Empresaria de profesión, puta por vocación - 5

La historia de patricia, una madura empresaria, con unas fantasías sexuales desmedidas

CAPITULO V

CONTINUA LA TERAPIA (I

Aquellos chicos, en vez de brazos, parecían tener tentáculos.

Apenas estuve tumbada en el colchón, las ocho manos se esforzaban en demostrarme el milagro de la multiplicación del pan y los peces, parecían ochenta manos escudriñando cada milímetro de mi cuerpo.

Pronto noté dedos entrando en mi vagina, mi ano, mi boca. Ningún agujero quedaba al margen para aquellos chicos inquietos, y con ganas de follar.

Tenía que resistirme, eso era parte de mi fantasía, una violación entre mis hijos y los amigos, y aunque no era el caso, quería sentirme forzada.

Intenté quitarme manos del medio e incorporarme.

Un sonoro y doloroso bofetón, me hizo tumbarme otra vez.

"Quieta, puta. Tú has encestado, y ahora nos toca a nosotros meterla.

Uno me sujetó los brazos por encima de mi cabeza, mientras el que me había pegado la ostia, se quitaba de una los pantalones de deportes y los calzoncillos poniéndose a horcajadas sobre mí y empezando a restregarse la polla por mis pechos, que aún permanecían semi cubiertos.

El chico no tenía mala polla más grande que la del vejete que había mamado hace un rato y me atrevería a decir que algo más larga y gorda que la de mi marido.

Al final tiro hacia arriba del top sacándomelo por la cabeza. Ahora sí tenía los pechos al aire y los chicos me los estrujaban con violencia.

"No están mal las tetas de la abuelilla esta, ¿eh chicos?", dijo uno haciéndose el gracioso.

"Dejarme en paz", les grité yo, intensificando mis movimientos para liberarme.

"Uhmmm, mala puta", dijo el que estaba sobre mí, soltándome otra ostia que retumbó en todo el bajo.

Notaba el carrillo ardiendo. Dos ostias seguidas habían activado todos los capilares que había en mi cara.

Avanzó un poco sobre mi cuerpo hasta que mis pechos hacían lateralmente tope con sus muslos. Me puso su polla entre medias de las tetas y empezó a hacer la típica cubana mientras con una de sus manos me sujetaba apretando el cuello.

"Así, cerda, todo en tu cuerpo tiene que servir para darnos placer”.

Yo apenas podía emitir alguna especie de gruñido. Bueno realmente apenas podía respirar.

De pronto, otro me giro violentamente la cara hacia un lado y me encontré con otra polla erecta que buscaba con ansiedad mi boca. Me negué a abrirla y el chico me apretó con dos dedos la nariz, hasta que no tuve más remedio que abrir la boca, momento que aprovechó para meterme su polla en ella.

"Venga chupa, abuela. Seguro que a tus hijos les pegas unas buenas mamadas, con lo puta que eres”.

Yo negaba con la cabeza, pero el chico me la cogió con una mano y la empujaba hacia su polla.

Empezó a follarme la boca con fuerza. Mientras el que estaba sobre mí, fue reculando hasta

que llegó a mi coño. Solo le bastó pasar su polla por él,

"Que hija de puta!, Se está haciendo la estrecha, y está chorreando", dijo mientras me la metía sin mediar más comentario.

Aquel debía ser el macho dominante, todos esperan que el copulara para ponerse ellos a la cola para hacer lo propio.

"Uhmmm", decía el chico, "no tienes el coño muy dilatado para la edad que tienes y después de haber parido dos veces', me decía si parar de metérmela y sacármela. Yo seguía luchando cerrando las piernas hasta que sentí como los dos que quedaban me cogía cada uno una pierna y me las abrían hasta formar las piernas una T con mi tronco.

Siguió fallándome ahora ya sin resistencia mientras el otro me follaba la boca cada vez con más fuerza.

El que me la tenía metida en la boca, seguramente por miedo a correrse en ella, me la sacó. Se levantó, terminó de quitarse la ropa que le quedaba, y se dirigió a un armarito que tenían en la pared.

De él sacó, un rollo de cuerda de esparto gruesa, debía de tener al menos 5 o 6 mm de grosor. Es la típica cuerda abrasiva, que, en fricción con la piel, te produce unas buenas rozaduras. Me temí que la iba a usar para inmovilizarme, y no me equivocaba.

Aquel chico debía de haber estado en los boy scout, hacia nudos con una destreza y rapidez endiablada.

Me puso un nudo corredizo en mis muñecas estirándome los dos brazos hacia atrás y pasando la cuerda por una columna que había un par de metros detrás de mí. En el otro extremo de la cuerda, ató una tabla de madera con dos hembrillas cerradas enroscadas en los extremos. La tabla, debía de tener dos metros de largo. Con dos trozos de cuerda, me ató también los tobillos, y me llevó las dos piernas para atrás, hacia mi cabeza, totalmente abiertas atando cada extremo de las cuerdas de los tobillos a las hembrillas de la tabla.

Las tensó de tal forma que mis caderas dejaron de tocar el colchón, levantándose unos centímetros de él. Así tenían mi coño y mi culo totalmente accesibles. El mecanismo que había montado el chico se las traía. Si movía mis brazos, elevaba más mi cadera, y si intentaba bajar mis piernas, estiraba más mis brazos hacia atrás.

De todas formas, el propio peso de las piernas y la cadera tirando para abajo, hacían que mis brazos se estirasen más. No era nada cómoda la posturita, y encima el que estaba follándome no había dejado de hacerlo, y cada envite que pegaba me cerraba más las ataduras de muñecas y tobillos.

Aun llevaba puesta la faldita, que el chico que me follaba utilizaba como riendas para embestirme con máxima fuerza.

Con esos estirones, la falda de los chinos, no tardaría mucho en rasgarse entera, y a ver como volvía yo luego al coche.

El chico empezó a bramar y rugir, como vulgar semental y noté un chorro caliente y fuerte que me llenaba por dentro de la vagina.

Aun estuvo un rato con su polla metida en mi coño, haciendo pequeños movimientos como queriendo asegurarse que ni una gota de su leche, se desperdiciara.

Cuando al final se salió, se tumbó de espaldas a un lado del colchón, aun bufando.

El que me había estado atando, sacó del armario una paleta de ping-pong, de madera, sin goma. Se dirigió hacia mí arrodillándose delante de mi coño. Solo el hecho de verle con la paleta en la mano, había hecho que mi excitación subiera como la espuma.

Empezó a tantear mi culo, palpando con las manos mis nalgas, como si quisiera asegurarse de la consistencia y dureza de las mismas.

Me metió la polla en el coño, y empezó a follarme.

A las cinco metidas, la sacó, y con la paleta, me dio un golpe en las nalgas que retumbo en todo el sitio aquel. Ahora me la metió en el culo. Otras cinco metidas, la sacó y otro golpe en la otra nalga. Repitió aquel ritual, un sinfín de veces. Yo cerraba los ojos, me mordía los labios. A cada golpe, lanzaba un gritito, y a la vez una especie de contorsión con el cuerpo. Los otros sentados alrededor, disfrutaban de la escena. Incluso el que m e había follado, ya había recuperado de nuevo la erección y como los otros se la meneaba sin duda con el objetivo de mantener la erección. Al no se cuantísimo paletazo en mis nalgas, y según me la metía en el culo, note una especie de espasmo en todo mi cuerpo, que me hizo correrme como una puerca.

“Jaja, la gusta que la zurren. Se ha corrido con los paletazos, que putón de abuela”, dijo el que estaba jugueteando con mis dos agujeros.

Tanto juguetear, al final terminó corriéndose también en mi culo.

Los otros dos que aún no había metido nada, empezaron con la tarea, a uno le gustara estirarme, pellizcarme y retorcerme los pezones, mientras me la metía. Me folló por la vagina, y ante tanta espera, y lo que había visto, se corrió en un santiamén

El cuarto, era el más pacífico. Se limitó a encularme, y se corrió en mi culo.

Hacía tiempo ya que mi faldita, había pasado a la historia. Había saltado hecho girones. Ahora solo cabía esperar que mi instructor, actuara como Ángel de la guarda, y me facilitara algo para ir hasta el coche.

Pero aquello aún no había terminado. Yo seguía atada, no sé cómo me iba a poder mover cuando me desataran.

Por otra parte, la vitalidad sexual de los chicos era evidente, y al poco rato ya estaban todos en condiciones de volver a follarme.

Y eso precisamente hicieron, pegaron otra ronda usando mis tres agujeros, boca, coño y culo.

Y los muy cabrones llegaron a decir,

“¿Oye, porque no dejamos a la puta así atada, y esta tarde nos la seguimos follando?

Pero la cordura reino en el más timidillo, que les dijo,

“Oye, ya está bien, la mujer tendrá que volver a su casa a hacer la comida, y esas cosas, ya la hemos follado, que más queréis, ¿secuestrarla?

“No, no claro, vamos a desatarla”, dijo el que más o menos mandaba.

Me desataron las piernas que cayeron al suelo como dos pesos muertos. Prácticamente no las sentía estaban dormidas. Luego las muñecas. El dolor a quitar las cuerdas, era mayor que el tenerlas puestas, parecía como si la cuerda se hubiera fundido con mi carne, y la arrancaran de ella.

Tuvo que pasar un buen rato, hasta que empecé a poder articular mis extremidades.me senté en el colchón, y lo primero que hice fue mirarme tanto las muñecas como los tobillos. Las marcas de las cuerdas eran profundas, muy evidentes. Iba a tener problemas en casa con ellas.

Y no me había visto aún las nalgas, pero por lo que me escocían y dolían, suponían que debían ser un poema.

Me incorporé.

“Tenéis algo para poder sujetar la falda?”, así no me puedo ir”, les dije recogiendo la falda que estaba rajada por la parte de atrás.

“Toma, llévate estos pantalones de deporte” me dijo uno cogiendo unos pantalones mugrientos que había por allí tirados.

Mejor era eso, que ir prácticamente desnuda. El top, había también sufrido, pero se podía sujetar.

“Cómo vuelvo hasta el parque?”, les pregunté.

“Haberte fijado al venir”, me dijo el más borde.

Salí del bajo. Al menos conservaba el móvil. Lo miré. Tenía un sinfín de wasap de mi instructor, preguntándome donde estaba.

“Acabo de salir de donde los chicos esos”, le escribí.

“Vaya, ya era hora perra. Espera que te localizo”, me dijo.

Al momento, me dijo,

“Vale basura, ya te tengo, sigue esa calle abajo y llegaras al parque”.

Así lo hice. El parque a esas horas, estaba vacío, ya era casi la hora de la comida, y menos mal porque aquellos pantalones de deportes, era casi peor que no llevar nada. Se me abrían por la entrepierna, y debía de ir enseñándolo todo.

Tenía hasta la noche, para intentar disimular al máximo las marcas de las cuerdas, y lo que se pudiera notar en el culo, que aún seguía sin habérmelo visto.

Atravesé el parque y llegué hasta la calle del coche. Verlo fue todo un descanso. Al fin podría vestirme y empezar a parecer algo normal.

Cogí la tarjeta de encima de la rueda, y me metí dentro. Hubiera necesitado lavarme entera, pero no tenía donde. Olía a sudor mío al de los chicos, a semen, a coño, una mezcla imposible. Bueno en el despacho tenía ducha.

Aun me escribió el instructor,

“Veo cerda, que vas bien servida, pero recuerda que puedo requerirte día y noche”, me dijo.

“Esta tarde, hablaré con Páez, el psicólogo. Hay cosas por las que no paso”, le contesté.

Terminé de vestirme, y me dirigí a la empresa.

Me dolían las nalgas de los paletazos. Me dolían el coño y el culo, de lo que me lo habían follado. Me dolían los lumbares de la posición que había tenido. En fin, estaba para el arrastre.

Cuando subía a mi despacho, procuré que nadie me viera llegar. Solo mi secretaria, que me miró con cara de pensar, de donde coño sale esta.

Me metí en mi despacho diciéndola que no me molestara nadie.

Y allí derecha a la ducha. Ahora pude verme las nalgas. Las tenía todas azuladas en las zonas donde me había golpeado con la paleta. Me duché, y me volví a vestir. Las marcas de las cuerdas, pese a haber disminuido bastante, aun se podía perfectamente apreciar.

Cuando salí de nuevo al despacho, llamé a mi secretaria,

“Inma, pídeme por favor un sándwich mixto y una coca cola. Ah y cómprame también en la farmacia thrombocid y en los chinos una bolsa de hielo”, la dije.

“Muy bien, doña Patricia, ahora mismo se lo traigo”, me dijo ella saliendo del despacho.

Aquella chica era una joya. Era la típica tumba en todos los sentidos.

Al rato volvió. Me trajo lo que le pedí, y al margen me trajo un paquete con sal gruesa.

“Doña Patricia, le he comprado sal porque es muy buena para los moratones”, me dijo.

“¿Cómo?”, la pregunté haciéndome la sorprendida.

“Sí, si por efecto de ‘alguna caída’, se ha hecho usted algún moratón, la sal también le ayudará”, me dijo con bastante sorna lo de ‘alguna caída’

“Ehh, bueno, sí, pero no puedo ponerme sal ahora, aquí”, la dije.

“Es en el culete, ¿verdad?”, me dijo con una seguridad que me dejó perpleja.

“Pues sí, me he caído de culo, Sí, eso es”, la dije yo ya más segura.

“Bueno, no se preocupe, si quiere ahora en un rato, que se vayan todos a comer, la preparo unos fomentos con agua caliente, que son mano de santo.”

“No, no, Inma, muchas gracias, pero no ya si eso me los pongo en casa”, la dije ya un poco acalorada.

“En serio, Doña Patricia, los golpes cuanto antes se traten, mejor. ¿Que ha sido en una nalga o en las dos?, me preguntó.

“Ehhh, pues la verdad es que en las dos, ¿por?, la pregunté.

“Espere un momento” me dijo saliendo del despacho.

Al momento volvió y traía dos bolsas de plástico, y una toalla. Abrió la bolsa del hielo, y echó la mitad en cada bolsa, cerrándolas después. Las tiró al suelo y las pisó un momento para romper los cubos y hacer el hielo más fino.

“Se levanta, ¿porfa?, me dijo.

No sé muy bien porqué, pero la dejé hacer.

Me hizo una especie de cojín con las dos bolsas, y me dijo,

“Vale ahora siéntese encima, pero con las nalgas directamente sobre las bolsas. Estese así 20 minutos. Y luego la pongo los fomentos”, me dijo saliendo del despacho.

Me subí la falda y me senté sobre las dos bolsas. La verdad es que fue un alivio, y lógicamente el hielo ayudaría a enfriar la zona, y reducir la inflamación.

Pero me había sorprendido Inma, que dispuesta y segura de sí misma se había mostrado. Y estaba dispuesta a ponerme los fomentos. Y para eso tenía que verme el culo al aire. Joder me resultaba morboso, pero no sé si eso estará bien.

CONTINUARA