Empollando en la biblioteca (1)

Ella iba a la biblioteca a estudiar, pero con un poco de suerte y un pequeño chantaje logré ser yo quien la examinara. Y bien profundamente...

Empollando en la biblioteca (I)

Si hay algo que sé que no echaré de menos de la vida universitaria son las épocas de exámenes. Semanas y semanas empollando como un cabrón, devorando temas a contrarreloj, estudiando mañana y tarde e incluso, cuando llevas alguna asignatura especialmente mal, quitándote horas de sueño para hacer un esfuerzo extra. Es extenuante. Para colmo de males, me declaro incapaz de estudiar en casa, no puedo estar sentado delante de los apuntes teniendo el ADSL, los tebeos y la Play al lado, soy incapaz de resistirme a la tentación de tomarme un descansito cada cinco minutos. Y así no hay forma, claro. De manera que por estas fechas me obligo a madrugar y estar bien tempranito en la facultad para poder pillar una mesa en la biblioteca y quedarme allí prácticamente todo el día. Pero aunque estudio Informática prácticamente nunca me verás allí. Oficialmente la evito para no encontrarme a un coleguita cada dos pasos, que te paras a hablar con unos y con otros y cuando te quieres dar cuenta ya has echado la mañana, pero ahora aprovechando el anonimato puedo confesar que hay otra razón de peso. Informática es… un huerto de nabos. Cuatro tías mal contadas y la mitad feas de cojones.

Aún peor, cuatro tías feas rodeadas de frikis pajilleros que le tirarían los tejos a un cactus con tetas, con lo que además de feas, creídas. Lo puto peor. Yo, ya que tengo que pasar todo el día fuera de casa, al menos me busco un entorno visualmente más acogedor. Turismo siempre ha tenido una bien merecida fama de tener las tías más buenas de toda la universidad. En ningún otro sitio he visto yo a una alumna aparecer por clase con un vestido de fiesta luciendo escote de palabra de honor. La carrera que me di hasta las barandillas de planta alta cuando la vi aparecer por el pasillo, un festín para los ojos. En Derecho hay menos calidad pero la mayoría van de pijas y eso siempre da morbo, no puedo evitar fantasear con encular brutalmente y sin vaselina a esas estiradas que van en traje de chaqueta mientras les pido a gritos que me llamen rojo. En Psicología puedes encontrar un buen puñado de hippies sentadas en el césped, compartiendo un canuto, si es que te van esas cosas. Por una parte lo del amor libre, si aún se lleva, tiene que estar bien pero por otra pienso en sobacos peludos y piernas sin depilar y se me va toda la líbido… En fin, a estas alturas ya os habrá quedado claro que soy un poco mirón, ¿no?

Últimamente me ha dado por irme a Económicas. Ya lo dice el refrán, "el que vale, vale, y el que no, a Empresariales". Y con lo histéricas que se ponen casi todas las tías antes de un examen no es de extrañar que las carreras más fáciles estén a reventar de niñas. Perdonadme este pequeño arrebato machista, sólo hablo desde mi experiencia y reconozco que hay muchas excepciones, pero si no hay casi tías en las ingenierías será por algo, ¿no? La cuestión es que estoy echando allí más horas que en ningún otro sitio y, aunque estudio un montón, también tengo que forzarme muchas veces a bajar la vista hacia los papeles y no dejarla vagar por ahí porque… Dios bendito, la de tiarronas que entran y salen constantemente por las puertas de esa biblioteca es algo fuera de lo normal. También hay callos, claro, pero es que a ésas ni las registro en mis retinas. La percepción es un proceso curioso. Yo me pongo en una mesa mirando hacia el pasillo y a disfrutar del espectáculo.

Así es que ando cachondo todo el día. Por una parte que llega el veranito, y las niñas guardan los jerseys en lo hondo del armario y se me visten, con perdón, de putas. Que a mí me parece bien, pero la moda ésa de ponerse pantalones superbajos de cadera e ir enseñando el elástico de las braguitas o directamente las tirillas del tanga me pone bien berraco. Y esas camisetas apretadas o los escotazos que te dejan ver media copa del sujetador. O si tienen las tetitas pequeñas las que directamente no llevan sostén y van marcando pezón, dejándote adivinarlo todo. ¿Y la guarra que se quitó un día la camiseta y se puso a estudiar con la parte de arriba de un bikini de triangulitos? Daban ganas de levantarse y meterle directamente la polla en la boca. Por esta época del año siempre me pregunto dónde coño se esconde tanta tía buena durante el invierno.

Luego está el estrés acumulado, que mientras más estudias más te agobias y yo por lo menos me lo alivio pajeándome a cada ocasión que tengo. Me desahogaría con la novia pero hace unos tres meses que no tengo, la dejé entre otras cosas porque después de casi un año seguíamos follando tan poco y tan mal como desde cuando me dejó que la desvirgara, promesa de pedirle algún día en matrimonio mediante. A estas alturas de la vida es alucinante. Seguro que ahora se emputecerá con su nuevo novio, quien se la follará de todas las maneras mientras que a mí no me dejaba ni que le comiera el coño con tal de no tener que corresponderme luego. Zorra ingrata. No os dejéis engañar por lo que leéis en estos relatos, desvirgar a una tía, a poco que te importe no crearle un trauma, es una experiencia de lo más frustrante, todo son caras de dolor, lagrimitas y susurros de "sácala, otro día lo volvemos a intentar, me duele demasiado", "déjala quieta, a ver si pasa" o "muévete un poquito pero lento". Y así no hay quien se mantenga empalmado, joder.

No es que yo tenga un pollón descomunal. Nunca me he duchado en un gimnasio y de chico no me iba a casa de ningún amigo a pajearnos con una porno (nos las dejábamos y cada cual se la pelaba en su casa, como Dios manda) así que no puedo comparar muy exactamente, y lo de ir con el metro de costurera a medírtela, además de un poco ridículo, me parece bastante inútil porque no he visto dos estadísticas de tamaño de pollas que den los mismos resultados. Por lo que veo en las pelis y lo que escucho de los colegas, creo que la tengo un poco grande, sin llegar a gastar un trabuco como el de Rocco, pero algo superior a la media. Las pocas chicas con las que he tenido el placer de retozar siempre han alabado a primera vista su grosor, aunque sospecho que lo de "eso no me va a caber aquí" es un poco de teatrillo para engordar… nuestra autoestima, pero juro que a mi ex no se la podía meter a fondo porque le rozaba el cuello del útero y le dolía horrores. Claro que ella era bastante más bajita que yo pero aún así. Por lo demás no soy especialmente guapo ni feo, tengo un cuerpo del montón tirando para sedentario y ligando en los bares soy un desastre, así que cuando me pasó lo que ahora os voy a contar llevaba dos meses y pico sin pillar ni un triste muerdo y como tres semanas más sin meterla en caliente. Desesperado iba yo, por las paredes me subía.

No es de extrañar entonces que en pocos días ya hubiera catalogado a la mitad de las chicas asiduas de la biblioteca. Saber no me sabía el nombre de prácticamente ninguna, ni había hablado jamás con ellas, que no me parece un sitio muy propicio para acercarte a una niña que no conoces de nada, por lo que no sabes ni siquiera si tiene novio, y que además lo que quiere es empollar a gusto, no aguantar moscones (si alguien tiene alguna técnica genial para estas situaciones que quiera compartir conmigo, adelante), pero las conocía a todas de vista. Todas las que me gustaban, al menos. Sabía cuál había faltado a clase y cuál no, a qué hora solían llegar e irse, la ropa que me gustaba que llevaran y, de las más atrevidas, incluso la lencería suya que prefería, que cuando se tienen que agachar a coger algo a muchas se les acaba viendo hasta la etiqueta de Women’s Secret.

Mi preferida era sin duda una a la que llamaba "la rubia de las gafas", aunque escuchando alguna conversación de refilón averigüé que se llamaba Emilia, Emi para las amigas. Me ponía la tranca como un castillo la hija de puta, no porque fuera la más guapa ni la que estuviera más buena, que no lo era, pero sí que era la que más morbo me daba de todas. Se parecía mucho a mi ex, lo que no quiere decir que me gustara por eso sino más bien al revés, tanto ella como la rubia de las gafas son exactamente el tipo de mujer que me pone a cien. Rubias, bajitas, de piel clara, con las tetas medianitas, bien tiesas, un pandero al que poder meter cachetes cuando las pones a cuatro patas y sobre todo una boca grande, con una sonrisa bonita y unos labios un poco reventones, idóneos para que te rodeen el capullo con ellos, sus caras delicadas me daban unas ganas irrefrenables de convertirlas en buenas comepollas. Qué morbo, es ver a una rubita de éstas e imaginármela dominada en la cama, incapaz de escaparse de debajo de mí y rindiéndose a mis deseos a base de recibir cipotazos. Quien no se haya follado a una bajita no sabe lo que es eso. Además la rubia de la biblioteca, esa dulzura de melenita rizada, completaba el look con un detalle de lo más cachondo, unas gafitas de leer que le daban la imagen perfecta de la típica secretaria porno.

Me tuvo medio loco bastantes semanas, me solía sentar enfrente de ella pero no demasiado cerca para poder mirarla de vez en cuando, disfrutando de lo seria que se ponía cuando se concentraba en sus apuntes o quedándome fascinado si la pillaba riéndose, que me encantaba, aunque por eso más de una vez me pescó clavándole la mirada. A lo mejor hubiera debido sostenerle la vista y sonreírle pero parecía tan seca y formal que su mirada como de reproche me intimidaba. Y si hubiera querido algo conmigo me lo habría intentado poner fácil alguna vez, ¿no? De forma que me conformaba con los repasos visuales que le daba, porque aunque se vistiera siempre muy sobriamente, con pantalones bastante decentes y jerseys bastante cerrados, cuando el calor empezó a apretar la falta de escote se compensó en parte por el cada vez más escaso grosor de las camisetas que se ajustaban perfectamente a su pecho o un par de camisas blancas que traía y que le daban el aspecto de oficinista que tanto me gustaba. A esas alturas lo mío era puramente platónico, más aún cuando un día me la crucé por la calle subiéndose al coche del que supongo era su novio. La feliz sonrisa que le brindaba me hizo rabiar de celos un par de días, por no decir que era la primera vez que la veía con un vestido. Estaba preciosa. Así que a lo más que me atreví fue a dedicarle, medio en broma, un anuncio anónimo en la sección de contactos de uno de esos periódicos gratuitos para los estudiantes. "Deja a tu novio y vente conmigo." Sabía que no funcionaría pero pensé que ya que ella me alegraba la vista la mitad de los días podría corresponderle alegrándole una mañana con los encendidos piropos de un admirador secreto. Si lo logré o no nunca lo supe porque no contestó ni dio muestra alguna de haberse llegado a enterar.

¿Quién iba a decir que mis lúbricos deseos podrían verse cumplidos un día de una manera tan imprevista?

Ya quedaban pocos días para el inicio de los exámenes en sí y yo sabía que una vez se cortaran las últimas clases que aún no habían terminado la mayoría de la gente se quedaría en su casa y no volvería a la biblioteca lo menos hasta el curso siguiente. Me quedaban pocas oportunidades de recrearme con mis niñas y me iba arrimando a ellas cada vez más descaradamente, y a la que más me acercaba aparentemente de forma inocente era a mi rubia, con un poco de pena porque quién sabe si en el próximo curso volvería a toparme con ella. Esa mañana la vi nada más pasar por la puerta, sentada en su sitio de costumbre, de espaldas al pasillo, junto a un par de sus amigas. Diría que venía especialmente guapa pero la verdad es que a mí siempre me lo parecía, esta vez traía una camiseta roja de tirantes y unos vaqueros. Y todos sabemos lo bien que le sienta a una rubia vestirse de rojo. Nunca le había visto esa camiseta antes y, aunque no fuera especialmente reveladora ni provocativa, el escote era un poco mayor de lo que acostumbraba a llevar y pensé que si pasaba muy cerca de ella, mirándola desde arriba, podría tener la ocasión de vislumbrar un poco de canalillo. Era una posibilidad ciertamente arriesgada pero muy bien podría ser mi única oportunidad. Me decidí a intentarlo. No me quité las gafas de sol, a pesar de que me sentía un poco idiota llevándolas dentro del edificio, y me acerqué a menos de un palmo simulando estar buscando a alguien en las mesas de más adelante. No me atreví a mirar si la gente que estaba sentada frente a ella estaba o no observándome, sin duda eso me haría parecer más sospechoso, debía confiar en que los cristales tintados les impedirían verme los ojos –lo cual sería cierto a menos que la luz de la ventana incidiera directamente sobre ellos, un riesgo que debía correr– y me preparé para echar un vistazo rápido sin mover la cabeza, simplemente mirando hacia abajo lo mejor que pude. En una fracción de segundo que pretendía se quedara grabada en mi memoria para siempre adiviné más que vi las firmes formas de su pecho y el suave valle que había entre sus tetas. A punto estuve de perder el control y meter las manos donde no debía cuando conseguí entrever el color de su sujetador. Negro. Me encantan negros. Pero pude refrenarme. Lástima que ese soberano ejercicio de disimulo me hubiera exigido tanta concentración que no me fijé por donde andaba y sin querer tropezara con su bolso.

Ella lo había dejado en el suelo, por detrás de la silla, y yo había pasado tan cerca que sin darme cuenta lo había derribado de una patada. Todos los que había a mi alrededor me miraron, incluida la rubia, y avergonzado no sólo por la situación sino por si a lo peor me habían descubierto ejerciendo de voyeur me apresuré a agacharme a recoger el bolso y dárselo a Emi. Entonces se pudo escuchar claramente un sonido que salía de su interior como de un pequeño motor, lo que me sorprendió casi tanto como la mirada de horror de la rubia, que me arrebató la pequeña mochila de las manos con tanta brusquedad como con la que se levantó y salió casi corriendo de la biblioteca antes de que pudiera disculparme siquiera. Supuse que le había roto el móvil y tras un par de segundos de estupor me apresuré a seguirla para al menos pedir perdón y ofrecerle pagarle la reparación. La habia perdido de vista así que apreté el paso por entre las mesas sin querer darle una voz para no llamar aún más la atención. Nada. Atravesé las puertas y miré a uno y otro lado pero no la encontraba. Era imposible que hubiese llegado tan lejos, ¿quizá había subido por la escalera hasta la planta de los despachos de los profesores?

Y volví a tropezármela. Es lo que pasa cuando andas a toda leche hacia un lado mientras vas mirando hacia el otro. Por poco si la tiro del trompazo y el bolso otra vez a tomar por saco. Durante un momento pensé que lo mejor sería que me diera un infarto y me ahorrara semejante vergüenza, todo empezaba a ser demasiado embarazoso. Hasta que vi como se había salido del interior del bolso aquello que zumbaba. Un consolador. Esta vez fui más rápido que ella y lo recogí del suelo antes de que nadie se diera cuenta y me lo metí en un bolsillo del pantalón, apagándolo antes con un botoncito que tenía al final. La rubita estaba ruborizada hasta las orejas y se quedó clavada en el sitio, mirando hacia el suelo sin saber qué decir. Ahora lo comprendía todo, debí de encenderlo con el golpe sin querer cuando di el primer traspiés y la niña evidentemente no quería que nadie se diera cuenta de lo que llevaba encima.

–¿Me… devuelves mis… cosas?

El suave susurro me sacó del momento de reflexión y en apenas un instante me hizo tomar una decisión arriesgada. Realmente no suelo aprovecharme nunca de la gente pero esa niña me ponía increíblemente cachondo y su vocecita avergonzada hizo que mi polla diese inmediatamente un respingo. No sabía hasta dónde iba a llegar pero de aquí se podía sacar tajada.

–Ah, claro, toma –dije recogiendo el bolso y alargándoselo–. No te falta nada, ¿verdad?

–Es un regalo de mi novio –ella no se atrevía a mirarme a los ojos y esa postura tan sumisa me estaba poniendo más burro aún. Yo ya estaba completamente empalmado y me tuve que meter la mano en un bolsillo y acomodarme la polla hacia arriba. La rubia se dio cuenta, claro, y apartó aún más la mirada, azorada.

–¿Pero qué hace una niña tan seria como tú con una guarrada como ésta?

–¡Shh! –me mandó bajar la voz con gestos mientras se aseguraba de que no había nadie cerca que pudiera escucharnos– Él quiere que lo lleve siempre encima y lo use cuando tenga ganas pero a mí

–¿Te da vergüenza metértelo por el coño? Pero qué pavas sois algunas, joder.

–¡Shh! –evidentemente no estaba acostumbrada a semejante lenguaje, al menos no en un lugar tan público– Eres un cabrón, nos va a oír alguien.

–Bueno, podemos seguir esta conversación en los baños de la tercera planta, seguro que por allí no pasa nadie ahora que ya no hay clases –susurré mirándole descaradamente a las tetas. La sutileza de la seducción

–¡Y una mierda! –había logrado cabrearla y ahora sí que fue capaz de mirarme a los ojos con más severidad aún de lo acostumbrado. Había perdido mi superioridad y sólo podía salvarme un órdago a la grande.

–Como quieras, supongo que entonces tendré que entrar y dejarte tu polla de plástico en la mesa, delante de todas tus amigas. No te preocupes, seguro que entre vosotras tenéis confianza y no creo que nadie más se fije, ¿verdad?

Ella calló. Yo había ganado. Era un farol pero la rubilla no me conocía y no tenía manera de saber si yo era más cerdo que tímido o viceversa. Si acaso, mis continuos vistazos furtivos habían inclinado la balanza por la primera opción y me creería todo un pervertido. La cogí de la mano y tiré de ella escaleras arriba. Se resistió un poco al principio pero acabó subiendo sin rechistar. Probablemente estaba sopesando qué podría yo atreverme a pedirle y cómo podría torearme. No me parecía que fuera de las que van poniéndole los cuernos al maromo cada fin de semana que sale con las amigas pero nunca se sabe, las mosquitas muertas a veces son las peores. La tercera planta estaba desierta y con una carrerilla la metí dentro de los servicios de caballeros, ella misma entró en uno de los WC, donde podría echar la puerta si alguien más aparecía. Yo cerré la de fuera tras de mí y me planté enfrente de ella, apoyado contra uno de los lavabos, desnudándola con la mirada.

–Ya estarás contento, ¿qué coño quieres de mí? –estaba realmente enfadada pero la situación se le había ido de las manos y lo sabía.

–¿Acaso tienes alguno más aparte del normal? –chiste malo, lo sé, pero comprended que en el fondo estaba bastante nervioso– Bueno, espero que seas consciente de lo que está pasando. Esto puede acabar de dos maneras. O hacemos un trato, te devuelvo el consolador y aquí paz y después gloria o bajo ahora mismo y te pongo como la puta más grande del mundo. Y sabes que estos rumores siempre acaban corriéndose –y yo no podía esperar más para poder hacerlo también.

–Te he dicho que tengo novio.

–Y bien que me jode. Pero no te va a durar mucho si se entera de esto, así que si yo me aguanto tú también puedes hacerlo. Una mamada. Y en diez minutos se acabó esto y te guardo el secreto para siempre. Palabra de honor.

–Eres un hijo de puta.

Pero eso no era una negativa, y ambos lo sabíamos.

–Venga, no seas tonta y ponte de rodillas –dije entrando en el cubículo y sentándome en la taza del water.

–Esto no se lo hago casi nunca, me da bastante asco.

–Pues así te entrenas, zorra, seguro que el chaval se lo merece –y me abrí la cremallera sacándome el cipote, duro como una piedra y un poco húmedo ya por el líquido preseminal. Ella abrió un poco más los ojos pero se guardó de decir nada–. No, no te quites las gafas, me gusta mucho más así –puse la otra mano en la coronilla de la niña y haciendo un poco de fuerza la acerqué a mi polla hasta que, poniendo cara de asco, por fin se la metió en la boca.

Fue una mamada mítica. Ella no tenía mucha experiencia y eso se notaba, me rozó el capullo con los dientes un par de veces y no sabía juguetear con la lengua, aunque cuando le susurré que lo hiciera al menos lo intentó. Yo mientras tanto le daba instrucciones para que me pajeara con una mano al tiempo que con la otra me masajeaba los cojones. En fin, que fue una felación un poco torpe pero el increíble morbo lo compensaba todo. La niña hincada de rodillas en un servicio público, totalmente vestida –lo que por algún retorcido motivo me parece aún más cerdo que si la chica está desnuda; entonces parece que ambos se están satisfaciendo, de esta forma está claro quién domina a quién y quién es el único que consigue placer–, con las gafas empañadas, esa carita de muñeca con gesto de concentración y esos labios regordetes subiendo y bajando sobre mi tronco. Buf. Me escuchó jadear más fuerte de lo normal e instintivamente me miró a los ojos sin dejar de chupármela, con lo que un espasmo de placer me recorrió el cipote, suelo tardar bastante en correrme pero en ese instante tuve que recurrir a los trucos más sucios: pensar en Margaret Thatcher cagando y recitar mentalmente la tabla del nueve. No estaba dispuesto a que la diversión se terminara tan pronto.

Sin que ella se diera mucha cuenta, atareada como estaba en su quehacer, entreabrí un poco la puerta del reservado y pude vernos reflejados en el espejo, el culazo de Emi descansando sobre sus pies y cómo se le movía el pelo con el rítmico movimiento de su cabeza sobre mi polla. Entonces supe que aunque era la experiencia más excitante de toda mi vida no me conformaba con eso, debía ir a por todas.

–Cuando te vayas a correr me avisas –pidió ella sacándose mi miembro de la boca.

–Calla y chupa, puta –la insulté.

Ella prosiguió, humillada, y yo aproveché para jugarme el todo por el todo y le agarré las tetas con una mano por encima de la ropa. Se revolvió pero yo ya le estaba sujetando de la nuca para que siguiera tragando cipote, lo cual debe de reducir bastante las posibilidades de resistirse, ¿verdad?

–¿Tú quieres terminar con esto pronto o acaso te estás recreando? También puedes metértela hasta la garganta para que me vaya rápido, como tú veas.

Dejó de rebelarse y me permitió hacer a mis anchas. Tenía las tetas en su punto justo, firmes, elásticas, bien llenas para el tamaño que tenían. Empecé a masajearle los pezones y no tardaron en marcársele a través de la tela, momento que aproveché para meter las manos bajo la camiseta y con un solo movimiento alzársela junto con el sujetador lo justo para que sus melones cayeran libres por su propio peso. Su bamboleo, siguiendo el ritmo del trabajito oral, me hipnotizaba. Eran unos globos suavísimos, blancos de no haber tomado nunca el sol pero la niña era tan pálida que no se notaba marca de bikini; los pezones oscuros, ni muy grandes ni muy pequeños, contrastaban estupendamente y la dureza que estaban alcanzando decía mucho de su gran sensibilidad. Muy a su pesar la rubita empezaba a disfrutar y sus defensas caían poco a poco. Era el momento de estirar un poco más el brazo, menos mal que ella era pequeñita y yo no, y frotarle la costura de los vaqueros sobre la entrepierna mientras seguía estrujándole las tetas como podía. Ella ya no se quejaba y movía la pelvis buscando chocar con mis dedos. Debía de estar chorreando, e introduciendo los dedos por la cintura del pantalón hasta bien adentro pude comprobar como las braguitas estaban ya un poco pegajosas. Me llevé la mano a la boca y la lamí con fruición. Hum, me encanta esta clase de marisco.

–Bájate un poco el pantalón –susurré entre jadeos–, no te voy a follar, solo quiero verte el coño.

Ella misma se puso a cuatro patas y se desabrochó los tejanos, haciéndolos caer junto con las bragas, negras a juego con su sujetador, hasta la mitad de los muslos. Le miré el chumino en el espejo y eso acabó con toda mi resistencia. La cabrona lo llevaba depiladito como si fuera una actriz porno, salvo un pequeñísimo mechón por arriba que es lo más cachondo que he visto nunca en peluquería púbica y encima pude ver como se estaba frotando el clítoris con dos dedos. No querría que yo me la follara pero bien que la cabrona se había puesto cachonda con el rollo de la sumisión y ahora no quería irse sin correrse. Yo tampoco podía esperar más pero no me conformaba a soltar mi leche en otro sitio que no fuera dentro de su boca, tenía que distraerla de alguna manera para que no fuera a quitarse. Una idea cruzó mi mente y no me paré ni a considerarla en condiciones, rebusqué en mi bolsillo, saqué el vibrador y de un solo movimiento se lo metí en el coño con fuerza, encendiéndolo al mismo tiempo.

El grito que hubiera metido Emi se habría escuchado en media facultad si no fuera porque una vez más le sujeté la cabeza contra mi abdomen forzándola a tragarse mi tranca hasta el fondo. Juro que sentí cómo chocaba contra su campanilla y en ese momento no pude seguir controlándome y me corrí como nunca antes lo había hecho. El mejor orgasmo que había tenido nunca, a saber la cantidad de leche que pude sacar en aquella interminable serie de espasmos. Por poco si ahogo a la niña, que tragó lo que pudo y en cuanto la dejé libre, apurados ya los últimos ramalazos de placer, tosió medio asfixiada dejando caer regueros de semen por las comisuras de sus labios, hilillos cayendo hasta las baldosas del suelo.

–Eres un cabrón –jadeó como pudo.

–Eso ya me lo has dicho antes. Ahora termina tú, que no se diga.

Me levante y me coloqué detrás suya, sujetando el consolador que aún llevaba bien insertado y empecé a metérselo y a sacárselo procurando darle el máximo placer. Emi ya se rendía a los principios del orgasmo, perdida toda la vergüenza, gimiendo de gusto sin preocuparse del lugar en donde estábamos, estremeciéndose cuando además del dildo también deslizaba mi dedo índice dentro de ella. Era un espectáculo realmente erótico y pese a la potencia de mi corrida no tardé demasiado en estar otra vez puesto a punto, era como si mi cipote supiera que esta situación era difícil repetirla y pretendiera aprovecharla al máximo. Esperé hasta que la respiración de ella comenzó a acelerarse y la palpitación de sus músculos vaginales se hizo más rápida y justo entonces hice rápidamente el cambiazo, saqué el vibrador, que se quedó repiqueteando contra el suelo, chapoteando en el flujo que de él goteaba, y le metí la polla hasta el fondo, empezando a empujar a estilo perrito. La rubia gritó otra vez y a mí se me vino a la cabeza que debería de haber sacado de mi cartera aquel condón que guardaba desde los tiempos de mi ex, pero cualquiera se lo ponía ahora cortándole a la niña el orgasmo. Seguí dándole cipotazos mientras a ella el coño se le hacía agua y se corría con fuerza, el líquido vaginal chorreándole por los muslos y las contracciones aprisionando con fuerza mi nabo. Menudo gustazo, qué chochito más apretado, si ella tenía un orgasmo yo no iba a tardar mucho en acompañarla con otro. Estuvo al menos un minuto retorciéndose de placer antes de dejarse caer, derrotada, sobre la taza de porcelana. Yo paré entonces, con la intención de aprovechar y echar mano del preservativo para poder terminar la faena pero un ruido proveniente de fuera me llamó la atención.

Era una risa femenina. La puerta del servicio estaba abierta y parece que habíamos tenido una espectadora desde Dios sabia cuándo. La rubita volvió en sí y en un segundo pareció que volvió a tener conciencia de quién era y dónde estaba, ya que rápidamente se colocó la ropa como pudo y sujetándosela de mala manera salió corriendo al pasillo, lloriqueando de pura vergüenza. El consolador de la discordia quedó tirado en un rincón, a saber lo que le diría la niña a su novio la próxima vez que éste le preguntara si se había decidido por fin a usarlo. A día de hoy no he vuelto a ver a Emi, ni ella ni sus amigas han aparecido más por la biblioteca y yo no tengo ninguna manera de ponerme en contacto con ella, no sé dónde vive ni cuál es su teléfono y no me ha puesto ningún anuncio en los periódicos del campus. Quizá pueda volver a verla después del verano pero ni siquiera sé si nos atreveremos a dirigirnos la palabra. Es todo muy complicado.

En cuanto a la chica que me observaba de pie desde la puerta… esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.