En busca del primer culo de macho (1)
Después de dos intentos fallidos de probar por fin un culo de hombre, y después de descartar varias decenas de malos candidatos, me parecía que mis juegos bi de internet, en el chat, terminarían por ser sólo eso, juegos virtuales.
En busca de mi primer culo de hombre I
Después de dos intentos fallidos de probar por fin un culo de hombre, y después de descartar varias decenas de malos candidatos, me parecía que mis juegos "bi" de internet, en el chat, terminarían por ser sólo eso, juegos virtuales.
Hace rato que venía buscando cobrar valor para probar en vivo con otro hombre. Y había dado un paso más allá de las simples ganas dos veces. Una primera, frustrada, porque el tipo resultó ser una loca de plumas, que cuando vino a mi departamento no me calentó siquiera un poco, y otra ocasión, inconclusa, porque estúpidamente saboteé una incipiente relación de amistad con otro bi con acuerdo de ventajas sexuales, por el mero hecho de resultar un poco más promiscuo de lo que yo creía, poco antes de probarlo del todo.
Con este último tipo alcancé a estar sólo dos veces pero ninguna de las dos con penetración, que era precisamente lo que más curiosidad me producía. Qué se sentiría tener la verga dentro de un culo, un culo de hombre, esos que tenían el poder de sacarme de mis casillas y hacerme calentar fuera de toda lógica, haciéndome dejar por un rato mi bajo perfil hétero y desear poner a punto de ebullición a otro macho igual que yo, sometiéndolo con rudeza y arrancándole gemidos de placer con el sexo más duro. Era sobre todo eso lo que me hacía hervir al imaginar un encuentro gay, a saber, que ésa podría ser una ocasión de follar a lo bestia, sin tapujos y hasta límites insospechados.
El sexo con las mujeres, en la medida en que por lo regular involucraba para mí ya conocernos y sentimientos digamos más "románticos", era siempre más medido y recatado. En cambio el sexo gay podía ser la combinación perfecta: algo anónimo y además bestial. Qué ganas de darle duro a un culito de macho, goloso, turgente y peludo, todo él a mi disposición para hacerle las cosas más guarras, y en todas las posiciones posibles, para lamerlo y jugar con mis dedos dentro de él hasta que palpite de gusto pidiendo verga, estrecharlo contra mi paquete, apoyarlo con morbo, dilatarlo poco a poco, así bien húmedo, con mi saliva y mi lengua, morderlo, y finalmente conseguir dejarlo preparado y ansioso para ese Finale: Largo maestoso en el que llegara a entrar en él con toda mi potencia y él sentirme dentro con toda su putería. Todo eso con esa sabrosa y cabezona verga que me precio de tener que me serviría para taladrarlo sin pudor y hasta el cansancio, acabándole por fin dentro. Dominación, eso era lo que me excitaba, tenerlo a mi disposición, ver en sus las ganas descaradas, sin disimulo, sentirme deseado por otro tipo, palpar una piel de hombre erizada por la calentura, encontrar en su sudor y sus olores otras maneras de encenderse y gozar del placer de un buen polvo.
Hasta que comenzó a acercarse mi día de estreno.
Después de llevar hablando unas dos o tres semanas con un chico gay bastante simpático, acepté su invitación para ir por un trago para conocernos un poco más. Al saber más de su historia, de su vida personal y sexual me fue cayendo en gracia y fui confiando un poco más. A pesar de la calentura no quería salir trasquilado estrenándome con un tipo que hubiera follado con medio Buenos Aires. Para sentirme más confiado buscaba un gay ojalá asumido desde adolescente, con relaciones largas y estables, ojalá de esos que duran años, no un gay de esos que fornican cada día de la semana con uno distinto. Sé que eso es puro prejuicio y que cada cual hace lo que quiera con su verga y culo, pero, bueno, no puedo negar que a pesar de todo todavía soy un poco conservador en estas cuestiones.
Pero vamos al detalle morboso.
Después de un par de salidas más y de comprobar que teníamos afinidad y, sobre todo, que había una tensión sexual explícita y creciente, me animé a acompañarlo tras una de ellas cena a su departamento. Yo estaba inquieto. ¿Satisfaría todo eso mis expectativas? ¿Sería el sexo con otro hombre como me lo imaginaba? ¿No sería sólo un fetiche mío? Debo aclarar que los primeros intentos del largo polvo de esa noche fueron, digamos, "perfectibles," por no decir mediocres. Por los nervios y la inseguridad respecto de lo que hacía, tuve algunos problemas en los primeros minutos con poder "estar duro" y a pesar de que los juegos sexuales eran muy intensos no lograba concentrarme del todo, y de cuando en cuando me escapaba de la escena. Esa es la realidad y mi intención es contarles los hechos tal y como fueron.
Con todo, sentí una multitud de sensaciones nuevas que me eran muy placenteras. Hacerlo con un macho tenía un sabor distinto, un ritmo distinto, un ritual distinto. Y digamos que no me disgustaba y que progresivamente me dejaba llevar. Lo mejor de todo era q mi partner sexual lo estaba disfrutando mucho y no lo ponían ansiosos esas señales de titubeo mías sino que me buscaba con más bravura y me hacía sentir que lo gozaba, del conjunto eso era lo que cada vez más me encendía. Pues a pesar de mi inseguridad yo procuraba hacer un buen trabajo y parece que lo conseguía. Después una previa encendida y de sobarnos verga y culo en distintas posiciones, de lamernos todo el cuerpo, y de besarnos incansablemente diría yo que lo que comenzó como un polvo un tanto fallido se iba componiendo progresivamente. Me atreví entonces gracias a él a ir más allá.
En ese momento, me puso de espaldas en la cama y recostándose en la cama comenzó una mamada increíble. Inicialmente, lamió y degustó mis huevos, lo mejor de todo es que a pesar de las muchas mamadas que me habían practicado, lo hacía de una manera muy excitante que hasta ese momento no había probado. Se metía mis cojones completamente en su boca, e, incluso causándome cierto dolor, los succionaba y traccionaba hasta donde yo le permitía y a veces un poco más en un juego perverso de goce y dolor mezclados. Los lamió luego efusivamente con su hábil lengua que jugueteaba con ellos llena de saliva y que luego bajaba de cuando en cuando a mi orificio que por cierto agradecía esas visitas, también nuevas. Evidentemente, todo este ir y venir me tenía duro como una piedra, y él ya lo había notado. Entonces con una cara de lascivia que derretiría a cualquiera se tragó mi verga en solo dos movimientos hasta la raíz. Nunca ví nada parecido. Luego de sentir esa entrada deliciosa, la sacó casi toda de su boca para quedarse finalmente sólo con el capullo. Yo diría que lo más apetitoso de mi polla. Un glande gordo, como una gran frutilla, de un rojo purpurado y siempre húmedo, perfectamente delineado coronando un tronco grueso y de pocas pero grandes venas. Qué placer me estaba dando ese cabrón. Qué manera de chupar. Qué manera de lamer y paladear y que garganta tan diestra para tragarse todo eso sin chistar. Luego, comenzó a mamar como a mi más me pone, con mucha rapidez en un mete y saca que le hacía babear y entrecortar la respiración, como si fuese un auténtico follón, de esos que no dan tregua. Bueno, tal como pueden suponer, no demoré mucho en acabar en abundantes chorros que él se tragó sin vacilar y complacido. Tras ello y con sadismo succionó hasta dejarla sin un solo resto. Provocándome esa sensación que bordea con el dolor brutal tan característica de cuando te succionan hasta bastante rato después de haber acabado. Eso me hizo alucinar. Qué gran mamada, qué talento, jaja.
En fin, hasta allí todo se había vuelto demasiado excitante. Pero habiéndome vaciado hasta el último jugo me quiso dar un poco de tregua para recuperarme. Cosa que agradecí. Y qué mejor manera de volver a encenderme y endurecerme que aquellos besos bien cachondos que después de un rato comenzó a darme tras haber regaloneado juntos y bien pegados mientras me daba la espalda y yo le punteaba suavemente. Ahora, sus besos se acompañaban de mordidas y mucha lengua, en la boca, en las orejas las tetillas y el cuello. No hay nada que me caliente más que besos en las orejas con la respiración agitada. Me encantaba todo eso y me dejaba hacer. A contar de esa mamada ya me había entregado completamente y superado las dudas y el nerviosismo.
Entonces, después de unos cuantos minutos aquello que preside mi entrepierna y a ratos también mi mente, despertó repuesto, altanero, y pidiendo guerra. Por supuesto que mi amante supo notarlo rápidamente: entonces, se volvió a él y se abalanzó para devorarlo, dejándome su culo frente a la boca para mi suerte y deleite. Era nuestro especial 69. Yo con su culo y el con mi herramienta, degustando ambos golosamente nuestro menú respectivo.
Había vencido ya todo escrúpulo y ese culo de hombre era mi ambrosía en ese momento, de cuando en cuando se respingaba y se dilataba un poco, y eso me había excitar sin pausa. Después de darnos un exquisito placer mutuo vino el momento crucial. Y por supuesto volvieron a mí por unos segundos los nervios y la ansiedad. Pero él sí que supo cómo manejarlo. No me abandonó a mi suerte sino que nuevamente me asistió generoso. Tomó el lubricante y humectó la cabeza de mi verga y el tronco, todo eso con manoseos suaves y excitantes. Luego con una cara llena de morbo puso el preservativo en su boca con cuidado y lo deslizó con esa boca pródiga por mi miembro que constantemente se sobresaltaba para encontrarse a prisa con ella. Una vez enfundado, tomó otro poco de lubricante y con dos dedos se embadurnó con él el ojete, dándome la espalda y levantando ese culo, mirándome bien puto y de reojo. Me lo mostraba y se lo abría para aumentar mis ganas. Quería que viera como su orificio pedía visita y se abría con hambre de verga. Quería hacerme saber que era el momento, que no había marcha atrás y que no me dejaría hasta que acabara dentro suyo con toda mi leche. Lo que vino a continuación fue todavía mejor pero eso se los contaré en otra ocasión.