En busca de mis clientes (1)

en mi profesión, es indispensable ayudar a tus clientes cuando lo necesitan.

En busca de mis clientes.

L a verdad es que cuando salí del puerto deportivo del sur de Tenerife, no esperaba que me pasase nada de lo que ahora os voy a relatar. Es 100% real esta historia, y sinceramente, no creía que en mi vida me pudiese pasar algo como lo que siempre, desde hace muchos años, leo en esta página de relatos.

Mi nombre es Rosmen. Soy de Tenerife, Canarias, España, y tengo 28 años. Hace justo 1º años que me saqué el título de patrón de barcos de gran eslora, por lo que me dedico a llevar a gente a otras islas en un pequeño crucero de lujo para una o dos familias como mucho. La empresa es mía y de un amigo, y, como tenemos dos yates, pues cada uno nos repartimos los trabajos sin ningún problema. La historia de los yates es curiosa, pues los adquirimos en una subasta de la policía judicial, ya que fueron requisados a unos narcotraficantes hacía ya tiempo, y luego subastados. Los compramos por bastante menos de su precio de mercado, y eso que hablamos de yates de gran eslora que constan de 3 camarotes, uno de ellos para la tripulación, aunque realmente solo me quedo yo en él, porque no se necesita a nadie más para tripular esta máquina perfecta. Además, consta de un gran salón con cocina y un solárium en la parte trasera para tomar el sol.

Bueno, todo empezó con un servicio que debía hacer mi socio Raúl. Por circunstancias de la vida, no pudo hacerlo, y por la tanto, me tocó a mí. Tenía que ir a la isla de El Hierro a recoger a una familia extranjera, algo acaudalada, ya que si no, no podían permitirse nuestros servicios. Cuando salí del puerto, tardé como una hora en llegar a La Gomera, para hacer escala y recargar el barco de algunas provisiones para la vuelta sin escala. Salí al anochecer de la hermosa isla colombina por la ruta suroeste, bordeando los acantilados y encaminándome hacia la isla más pequeña del archipiélago. Justo a unas 3 millas de la costa gomera, más o menos, no lo recuerdo bien, vi unas señales de humo que provenían de un pequeño barco hinchable. Cambié el rumbo y me dirigí hacia ella, y cada vez que me acercaba más y más, podía vislumbrar que se trataba de dos mujeres. Al acercarme a ellas, efectivamente comprobé que se trataba de dos mujeres, una de unos cuarenta y algo años y la otra más joven. Las ayudé a subir a bordo, y dejamos que la barca hinchable se terminara de desinflar quedándose sin nada de aire sobre el océano.

Tras ofrecerles una manta a cada una, me senté junto a ellas con una botella de agua en mis manos, aunque duró poquísimo en ellas, ya que las mujeres, nada más verla, se abalanzaron sobre mí en busca de tan codiciado licor para ellas en aquel momento.

Cuando estaban algo más repuestas del susto y del frío que había recibido del mar, la más joven, comenzó a explicarme en un paupérrimo español, pero entendible, lo que le había sucedido. Eran madre e hija y llevaban navegando con su barco de vela a motor 3 días desde que salieron de La Palma rumbo a Tenerife. Según me contó, el motor se había averiado justo cuando ya no divisaban la isla bonita (La Palma), y el viento y las corrientes marinas que azotan estas aguas, las habían empujado hacia aquella zona, de la que sin motor, era bastante complicado salir.

Pregunté por su barco, y me comentaron que decidieron abandonarlo para intentar llegar a remo hacia la isla que tenían allí en frente, pero los intentos fueron en vanos. La verdad es que pensé que estaban locas, abandonar un barco porque no podían salir de aquella corriente era una locura. Además, para algo existe la radio y las balizas, aunque la verdad, es que no insistí mucho más y seguí escuchando su relato, que parecía de miedo más que de un abandono de embarcación.

Cuando todo se calmó, las invité a acomodarse en el salón hasta que llegásemos al puerto de la Estaca, el punto de mi reunión con mis verdaderos pasajeros. Allí podríamos buscar solución a su problema.

Cuando puse de nuevo el barco en marcha, me costó bastante. Casi no arranco los motores, y eso que acababa de hacerle una puesta a punto en el varadero del puerto. Pero finalmente nos pusimos en marcha. Debido al rodeo que tuve que dar para recoger a estas mujeres, tardaríamos bastante más tiempo en llegar, ya que tenía que rodear la isla para llegar al puerto de destino. La noche ya estaba de lleno sobre nosotros, y mientras yo manejaba en el puerto de mando superior, las mujeres estaban en el salón interior, preparando algo de comer, ya que les ofrecí cuanto tenía en el barco. Al momento, llegó la hija y se sentó a mi lado. Su nombre era Marta. Era portuguesa y hasta ese momento no me había fijado en ella. Era preciosa. Pelo moreno, piel morena tostada al sol, ojos verdosos, y un cuerpo de esos que solo encuentras en las páginas porno de internet o en las películas de novelas sudamericanas. Parecía mentira que cuando estuvimos hablando al ellas subir al barco no me hubiese fijado en su cuerpo, aunque si en su cara, evidentemente. También era porque llevaba encima mucha ropa y la manta que yo le había ofrecido. Ahora, sentada junto a mí fumando un cigarro que yo le ofrecí, podía contemplar bajo la inmensa luna llena que reinaba en el cielo lo escultural de su cuerpo y la belleza que albergaba en su cara. La noche estaba tranquila. Suave y serena, hacía bastante calor. Marta solo llevaba la parte de arriba de un bikini de color fucsia, y unos pantalones vaqueros muy pequeños. Su largo pelo recogido en dos coletas. La verdad es que parecía una diosa cuando la luna ofrecía su luz en el rostro de la joven. La voz de la madre me sacó del trance. Traía unos bocadillos calientes y zumo para beber. Se sentó justo detrás de nosotros y todos comimos en silencio. Faltaba poco para llegar a nuestro destino. Más o menos unos 45 minutos. Cuando terminamos con los vasos, Fernanda, así se llamaba la madre, se los llevo de nuevo abajo, y nos dejó de nuevo solos. Fue entonces cuando Marta comenzó una conversación conmigo, preguntándome por mi vida sentimental, mi vida laboral y todas esas cosas, mientras sin yo preguntarle a ella, me contaba su vida y como había acabado en el barco con su madre después de la ruptura con su último novio, dejándola plantada en el altar.

Una pequeña brisa comenzó a soplar mientras nos acercábamos a la costa. Ella se sentó pegada a mí, pegando su cuerpo contra el mío mientras yo no soltaba las manos del volante de la embarcación, aunque sin dejar de mirarla. Cuando volví a mirar hacia el frente, noté como sus labios se acercaban a mi cuello y me besaba suavemente, dejando fluir su cálido aliento en mi cuello, muy lentamente, mientras un cosquilleo me entraba en todo el cuerpo a la misma vez. Aminoré la marcha del barco, a sabiendas de que pronto estaríamos en el puerto, pero no podríamos entrar hasta que lo abriesen, sobre las 7.30 de la mañana. Quedaban 2 horas y media todavía, así que me fui hacia una pequeña cala que existe poco antes de entrar al puerto, fondeé el barco, lanzando el ancla automática y deteniendo los motores.

Para ese entonces, Marta ya me manoseaba con sus manos por todo el pecho y la espalda. Había metido sus manos bajo mi camiseta y palpaba mi cuerpo mientras no dejaba de besarme el cuello. Al girar la cabeza para mirarla, sus labios encontraron los míos, y nos besamos largo tiempo, mientras sus manos buscaban las mías y las entrelazábamos. Poco a poco nos fuimos poniendo de pie y acomodándonos un poco más, nuestras manos se separaron y comenzamos a palpar nuestros cuerpos. Su piel era suave y aterciopelada. Mis manos acariciaban toda su espalda y llegaban a su culo que sin reproches por su parte, toqué y apreté para mi deleite. Ella hacía lo mismo conmigo, sin dejar de apretarme el culo con una mano, aunque sin nada que perder, llevó una de ellas hasta la parte delantera de mi pantalón, haciendo que mi polla empezara a endurecerse y levantarse mientras más sobaba. Comprendí que era el momento de abandonar su culo y subir por su espalda para llevar mis manos a sus hermosos pechos. El bikini que llevaba puesto desapareció cuando solté las tiras de su espalda. Sus pechos se apretujaron contra el mío, aunque éste todavía con la camiseta. Mis manos los buscaron separándome un poco de ella, y al alcanzarlos, los masajeé suavemente buscando el placer de jugar con sus pezones. Se pusieron duros al primer contacto con mis dedos. Sus manos ahora buscaban deshacer el nudo de mi pantalón, y cuando lo consiguieron, ayudó a que el pantalón cayese al suelo, para quedarse con mi polla en la mano, ya que debajo del pantalón no llevaba nada puesto. La apretó bien entre sus manos y con una de ellas comenzó a pajearme, mientras con la otra se entretenía acariciando mis pelotas. Mis manos apretaban y jugaban cada vez más rápido con sus pezones, mientras sus primeros gemidos comenzaron a sonar.

Saqué mi boca de la suya, y la llevé a sus tetas. Lamí la periferia del pezón, sobre la aureola para luego metérmelos en la boca, uno a uno, juntando las tetas con mis manos, y saltando de uno al otro rápidamente, para no perder tiempo y comerle el mismo tiempo los dos pezones. Parecía que se fuese a correr con solo chuparle los pezones, porque sus gemidos eran fuertes y su cuerpo vibraba con cada lengüetazo que sufría uno de sus pezones. Me separó y me sentó en el banco de pilotaje, se arrodilló y sin nada más que decir, se metió mi polla entera en su boca. Era la primera vez que veía a una tía que se tragaba mi polla, y no pretendo decir que tenga un monstruo por polla, pero la verdad es que estoy bien dotado, pero nada de otro mundo.

Marta se tragaba toda mi polla, y removía su lengua dándome mucho placer. La verdad es que no me acordaba ni de que su madre estaba debajo, o donde estuviese la verdad, porque ni me importaba en ese momento.

Un fuerte cosquilleo llegó hasta mis partes precediendo lo que iba a ser una corrida bestial. No sabía cuando tiempo llevaba Marta chupándomela, pero era el suficiente para descargar por primera vez, y así lo hice, sin sacarla de su boca, Marta tragaba los chorros de semen que caían en su cavidad bucal. Cuando terminé, fue la primera vez que la chica sacó mi polla de su boca. Se relamió los labios y absorbió los restos de leche que quedaban por la comisura de sus labios. Un par de lametones más y de nuevo comenzó otra mamada, para que mi falo no se viniese abajo. Lo consiguió sin mucho esfuerzo.

Cuando la tuve dura de nuevo, al máximo otra vez, se levantó y apoyándose sobre los mandos del barco, se sentó sobre ellos y abrió sus piernas para mí. No decía ni una sola palabra, pero sus ojos marcaban las letras de la palabra que no salía de su boca. La agarré fuerte por la cintura y ayudándome de una de mis manos, apunté mi polla dura hacia la entrada de su coño. La introduje despacio, suavemente, mientras ella comenzaba a gemir muy despacio, apretando sus labios y mordisqueándoselos. Cuando estuvo toda dentro, un segundo de relax y comienzo a moverme en un mete-saca incesante, que a ambos nos daba placer.

Varios minutos así y cambio de postura. Sentados en el sillón de mando, de nuevo sobre el cuadro de mandos del barco, de cuatro patas sobre la cubierta de mando. Hicimos varios cambios de postura hasta que la corrida se vino de nuevo hacia la punta de mi capullo, dejándole el culo lleno de leche, ya que la saqué de su coño y me corrí en el ojo de su culo.

Unos besos y unas caricias fueron lo que precedió a irnos hacia los camarotes. Cuando bajábamos de la cubierta de mando, un ruido salió desde dentro del salón – cocina. Al entrar en él, la madre de Marta estaba preparando café, pues comenzaba a amanecer. Llevábamos toda la noche fuera, follando sin darnos cuenta de la rapidez con que pasaba a nuestro lado el tiempo.

Una sonrisa picara apareció en el rostro de la señora, mirándonos y revolviendo su café. Seguramente había oído o había visto como me follaba a su hija, pero nunca lo sabría a ciencia cierta.

Amaneció y poniendo los motores en marcha, nos dirigimos a puerto. Allí ya esperaban los clientes que tenía que traer de nuevo a Tenerife, y tras explicarles lo sucedido con las dos visitantes del barco, no pusieron ninguna pega a que nos acompañaran de regreso.

Lo que sucedió en el viaje de regreso fue aún más sorprendente, y cada vez que lo recuerdo, se despierta mi polla y acabo tocándome una paja. Ya os lo contaré en otra ocasión.