Empresaria de profesión, puta por vocación FINAL

La historia de patricia, una madura empresaria, con unas fantasías sexuales desmedidas

Nota de autor:

#Quédate en Casa

CAPITULO XXIII

ALGO MAS QUE UN JUEGO - FINAL

Aquella noche para el único servicio para el que se me requirió, fue para preparar y servir la cena, cosa que hice sin rechistar.

Cada vez que entraba yo donde estaban ellos, se callaban, y me miraban con una cara que no me gustaba nada.

Tenía toda la sensación, de que aquello estaba empezando a dejar de ser un juego.

¿Qué posibilidades había de que al final Víctor se hubiera encoñado tanto con Altagracia, que estuvieran planteando pedir el divorcio, y vivir ellos en pareja?

Realmente, era una locura, pero estaba cansada de ver esas locuras todos los días. Solo hacía falta salir a la calle, y ver parejas en que él era mucho mayor que ella, y ella era una inmigrante, que se había enganchado al vejete, obviamente por su propio interés.

Dormí poco aquella noche, tenía que ordenar mis ideas y planear el contra ataque si era necesario.

Subí a mi cuarto, dispuesta a retomar el mando de la situación.

Aún estaban las a dos en mi cama.

Entré como un elefante en una cacharrería,

" Vamos, fuera de la cama los dos", les dije gritando.

"El juego se ha acabado", continué, "tú, Altagracia no quiero volver a verte por aquí. recoge tus cosas. hablaré con el abogado para que te dé una indemnización jugosa, pero esta tarde cuando vuelva no quiero verte aquí. Tú", está vez me refería a Víctor, "te quiero a las diez en el despacho de los abogados".

Sin decir más, me metí en el baño para ducharme y arreglarme.

Al momento entró Víctor en el baño,

"Patricia, recapacita, la chica no tiene la culpa de nada. esto era un juego y como tal se ha comportado", me dijo.

"Antes del juego ya se acostaba contigo. Sólo eso, ya es motivo más que de sobra, para despedirla. Si te la quieres seguir follando, te vas a un hotel, una pensión, un burdel, en el coche, o en la calle como dos perros, pero como me enteré yo que te la traes a casa, El siguiente en salir eres tú. Y ahora fuera que me voy a duchar", le contesté.

Víctor, me conocía, y sabía de sobra, que, por las buenas, se podía hacer conmigo lo que se quisiera, como había quedado demostrado este fin de semana, pero también sabía que, por las malas, conmigo, tenía todas las de perder.

Siguiendo los consejos de mi padre, cuando nos casamos, hicimos separación de bienes. Por lo que la empresa, estaba a mi nombre, así es que ahí no podía rascar nada. El piso, el apartamento de Marbella, y tres locales comerciales que teníamos, estaban al 50 %. Yo disponía de una buena cantidad de dinero en el banco, e ignoro lo que pudiera tener él, si es que se había ido haciendo una hucha.

Es evidente que en caso de que estuviera tramando pedir el divorcio, el gran perjudicado sería él, pero aun así quería asegurarme que las cosas estaban bien atadas.

Salí del baño. Víctor no estaba en la alcoba, seguro que se había bajado a consolar a Altagracia, así es que aproveché para coger la cámara de video, comprobar, que estaba grabado ahí lo de la noche anterior, y borrarlo. También miré las grabaciones anteriores, a ver si alguna me comprometía. No, eran grabaciones normales.

Tenía también que solucionar el tema con Gálvez, y con el que grababa, aunque realmente esa grabación no me comprometía en exceso.

De camino a los abogados, llame a Inma,

“Hola guapa, oye llama a Ruiz, el abogado, dile que quiero verle ahora, que voy de camino para el despacho”, la dije.

“Vale ahora mismo le llamo. ¿Pasa algo?, te noto acelerada”, me dijo Inma.

“Sí que pasa, sí, pero ya te contaré cuando vaya”, la dije.

“Ok, cuelgo y le llamo”, me respondió Inma colgando.

Cuando llegué al despacho de los abogados, la secretaria me hizo pasar directamente,

“Doña Patricia, buenos días. El Sr. Ruiz la está esperando”, me dijo.

“Buenos días, gracias”, la contesté.

“Hola Patricia, buenos días”, me saludo atento como siempre Ruiz.

“Hola, Ruiz, buenos días”, le contesté.

“Siéntese por favor”, me dijo amablemente, ¿quiere un cafetito?

“Se lo agradezco, gracias”, le contesté.

Llamo a la secretaria y le pidió los cafés.

Mientras llegaba la buena mujer se sentó enfrente mío.

“Bueno y dígame, ¿en que puedo ayudarla?

“Bueno, verá usted, el tema es un poco embarazoso, y le ruego como siempre su máxima discreción”, comencé diciéndole.

“Por supuesto Patricia. Cuente con mi absoluta discreción”, me contestó.

“Bien vamos a ponernos en un supuesto y es que yo me divorcio de mi marido. Quería saber cómo quedaba la situación. Ya sé que la mayoría de las cosas están a mi nombre, pero quiero saber todo, es decir, si él se quedaría con algo, con que etc.”, le dije.

En ese momento entró la secretaria con los cafés. Nos los sirvió.

Venían con unas pastas. Buena atención.

Cuando salió la secretaria, continué,

“Como le decía es solo un supuesto. No es algo que esté ni siquiera sobre la mesa, pero quiero tener esa información”

“Si, Patricia, dada la importancia que tanto usted como su empresa, tienen para este bufete, conocemos al dedillo, todos los aspectos contractuales suyos. Le puedo garantizar que su marido, solo figura como apoderado con otro, para poder firmar contratos, talones, etc, pero siempre por una cuantía inferior a 100.000 euros. Para todo lo demás es imprescindible su firma”, me contestó.

“Bien, eso me tranquiliza, pero no obstante quiero revocar todos los poderes de mi marido”, le dije.

“Perfecto, Doña Patricia, le preparo el documento, pido cita en el notario, y la aviso cuando tengamos que ir a firmar”, me contestó Ruiz.

“Genial, pues entonces, no le robo más tiempo. Otra cosa, vendrá mi marido a las 10. Cuando llegue, le informa de lo que hemos acordado, sin más”, le dije.

“Bien, Doña Patricia, así lo hare”, me contestó.

Me terminé el café y salí del despacho.

De camino a la empresa, llamé a los chicos,

“¿Hola, Dani, que tal? ¿Como va lo del coche?”, le pregunté.

“Bien, mamá, al final parece que no era tanto y que pueden solucionarlo sin cambiar el ordenador. Nos han dicho que en una hora estará listo”, me dijo Dani.

“Me alegra oír eso. Tenéis dinero para pagar la avería”, le pregunté.

“Tenemos las tarjetas, supongo que alcanzara”, me dijo el

“No lo sé, tenéis un límite bajo. Si acaso no os llega, llámame y hago una transferencia directamente al taller”, le dije.

“Vale, mamá, si no hay problemas, cuando salgamos te mando un “sígueme” del wasap, para que veas por donde vamos”, me dijo Dani.

“Vale hijo, genial tener cuidadito al volver, un beso para los cuatro.

“Igual mamá”, contestó colgando.

Llegué a la empresa. Como no, al primero que me encontré, fue a Gálvez, es como si me estuviera esperando. Nada más salir del coche, le dije,

“Tú, sube a mi despacho ahora mismo”.

Me siguió, como un perrito fiel, quizás pensando que tendría recompensa.

Nada más entrar en el despacho, cerré la puerta, sin saludar siquiera a Inma, me senté en mi silla, y el hizo intención de sentarse enfrente.

“No, no hace falta que te sientes, voy a ser muy breve”, le dije.

“El sábado noche, no ha ocurrido nada. Lo que tú crees que paso, no paso. ¿Entendido?”, le dije tajante.

“Anda putita, no te hagas la dura, si te corriste y todo mientras azotaba tu culazo. Te gustó y mucho.”

Me levanté y le solté un bofetón en toda la cara.

“Putita lo será tu madre. No te pongo en la calle ahora mismo, porque en el fondo sé que eres un pelele que te ha manejado mi marido, pero a la más mínima confianza, no solo te echo, sino que además te pongo una denuncia por acoso. Espero que te haya quedado suficientemente claro”, le dije.

“Si, si Doña Patricia, descuide que el sábado no pasó nada”, me dijo él visiblemente acojonado.

“Bien, este es mi Gálvez. Tu jefa, sabe corresponder adecuadamente a los empleados fieles. No me defraudes, y quizás un día vuelva a no pasar nada. Me gusta tu polla”, le dije sonriendo y con cara de pícara, para bajar la tensión.

“Doña Patricia, seré una tumba. Y si un día usted decide que no vuelva a pasar nada, le aseguro que me hará el hombre más feliz del mundo”, me dijo el algo más tranquilo y sosegado.

Bueno otro tema resuelto, este no diría nada seguro. Además, no creo que Víctor le comentara nada después de la mañanita que llevaba.

En cuanto Gálvez salió por la puerta, entró Inma con mi taza de café en la mano.

“Buenos días que no has dicho ni hola”, me dijo.

“Perdóname Inma, pero es que estoy atacada”, la contesté.

“A ver, cuéntame. ¿Que te ha pasado?”, me preguntó.

“Vale, pero te aviso que es largo. Y está prohibido comer palomitas mientras te lo cuento”, la dije.

Inma rio mi tontería, y yo empecé a relatarla desde que llegué a casa el viernes. Por las caras que iba poniendo Inma, vi que estaba flipando con lo que la contaba. El sumun fue cuando le hablé de Gálvez, y de los otros cinco empleados. Allí se soltó en improperios e insultos de todo tipo para Víctor.

Tardé más de 2 horas en contarla todo, no con pelos y señales, pero si bastante detallado.

“Joder, no te aburres los fines de semana, ¿eh?”, me dijo aún dentro de su asombro.

“Ya ves, pero al final el tema se desmadró, y he tenido que tomar las riendas otra vez.”

“Ya, está claro, pero yo no había despedido a la Altagracia esa”, me dijo.

“No?, ¿Por qué?”, la pregunté.

“Lo tenías a huevo para haberlos puteado a los dos. Imagínate, que la dices, que, a partir de ese instante, y como has visto que es una perra salida y no puedes fiarte de ella, si quiere seguir trabajando en tu casa, lo hará con un cinturón de castidad puesto. Así no podrían follar. Podrían verse, incluso tocarse, pero no follar. ¿No sería un buen sufrimiento para los dos? E incluso si me apuras, otro para él. Así no podría tampoco comérsela ni el a ella el coño”, me dijo con voz y cara perversa.

“Ja, ja, oye pues no está mal la idea. Eres perversa, pero me gusta. Siempre puedo hablar con la chica y decírselo”, la dije.

Sería una humillación para los dos, estar con cinturones de castidad puestos.

“A ver a fuerza de ser sincera, no me ha molestado que Víctor se follara a Altagracia. Lo que no podía ni iba a consentir, es que intentaran relegarme de mi puesto en la casa. Y mucho menos metiendo a los chicos en medio, y poniéndolos contra mí. Es cierto que yo he cumplido gran parte de mis fantasías, y gracias a ellos. Pero son como los niños. No han sabido parar a tiempo”, la dije a Inma.

“Ya, bueno creo que has hecho lo que tenías que hacer. A Víctor así a bote pronto no puedes despedirlo, aunque supongo que para algo de eso has ido a ver al abogado”, me dijo Inma.

“Bueno he querido confirmar que todas las cosas estaban en su sitio, y, además, para que le sirva de aviso, le he revocado los poderes que tenía, así es que me imagino que a esta hora no estará muy contento, ya que le dije que fuera a las 10 a los abogados”, le explique.

“Ja, ja, ahora la perversa eres tú, pero me parece bien. Ya verás lo que haces con la parejita, pero yo indultaría a la chica, y haría lo del cinturón de castidad”, me dijo Inma.

“Sí, voy a llamarla, lo mismo aun la pillo en casa”, la dije.

Cogí el móvil y llamé a Altagracia.

“Hola, señora”, me contestó con la voz muy apagada.

“Hola, sigues aún en mi casa”, la pregunté.

“Si, si señora, estaba terminando de recoger, y en cuanto lo haga me voy”, me dijo ella aún más hundida.

“Quizás no haga falta que recojas”, la dije, “si te interesa seguir sirviendo en mi casa, cógete un taxi y vente a la empresa”.

“Claro que me interesa, señora. Ahora mismo voy”, me dijo ella cambiando sustancialmente el tono de su voz.

Mientras esperaba la llegada de Altagracia, recibí la llamada de Víctor.

“Oye, ¿a que viene lo que has hecho?”, me dijo con voz visiblemente irritado.

“Tranquilo cariño, simplemente he puesto las cosas en su sitio”, le respondí.

“Pero es que no lo entiendo. Todo era un juego, y además propuesto por ti”, me dijo como echándome la culpa.

“Sí, así es, era un juego, hasta que dejo de serlo. Sabes de sobra que me gusta tener las cosas controladas, y empezaba a no tenerlas. Bueno así volvemos a la normalidad”, le contesté.

“Pero todo eso le ha costado caro a Altagracia, que la pobre chica solo hacia lo que le dijimos que hiciera”, me respondió.

“No te preocupes por tu novia. La estoy esperando para arreglar la situación. Eso si, ambos tendréis que cumplir ciertas reglas. Si ella acepta, ya te las diré a ti”, le dije.

“Cómo?, no entiendo nada”, me dijo Víctor.

“A su debido tiempo lo sabrás, ahora te cuelgo”, y eso hice.

Me sentía bien, triunfadora. Ahora los tenía a los dos comiendo de mi mano, aunque lo que realmente yo quería era tener el control. Tener el mando. Que cuando dijera hasta aquí, fuera hasta aquí, y que nadie se creyera con poder para cambiar eso.

En serio que no me importaba que Víctor follara con Altagracia. Me hacía gracia. Es más. Aquello me había dado pie, para pasar sin duda un fin de semana inolvidable, pero quería tener el control, y pretendieron arrebatármelo, y por ahí no pasaba.

Decidí profundizar en la idea de Inma con los cinturones de castidad. Había leído que había cinturones de castidad par ahombres con cierre a distancia. Me preguntaba si sería también fácil hacer uno así para mujer. Así es que llamé a Gálvez, que era de alguna forma el manitas de la empresa. Bueno y por lo visto el pollón también de la empresa. Le llamé. Subió raudo y veloz, pensando que ya quería algo, jaja. Le dejé claro que no, y le expuse mi idea.

“Señora, si el de los hombres cierra así, el de las mujeres lo hará igual. Usted consígame uno de cada, y del resto me encargo yo”, me dijo muy risueño por poder satisfacerme.

“Vale Gálvez, y aunque ya te lo dije antes, Total discreción, y te aseguro que volveremos a pasar buenos ratos juntos, pero si te vas de la lengua, los buenos ratos los pasaras en la cola del paro”, le dije.

“Vale pues en cuanto tenga el material te aviso y te pones manos a obra”, le conteste.

“Ok, señora, a sus órdenes como siempre”, me dijo levantándose y saliendo del despacho.

Casi a la vez que salía, llegó Altagracia.

Inma me la pasó enseguida, con una risa cómplice.

“Hola”, la dije en plan seco. “Siéntate”.

Ella obedeció.

“Bueno, vamos a ver. Mira. Antes de nada, felicitarte por tu papel de señora este fin de semana. Cumpliste muy bien con mi encargo, y eso me satisface. Reconozco, que me reacción esta mañana, ha sido algo abrupta, pero bueno rectificar es de sabios, y por eso estas aquí”, la dije.

“Sí señora”, me dijo Altagracia con cara de no entender nada de lo que le estaba diciendo.

“Supongo que no entenderás lo que pasa, pero te lo voy a explicar”, la dije.

“A mí no me importa que folles con mi marido, es más si te gusta, genial. No me importa, como creo que demostré que en determinados momentos asumas el rol de domina sobre mí, tanto en una situación con la de este fin de semana, como en cualquier otra que se nos pudiera plantear. Lo que no acepto bajo ningún concepto, es que intentéis llevar el juego a la vida normal. Eso bajo ningún concepto. Por eso, te voy a hacer una oferta que espero sea de tu agrado. Te propongo seguir a nuestro servicio, casi como hasta ahora. La mayor diferencia, es que ambos, mi marido y tú llevareis un cinturón de castidad, el tiempo que estéis en casa. Cuando salgáis la cerradura se abrirá, y podréis hacer lo que os dé la gana, pero siempre fuera de mi casa. Y puede ser que haya más fines de semana como este último, aunque quizás no sea yo la sumisa, te toque ser a ti. He pensado también en incrementarte el sueldo en 300 euros al mes, digamos que en concepto de servicios prestados. Bueno, ¿que te parece?”

“Que me va a parecer, señora. Genial. No sé muy bien en que consiste lo del cinturón ese, pero en serio que me da igual”, me contestó, casi emocionada.

“Bien espera un segundo”, la dije saliendo del despacho.

Me acerque a la mesa de Inma.

“Coge dinero de la caja, y acércate al sex-shop, y cómprame dos cinturones de castidad de mujer y dos de hombre. Que los de hombre sean de cierre a distancia.”

“A sus órdenes Jefa”, me dijo, cogiendo el dinero y el bolso y saliendo para la tienda.

Yo mientras volví con Altagracia,

“Bueno ya he estado también hablando con Víctor. Le he dejado las cosas claras. Y una cosa, lo que yo hable contigo queda entre nosotras, si quiero que los dos sepáis algo os hablare a los dos juntos. ¿Entendido?, la dije.

“Entendido, señora”, me dijo con bastante alegría.

“Bien esperemos a que vuelva mi secretaria. Vete al sofá, cógete si quieres una revista y yo mientras trabajo un poco”, la dije.

Así lo hizo, y yo mientras efectivamente, adelanté algo de trabajo.

Apenas en media hora, apareció Inma con la compra.

“Señora, su encargo”, me dijo dándome la bolsa de la tienda.

Hizo intención de irse.

“No, no, no te vayas”, la dije abriendo la bolsa, y sacando uno de los cinturones de castidad femeninos.

“A ver Altagracia. Este es el cinturón de castidad que te he dicho. Como veras es una especie de braga, con dos agujeros un para hacer pipí, y otro para hacer popo. De momento cierra con llave, que la conservaré yo, pero estoy trabajando en uno con dispositivo electrónico de cerrado, que se activaría y desactivaría, al entrar y salir de mi casa, respectivamente. Pero bueno lo mejor es que te lo pongas ya, y así ves cómo funciona”, la dije.

Ella se quedó un poco sorprendida, si saber que tenía que hacer.

“Vamos, desnúdate y póntelo”, la dije.

“Del todo?”, me preguntó mirando a Inma.

“Del todo mujer, Inma es de confianza”; la respondí.

A regañadientes se fue quitando la ropa. Cuando estuvo desnuda del todo, le dije a Inma,

“¿Que te parece la novia de Víctor?”

“Vaya, un bomboncito. ¿Se la puede examinar más a fondo?”, me preguntó.

“Claro mujer, yo ya la he examinado bien a fondo”, la contesté.

Inma se acercó a Altagracia y empezó a tocarla las tetas, no tardando mucho en pellizcarla y mordisquearla los pezones.

Viendo que aquello se iba a desmadrar, cerré la puerta del despacho con llave. Inma, sentó a Altagracia en el sofá, y le metió la cabeza entre las piernas. Yo también me acerqué y empecé a sobetearla las tetas. A esas alturas, Altagracia ya tenía los ojos cerrados, y se dejaba hacer entre suspiros y gemidos.

Siguieron jugueteando un poco las dos. Yo realmente, estaba un poco saciada con el fin de semana, y me mantuve al margen. Ellas se comieron de todo, y se pegaron una buena follada. Cuando ya terminaron las dos corriéndose, la dije,

“Bueno, lávate y colocamos el artilugio este”.

Se fue al baño, y se estuvo lavando. Inma aun tumbada en el sofá, me dijo,

“Esta tía es una puta guarra. Me encanta, jaja”

Yo también la reí la gracia, y esperamos que saliera Altagracia.

“Bien, pues eso colócatelo como si fuera una braga”, la dije.

Ella, lo hizo. La verdad es que no tenía ninguna complicación. Una vez puesto, la puse el candado, lo cerré y me guardé la llave.

“Ahora vístete, y lógicamente no te pongas el tanga”, la dije.

Ella lo hizo.

Cuando terminó, la dije, ahora para casa que tienes que preparar la comida, y los chicos llegaran a la hora de la comida y vendrán hambrientos.

Salió despidiéndose de Inma, y de mí.

“Bueno niña, a trabajar. Que entre tanto coño tenemos abandonado el trabajo”, la dije a Inma.

Llamé a Gálvez.

Subió nuevamente raudo.

“Aquí tienes los dos cinturones. La idea es que cuando entren en casa con el puesto, se activen, y cuando salgan se desactiven”

“Entendido, Doña Patricia. Tengo un colega que es muy experto en electrónica, y seguro que se le ocurre alguna idea al respecto. La mantendré informada”, me dijo cogiendo la bolsa.

“Perfecto”, le respondí.

Iba a salir del despacho.

“Gálvez”, le paré.

“¿Sí señora?”, se paró en la puerta.

“¿La gratificación la quieres al final o quieres algo a cuenta?”, le pregunté.

“Como usted vea, Doña Patricia, aunque no esperaba una gratificación por esto, pero es usted muy amable, me dijo.

Me levanté y cerré nuevamente la puerta del despacho. Joder, así no había quien trabajara lo más mínimo.

“Mejor te daré ahora un anticipo, ¿no te parece?, le dije soltándole el botón del pantalón.

“Por supuesto Doña Patricia”, me respondió el dejando la bolsa en el sofá.

Le baje los pantalones y los calzoncillos.

Sí, había dimensionado bien su polla la noche anterior. Aun flácida, tenía un tamaño impresionante.

Me arrodillé delante de él, y me la metí en la boca. Empecé a mamársela. Muy pronto empezó a tomar tamaño, como para no caberme en la boca. La erección, fue unida al cambio de actitud de Gálvez, tanto oral como física, saliendo su lado más duro.

“Vamos, zorra, no dejes de mamar, pero vete desnudándote. Me apetece mucho encularte en tu escritorio, vamos puta”, me dijo.

Me ponía mucho el cabrón aquel, y más que él su pollón, que yo me afanaba por tragármelo entero, a la vez que me quitaba la ropa. No tardé mucho en estar desnuda del todo de rodillas, delante del Gálvez.

Un par de bofetadas por no podérmela tragar entera, y cogiéndome del pelo me llevo hasta mi escritorio, me empujó boca abajo sobre él.

“Bueno zorra vamos a ver cuál de tus putos y sucios agujeros acoge a mi polla. Por cierto, te quedó muy bonito el culo después de mis correazos. Tenemos que repetirlos, me dijo, mientras apretaba con una mano mi cadera sobre el escritorio y con otra me tiraba del pelo hacia él.

Notaba su polla rondar mi vagina y mi ano, alternativamente, como jugando de verdad a ver que agujero la acogía. Lógicamente mi coño lubricado y más dilatado, se abrió impotente ante semejante ariete. Me llenaba dilatando toda la vagina incluso golpeando en el cérvix, como si quisiera también abrirla y llegar hasta mi matriz. Estuvo así un buen rato, en el que se entretuvo al tiempo de follarme en coger dos pinzas metálicas de una bandeja de la mesa, y ponerme una en cada pezón. Aquello dolía como la madre que lo parió, pero no estaba dispuesta a mostrarme débil ante él, así es que apretaba los dientes y aguantaba.

Cuando se cansó de usar mi coño, la sacó,

“Sepárate las nalgas, cerda, que te voy a reventar el culo”, me dijo con un tono de voz, que, si no me hizo correrme, fue por no alertar a toda la empresa.

Note un salivazo en mi ano, y a continuación el ardor de aquel pollón abriéndome las entrañas. Me enculó como loco.

“Estira de las pinzas de tus pezones, puta, quiero que te las arranques sin abrirlas con los dedos o te las pondré y las llevaras puestas todo el día”, me dijo.

No estaba segura de si al hacerlo, no arrancaría mis pezones con las pinzas. Apretaban como diablos, pero tenía que hacerlo, y empecé a estirar de ellas cogiéndolas solo por una de las asas para que viera que tiraba de ellas y no las abría. Eso le embravecía aún más y me enculaba con más fuerza.

No pude evitar pegar dos gritos cuando logré soltarme las dos pinzas de los pezones. Y el embestir como un caballo, y correrse dentro de mi culo. Tampoco pude evitar el acompañarle en la corrida, cuando noté el impacto de su semen dentro de mi recto.

De los pelos me echó otra vez al suelo, y me metió la polla en la boca. Límpiala cerda, que quede inmaculada.

Ahí estuve un rato mamándole de nuevo la polla y quitándole los restos de semen, flujo, y mierda, que si joder, que había salido algo manchada de mierda.

Cuando se dio por contento, me planto un beso en los morros,

“Doña Patricia, si el anticipo ha sido así, espero ansioso la gratificación final”, me dijo.

Se vistió y se largó.

Nada mas salir él entró Inma,

“Joder, tía no tienes limite. Te ha tenido que oír gritar toda la empresa”, me dijo entre malhumorada y sarcástica.

“Bueno, da igual, que sepan que las jefas también gritamos”, la dije guiñándola un ojo, pero me gustaría a mí saber cuántas y cuantos, aguantaban ese pollón por el culo”.

“Que cerda eres Dios mío”, me contestó sonriendo y saliendo.

El resto del día pasó sin grandes novedades.

Al llegar a casa, ya estaban allí los chicos. A sus ojos, y a todos los ojos, menos a los de Víctor, Altagracia, y los míos, aquello estaba tal y como lo dejaron.

La única novedad es que ahora tenían dos putas declaradas en casa, y un cornudo follador, que no dudaría en follarse a sus novias, si se ponían a tiro.

Pero seguramente eso ya tendríamos ocasión de contarlo en otro relato. Por ahora las cosas estaban en su sitio.

MUCHAS GRACIAS A TODOS LOS QUE HAN LEIDO Y COMENTADO ESTE RELATO