Empresaria de profesión, puta por vocación - 3
La historia de patricia, una madura empresaria, con unas fantasías sexuales desmedidas
CAPITULO III
EMPIEZA LA TERAPIA
Al llegar a casa mi marido me preguntó,
"Que tal la comida con tu amiga?.
" Bien", le contesté. "Sigue tan loca como siempre. Bueno, aunque divorciada y con un hijo".
Él también la había conocido de joven. Nunca fue santo de su devoción. La consideraba muy libertina, y al marido un petulante. inaguantable.
He de decir, que, al tener dos naves, mi marido solía estar en una y yo en la otra, por lo que había días que solo nos veíamos en casa.
Omití contarle lo de la prostitución de Verónica, igual que tampoco le había contado lo del anónimo que me encontré en la mesa de mi despacho.
Tampoco había que darle todos los detalles. Si no sabría lo mismo que yo.
Después de cenar, vi sus intenciones, jaja. Quería estrechar vínculos. Siempre había cumplido religiosamente con mi marido. Con mayor o con menor agrado, con más o menos interés, pero siempre había estado dispuesta, e incluso alguna vez, yo misma había tomado la iniciativa.
Además, quería saber si las sensaciones que había estado teniendo, seguían produciéndose. Bueno realmente la charla con el psicólogo, no podía haber sido ni mano ni palabra de santo, así es que quería experimentar, si eran hechos puntuales, o algo más.
Procuré entregarme al sexo con todo mi ardor, pero nada. MI cerebro iba por un lado y mi cuerpo por otro.
De verdad que lo intento, pero al final tengo que recurrir a mis fantasías para poder terminar medianamente bien. Y siempre el mismo tipo de fantasía, situaciones humillantes, vejatorias para mí. Solo me quedaba esperar que el bueno del psicólogo pudiera hacer algo por cambiar el funcionamiento de mi cerebro, aunque si he de ser sincera, no tenía muchas esperanzas.
A la mañana siguiente al levantarme, me vinieron todos los pensamientos de la noche anterior.
Me metí en la ducha, pensando en que tenía que llamar al psicólogo para acortar la espera hasta que me pudiera dar un tratamiento. Aquello me estaba superando. Me he cuidado muy mucho de dejar las puertas cerradas, y de no bajar a desayunar hasta estar totalmente vestida, para evitar más situaciones comprometidas con mis hijos o la chica.
Me fui para mi empresa, y en el camino, llamé a la consulta del psicólogo.
“Hola, buenos días, soy Patricia Fernández, querría hablar con el Sr. Páez, el psicólogo”, le dije a al auxiliar que atendía el teléfono”.
“El psicólogo no ha llegado todavía. No tardará, pero no se preocupe que le dejo nota para que la llame en cuanto llegue”, me contestó.
“Si, gracias se lo agradeceré”, la contesté colgando.
Cuando llegué a mi despacho, buenas noticias, se habían incorporado las que estaban de baja por enfermedad, con lo que ya bajaría el trabajo para todas. El volumen agobiaba, y más, el no tener la costumbre de hacer determinadas tareas todos los días.
Pero el bueno del psicólogo, me iba a buscar entretenimiento.
Al poco de llegar, me llamó al móvil,
“Doña Patricia?, soy Páez, el psicólogo, quería saber si os podemos ver ahora por la mañana”, me dijo.
“Sí claro, sin problemas”, le dije, “¿Tiene ya una solución a mis problemas?”, le pregunté.
“Puedo tenerla, me contestó él, pero mejor se lo comento en la consulta”, me dijo.
“Ok, pues en 30 minutos estoy ahí”, le contesté.
Le dije a mi secretaria que tenía que salir, y que no sabía el tiempo que estaría fuera.
Cogí un taxi, y me fui para la consulta del psicólogo.
Cuando llegué la auxiliar, me pasó directamente a la consulta.
“La está esperando”, me dijo.
“Gracias”, la dije siguiéndola.
Páez, se levantó y me dio la mano,
“Buenos días doña Patricia. Tome asiento, por favor”, me dijo cortésmente.
“He estado interesándome por su caso, e incluso comentándolo con algún colega, eso sí dentro de la más absoluta discreción. Todos hemos coincidido, que dado la variedad de filias, y la diversidad entre ellas, el mejor tratamiento es una terapia de choque, es decir hacer que usted se enfrente a todas y cada una de sus filias. Ya sé que usted dirá que no sabría cómo hacerlo, por eso también le voy a ofrecer la forma de hacerlo.
Hay una especialidad en la psiquiatría, que es la de Instructor de conductas humanas . Las personas que estudian esta especialidad, tratan mediante determinados métodos de readaptar la conducta humana a lo que se considera una conducta normal.
Lógicamente cada caso es distinto, porque cada persona precisa de una readaptación distinta, por eso intervenimos los psicólogos, para orientarles y asesorarles sobre cada paciente.
Problemas. Estos instructores, pueden ser personas duras, ariscas, que tengan que emplear muchas veces métodos que los pacientes consideren excesivos, o inadecuados, pero que consideramos son los mejores para ellos. En algunos casos, llegan a desempeñar el papel de Amos, con una relación de Dominación y sumisión.
Usted, doña Patricia, debe estar totalmente convencida de que desea emprender este camino, que conllevaría ser una fiel servidora de este instructor.
Por otra parte, no es un tratamiento barato. El instructor en ocasiones, precisa de una logística, que lógicamente se le carga al paciente, por supuesto debidamente documentada.
En fin, no sé si tiene que pensárselo, si tiene ya una idea clara….”, terminó diciendo me Páez.
“¿De qué dinero estamos hablando?”, le pregunté.
“Pues en su caso, yo las tres filias, y media, yo calculo que entre tres y cinco mil euros.”, me contestó.
“Ah, bien, no es una cifra muy importante, porque como es lógico no quiero que mi marido se involucre de ninguna forma en esto”, le dijo.
“Bien, ¿entiendo entonces que está interesada en el tratamiento?”, me preguntó.
“Así es le dije. ¿Cuándo podríamos empezar?”, le dije.
“Pues por mí empezamos ya”, me contestó.
“Le voy a facilitar su número de móvil al Instructor. Él se identificará como tal como el Instructor, y le transmitirá sus primeras instrucciones en esa conversación telefónica. Él puede requerirla a cualquier hora del día o de la noche, y siempre tiene que estar dispuesta, igual que aguantar el trato que el crea conveniente darle. ¿Alguna pregunta?, me dijo Páez.
“Le podría hacer mil preguntas, pero lo que quiero es empezar ya”, le dije.
“Bien, cualquier queja, comentario o lo que sea, directamente a mí nunca le diga al instructor si algo no le gusta o si tiene queja de algo”, ¿entendido?”, me pregunto.
“Tenga”, me dijo dándome una tarjeta con un número de cuenta bancaria. “Hoy mismo debe hacernos una trasferencia de 1000 euros para hacer frente a los primeros gastos y a medida que sea necesario reponer dinero se le solicitaran las cantidades necesarias”, me dijo levantándose y estrechándome otra vez la mano despidiéndose.
Salí de la consulta, pensando donde coño me había metido. Aquellos tíos me podían sacar todo el dinero que les diera la gana, pero bueno habría que confiar que no fueran unos estafadores.
Llegué al trabajo y me puse a resolver los asuntos que tenía pendientes. Tenía el móvil encima de la mesa, para que no se me despistara si me llamaba el instructor. Estuve un buen rato resolviendo papeles.
Habían pasado casi dos horas. Pensé que aquello iría más rápido, pero no llamaba nadie. Pensé, ya verás cómo al final es una estafa, y me quedo sin dinero.
¿Sin que dinero?, pensé. No había hecho la transferencia, que me había indicado Páez. Me apresuré a hacerla por internet.
A los cinco minutos de realizar, sonó el móvil.
“Sí”, contesté.
“Doña Patricia Fernández?, soy el instructor”, me dijo una voz.
“Si, yo soy. Dígame”, le contesté.
“Bien, a partir de ahora, serás perra del instructor, basura del instructor, mierda del instructor. ¿Has entendido basura?
“Eh?, creo que sí instructor”, le respondí sobre cogida de aquel trato. Pero ya me había avisado Páez.
“Bien perra, yo te voy a dar una serie de instrucciones. Casi nunca estaré presente. La idea es que te enfrentes tu sola a tus filias. Pero te estaré observando. Siempre estaré viendo lo que haces. Y empezamos ya.
Ves, basura, al Parque del buen descanso. Te mando ahora por wasap las coordenadas. Lleva solo contigo el móvil y un paquete de clínex de bolsillo.
Como iras en coche, como buena mierda que eres, deja en él, el bolso, y cámbiate de ropa. Las llaves las dejas cuando salgas sobre una de las ruedas del coche, sin que te vean.
Para en un chino, y cómprate una minifalda que te tape estrictamente el culo, y unas medias de rejillas, y un top que cubra tus tetas. Sin ropa interior. Vamos cerda, ponte en marcha. Cuando estés allí te daré instrucciones.”
“Sí, señor instructor”, le dije.
Me fui hacia mi coche. En el camino recibí las coordenadas. Había dos, una que cuando las alcancé eran las coordenadas de la tienda de los chinos y unas segundas que serían del parque.
Me baje en los chinos. No tuve que buscar la ropa. Me dijo el chino cuando entre,
“Tu eles, pela del instluctol?
Asentí con la cabeza.
“Toma esto pala ti”, me dijo dándome una bolsa.
Hice intención de pagarle.
“no, no, pela. Ya pagal instluctol.
Pues mira que bien. El insluctol, estaba en todo.
Cogí la bolsa y salí de la tienda metiéndome en el coche, y conduciendo hasta la nueva coordenada.
Al llegar al parque, obedecía las instrucciones del instructor. Me quité dentro del coche toda la ropa y me puse la que había en la bolsa, que efectivamente era la mínima expresión de ropa. Cuando terminé, salí del coche, con el móvil, y un paquetito de clínex que siempre llevo en el coche, y deje la tarjeta de apertura y arranque del coche, sobre la rueda delantera derecha, una vez comprobado que nadie me miraba.
Me encaminé hacia el parque y me llamo,
“Bien, basura, yo ya te he visto el culo, mientras dejabas las llaves en la rueda. Ahora entra en el parque. Veras tres caminos. Sigue el del centro como unos 100 metros. Veras un banco con dos vejetes sentados. Te sientas en el banco de enfrente, y esperas instrucciones”, me dijo.
Instintivamente me volví hacia la zona donde me podía haber visto el culo según dejaba las llaves. Evidentemente no vi a nadie.
Entré en el parque y me dirigí hacia el camino central. Anduve los 100 metros más o menos que me dijo y vi a los dos hombres sentados, seguramente hablando de sus cosas, aunque al verme llegar, dejaron de hablar de lo que fuera y seguro que su tema de conversación era la puta esa acaba de llegar.
El banco justo en frente de ellos estaba como a 3 metros de distancia. El instructor, empezó a mándame wasap.
“Cerda, haz que lees en el móvil, y juega con tus piernas, cruzándolas y descruzándolas. Llama la atención de los dos. En un momento dado abre las piernas más de lo normal para que pueda apreciar bien tu raja”, me dijo.
Yo así lo hice. Miraba de reojo a ver si ellos miraban, y la verdad es que hasta que no separé las piernas no vi como uno de ellos se percató, y le dio con el codo al otro en el brazo para que mirara también.
“Sigue así, cerda, no cierres las piernas, estos dos caballeros están apreciando, lo puta que eres. Ahora quiero que interactúes con ellos. Bueno con él que hay uno que se va”, me dijo.
Efectivamente vi que uno se levantaba y se iba, pero el otro seguía sentado y mirando mi entrepierna. Y yo venga a mirar a ver si veía donde coño estaba el instructor, sin ningún éxito.
“Perdón, señor Instructor, ¿a qué se refiere con que interactúe?, le pregunté.
“Acércate a él con la disculpa que quieras que pueda verte más de cerca, y enséñale lo que quiera ver, si es que quiere ver algo, cerda”, me dijo.
Me levanté, la falda la tenía al ras de mi coño, ande hacia él y le pregunte
“Perdone, señor, ¿sabe usted de algún baño cerca? Necesito urgentemente uno”.
“El más cercano esta en la otra parte del parque, lejos si es una urgencia”, me dijo.
“Vaya, ¿me puede usted hacer el favor?, me hago pis, y no llegaría hasta el baño. ¿Podría usted cubrirme mientras lo hago aquí mismo detrás de esos arbustos?, le pregunte.
Él se quedó boquiabierto, así que tuve que le animé diciéndole,
“Será muy rápido, solo para que no me vea nadie que pase”
“De acuerdo, no parece que haya mucha gente paseando, pero te avisaré si veo venir a alguien”, me dijo.
“Perfecto” le dije.
Me aproxime hacia el arbusto y me coloque de tal forma que él me viera perfectamente mientras que yo quedaba algo tapada del camino de enfrente. Me subí la falda, mirando hacia él para que pudiera verme bien todo el coño. Aquí el ya perdió la vergüenza y no me quitaba el ojo de encima, creo que lo de vigilar si venia alguien se le olvido por completo. Me agaché y me puse a hacer pis. Yo también le miraba a él y la verdad es que me empecé a excitar con la situación.
CONTINUARA