Emputeciendo a Alexia. 1

La verdad es que es fue un fin de semana para el recuerdo. A nuestras espaldas llevábamos horas de conversaciones en las que su mente se había abierto para mi, pero también citas de todo tipo en las que habíamos experimentado.

La verdad es que es fue un fin de semana para el recuerdo. A nuestras espaldas llevábamos horas de conversaciones en las que su mente se había abierto para mi, pero también citas de todo tipo en las que habíamos experimentado.

Atrás quedaba ese primer día en el que con paciencia y prudencia conseguí que se corriera sintiéndose una puta, que aceptara que esa sensación le encantaba. Que disfrutara de la pasión de acostarse con una persona quince años mayor que ella, dándole placer sin límites.

Atrás quedaba también esa cita en la que ella quería sentirse utilizada. Esa cita en la que notó su polla en su boca nada más pasar la puesta de la habitación del hotel. Esa cita en la que su ropa de puta únicamente suena apartada para que la polla de su maduro usase sus agujeros para su placer. Es cita que acabó a la hora para irse aún oliendo a corrida caliente.

Aún estaba en sus mentes el cuerpo de ella lleno de leche. A ella le encantaba sentirse sucia, llena de fluidos. Tocarse estando totalmente sucia y mirarse al espejo con tu lefa aún en la comisura de sus labios, la excitaba sobremanera.

Hoy daban un paso más. Una casa rural de un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Madrid sería el marco de un fin de semana para no olvidar.

Era verano, hacía calor, y la primera premisa era la ropa. Ella únicamente podía llevar ropa insinuante, pantalones cortos y ajustados, camisetas ajustadas y eso si, nada de ropa interior.

Un pequeña mochila le valió para todo el fin de semana. Ellos llegaron por separado. Alexia llegaba a la cada rural después que Manuel. Una casa grande, de piedra. Sin notarlo llevaba todo el viaje mojando sus pantalones cortos, sabía que ese fin de semana no sería ella. Seria lo que Manuel quisiera, se había puesto en sus manos, y eso le excitaba muchísimo.

Nada más entrar allí estaba él. Tomándose un wiskie y mirando el móvil.

  • Llegas tarde, como siempre, zorra.

  • Perdona, había tráfico.

  • No te preocupes, toma, te he preparado una copa de vino.

Los primeros minutos se los pasaron charlando sobre su vida, les encantaba divagar y siempre se entendían a la perfección. Pero esta vez ocurrió algo diferente.

Alexia le contaba cuestiones sobre la universidad y sus estudios, y de repente, sin esperarlo, Manuel le dijo: quiero que te calles, te agaches y me huelas la polla.

Su voz grave y autoritaria hacia que todos sus principios, todos sus valores, todo lo que era para su entorno, se esfumaron de un plumazo. Le pasaba desde que le conoció.

Se agachó, y obedeció. Empezó a oler su entrepierna por encima de su pantalón. Un olor elegante a Colonia de hombre llegaba incluso hasta ahí. Olía y lamía despacio, al ritmo que él le marcaba. Su bulto aumentaba, pero no tanto como las ganas que tenía de notar su boca llena de polla.

Él movía su cabeza con calma mientra daba tragos pausados a su wiskie. "Me gusta verte ahí humillada zorra", "escupe y restriega tu cara hasta que se ensucie, guarra". Otra vez esa combinación de voz elegante, grave, y pausada, con esos insultos. Se volvía loca con esa mezcla.

"Sácame la polla", en cuanto lo escuchó, desabrochó el pantalón lo más rapido que pudo.