fuerza clavándomela hasta el fondo de la garganta y la dejó allí. Me ahogaba. Sentí el mareo de la hipoxia y el latido de su polla al empezar a correrse. Me salía esperma por la nariz. Oía como a lo lejos chillar a tía Carmen que, de repente, culeaba. Era como un desmayo dulce. Comencé a correrme en ella y sentí el calor y la humedad de mi propio esperma como en sueños.

  • No pares ahora.

Mi pollita seguía dura, y tía Carmen me instaba a seguir follándola. Poco a poco recobraba la consciencia. Me había envuelto con sus piernas sujetándome. Tumbado sobre ella, sobre sus tetas grandes, la follaba deprisa. Me mordía los labios y a veces metía su lengua en mi boca, y yo la imitaba. Estrujaba sus tetas con las manos. Tío Pedro metía sus dedos en mi culo untándome lo que parecía una crema. Lo deseaba. No podía pensar en nada más que en aquello, en follarla, en que me follara.

  • No te muevas ahora, mariconcita.

La sentí entrar despacio, pero con fuerza. Me dolía y, pese a ello, la quería. Me llenaba y me quemaba. De nuevo sentía aquella presión tan adentro que hacía que un escalofrío me recorriera la espalda. Ya nada sucedía despacio. Me follaba deprisa, con fuerza, y cada vez que me la clavaba hasta el fondo yo me clavaba a su vez en el coño empapado de tía Carmen, que chillaba. Era como romperme. Me sentía aplastado entre ellos. Lloriqueaba y gemía temblando. Me zarandeaba como una muñeca, inánime, sin fuerzas más que para dejarme llevar.

  • ¡Tómala… putita… tómala…!

Se clavó en mí con fuerza y sentí que me inundaba aquel calor. Era como un desmallo. Oía a tía Carmen chillar como a lo lejos. Su cuerpo, más que temblar, se sacudía bajo el mío. Me abrazaba con fuerza, estrujándome, y se sacudía en espasmos rápidos y violentos. Tenía los ojos en blanco. Me corría a chorros, como si me vaciara. Tío Pedro me empujaba, me zarandeaba, y me dejaba llevar como si mi cuerpo no me perteneciera. En algún momento perdí la consciencia. Tía Carmen era mullida y cálida, y gemía junto a mi oído y me besaba la cara y los labios.