Empresaria de profesión, puta por vocación - 7

La historia de patricia, una madura empresaria, con unas fantasías sexuales desmedidas

CAPITULO VII

CONTINUA LA TERAPIA (III)

Pero vaya que había pasado. Aquel contacto íntimo con Inma, me había gustado mucho. Sin duda se nos habían quedado muchas cosas por hacer, pero no teníamos todo el tiempo del mundo. Quizás hubiera otras ocasiones.

Cuando ya nos vestimos, salió ella del despacho, después de adecentarlo bastante y ventilarlo, que olía allí a chocho de mona, salí del despacho, fui a administración, a la cajera, la pedí 500 euros. Firmé con correspondiente recibo, y me volví a mi despacho.

Los metí en un sobre junto con una tarjeta mía en la que escribí “Muchas gracias por todo”.

Llamé a Inma, y se lo di. Lo abrió allí mismo, y cuando vio lo que había me dijo,

“Guau, que pasada”, y sin pensárselo dos veces, me soltó un beso en la boca.

Aquello sin duda, había sido el comienzo de una bonita amistad, que no relación. A mí me seguían gustando los tíos, jaja.

Cuando miré el móvil, tenía un montón de wasap del instructor, que lógicamente no había leído y mucho menos respondido.

Intentaba que le dijera que es lo que tenía que comentar al psicólogo.

La verdad es que después de la sesión de relajación con Inma, había perdido el interés en hablar con Páez, aunque no obstante decidí llamarle.

Como era de esperar a esas horas no estaba, y le dejé recado a la auxiliar para que me llamará cuando pudiera.

El resto de la tarde lo pasé trabajando, voy recuperando el tiempo perdido tanto en la mañana, como en días anteriores. Realmente estaba muy relajada. Me atrevería a decir, que no tenía ese nivel de paz interior, desde hacía años.

Se abrió la puerta del despacho y entró Inma,

"Bueno, doña Patricia, si no quiere nada, yo me voy ya", me dijo.

"Si, si quiero, si no te causa mucho trastorno, siéntate un rato. Me gustaría que habláramos", la dije.

Cerró la puerta y se sentó.

"Bueno, quiero que sepas que no sé qué ha pasado antes, que hemos acabado como hemos acabado. Yo nunca había estado con una mujer, y te tengo que reconocer que no me ha disgustado nada. Tú tenías experiencia, ¿no?", la dije.

"La verdad, doña Patricia", empezó a decir, pero la interrumpí.

"Cuando estemos solas llámame Patricia o Patri, sin el doña por favor, me hace sentirme más vieja de lo que soy, y de tu", la dije con una sonrisa.

“Me parece bien Patricia, a mi puedes llamarme Doña Inma, jajaja”, me dijo entre risas.

“Claro doña Inma, sin problemas”, la contesté.

Encima era una cachonda, y eso me gustaba.

“Pues como te decía, yo no soy lesbiana, ni tan siquiera puedo considerarme bisexual, aunque es cierto que mis prácticas como masajista, me llevaron a más de una situación como la de hoy contigo, y no porque yo las buscara, sino simplemente porque surgieron, y lo que sí te digo es que cuando surgen, no las evito, aunque hoy he estado esperando en mucho momentos un guantazo por tu parte, y un “Estas despedida por meterme mano, jaja, pero me alegro de que no haya sido así, y yo lo he disfrutado mucho. Por cierto, en cuanto a tu vejez, te puedo asegurar que muchas jóvenes, quisieran tener tu cuerpo”, me dijo.

“Ante tanto halago, Doña Inma, no sé si me queda otra opción que volver a irnos al sofá”, la dije entre risas.

“En serio te apetecería volver a hacerlo?, me preguntó sorprendida.

“No te digo que ahora mismo, ¿pero porque no repetirlo otra vez?, seguro que nos han quedado muchas cosas por hacer”, la dije. “pero he de reconocerte que ha sido una de las experiencias más relajantes, y gratificantes, sexualmente hablando de mi vida. No tienes el agobio de un tío intentando meterte la polla en la boca y en el culo, para demostrar a todo el mundo que la suya es la más grande”.

“jaja, cierto. Yo muchas veces pienso que el culo les gusta tanto, no porque esté más cerrado y estrecho que la vagina, que también, sino porque todos tienen una parte femenina y florece en esos momentos, porque a ver, ¿qué diferencia hay entre el culo de una mujer y el de un hombre?

“Jaja, sí. Bueno no te entretengo más yo también me quiero ir a casa, y apañármelas para que Víctor no me vea el culo”, la dije.

“Que no me entere yo”, me dijo Inma entre carcajadas.

De vuelta a casa, recordé que el bueno de Páez, no me había llamado. Esperaba no tener que empezar a preocuparme, ya que aquellos dos tíos sabían todas las miserias mías. Mañana volvería a llamarle, a ver si lograba contactar con él.

El día terminó sin más incidencias. Afortunadamente mi marido venía cansado, y cenó y se metió en la cama, con lo que me evito toda situación embarazosa con el estado de mis nalgas.

¿Cómo reaccionaría él, si supiera que hoy me habían follado cuatro chavales, había tenido sexo con mi secretaria, le había hecho una mamada a un vejete, y este me había hecho un dedo que me había corrido como una cerda en mitad de un parque detrás de unos matorrales?

Hasta yo misma pensaba que aquello era demasiado para mí. Ese furor uterino que me había venido con la edad, no había forma de pararlo, y me daba la impresión de que Páez y su instructor, lo único que iban a conseguir, era emputecerme aún más.

Por cierto, tampoco había tenido más noticias del instructor. Seguramente estaría esperando mi conversación con el psicólogo.

A la mañana siguiente y por razones obvias, evité que nadie pudiera verme desnuda, pese a que mis nalgas, ya presentaban un color amarillento que sin duda era menos cantoso que el morado del hematoma puro y duro. El tratamiento de Inma, había resultado ser muy efectivo.

Jaja, cada vez que pensaba en el rato con Inma, no podía evitar ponerme tonta.

Me fui para la empresa. De camino, me llamó Verónica, mi amiga, la que hacía años que no veía y quede un día y estuvimos comiendo juntas, y me contó cosas de su vida actual y la pasada.

“Hola Patricia, guapa, ¿qué tal?, soy Verónica. Voy conduciendo”, la dije.

“Vale pues no te entretengo entonces. A ver si nos vemos y cotilleamos un poco”, me dijo

“Que haces hoy en la comida?”, la pregunté.

“Nada de particular, ¿comemos donde el otro día?”, me dijo.

“Por mí perfecto. ¿A las dos?”, la contesté.

“Vale, perfecto, luego nos vemos entonces”, me dijo colgando.

Al llegar un afectuoso saludo de y para Inma, y a trabajar, que para eso estábamos ahí.

Hablé con Páez, le dije que no me había gustado nada la experiencia con el instructor, que me había metido en una situación delicada, y que no había hecho nada para sacarme de ella.

Me dijo que no me preocupara, que hablaría con él y ya me volvería a llamar.

A la hora de comer, me fui para el restaurante donde había quedado con Verónica. Como la otra vez, ella ya estaba esperando.

Nos saludamos, nos besuqueamos, y nos sentamos.

“Oye, me impresionó mucho lo que me contaste de que te prostituías aún. ¿Cómo lo haces?, la pregunté.

“Ja, ja, no me digas que te interesa”, me dijo ella.

“No he dicho eso, solo quiero saber más detalles”; la dije.

“Pues mira ahora quedo con gente bien, gente con pasta, vienen por viajes de negocios, pasan aquí un día o dos, y me llaman. Hay veces que acudo y otras veces no. Precisamente, la semana que viene, tengo uno que es un directivo de un banco, viene cada mes o mes y medio, y se está aquí tres días. El último siempre es cuando quedamos justo antes de irse para el aeropuerto. Pero ya le he dicho que no, que tengo un compromiso familiar y no puedo faltar.

Realmente no tengo ningún compromiso, pero es un tío muy guarro, le gusta mucho humillar e incluso sacudir, y no tenía yo el cuerpo para esas fiestas.”

“Y a que llamas muy guarro?”, le pregunté.

“Le gusta mucho despreciar, mearte, hacer que le lamas el culo, jugar con tu culo, darte en la cara, o en las tetas o en el coño, son tres horas de tortura, por 300 euros, y de verdad, no está pagado. Pero vamos, que, si te interesa a ti, te lo paso, jaja”, me dijo ella riéndose.

“No, no, …. Claro…… Bueno sé que te parecerá raro esto, pero la verdad es que al menos una vez en la vida, me gustaría sentirme así. Humillada, vejada, maltratada. No se es una obsesión que tengo, el no sentirme siempre como la esposa ideal, mimada y respetada, no sé si me entiendes”, la dije un tanto acalorada.

“Si, si, te voy entendiendo, pero no termino yo de verte en situación”, me dijo mirándome con cara de incrédula.

“A ver no sería, ni mucho menos, para dedicarme a eso, sino por probar una vez”, la dije

“Sí, si Puta por un día. Mira si te parece hacemos una cosa. Tú te lo piensas este finde, y el lunes me dices si te atreves o no, y si te atreves, yo se lo digo al cliente, y si le parece bien…. Pruebas”, me dijo con naturalidad.

“Pufff, no sé yo, pero vale. Te prometo que me lo pienso”, la dije.

Seguimos hablando mientras comíamos de nada en particular, y de todo en general.

Al terminar, nos despedimos quedando en hablarnos el lunes siguiente.

Volví a la empresa pensando en el tema del ejecutivo de banca. Era una locura, pero una puta locura. Y el mayor problema es que lo estaba pensando.

Ya en mi despacho, Inma entró por la tarde, a despachar.

La cabrona se esforzó en mostrarme que no llevaba bragas ni tanga, o sea que sentada, me enseñó el coño.

“Tapate, desvergonzada. ¿Qué quieres que salte la mesa y te lo coma?”. La dije.

“Claro, por eso ‘se me ha olvidado’ ponérmelo”, me dijo con una sonrisa totalmente picara.

“Pues te vas a enterar, porque te lo voy a comer, hasta que te corras como una autentica cerda”, la dije levantándome y cerrando la puerta del despacho con llave.

La cogí de la mano, y me la llevé al sofá. la senté, y me coloqué entre sus piernas. Lentamente la fui subiendo el vestido. Tarde un mundo, sabía que así aumentaría su deseo, su excitación.

Al final llegué a descubrirla el coño.

“Uhmm, que bonito. Ayer no me fijé bien. ¿A ver?”. La dije mientras recorría su raja con un dedo.

“Ohhh, estos dos pliegues, se abren, y aquí, que hay aquí? Una cueva. ¿Pasará algo si meto el dedo en ella?, saldrá una fiera de dentro que me lo comerá? Y si meto la lengua en vez del dedo, ¿También me lo comerá?, la iba diciendo

“TE voy a comer todo, pero mete ya algo” me dijo susurrando Inma.

Acerqué mi boca a su raja. La echaba el aliento, para que notara ya el calor sobre ella. Tenía el coño brillante, señal que estaba empezando a mojarse. Recordé un artículo que había leído hacía tiempo sobre como localizar el punto G en una mujer. Y me dispuse a intentar buscárselo.

Primero la recorrí varias veces la raja con la boca, los labios entre abiertos, que la punta de la lengua fuera resbalando por ellos. Después la abrí con dos dedos los labios

Y la lengua ya recorrió libremente su clítoris, y su vagina, bordeándola con la lengua, incluso introduciéndola un poco. Sacaba la lengua llena de flujo, y la verdad es que no me producía ninguna sensación de rechazo. Al contrario, me estimulaba para que echara más flujo.

Recordé que había que estimular el clítoris, pero indirectamente sin tocarlo de lleno, haciéndole círculos a su alrededor. Desde dentro, había que buscar en la pared frontal de la vagina algo similar a un garbanzo en la parte trasera del clítoris. Y una vez localizado, estimular ambas cosas a la vez, incrementando la intensidad a la vez que la mujer fuera acusando la excitación. Y eso hice.

Fui buscando ese bultito en l aparte de atrás del clítoris, mientras que cogía con mis labios uno de sus labios para añadir un plus más de morbo.

Inma, estaba con la cabeza echada hacia atrás, empezaba a respirar profundamente, señal de que su excitación iba en aumento.

Insistí con paciencia en mis tocamientos, hasta que vi como Inma, empezaba a retorcerse en el sofá. Ahí ya empecé a hacerlo más rápidamente y con ms fuerza. Cambie el dedo por la lengua en el clítoris, y el dedo corazón dentro de su vagina, presionando por dentro en círculos con rapidez.

Empezó a gemir y a respirar entrecortadamente. SE llevaba su mano al pubis, como si quisiera ayudar desde ahí.

La mordisqueaba el clítoris, y mi dedo no paraba dentro de su coño. Se medio incorporó, empezó a tener unas sacudidas rápidas y violentas en todo el cuerpo. Espasmos salvajes, que terminaron con una expulsión de flujo masiva por su coño con una fuerza considerable que, si no estoy hábil y me aparto un poco, me habría puesto perdidita. Ella con la mano en la boca, supongo que para no gritar.

Aun así, siguió contorneándose unos momentos y suspirando profundamente, hasta que se fue tranquilizando.

“Joder Patricia, que corrida más salvaje. En la vida había tenido una así”, me dijo,

No pude por menos que llevar mi boca hasta la suya, y morrearla unos minutos.

CONTINUARA