Empresaria de profesión, puta por vocación - 20

La historia de patricia, una madura empresaria, con unas fantasías sexuales desmedidas

CAPITULO XVII

CHACHA DE MI CHACHA Y MI MARIDO (2)

Mis manos fueron poco a poco acompañadas por mi boca, que lamia y recorría la piel joven y tersa de Altagracia. Seguro que ella no se había visto en otra igual en su vida. Estaría acostumbrada al que hacer de los hombres, que por regla general perdían poco tiempo en preámbulos, yendo directos al grano.

Yo estaba dispuesta a demostrarles, que había otros caminos. Mi boca poco a poco se iba acercando a sus ingles. Yo la iba echando el aliento, para que notara la zona donde iba a recibir mi boca. Sus jadeos fueron incrementándose de intensidad y frecuencia a medida que me iba a cercando a su coño.

Incluso Víctor se separó un poco de ella, para dejarla más sitio y para poder ver bien la comida de coño que se avecinaba. Una vez que lo tuve delante mío, intensifiqué mis exhalaciones de aliento como señal inequívoca para ella de que iba a llegar a su raja. Ahora se cogía las tetas cada una con una mano, apretándoselas, dejándose hacer.

Pero como no, uno de los invitados tuvo que tener sus minutos de gloria, y echó lo que le quedaba de cava en su copa, sobre el pubis de Altagracia.

No me quedaba otra que esmerarme en recoger la mayor cantidad y lo antes posible con la lengua, para que no llegara al sofá. Altagracia ante el frescor del cava, sobre su coño, y luego la acción de mi lengua sobre él recogiendo el cava, cambio bruscamente los jadeos por gemidos. Una de sus manos se tocaba el pubis encima del clítoris, como si quisiera ayudar a correrse, y la otra mano, me sujetaba la cabeza pegada a su coño, para que no la apartara ni un milímetro.

Pero yo no tenía ninguna intención de apartarla, y empecé a comerla, literalmente, el clítoris. Se lo succionaba con la boca, y cuando lo tuvo bien hinchado y fuera, se lo cogí con los dientes dándoles suaves mordisquitos, prácticamente que notara solo los dientes sobre él.

Empecé a ver como de su coño emanaba un flujo, blanco, espeso, que iba resbalando a su periné. Dejé que llegara hasta el ano, y una vez en él lo cogí con la punta de mi lengua, y lo fue subiendo hacia arriba, como si quisiera devolverlo al coño. Se lo repetí varias veces, con mi lengua cada vez haciendo más presión sobre su ano.

Altagracia, se empezaba a retorcer. Arqueaba las caderas, como queriendo ofrecerme una zona más amplia y clara para que lamiera. Una de las veces que le lamía el ano, hice intención de penetrarlo con mi lengua, la puntita…

Altagracia, se mutó. Empezó a emitir unos ronquidos parecidos a los de un ogro en el fondo de una cueva. Me agarró con fuerza del pelo, y empezó a gritarme,

“Si, zorra, si cómeme el culo. Fóllamelo con tu asquerosa lengua de puta, vamos guarra, sigue, sigue sigue...”

Los tres tíos se meneaban la polla con ganas, viendo la escenita, yo creo que debí de dejar un charco en la alfombra, pero era evidente, que la putita estaba a punto de correrse, así es que le metí los dedos en el coño, y la masturbé con ganas, una vez más buscándola el punto G, hasta que emitió una especie de aullido bajo pero constante, que dura una enormidad, con el cuerpo totalmente arqueado hacia arriba, y echando una gran cantidad de flujo por su coño. No salió con mucha fuerza, pero si hubiéramos puesto una copa de cava, bajo su coño, se habría llenado sin problemas más de la mitad.

Lejos de pararme, seguí masturbándola y comiéndola a la vez el clítoris con la boca, me sujetaba la cabeza con fuerza. Movía la suya como una loca a ambos lados, y con la otra mano, daba golpes a la pierna de Víctor, que era la que tenía más a mano. Respiraba super agitadamente, los invitados no pudieron más, la cogieron en volandas y uno se la sentó encima metiéndole de golpe la polla en el coño. Empezó a moverla para que le cabalgara.

Altagracia, no sabía dónde estaba, se movía por instinto aún bajo el influjo de su orgasmo anterior. El que la follaba, jugaba también con un dedo en su ano. Al estar húmedo de su propio flujo y de mis lamidas, no le costó nada meterle el dedo. Aprovechaba el propio movimiento de la chica subiendo y bajando, para que su dedo hiciera el mismo recorrido en su ano.

Víctor, por su forma de reaccionar, supongo que había intentado encularla ya en alguna ocasión, y no lo había conseguido, porque al ver al otro con el dedo metido en su culo, debió de pensar que donde cabe un dedo cabe una polla. Le hizo una seña al amigo para que se tumbara, Altagracia, lógicamente lo siguió, y le dejo todo el culazo, porque tenía un culazo considerable, a la merced de Víctor, que se apresuró a colocarse detrás, colocarle la polla en el ano, y en dos intentos, se la clavó.

Ella gritó un poco señal de que efectivamente no lo había hecho antes, pero tampoco hizo mucha intención de quitarse. El otro invitado, aprovecho para darle su polla a mamar, y así en un voleo, la buena de Altagracia tenía tres pollas dentro de su cuerpo.

Además, el que la follaba no usaba condón, pero ella no se había dado cuenta de nada, ni de eso ni de que la habían enculado, solo jadeaba, gemía, y mamaba.

Yo, miraba la escena, tocándome también como una desesperada. Me corrí tres veces, mientras que los tres hombres estuvieron follando a Altagracia. Los tres pasaron por sus tres agujeros, y luego cada uno se corrió donde quiso o pudo, pero al menos una corrida dentro del coño se llevó.

Cuando terminaron los cuatro se tumbaron exhaustos en el sofá. Yo, entendí que, con aquello, terminaría la juerga. Pero una vez más me equivocaba.

Permanecieron más de 10 minutos como si se hubieran dormido todos. Allí nadie decía nada, ni pedían de beber, nada.

Uno se levantó para ir al servicio, supongo que, a orinar, pero volvió y siguió tumbadazo.

Poco a poco se fueron espabilando. Los tres tíos, que, pese a su agotamiento físico, sus pollas seguían con la máxima erección fruto sin duda de la viagra. La que estaba “apagada y fuera de cobertura”, era Altagracia, que estaba tumbada, y supongo que al menos adormilada.

Víctor me dijo,

“Chica, ¿no ves que estamos secos?”.

Serví de nuevo las tres copas. Altagracia, seguía ausente.

Víctor me hizo una seña de que empezara a mamar pollas. Lo hice por orden, y el del medio era él. ¿Osaría mi señor a permitirme que le mamara la polla?

Se la mamé al primero, haciendo alarde de mis facultades de “Garganta profunda”.

Se la mamé hasta que entiendo pensó que se correría si seguía, y me dijo,

“Para, y al siguiente”,

Pase a la de Víctor, que lógicamente no tenía ningún secreto para mí. Le miré descarada mientras se la mamaba, y pronto me paso al siguiente, al que mamé igualmente hasta que me dijo que bastaba.

Me reclamo de nuevo el primero, pero ahora me dijo que me sentara a horcajadas sobre su polla. Le estuve cabalgando un buen rato, hasta que me pasó a Víctor. Igualmente le cabalgué hasta que me pasó al siguiente, cabalgándole igualmente hasta que me dijo de nuevo basta.

Volví al primero que esta vez me la metió por el culo, y le cabalgué hasta que se me corrió dentro. Repetí lo mismo con Víctor, y con el último.

Para entonces, Altagracia ya se había espabilado y contemplaba entretenida la escena viéndome saltar como loca de polla en polla. Cuando terminé con el último, me dijo,

“Chica, sírveme una manzanilla, tanto cava me ha sentado mal”

Me fui a la cocina a preparar la manzanilla a la señora, y aproveché también para pasar por el baño y vaciar mi culo de semen.

Le llevé la manzanilla a la señora, que ya estaba otra vez activa, y la estaba follando uno de los invitados.

Comenzó otra vez un carrusel de folladas, que nos mantuvo despiertos hasta las 5 de la madrugada.

Los señores durmieron en mi cama de matrimonio, y yo con los dos invitados en el salón. Ignoro si dormida me la meterían más veces. Yo llegué un momento en que me dormí tan profundo, que solo me desperté, ante los meneos del señor, que me decía.

“Vamos chacha, espabila, que tienes trabajo”,

Como buenamente pude, abrí los ojos. Ni idea de que hora era, pero aparentemente los invitados ya se habían ido.

Hice intención de irme al baño a darme una ducha.

En ese momento, apareció Altagracia, vestida como si de una princesa se trata de cuento de hadas, y me dijo,

“Chica, ponte cualquier cosa, y mete en una bolsa tu uniforme o lo que quede de él. Vamos a irnos de paseo”.

“Sí señora”, la contesté.

Mira que bien. Me llevaban de paseo, aunque el uniforme en una bolsa, no me tranquilizaba en exceso. Sería para ponérmelo, y ¿dónde querrían que me lo pusiera?

Bueno, decidí no adelantar acontecimientos, y dejar que las cosas siguieran su curso.  Ellos estaban haciendo bien su papel, y yo no iba a defraudarlos.

“Cuanto más hortera te vistas, mejor, y sin ropa interior”. Me dijo la señora.

Me puse unos vaqueros, que además tenían varios usos, y los tenía para lavar, y arriba una camiseta ajustada. Unos zapatos, y metí el uniforme en una bolsa. Solos las medias horteras, estaban con más carreras, que un gran premio de Fórmula 1, y las bragas pololo, sucias lógicamente después de la noche anterior.

Salimos los tres.

Para mi mayor humillación, me crucé con una vecina, que me vio a mí de esas guisas, y a Altagracia como si fuera la reina de java. Nos saludó con una sonrisa, que, pese a que no tenía ni idea de lo que sucedía, sin duda la hizo gracia ver la escena.

Nos montamos en el coche, y arrancamos. Conducía Víctor, y Altagracia iba a su lado, y yo detrás.

A lo que luego comprendí que era medio camino, Altagracia, me habló,

“Chica, hoy vamos a pasar el día con una familia, muy entrañable para mí, más que nada porque es mi familia. Como ya sabes, mi padre y mi madre, son mayores, y mi hermano, no ayuda mucho en casa. Por eso he decidido que te cederé hoy todo el día para que limpies bien su casa”.

“Si señora, como desee”, la contesté, “pero no le parece que el uniforme es un poco indecente para la edad de sus padres?”

“Tú no pienses, chica, que te va a dar algo de tanto pensar. Yo sé lo que tengo que hacer”, me dijo cortante.

Nos metimos en un barrio de las afueras, de casas humildes, la mayoría casas bajas y de una fabricación dudosa. Al final nos paramos delante de una de ellas, a indicaciones de Altagracia.

“Aquí es”, dijo.

“Bien, ¿a que hora vuelvo a buscaros?”, la preguntó Víctor.

“A las 21 horas, y tráete lo que hablamos”, le contestó ella.

“Si, cariño, así lo hare”, le dijo.

Salimos del coche, Altagracia y yo. Ella llevaba una bolsa que sacó del maletero del coche, que me parecieron productos de limpieza.

Según el reloj, del coche, eran las 10:25, o sea que había casi 11 horas por delante. Como estuviera las once horas limpiando, iba a terminar hasta el chichi de hacerlo, aunque estas casas no podían ser tan grandes como para necesitar una limpieza tan prolongada.

Altagracia, llamó al timbre. Al momento abrió una mujer con el pelo canoso, recogido en una coleta, hecha sin ningún cuidado. Dio dos besos a la hija, y refiriéndose a mí, dijo,

“Esta es la que has traído para limpiar?, podías haberla buscado más joven”, la dijo.

“Mama, es lo que he encontrado, tampoco hay tantas dispuestas a hacer un servicio así”, le contestó Altagracia.

“Vale, vale, se te ve muy bien, muy guapa, veo que te tratan bien, en casa de los pijitos”, le dijo la madre.

Altagracia me miró sonriendo.

O sea que éramos los pijitos. Entre eso, y la buena señora, llamándome vieja, la estábamos liando.

Me llevó directamente al baño. Un baño.

“Ponte el uniforme. Cuando estés ves a la cocina, y no tardes”, me dijo.

Bueno pues nada, vuelta a la camisetita, a las bragas-pololo, a las medias horteras, y a la falda cinturón.

Cuando estuve lista, salí del baño, y me dirigí hacia la cocina. Bueno más bien a buscar la cocina. Como era de esperar, me equivoqué, y me metí en lo que sin duda era el dormitorio.

Tumbado sobre la cama estaba, lo que sin duda sería el padre de Altagracia, un vejete de muchos años, pero con pinta de tener muchos más. Con la piel tremendamente arrugada por el sol que sin duda le habría dado de joven en algún trabajo agrícola, casi sin pelo, y sin dientes.

Cuando me vio, balbuceo algo como,

“Tú de donde te has escapado”, le entendí.

“Soy la que ha venido a limpiar”, le dije.

“Ahhhh”, contestó el.

Salí de la habitación. La puerta siguiente era la cocina. Allí estaban Altagracia y su madre, que habían sacado todos los productos de la bolsa, y los habían puesto sobre una mesa más vieja que la mami.

“Válgame Dios y la virgen maría, vaya pintas que se ha puesto la limpiadora. Cuando la vea tu hermano, vamos a tener que atarle, jaja”, reía la madre, que, al hacerlo, se le movían las dentaduras.

“Bien chica”, me dijo la mami, “empieza por aquí. Tiene bastante grasa, pero como ves, somos mayores y no estamos para subirnos a escaleras. Cuando este reluciente, me avisas para que la revise”.

Pues que bien.

Como no me quedaba otra, me puse manos a la obra. La cocina tendría como seis metros cuadrados. Era chiquitísima, pero por lo que se veía en los azulejos y en la cocina, no la habían limpiado en la vida.

Al menos Altagracia, había sido delicada, y me había traído unos guantes de goma para fregar.

Había amoniaco, que sin duda es lo mejor para la grasa. Lo mezcle en un barreño que había en la cocina, con agua. Abrí de par en par la ventana de la cocina, por la toxicidad del amoniaco. No había escalera, así es que me subí a una silla, que la verdad me dio que dudar sobre su estabilidad, y empecé a frotar las paredes con un bayeta. La verdad es que la mezcla de amoniaco y agua era mano de santo. A cada paso que pegaba por los azulejos, me llevaba con la bayeta toda la grasa de la zona. La cocina era muy pequeña, así es que no tardaría mucho en limpiarla, aunque tenía que parar de vez en cuando para ventilarme en la ventana, ya que el amoniaco se me metía hasta el cerebro.

En una de esas, entró la mami, y me pillo en la ventana.

“¿Tú que haces mirando por la ventana, en vez de estar limpiando?”, me dijo.

Intente explicarla el motivo, pero le dio igual. Se quitó la zapatilla, me subió la falda, y me dijo

“Bájate esa tontería que llevas puesta”.

Me bajé las bragas, y me dio 10 azotazos con la zapatilla, que me dolieron bastante porque los daba con ganas. Cuando terminó me dijo,

“Dame eso”, señalándome a las bragas.

Terminé de quitármelas y se las di.

“Me da la impresión de que voy a tener que usar la zapatilla más veces, así es que estarás mejor sin esto”, me dijo, mientras me las tiraba en el barreño del amoniaco y el agua.

“Ahora puedes usarlas también como bayetas”, me dijo.

Bueno pues ahora ya estaba limpiando con el coño al aire. Mas ventilado.

En poco más de 45 minutos, había terminado de limpiar todos los azulejos de la cocina.

Entre los productos de limpieza, había un limpiador con esponja blanco. De los de aplicar en las uniones de los azulejos, para devolverles el aspecto del primer día. Como no estaba segura de que fuera para allí, salí para preguntarle a la madre.

Estaba en el dormitorio con el padre.

“Señora, ¿quiere que le dé también blanco a la junta de los azulejos?”

“Claro, estúpida. Una cocina limpia es una cocina limpia del todo. ¿Ya se puede respirar?”, me preguntó.

“Sí, si señora. Ya casi no huele a amoniaco.”, la dije.

Bien pues prepárele el desayuno a mi Nelson. Café con leche descafeinado y desnatada la leche y hazle unas tostadas. Cuando esté listo me avisas.

CONTINUARA