Emputecimiento en el campo 3
Ella empieza a dar rienda suelta a sus instintos y suelta la puta que lleva dentro. A donde puede llevarla el orgasmo
Marcela despertó mucho antes del medio día, tenía el pijama puesto, el cuerpo totalmente relajado, estaba sola en la cama, no sabía cómo había llegado ahí y quien la había vestido. Claros rayos de sol entraban por la única ventana del cuarto. Se estiró como una gatita de forma muy sensual pateando un poco los cobertores y un leve escozor en el culito la trasportó a sus últimas experiencias. Intentó recordar la noche anterior y diversas escenas venían a su cabeza. Don Pancho, entrando y saliendo de su culo, ella encima de él, él encima de ella, las imágenes de la tv en su cuerpo sudoroso, la alfombra en su rostro, recordaba la fuerza de la penetración y la suavidad de las palabras, sus manos toscas, el esfínter abierto que casi alojaba su mano, el sudor en su cuerpo, la sala en penumbra y sobre todo el placer, mucho placer producto de esa hermosa herramienta de carne. Instintivamente llevó la mano a su culito y lo palpó con cuidado; no le ardía como después de la cabalgata de la tarde pero si estaba sensible, probó y se admiró al ver que le entraba un dedo sin dificultad; jugó un rato con su anillo e intentó meter el segundo dedo pero el ruido de voces de afuera la puso en alerta, al sentarse en la cama vio sobre la mesa de noche la cremita que uso Don Pancho en la noche.
Se dio un baño refrescante, el agua fresca del campo la renovó por completo, las gotas resbalando por su cuerpo, el cabello mojado, la espuma de jabón por sus senos y caderas, era la primera vez que Marcela prestaba atención a esos detalles y la sensualidad adquiría otro significado en ella; jugó por unos instantes con sus pezones duros envidiando a esas actrices del porno que por tener turgentes mamas se los chupaban placenteramente, los senos de Marcela no eran enormes, tampoco pequeños, la palma de sus manos los contenían discretamente pero sus pezones si sobresalían cuando se ponían duros. Su sexo con pocos pelos delicadamente cortados no había recibido atención pero su culito si, aunque su clítoris había sido de mucha ayuda para calmar los primeros efectos dolorosos de sentirse abierta del culo. Luego de secarse se untó generosamente el ano con la crema volviendo a sentir la placentera sensación al introducir dos dedos en su culito. Se vistió con pantalones cortos, zapatillas y un polo de tiras que le dejaban los hombros libres, el cabello húmedo perdía su ondulado natural y le caía hasta casi la mitad de la espalda. Se miró al espejo y se encontró hermosa. Al llegar al comedor estaba vacío, todos ya habían desayunado temprano como es costumbre en el campo; la esposa de Don Pancho, al verla, le alcanzó primero una infusión espantosa de innombrables yerbas –lo que necesitas ahora es tomar esto hija, créeme, te va a hacer falta - no entendió a que se refería pero lo bebió, luego un jugo de naranjas frescas, unas tostadas con queso y la mandó a ponerse pantalón y una blusa ya que irían todos a misa. A regañadientes obedeció.
La misa fue un suplicio. Ella sentada entre la niña y la madre, volteaba continuamente a la puerta a observar a los hombres de la casa, que junto a otros se habían quedado de pie en las afueras de la pequeña capilla de campo, típico. No podía verlos pero escuchaba voces y a veces algunas risas juveniles que venían desde el atrio, la niña la codeaba frecuentemente para que regrese a las palabras del sermón o ella se sorprendía cuando todos se ponían de píe o de rodillas, definitivamente su cabeza estaba en otra parte. Por un momento observó a la esposa de Don Pancho, Matilde, mujer delgada de nariz aguileña, las cejas sin depilar, los labios secos y sin color intentaban hacer juego con cabellos largos, maltratados y canosos, en general sus rasgos medio huesudos no dejaban de parecer cálidos. Concentrada en la ceremonia balbuceaba continuamente entre dientes alguna oración imperceptible mientras el rosario corría por sus manos de mujer campesina.
Al salir se alegró de verlos, y los saludo con la mano a la distancia; ella llamaba la atención de todos ya que no era de los habituales en la capilla; el grupo de señores que hablaban con Don Pancho la saludaron levantándose el sombrero en típico gesto de cortesía, los jóvenes del grupo de los muchachos levantaron la mano sonriendo y dándose codazos entre ellos.
Al llegar a casa el almuerzo ya estaba listo ya que la esposa de Don Pancho dejaba todo preparado. Todos corrieron a cambiarse sus ropas “domingueras” y luego a la mesa. La comida a diferencia de la anterior fue más amena, los chicos bromeaban entre ellos y se acordaban de viejos anécdotas: Don Pancho era el único que hablaba muy poco, aunque alguna mueca de sonrisa se le escapó luego de la segunda copa de un aguardiente que venía en botellón.
Luego del almuerzo y de levantar la mesa los chicos se animaron por ir a pescar y Marcela se sumó a la aventura, nunca había pescado y no quería desaprovechar la oportunidad. Luego de las recomendaciones del caso por parte de la madre partieron los cuatro jóvenes. Don Pancho sentado en el cobertizo los miraba alejarse por debajo del sombrero, que en el campo sirve para muchas cosas, mientras arqueaba una ceja.
Fueron a pie y durante los casi 40 minutos de marcha seguidos por “chueco” un perro grande y mestizo de color crema y negro, “chueco” siempre andaba con Remigio ambos eran inseparables y se entendían a la perfección. Fueron jugando como adolescentes, empujándose entre ellos, tirándose cosas o trepándose a algunos árboles por fruta fresca, parecía que se conocían de toda la vida; de vez en cuando Marcela se atrasaba distraída con cualquier cosa y el que estaba más cerca volvía a jalarla de la mano. Ella toda coqueta se dejaba hacer, sabía que era el centro de la atención y lo disfrutaba. Ellos le enseñaban cosas, le traían las frutas, imitaban el sonido de aves, se colgaban de los árboles, buscaban animales o insectos para mostrárselos y ella toda disforzada se asustaba y gritaba buscando esconderse en la espalda del más próximo, o rodeando algún árbol impidiendo ser atrapada, en fin, eran como machos exponiéndose ante la hembra para impresionarla y ella la hembra que se mostraba.
Al llegar al río, (en realidad era un riachuelo un poco crecido, de unos 5 metros de ancho y un metro y medio de profundidad) caminaron algo más hasta un recodo que formaba como una piscina natural que ayudado por algunas piedras disminuía la débil fuerza de su corriente. Si antes parecían adolescentes ahora se convirtieron en niños; empezaron a jugar con el agua, ella empezó a salpicarles tímidamente con la mano, ellos respondieron, luego fueron los pies, luego una guerra de todos contra todos y por la emoción terminaron en medio del río todo mojados hundiéndose unos a otros, claro que todos aprovechaban para tocar el cuerpo de Marcela, ella disfrutaba y reía como una niña, incluso “chueco” desde la orilla ladraba y corría de un lado a otro participando de la alegría.
Panchito fue el primero en sacarse el polo y short, quedó solo en calzoncillo que por lo mojado la tela se pegaba al cuerpo y se veía la forma de su semi erecto miembro; subió a una piedra e imitando a Tarzán brincó al agua; lo siguió Remigio, con la cara de tarado permanente, era como una caricatura verlo sobre la piedra, medio panzón, el calzoncillo viejo y con el elástico vencido medio cayéndose imitar a algo que parecía un mono- avestruz -rinoceronte y se lanzó al agua en sonoro cachetazo; Mario fue más discreto, solo subió a la piedra en calzoncillo y se lanzó como bomba. Faltaba Marcela, se moría por hacerlo pero esperaba que le rueguen, los chicos la vieron y empezaron a corear su nombre, ella caminó despacio a la orilla moviendo exageradamente las caderas, se sacó el short despacio dándole la espalda a los muchachos y mostrando todo el trasero; todos aplaudieron, su calzón mojado transparentaba la forma de sus nalgas y su sexo cubierto por una pequeña mata de vellos; subió a la piedra y haciéndose la desentendida hizo ademanes de lanzarse al agua pero le reclamaron que se quite el polo, que al final era solo una cuestión simbólica ya que se le veía los pechos claramente pero sobre todo destacaba la dureza de sus pezones, ella de forma coqueta se llevó un dedo a la boca y movió la cabeza dubitativamente, ellos reclamaron; eso quería, hacerse de rogar, y lo estaba consiguiendo; una monería provocativa fue cuando empezó a jugar con el polo levantándolo por sobre el ombligo y bajándolo nuevamente; cuando intentó negarse por tercera vez, encabezados por Panchito los chicos amenazaron con acercarse para obligarla y entonces lo hizo, en apenas dos segundos se quitó el polo, lo arrojó a la orilla, soltó un grito agudo y al agua.
Como fue que llegaron al cabo de algunos minutos a estar los cuatro desnudos en medio del río con el sol calentando sus cuerpos, el agua fresca pasando por la piel; eso no debe ser un misterio, los juegos, las risa, la desnudez, el sol, la naturaleza, todo llevó a lo mismo, lo importante es que la besaban y sobaban todo su cuerpo, los dedos de los tres muchachos le invadían por igual sus cavidades, a ella no le importaban de quien era la mano, importaba que estaba adentro y lo disfrutaba con jadeos entre los lapsus en que otros labios liberaban los suyos. Con los ojos cerrados sentía sus agujeros invadidos con intrusos entrando y saliendo, alguien besaba sus pechos y le mordía con sutileza los pezones mientras que otra boca le besaba el cuello y la espalda bajando hasta sus caderas; la tercera boca intermitentemente le devoraba los labios, el cuello o los hombros. Ella sobaba un pene en cada mano sin saber de quien era pero hubiera jurado que se trataba de Mario y Remigio por los tamaños y texturas. Su primer orgasmo amenazaba en llegar cuando los dedos aceleraron su intromisión en culo y concha. Alguien le abrió las nalgas y le empezó a besar el culito; la lengua en círculos en su esfínter la volvía loca, más cuando la empezó a lamer desde su vagina hasta el esfínter como un solo canal de placer subiendo y bajando. Entonces se inclinó un poco, espero una lamida más en su culo y explotó temblando todo el cuerpo, doblando las rodillas, arqueando la espalda, la cara cubierta con los cabellos mojados, y la boca abierta gimiendo contenidamente.
Panchito, el mayor de todos, la cargó en brazos y la llevó un poco más allá de la orilla donde estaba un viejo tronco caído al que le habían sacado la corteza seca y quedaba solo la madrea lisa y suave, además el tronco estaba cubierto por un enorme sauce que daba buena sombra, el sitio ideal para un picnic. – pon toda la ropa a secar, y tú coloca las cañas a ver si pescamos algo – le ordenó a Mario y Remigio mientras medio recostaba a la nena sobre el tronco. Marcela relajaba la respiración acelerada mientras el joven le arreglaba los cabellos y acariciaba todo su cuerpo, deslizaba sus dedos por el delgado cuello, los senos, vientre, caderas y muslos de la muchacha, disfrutaba apretando sus pezones y comprobando su dureza y tamaño, apreciaba la forma de las definidas curvas de ese cuerpo maravilloso de bailarina formado en años de ejercicios, su piel lozana se erizaba al contacto de la mano, todo natural, puro, original, tenía la frescura de las chicas del campo que él conocía muy bien y la hermosura y delicadeza de las chicas de la ciudad criadas en casa como muñecas para ser modelos de revistas. Ella estaba allí y era “suya”, pero la llegada de Mario le recordó que era “nuestra”; mierda, pensó, por el momento no podía ser de otra forma.
Mario, con cierta frialdad en su mirada, le abrió directamente las piernas, se humedeció el delgado pene con saliva y la penetró por completo de un solo empellón. Marcela Lanzó un grito de dolor, a pesar del placer que le proporcionaba las caricias de Panchito, la dureza con la que la había penetrado Mario le había dolido, era la primera vez que cualquiera de ellos la penetraba por la vagina, si bien no era virgen por culpa de un antiguo noviecito que tuvo la delicadeza de hacerlo despacio en el sillón de la sala, lo que había hecho Mario la obligó a levantar el cuerpo apoyando una mano en el madero mientras lo miraba con furia e incomprensión. Mario le sostuvo la mirada y empezó el clásico vaivén en su conchita; Panchito miraba a Mario extrañado e intentaba calmar a Marcela con caricias y besos en la cabeza. Era testigo privilegiado de cada penetración de su hermano y como cada envestida jalaba la piel de los labios vaginales y algunos vellos, eso sin duda le estaba doliendo a la nena que estaba mojada pero no lubricada. – Cálmate – le inquirió a su hermano quien no respondió, mantenía la mirada tensa, el ceño fruncido y asegurando a la muchacha por las caderas empezó a acelerar el movimiento asegurándose de llegar en cada envestida hasta el fondo. Poco a poco Marcela fue relajando el rostro comprimido por el dolor y el placer fue ganando la batalla, se recostó en el tronco con una pierna colgando y la otra levantada aceptando el martilleo de Mario, instintivamente se llevó a la boca el pene de Panchito lamiéndolo a todo lo largo, chupando los huevos, y aceptando cuando el joven por momentos la cogía de la cabeza y motivaba que lo trague hasta casi el ahogo; Remigio, que se había unido al trio, peleaba con “chueco” para que se aleje y lo deje tranquilo mientras masajeaba con poca delicadeza los senos de la nena miraba a sus dos hermanos. La escena era digna del cine italiano: Mario con la mirada intensa la penetraba con dureza; Panchito con los ojos cerrados la atragantaba con su miembro; y Remigio pateaba a “chueco” para alejarlo o hacia ademan de coger una piedra y lanzarla, mientras manoseaba los senos de Marcela con la sonrisa babosa de dientes torcidos.
Mario terminó pronto llenando la conchita de la nena hasta el fondo con el último penetrante martillazo - ¿qué has hecho? – le reprochó Panchito – tranquilo que mamá ya le está dando el “tecito” – Se retiró, dejando un chorro de esperma gotear de la vulva de la muchacha y buscando a “chueco” se fue a sentar en una piedra con total indiferencia como a ocho metros de sus hermanos.
Desde ahí observó todo lo que vino después, con las rodillas hasta el pecho y con “chueco” asido del cuello que ladraba y gemía de vez en cuando, no pudo evitar que algunas lágrimas resbalen por sus mejillas; el joven se había enamorado de la muchacha, él la había descubierto, él le contó a sus hermanos como signo de confianza, bueno, aunque después que Remigio los vio detrás del arbusto haciendo una espléndida mamada no le quedaba otra que contar, pero ella era suya y ahora era la zorra que lo hacía con los tres a la vez. Se sentía traicionado y lloraba amargamente de impotencia metiendo la cabeza entre las rodillas; quizás su padre tenía razón al decir que toda mujer era una puta; o quizás su madre que decía que hay mujeres para el hogar y mujeres para la calle y ambas son necesarias.
Panchito ocupó la vagina de la nena y empezó un mete y saca cadencioso sin prisa y sin pausa, lubricada por la anterior corrida, la verga del muchacho entraba sin dificultad hasta el fondo, Marcela aceptaba gustosa la penetración, reconoció, por las sensaciones de su estimulante vagina que el miembro era más grueso que el anterior y eso le renovó la excitación hacia el orgasmo que había quedado trunco por la rapidez del anterior joven. Levantó las dos piernas para que el miembro de 21 cm llegue hasta el fondo de su caverna y se metió la gruesa tranca de Remigio en la boca mientras que con ambas manos le sobaba los huevos. Después de varios minutos Panchito volteo a Marcela dejándola con el pecho sobre el tronco y el culo en pompa y la penetró nuevamente; la joven ya estaba totalmente lubricada por sus propios jugos y a los pocos minutos gritó ahogándose con el otro miembro en la boca a la vez que liberaba su segundo orgasmo de la tarde, Panchito le llenaba la concha de una corrida monumental y se apoyó con todo su peso en las ancas de la joven, que primero tenso el cuerpo con la espalda encorvada y luego las rodillas le temblaron, hacía esfuerzos para no caer a tierra, el cabello revuelto y el cuerpo sudoroso completaban la escena.
Panchito la dejó por un instante y le llevó su tranca a la boca, situación que el tarado de Remigio aprovechó para colocarse a espaldas de la nena y con los últimos temblores del orgasmo la ensartó. No fue brusco como Mario, fue despacio pero le dolió a Marcela por el grosor de su miembro, la estiró en su cavidad vaginal generando sensaciones diferentes, dolor y placer, las terminales nerviosas se sobresaltaron y la plenitud de la llenura la complacía. Marcela abrió los ojos, soltó por un momento el miembro de su boca y bufó grandes cantidades de aire –despacio por favor – suplicó. Remigio babeando sobre la espalda de la nena empezó el tradicional mete y saque, una, dos, tres diez veces seguidas y un nuevo volcánico orgasmo derrotó todas las barreras de Marcela y cayó rendida sobre el tronco intentando juntar las piernas para que no salga el intruso y el placer continúe, esta vez gritaba a todo poder, gozaba como una vaca o la mayor de las putas y pedía más – más, más, dale, no pares – Remigio con la sonrisa absurda y los ojos grandes volteaba a ver a Mario sentado a unos metros con “chueco” entre los brazos que se relamía el hocico, cuando ambos hermanos se miraron se revelaba un indiscreto “te lo dije”.
Desde la cabeza de la nena, insistiendo en meterle el cilindro de carne por completo en la boca Panchito estiró la mano y le metió dos dedos de golpe en el culito. Marcela se dio cuenta pero no reaccionó estaba más concentrada en el placer de su vagina, incluso cuando los dedos aceleraron su introducción ella seguía en un orgasmo múltiple que no terminaba, además había llevado la mano al clítoris y se masturbaba sin ningún pudor, jamás en ninguna circunstancia, con ninguna persona había sentido tanto placer. Solo cuando Panchito se acomodó detrás de ella reaccionó, sabía que algo nuevo la esperaba. Los 21 cm de carne palpitante iban camino a su recto, la presión que desde abajo llenaba Remigio en su conchita hacían la labor algo complicada; había visto dobles penetraciones en películas en la computadora, pero nunca se imaginó hacerlo, ahora era su oportunidad, estaba excitada, su cuerpo le pedía más y ella quería complacerlo pero tenía miedo. – Despacio por favor – suplicó volteando la cabeza y mirando a sus dos amantes. En ese mismo instante la cabeza del pene traspaso el anillo. Remigio se quedó quieto unos instantes y Panchito ayudado por su peso, apoyándose en la cintura de la nena ensartó los 21 cm que el culo tragó con los nervios en punta. Lo que vino después fue una cabalgada apoteósica. Remigio de pie golpeaba con las caderas desde abajo la conchita totalmente abierta de Marcela y Panchito, en cuclillas sobre el tronco, desde arriba le perforaba el culo; el ritmo primero suave se fue acelerando poco a poco hasta llegar a un ritmo frenético de los dos hermanos, que a veces juntos y otras descompasados gozaban de la joven; ella solo pedía más de todas las formas, gritaba, susurraba, suplicaba que sea más duro, que no paren, que más hondo, que la abran todita, es decir, estaba descontrolada, sus dos huecos llenos ardían como una braza y su dedos jalaban el clítoris peñizcándolo hasta que el orgasmo continuo terminó en uno aún mayor, todo su cuerpo gozaba, todo temblaba, podía sentir absolutamente todo en cámara lenta como la película de matrix, el viento, las gotas de sudor por su cuerpo, su corazón palpitando, el sonido de cada uno de los gemidos de sus machos, la boca abierta, los ojos inmensos, los dedos tensos, la piel toda de gallina, los pezones a punto de estallar, el palpitar de cada uno de los miembros en sus orificios y cuando le llenaron ambos agujeros de espesa crema pudo sentir cada chorro cayendo en su interior. En este trance se desmayó.
No recordaba cuanto tiempo estuvo inconsciente ni que sucedió durante esa ausencia pero cuando volvió en si estaba siendo perforada por Remigio, sentada sobre él su culito era ocupado por la gruesa verga del tarado que no dejaba de sonreír, él desde abajo la golpeaba obligándola a dar pequeños saltitos como una niña en las piernas de su padre. Lo curioso es que sabía lo que estaba ocurriendo, pero no sentía nada; ella estaba como confundida, algo mareada, sentía el sexo y culo encharcados y melosos producto de muchas descargas. Ya era tarde y a unos metros Panchito había recogido las cosas y terminaba de cambiarse, habían pasado más de tres horas desde que salieron de casa y sin dudas más de dos horas desde que empezaron su sesión de sexo - ya para que tenemos que irnos – ordenó Panchito, entonces Remigio la arrimó con la mano como quien mueve un costal y se fue a bañar antes de cambiarse. Ella seguía desorientada sentada en el tronco sin saber que hacer, como borracha, Panchito se acercó, le cogió la mano y la llevó hasta el río y le dijo con voz tierna – lávate, ya nos vamos.
A pocos metros Mario no la miraba pero pensaba para sí, me las vas a pagar perra.
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