En busca de mis clientes (2)

en mi profesión es indispensable ayudar a los clientes cuando lo necesitan. Segunda entrega

En busca de mis clientes (2).

Esta es la continuidad del primer relato, el viaje de regreso.

Al llegar por la mañana al puerto de La Estaca, en El Hierro, la familia que tenía que recoger ya estaba esperándome allí. Al frente de ella, una mujer de unos 35 a 40 años muy guapa, diría que preciosa. Se conservaba muy bien, estaba muy buena y tenía unas tetas muy bien puestas, tapadas con un fabuloso bikini amarillo. Con ella, sus dos hijas. La mayor rondaría los 19 o 20 años, mientras que la pequeña tendría sobre los 17 o 18, ya que parecía que no se llevaban mucho de edad. Eran muy parecidas entre sí y calcadas a su madre. Rubias, bonitas de cara y cuerpos de esos de películas porno. Parecía que me lo iba a pasar bien en el viaje de regreso, ya que tendría muchas cosas que mirar, no solo agua a mi alrededor. Faltaba el señor, pero por lo que me explicó la señora clienta, su marido había decidido partir antes pues unos asuntos de trabajo le esperaban en Madrid, de donde eran originarios. Y yo que pensaba que eran extranjeros. Pues claro, con esas rubias melenas, y esas pieles blanquitas, que iba a pensar cuando las vi, ¿no?. Pues me equivocaba. Eran madrileñas, y su acento marcado, lo dejaba en evidencia.

Las ayude a instalarse en sus camarotes. Las hermanas ocuparían uno para las dos, la señora Ruiz ocuparía la suite y las naufragas que recogí ocuparían el mío, y yo, pues bueno, ya vería. Además, el viaje no era tan largo, aunque haríamos escala de nuevo en La Gomera por petición de las clientes, una noche de escala.

Zarpamos hacia el medio día. Por expresa petición también de los clientes, recorreríamos toda la costa norte de la isla y luego seguiríamos rumbo a La Gomera, visitaríamos los famosos acantilados de los Órganos y luego al puerto de la villa, capital de la isla. Nada más zarpar, las hijas de mi clienta se tumbaron a tomar sol en el solárium. Mi vista se clavó en ellas al verlas en topless y con un fino tanga que apenas tapaba sus coñitos. Ambas iban igual, como poniéndose de acuerdo, aunque de distinto color su tanga. Marta permanecía en el camarote con su madre y la señora Ruiz sentada al lado de sus hijas, tomando sol, pero con el bikini puesto. Me impresionó el tamaño de las tetas de las niñas, pues eran grandes y firmes, sin atisbo de gravedad debido a su edad, aunque en su madre, que las tenía como ellas de grandes, tampoco hacía presencia esta ley de gravedad que aparece a cierta edad. Intente pilotar lo más concentrado posible, pero era inverosímil. La vista se me iba a los cuerpos semidesnudos de las chicas que tomaban el sol a la espalda mía. Y encima, yo estaba en lo alto, con lo que las veía mejor. Al pasar por una cala en la punta NW de la isla, la madre me pidió que parase la embarcación. Empezaron a hacerse fotos entre ellas y con mi permiso, se lanzaron a tomar un baño en aquellas aguas limpias y casi cristalinas en las que solo se llega por barco.

Aproveché para ir al servicio, y me tropecé con Marta. Se acababa de levantar de tomar una siesta y también se dirigía al baño. Entramos juntos, algo apretados, pero no importaba, pues ya nos conocíamos del todo. Mientras se lavaba la cara, yo aproveché para hacer mis necesidades. Cuando terminé, Marta me miraba la polla, y la cogió con sus manos mojadas, se arrodilló y se la metió en la boca, mamándomela de nuevo como en la noche anterior, sin respiro, hasta que a los 10 minutos más o menos, me vine en su boca. Se me pasó entonces por la mente las mujeres que estaban fuera, y tras unos besitos, me limpié y salí del baño hacia la cubierta del barco, para saber de ellas. Seguían en el agua como las había dejado. Sus cuerpos se veía preciosos, semidesnudos, mojados y secándose una a la otra cuando las niñas subieron de nuevo. Su madre todavía estaba en el agua. Al subir por la parte trasera del barco, me di cuenta que tampoco llevaba la parte de arriba del bikini, y que también llevaba un tanga puesto, aunque más recatado que el de sus hijas. Parecía que no le importaba que la mirase, porque me quede fijo mirando hacia ella, mientras se secaba y me sonreía. Me ordenó que continuara, y haciendo un esfuerzo para no mirarla más, subí las escaleras hacia los mandos y zarpamos de nuevo.

Llevábamos ya rumbo a la isla donde pasaríamos la noche, y yo intentaba centrarme en el horizonte, sin mirar a atrás, con la compañía de Marta a mi lado. Ella se apretaba contra mí aunque sin demasiados arrumacos, para no hacer nada que molestase a mis clientes. Me palpaba la polla por encima del pantalón y metía su mano dentro, tocándome y haciendo que mi polla sufriera un calentón de nuevo. Cuando parecía que me iba a correr, la paraba e intentaba disimular por si las mujeres de abajo se daban cuenta. Mientras, la madre de Marta seguía dentro del camarote, sin salir, aunque era ella la encargada de preparar la comida para todos.

Después de comer, llegamos a los acantilados que los clientes querían ver. Extraño que no se presentara ningún barco en aquellas horas, pues es un sitio muy visitado. Un poco más adelante, existe un lugar parecido al de El Hierro, donde nos habíamos detenido por la mañana. Allí volvimos a detenernos, y las mujeres volvieron a tomar fotos y a zambullirse en el agua. Para sorpresa de Marta y mía, las tres mujeres se terminaron de desnudar por completo y como Dios las trajo al mundo, se lanzaron al agua. Estaban totalmente desinhibidas. Mis ojos parecían platos, al ver los tres coños rasurados, sin nada de vello, al igual que lo tenía mi compañera de sillón. Mi polla saltó automáticamente y una tienda de campaña apareció entre mis piernas. Marta bajó y volvió dentro a ver que hacía su madre, mientras yo bajé detrás y me senté en la popa del barco sin quitar ojo de los juegos de ahogadillas entre madre e hijas. Cuando se decidieron a subir, las esperaba yo con las toallas en la mano. Subió primero Lorena, la pequeña de las hermanas. Su cuerpo radiaba con el sol y el agua, y dándome las gracias, sin preocupación alguna de que la mirase fijamente, cogió la toalla y comenzó a secarse. Subió entonces la madre. La señora Ruiz, Gema era su nombre, subió agarrada a una de mis manos mientras le daba con la otra la toalla, y al igual que su hija, me dio las gracias. Por último, la mayor de las hijas, Sara. Un tatuaje sobre su abdomen llamó mi atención. Era un diablo que apuñalaba aun ángel. Tenía cara de diablesa la niña, y por lo tanto, era un buen tatuaje para ella. Las tetas de las tres parecían que me sonreían, y mis ojos se clavaban en ellas como un clavo en la pared después de un martillazo. Ambas tres mujeres permanecían a mi lado, y sonreían mirándome, sobre todo a mi paquete, pues se notaba a leguas que tenía la polla elevada al máximo. Pero yo seguía en lo mío. Recorría los cuerpos de las tres mujeres mientras se secaban.

Solo la voz de la madre de Marta me sacó del transe. Las mujeres se enroscaron sus toallas en sus cuerpos y entraron al salón, sentándose para degustar una sabrosa paella casera. Me senté junto a Gema, y comencé a comer intentando olvidarme de las tres mujeres y de sus cuerpos, aunque mi polla seguía en erección sin poder evitarlo. Frente a mí, la madre de Marta, acompañada de Lorena, y Sara y Marta presidiendo la mesa por ambos lados. Casi acabando la comida, sentí una mano apoyada encima justamente de mi polla. Ésta acababa de bajarse y por culpa de esa mano, volvió a subir. Miré a Marta, pero esta estaba algo lejos como para poner su mano allí encima, por lo tanto, era la de Gema. No dije nada y seguí comiendo mientras la miraba de reojo. Sus pezones estaban duros y se notaban a través de la fina toalla que llevaba puesta encima. Su mano recorría mi polla por encima del pantalón. Y el arroz se me atragantaba cada vez que me bajaba por la garganta.

Terminamos de comer, y tanto Marta, como Lorena y su hermana Sara, se fueron a los camarotes a tomar una siesta. Por el contrario, la madre de Marta, Fernanda, se puso a lavar la loza y recoger la cocina, como parte del trato al que llegamos para que las llevase hasta Tenerife. Yo salí hacia el solárium para recoger un poco las hamacas y en eso que llegó Gema. Cogió la toalla y la estiró sobre una hamaca, quedando de nuevo desnuda. Mientras se acostaba, me miraba y separaba las piernas dejándome ver su hermosa cueva rosada. Mi polla seguía en erección y ya hasta me dolía. Termine de hacer mis quehaceres y me senté frente a ella. Intentaba cerrar los ojos para descansar un poco y olvidarme de aquellas mujeres que me tenía todo el día con la polla tiesa, pero era imposible. Además, tenía tiempo, pues estábamos cerca del muelle, a unos 15 minutos y ya con los permisos oportunos para atracar, no había prisa. Entonces, intentando pensar en otra cosa que no fuese en mujeres, sentí la mano de Gema sobre mi cabeza. Abrí los ojos. Se acercó a mi oreja y me susurró que la acompañase a su camarote, que quería hablar conmigo.

Entró ella primero, y cuando vi que la zona estaba despejada, me fui tras ella y entré cerrando la puerta rápido y con el pestillo desde dentro. Gema permanecía acostada sobre la cama, abierta de piernas, desnuda y sonriente. Hacía gestos con las manos para que me acercara. Así hice. Al llegar a su lado, sus manos fueron directamente a mi pantalón. Acarició mi polla sobre el pantalón y luego desató los cordones. Los bajó fuertemente y apareció mi polla erecta, larga y gorda frente a ella. Se arrodilló en la cama, y comenzó a lamérmela. Acariciaba mis huevos y los chupaba al mismo tiempo, mientras yo me sacaba la camiseta de encima. Desnudo ante ella, acerté a cerrar los ojos y dejarme llevar. Los primeros gemidos suaves salieron de mi boca con sus chupabas y lamidas. Apretaba fuerte mi polla entre sus labios mientras jugaba con su lengua. Estaba cachondísima, al igual que yo. Tuve la valentía de abrir los ojos y empujarla sobre la cama de nuevo. Me acosté sobre ella y comencé a besarla en la boca, para ir poco a poco bajando a su pecho y entretenerme en sus tetas grandilocuentes, en sus pezones marrones y seguir bajando hasta alcanzar su entrepierna. Besaba la cara interna de sus muslos, haciéndola retozar de gozo, y más aún, cuando llegué a su coño. Susurraba que se lo comiese todo, que su marido hacía tiempo que no se la follaba y que estaba cachonda, que necesitaba una polla dentro de su coño. Atendí a su petición y lamí su coño salado del agua del mar. Pronto salieron jugos que endulzaron mi paladar. Una mezcla de sabores se apoderó de mi boca, pero me gustaba. Su clítoris se hinchaba con cada lengüetazo que le daba. Hasta que me agarró del pelo y me hizo subir lamiéndole todo su cuerpo. Giró sobre mi cuerpo como si fuésemos uno solo, y se sentó sobre mi polla. La agarró y se la metió de golpe en su coño mojado de mi saliva y sus jugos. Cabalgó desde el primer momento como si en ello se fuese su vida, y no tardó mucho en que le llegase su primer orgasmo. Pero no paraba, quería más y más. Entonces me llegó el turno a mí. Le decía que me iba a correr pero ella continuaba, como queriendo que mi leche le llenase sus adentros como hacía tiempo que nadie se los llenaba. Y así fue. Una enorme corrida me sacudió en la cama, apretando sus nalgas para no dejarla salir mientras ella no paraba de jadear y jadear, sin importar que nadie la oyese. Se derrumbó sobre mí cuando al acabar yo de correrme, ella terminó su segundo orgasmo consecutivo. Me besó en la boca, y me dijo que saliese antes de que alguien me echase de menos. Me vestí y haciéndole caso, salí mirando antes si había alguien por allí fuera. No había nadie, salí y me fui a la cubierta de mando, encendí los motores y al rato, tras recoger el ancla, salí rumbo al puerto para pasar la noche.

Llegando al puerto, Sara, la mayor de las hijas subió a donde yo me encontraba. Al momento, la hermana menor apareció detrás de ella. Venían ambas vestidas con bikinis y sobre ellos, trajes de verano. Cada una se sentó a un lado mío, mientras ya entrabamos en el puerto.

  • ¿cómo folla mamá? – me preguntó Sara sin dejar de mirar el puerto.

Me dejó frio. No sabía que decir. Nos habían escuchado. Me quedé mirándola fijamente.

  • Tranquilo, nos da igual lo que haga mamá, porque papá es un cerdo cornudo que tiene una amante. Espero que por lo menos te la hayas follado bien. – soltó desde el otro extremo la hermana menor.

No sabía dónde mirar, si a una o a la otra. Me centré en atracar el barco en el pantalán que me habían dicho mientras ellas seguían sentadas a mi lado.

  • Nosotras también queremos sexo en este viaje, así que ya sabes por dónde tienes que pasar. A mamá no le importa que nos folles a nosotras también, nos lo acaba de decir.

No sabía ni lo que hacía y estuve a punto de chocar contra el pantalán de los nervios que tenía oyendo a aquellas muchachas.

Con la misma, se levantaron y ambas bajaron hacia los camarotes, a cambiarse de ropa, pues estaban a la espera de atracar para salir a conocer la ciudad.

Por fin, con la ayuda de la gente del muelle, atraqué sin ningún percance. Tras bajar del barco, para saludar a los amigos que me habían ayudado, me comentaron que habían encontrado un barco a la deriva, un velero que había sido arrastrado a puerto, y fue entonces cuando llamé a Marta y a Fernanda. Las dos bajaron del barco y nos encaminamos hacia donde estaba el velero. Antes les comunique a las otras mujeres lo que había sucedido, y que volvería enseguida. Cuando llegamos al velero, tanto Marta como su madre lo reconocieron, y tras unos papeleos y algo de dinero de por medio, pudieron de nuevo quedarse en su barco. Se había acabado la compañía de tan fabulosas mujeres, de una gran cocinera como Fernanda, y de una folladora innata como era Marta.

Besitos de despedida y regrese al barco. Ya las mujeres que quedaban en él, estaban esperando para desembarcar. Con mi ayuda, bajaron sin problema. Iban todas preciosas. Gema con un vestido largo en tonos azules y unos zapatos de tacón de muchos centímetros. Lorena con un jersey marrón a conjunto con un vaquero marrón también que se le ceñía al cuerpo. Y Sara muy parecida a su hermana, pero con un jersey amarillo, y tacones cortos. Esperaron a que avisase a un taxi y se marcharon cuando llegó. Yo me quedé preparando todo para salir a la mañana siguiente. Cuando casi lo tenía todo listo, apareció en el pantalán el taxista que había ido a recoger a mis clientes una hora antes. Traía una nota de Gema, en la que me pedía que me reuniese con ellas en el restaurante del Parador Nacional de La Gomera, situado en lo alto de una montaña que rodeaba la villa colombina. El taxista me esperó mientras me duché y me arreglé para ir a su encuentro. Listo ya, cerré las cabinas del barco y me fui a lugar de la cita con mis clientes.

Nada más llegar, Lorena me esperaba en la puerta del Parador. Un beso de bienvenida en la boca y se agarró de mi brazo. Fuimos al restaurante y allí nos esperaban su madre y su hermana en una mesa arrinconada, lejos de miradas indiscretas que pudiesen molestar. Ellas dos también me saludaron con besos en la boca, y yo parecía que no salía del trance que estaba viviendo. Aperitivos, entrantes, mucho vino y cantidad de pescado suficiente para apaciguar nuestro apetito, se nos sirvió. Unas copas de cava y unos cigarros puros terminaron con la agradable velada. En recepción pedimos de nuevo un taxi, y apareció de nuevo el mismo taxista. Nos llevó al puerto y regresamos al barco. Nada más entrar, las tres mujeres se descalzaron y tras ellas, yo. Nos sentamos en el salón mientras Gema servía algunas copas más para continuar la fiesta. Y vaya si la continuamos. Todavía estábamos bien, nada de estar bebidos, y sin embargo, parecía que ya sabíamos donde terminaríamos esa noche. Sara, que estaba sentada junto a mí, comenzó a desnudarse, y, viéndola a ella, su hermana Lorena. Las dos andaban desnudas por el salón del barco mientras su madre reía con la copa en la mano. Y no tardó nada en empezar ella también a desnudarse. Me pidió que cerrase la puerta de fuera, y corriese las cortinas. Obedecí como si ella fuese la capitana del barco, y yo un simple marinero. Al girarme y regresar a mi asiento, las tres estaban totalmente desnudas, jugando como niñas pequeñas a pellizcarse los pezones y darse nalgadas la una a la otra en el culo. Cuando me senté, Gema fue la que se acercó a mí y cogiéndome de una mano, me volvió a levantar. Me desató los botones del pantalón y me pidió que me quitase el jersey. No tarde nada en quedarme desnudo ante ellas, con el principio de una erección ya visible. Cuchicheaban entre ellas, diciéndose que era verdad que tenía buena polla. Eso me alagaba, pero en ese momento necesitaba que me la comiesen porque ya estaba cachondo a no más poder. Gema acariciaba mi polla mientras sonreía mirando a sus hijas. Se arrodilló en la alfombra y comenzó a lamerme la polla, mientras sus hijas la miraban y al mismo tiempo, dejaban de tocarse sus culos. Se sentaron frente a nosotros, y observaban como su madre me chupaba íntegramente mis huevos y mi polla. Lorena fue la primera que empezó a toquetearse su entrepierna. Su coño brillaba con cada pasada de su mano, y se veía carnoso y jugoso. La siguió Sara cuando vio lo que su hermana hacía. Se comenzó a masturbar mirando como su madre me lamia todo el falo a su longitud, y con una de sus manos, se masturbaba sobre la alfombra. Me estaba dando mucho gusto, y más mirando como las niñas se masturbaban viendo como me la comía su madre. 5 o 10 minutos después, sin poder decir nada, me corrí en la boca de Gema, para deleite suyo y de sus hijas. Gema seguía sin dejar de chupármela para que no se bajase la erección. Cuando por fin confirmó que estaba dura del todo de nuevo, se levantó y se sentó a mi lado. Con la mirada llamaba a sus hijas, que no tardaron en acudir hasta mis pies. Primero se entrelazaban sus manos acariciando mi polla y luego sus lenguas cuando ambas iban a meterse mi falo en sus bocas. Sentía como las dos lenguas recorrían partes distintas de mi nabo erecto. Una se detenía en mis huevos, mientras la otra chupaba mi capullo. Y el placer extremo llegaba cuando ambas apretaban sus labios contra mi cuerpo carnoso y, una desde arriba, y la otra desde abajo, lamían su longitud hasta tropezarse y rozar sus lenguas, acabando en besos entre hermanas, saboreando la lengua la una de la otra.

Lorena fue la que primero se levantó. Me ofreció sus labios y los besé metiendo mi lengua lo más que podía en su boca. Se apartó y me ofreció ahora sus tetas grandes. Jugué en su aureola hasta alcanzar los pezones mientras Sara seguía relamiendo mi polla sin descanso alguno. Se atrevía a mordisquearla suavemente, dando mucho placer, pero su hermana la separó, empujándome contra el sillón y haciendo que me sentara, para subirse sobre mí. Se metió mi tronco de un solo golpe. Estaba bien lubricada, y comenzó a cabalgar, dejando que sus tetas se perdiesen en mi cara, mientras yo las saboreaba de nuevo. Imprimía un ritmo alto, y parecía que me iba a partir la polla, pero sus gemidos de placer impedían que la detuviese. No tardó mucho en correrse, mientras a nuestro lado, su madre, Gema, se masturbaba mirándonos y gemía a punto de llegar a su orgasmo. En frente, Sara, la pequeña, que con su cuerpo y saber sexual, me había demostrado que de pequeña tenía poco. También se masturbaba, a la espera de su turno. Cuando vio que Lorena se descargaba del todo, y casi no se movía pegada a mi cuerpo, se levantó y pidió la vez. Lorena le dejó el sitio y como hizo ésta, ya que estaba bien lubricada, se metió mi polla roja del esfuerzo dentro de sus entrañas, hasta más no poder. Un fuerte gemido me asustó, pero el consiguiente movimiento de la niña aparto de mí el miedo a que le hubiese hecho daño alguno. Más suave y cariñosa que su hermana, me besaba mientras saltaba despacio sobre mi dolorida polla. Nos dejamos de besar, cuando los gritos placenteros de su madre aullaban a nuestro lado, en lo que era el orgasmo total al que había llegado con su mano.

Seguía en un sueño. Tres mujeres desnudas, tres mujeres que quitaban el hipo follando conmigo, aunque en principio, solo eran las hijas, pero a la madre ya la había probado. Estaba en un sueño y no quería despertar, hasta que un cosquilleo en mi polla me alertó de que era realidad. Chupando las tetas de Sara, me corrí agarrándola fuertemente por la cintura, para que acelerase el ritmo. Con ese cambio, ella también llegó al orgasmo, y casi al mismo tiempo, ambos entrelazamos flujos en su coño.

Pero la noche no había terminado. Tenía muchas ganas de volver a follármelas a las tres, pero eso os lo contaré en otra ocasión….