Emputecimiento en el campo 4
La increible historia de marcela va llegando al climax de la mano de esta original familia.
Disculpas por la demora en el envio de el capitulo 4 pero creo que lo van a disfrutar. El quinto capítulo es mucho mejor.
EL regreso a casa no fue tan divertido. Por un buen tramo Remigio tubo que cargar a Marcela como jugando a caballito, correteando de un lado a otro y con “chueco” detrás de ellos ladrando; a Remigio parecía no importarle que los brazos de Marcela le lazaran el cuello para no caerse y por momentos lo ahorcara, el seguía con la sempiterna sonrisa de dientes chuecos, los ojos saltones y los clásicos pantalones a medio caer, era como una versión tarada de Cantinflas. Un par de veces se tropezó con cualquier cosa y sin que la muchacha se baje él se levantó, si que era fuerte el joven. Más allá de su torpeza Remigio era noble, siempre obediente para hacer todo lo que le pedias, hasta las cosas más absurdas y exigidas. Mario venía rezagado, con la cabeza gacha como hablando con él mismo, cargaba las varas de pesca y algunos peces, de vez en cuando, en evidente estado de cólera le gritaba a Remigio que se deje de cojudeces.
Panchito iba un poco por delante riendo de vez en cuando por las ocurrencias de los dos juguetones, y apurando la marcha de todos, iba preocupado pensando cómo justificar tanto tiempo fuera y la poca pesca. Panchito siempre andaba como preocupado, como el mayor de los hermanos en él se descargaba muchas responsabilidades, no solo las habituales de cuidar a su hermanos menores y acompañar a su mamá en algunas compras de mercado, además era responsable de muchas cosas en la hacienda; se levantaba temprano para llevar a los animales al bebedero, les servía la ración de alimento, limpiaba la bosta de vacas, chanchos, carneros y caballos, arreglaba cercos, podaba árboles, abría zanjas, cambiaba techos, etc, etc, etc. Realmente odiaba este trabajo pero más odiaba a su padre al que consideraba un tirano. Aparentaba ser honesto y trabajador, pero en realidad engañaba con las fruta, los animales, las cosechas, todo cuanto podía robar al patrón, robaba. Como padre no era bueno, abusaba de sus hijos mandándoles a hacer de todo y el solo se sentaba en la misma silla bajo el mismo cobertizo a esperar la comida. Eran incontables las veces que se descargaba a golpes con sus hijos o con su esposa, sobre todo cuando eran más pequeños, ahora no tanto, pero le tenían miedo y aunque nadie lo mencionaba él sabía que Remigio había nacido así porque Don Pancho le dio sonora paliza a la madre en pleno embarazo.
Mucho antes de llegar a casa mandó parar el juego. Marcela, arreglándose un poco las ropas llegó caminando a casa. Increíblemente no hubo preguntas por la demora ni por los pocos peces. La cena ya estaba casi lista, la que más habló fue Marcela contando lo mucho que se divirtió con los insectos, los árboles, las frutas, por supuesto nada que los comprometiese.
En el campo se duerme temprano. Terminada la cena a base de sopa de verduras y pan la Sra. Matilda se acercó con su acostumbrado tecito - ¿para qué es esto? – inquirió Marcela, - sabe horrible – tú toma nomás que después me lo vas a agradecer – sentenció la señora con mirada penetrante y actitud resulta; Marcela no era tonta, tenía una conversación pendiente con ella, tenía la sensación que algo sabía, la pregunta era qué tanto sabía. Fue a jugar un poco con la niña de la casa mientras cada uno hacía lo suyo, cuando cada uno fue a dormir recién descubrió que los chicos no dormían dentro de casa, a un costado de la casa, pegada a la espalda, se había levantado un cuarto lo suficientemente grande para los tres jóvenes, así que ellos no tenían acceso directo al interior de la casa, para ir al cuarto de ellos, había que salir de la casa, dar la vuelta y llegar a lo que Marcela pensaba que era un depósito con una minúscula ventana con puerta tosca de maderos sin pulir; así que en la casa solo había sala, comedor, cocina y dos cuartos con el baño que también parecía un añadido de la casa.
Esa noche Don Pancho la buscó nuevamente, a pesar de lo cansada que estaba de la sesión de casi tres horas de sexo de la tarde, ella lo recibió, o mejor dicho acudió a su llamado. La escena de la salita humilde, las imágenes de la tv reflejando su cuerpo, Don Pancho en pijama con los pies descalzos y el cigarrillo en la boca; esa escena medio subrealista, onírica y sensual le removía los recuerdos de la noche anterior. Lo hicieron nuevamente, sin pretextos de cremas, sin palabras. El la abrazó como un padre palmeándole la espalda y besando su cabeza, luego la volteó y le bajó el pijama quitándoselo por completo. Así de pie, en medio de la sala, la inclinó hasta tocar los talones y jugó con su orificio por algunos minutos introduciendo sus gruesos y callosos dedos en el esfínter de la joven, el viejo usaba la dichosa crema de “cebo de culebra” o sabe Dios qué bichos, el hecho es que no le dolía. Su lengua no se hizo esperar, él sabía lo que a ella le gustaba, al fin y al cabo no era tan diferente de otras mujeres, a las putas del campo eso también las volvía locas, la diferencia era que Marcela era una jovencita de buena familia, delgada, hermosa, bien formada, olía a limpio no como las putas que olían a lejía o pescado, ese desagradable aroma que se impregna en el sexo de la mujer luego de galones y galones de semen descargados en sus orificios; Marcela no, ella todavía olía a virgencita.
Lo hicieron en casi toda la sala. Primero de pie sobre la polvorienta alfombra, él le cogía las caderas mientras ella estiraba las nalgas con las manos para ensanchar el culito; luego la arrimó contra la pared arqueándole la espalda y separándole las piernas lo metía y lo sacaba por completo provocando oleadas de placer eléctrico que desde el orificio trasero invadían todo el cuerpo de la joven, la sensación de entrar y sacar repetidas veces la obligaban a morderse la mano para no gritar, ahora era Don Pancho el que estiraba las nalgas con las manos y apuntaba “el azadón” que entraba y salía cómodamente; en el borde del sillón con el culito bien paradito él arremetía desde arriba con un pie en el piso y otro en el mueble, aprovechaba el peso de su cuerpo y el apoyo del sillón para que su miembro ingrese hasta los intestinos, se dejaba caer con todo el peso y estando dentro, se movía en círculos o de arriba abajo provocando nuevas sensaciones en el interior de la nena, ella simplemente disfrutaba esa mezcla de placer y brutalidad motivando con el repetido si, si, si, si, en cada penetración; y por último a lo perrito, él sentado al borde del sillón con al viejo “azadón” en ristre la atrajo a ella de rodillas y la invitó a que solita se penetre; ella lo hizo obedientemente, sintiendo cada centímetro ingresar por los anillos de su esfínter, podía contar hasta cinco anillos en su culito ensanchándose con el ingreso del cilindro de carne de Don Pancho, la sensación por más que la repitiera era única, indescriptible. Sus terminaciones nerviosas activaban desde su trasero descargas eléctricas que le invadían todo el cuerpo, esa sensación de sentirse totalmente llena era inmejorable; cuando la penetraba remigio era algo parecido, pero él no llegaba hasta la profundidad que alcanzaba Don Pancho; Panchito, si llegaba como su padre, pero no tenía un instrumento tan grueso, aunque si era más impetuoso y tenía la energía de la juventud. Se sorprendió así misma haciendo estas comparaciones y sonrió, se estaba convirtiendo en la puta de la familia, de esta familia que trabajaba para su padre. Don Pancho la sujeto de los cabellos obligándola a levantar la cara, ese tratamiento de macho que manda le gustaba, con una mano en los cabellos y con la otra sujetándole el hombro o a veces los senos, la jalaba hacia él martillándole el culo, siempre el culo, Don Pancho nunca intento penetrarla con la conchita encharcada de jugos – así mi putita, mi perrita viciosa, eso es lo que te gusta, te voy a partir toda la semana, hasta que me ruegues que te rompa siempre el culo de pendeja viciosa que tienes – lejos de asustarla, las palabras del viejo la entusiasmaron y con más ímpetu golpeaba las caderas hacia atrás para que los 23 cm la llenen por completo.
La descarga fue monumental, parecía que el viejo se infartaba, todo el cuerpo le temblaba mientras escupía chorros de esperma directamente al colón de la nena, ella esperó unos segundos para normalizar la respiración y volteando se acurrucó tiernamente entre las piernas de Don Pancho y se llevó le cilindro a la boca; no solo lo lamía y besaba, no solo succionaba y masajeaba en toda su extensión, no, lo que ella hacía era un gesto de sumisión, de agradecimiento y dependencia de ese trozo de carne; lo acariciaba, lo adoraba, frotaba la cabeza con los labios y luego lo restregaba por sus cachetes suavemente, lo besaba tiernamente con continuos piquitos desde los huevos hasta la cabeza. Don Pancho le acariciaba la cabeza mientras sonreía, “ya está casi lista” pensaba para sí.
El día siguiente, lunes, fue aburrido, llovió todo la mañana, no se podía salir al campo salvo por breves momentos. Igual todos, menos ella, se levantaron desde temprano, para el trabajo de campo no hay lluvia o sol o nieve, los animales no perdonan. Panchito y Mario luego de los trabajos matutinos se marcharon a estudiar al politécnico del estado; Remigio no estudiaba, se quedaba para ayudar en los quehaceres del campo, aunque cada vez que podía se ocultaba en el granero a dormir o jugar con su fiel “Chueco”. Una vez que Marcela salió al cobertizo vio que Remigio le hacía señas desde lejos, pero ella no fue, le resultaba desagradable su expresión estúpida y en fondo le tenía miedo, solo lo soportaba con el resto de sus hermanos y estando muy excitada.
Ayudando a la Sra. Matilde con el almuerzo no podía dejar de sentir culpa y pena, observando sus movimientos naturales en medio de las ollas y verduras “no quieres ir a jugar con Remigio” le pregunta Matilde al mismo tiempo que le servía otro vaso del te horrible, - “no gracias, esta lloviendo mucho” - “entonces sal al cobertizo a ver la lluvia, es relajante a veces, yo me encargo de estas cosas, además va a venir el doctor a ver los animales, te gustará acompañarlos”
Don Pancho esperaba fumando sentado en el cobertizo, ella jaló una banca y se sentó al lado con la tasa de te humeante. Él no la miraba, solo fumaba y miraba la lejanía. Para ella ese hombre era una incógnita, misterioso y lejano durante el día aún en la noche cuando la poseía y le daba tanto placer él parecía distante como quien hace un trabajo y se entrega de lleno para que el cliente salga satisfecho, como lo hacía con su padre cada vez que le dejaba una trabajo – Ya esta patrón, trabajo cumplido – No era que no lo disfrutaba, claro que se notaba que lo hacía pero era distinto.
Ella dio un sorbo e hizo una mueca graciosa por el sabor amargo, cuando intentó dejar la taza en la baranda Don Pancho le advirtió – Será mejor que lo tomes todo – ella se animó a afirmar ante ese signo de comunicación – pero es que sale horrible - es por tu bien y si quieres algo dulce, ven por él – y diciendo esto abrió las piernas y se agarró el paquete. Ella abrió los ojos enormes, no lo creía, ahí, en la puerta de la casa, con su esposa Matilde adentro cocinando, a plena luz del día, - vamos, ven por tu dulce – la animó con la mirada en el horizonte – pe, pe, pero – no terminó la frase, el ordenó – te he dicho que vengas – con el mismo tono con el que mandaba a sus hijos.
Marcela, dejó la taza, se sentía violentada porque era la primera vez que la trataba así, pero en el fondo le gustaba aquel macho la deseará tanto, además esa verga le daba tanto placer que no quería enfadar a su dueño, y la emoción del riesgo le ponía pimienta y la calentaba. Mientras se arrodillaba a sus pies no dejaba de verlo con mirada desafiante pero él ni caso, seguía como un capitán mirando al horizonte; ella le bajó el cierre del pantalón, con el corazón palpitante metió la manito dentro y sintió la calentura de la prenda interior; cuando cogió el cilindro de carne seguía mirándolo con fuerza como para que viera que ella no se acobardaba, dentro del pantalón lo masajeó por unos segundos esperando que el la mire, pero nada, luego de unos segundos, él, con la mirada aún en horizonte levantó la mano, la cogió de la cabeza y la atrajo con firmeza hacia la entrepierna, ella serró los ojos, olió a profundidad por sobre la tela, sabía lo que venía y esos momentos previos encendían su libido, antes de sacarlo de su cálido refugio miro a los lados, cerró nuevamente los ojos y los engulló en su húmeda boca, se encontraba perdida; él le acariciaba la cabeza como quien acaricia a su perro por obediente, ya estas, peso para si mismo, esta noche probaremos nuevamente tu obediencia.
Continuará…. Espero comentarios.