Empezó en el bus (Una deuda muy lujuriosa)

Un arriesgado incidente en el que una chica es violada por un asaltante misterioso a quién cree reconocer mientras abusa sexualmente de ella...

EMPEZÓ EN EL BUS. (Una deuda muy lujuriosa)

Era avanzada la tarde, ya casi de noche, cuando regresaba del trabajo; abrí el ascensor para subir hasta el primer piso donde estaba el pequeño apartamento que compartía con una compañera de estudios. Salí de la cabina del elevador, siguiendo los pasos rutinarios de cada día hasta llegar al fondo del rellano de la escalera, me encaré con la puerta de mi vivienda, una vez frente a ella abrí el bolso, extraje la llave, la introduje en la cerradura, girándola para abrir la puerta. En el momento que empujaba la puerta para acceder al interior, percibí una sombra detrás de mí, unos brazos poderosos me atenazaban fuertemente, mientras una mano grande cubrió mi boca para evitar que diera el instintivo grito de socorro.

La figura de un hombre de complexión recia y algo más alto que yo, me empujó hacia adentro, mientras me ordenaba silencio con un gesto, al tiempo que me mantenía amarrada por las muñecas con sus fuertes manos. Llevaba un pasamontañas que le ocultaba el rostro y unas zapatillas y pantalón deportivo tipo chandal, de color negro. Una vez dentro la casa me preguntó dónde estaba mi dormitorio, amenazándome con estrangularme si gritaba o ponía alguna resistencia.

Mi instinto de supervivencia pudo más que la tensión y el pánico que sentía, comencé a forcejear enérgicamente con el intruso, pero aún así no pude evitar que me arrastrara hasta mi cuarto. Una vez en el dormitorio, me sujetó por detrás, agarrándome por los pechos, sobándolos ansiosamente por encima de mi ropa, besándome el cuello con insistente empeño, mientras yo luchaba por escaparme de él, agitando y doblando mi cuerpo sin conseguir desprenderme de su abrazo. El desconocido, exasperado por mi firme rechazo, me empujó hasta derribarme sobre la cama. Luego atenazó mi cuello con sus manos y empezó a presionar más y más hasta que al impedirme respirar normalmente, comencé a mostrar síntomas de ahogo; con esta demostración de sus crueles intenciones, logró dejarme sometida por el miedo, con la mente bloqueada, sin atreverme a articular palabra alguna.

-Ya sabes, a la menor tontería o grito te haré esto. -me amenazó.

-Por favor, llévate lo que quieras pero no me hagas daño...! -le supliqué asustada.

-No, no es eso lo que quiero de ti. -respondió misteriosamente.

Mi menté se activó a toda velocidad, especulando sobre quién podía ser aquel desalmado agresor. Por su agitación y manoseos me pareció que sus intenciones no eran el robo, sino de otra clase. Me preguntaba si sería alguien conocido que había osado meterse en mi casa para forzarme. Alguien que sabía mis costumbres y horarios, que además se había asegurado de que estuviera sola para llevar a cabo aquel asalto premeditado, pudiendo ser lo más probable -pensé-, que no se trataba de un abusador casual que pasaba por allí y había visto en mí una chica indefensa con quien desahogar puntualmente las necesidades de su instinto más primario.

Dentro de la casa, a solas, me tenía a su merced, pues yo no veía la forma de hacerle frente por su superior fuerza física y la determinación en rematarme que había demostrado. Solo la llegada de mi compañera a casa antes de lo habitual, podría salvarme e impedir que ocurriera lo que me temía.

Debido a mis características físicas, no era la primera vez que había leído en los ojos de algún hombre el impulso interior de poseerme por la fuerza, más allá de mi voluntad. No en vano yo mostraba un aspecto que reflejaba lozanía y gancho sensual. A mis 22 años, mi piel suave y mis formas turgentes invitaban a ser acariciadas por la vista y hasta algo más. Mi cuerpo, sin llegar a ser el de una mujer despampanante, con los 169 centímetros de altura, un peso proporcionado y bien repartido en cada zona de mi anatomía, ofrecía una figura estilizada, pero dotada de pronunciadas redondeces que en conjunto parecían resultar muy apetecibles a la mayoría del gremio masculino. Mis pechos firmes y abundantes para mi peso, así como las piernas bien torneadas que remataban en una apetecible cola, redonda y respingona. El cabello castaño claro, sobre los hombros, ojos color miel de mirada dulce y pícara a la vez, boca de labios bien dibujados, enmarcados en unas facciones normales, me daban una apariencia agradable. Tenía claro que para los hombres yo tenía cierto encanto sexy.

Esta percepción de mi propia persona me hacía pensar que el asaltante había hecho una selección previa y concienzuda de su presa.

Sacó una especie de media de seda negra y me la puso alrededor del cuello, apretando para impresionarme y como aviso de lo que podía hacerme.

Por mi parte, no cesaba de hacer movimientos evasivos con mi cuerpo, sin éxito alguno, ya que me tenía fuertemente amarrada con sus grandes manos. El miedo que sentía me impulsaba a pensar desesperadamente en la forma de salir de la situación. La verdad es que no tenía una idea clara de cuál era la actitud más conveniente en un caso como aquel. Si gritaba o me resistía me iba a estrangular, si le insultaba o amenazaba podría empeorar las cosas, pero tampoco era cosa de ofrecerme a colaborar con él. La penosa realidad era que sorprenderle y zafarme de él era impensable, debido a la desigual relación de fuerzas. Parecía que se trataba de un tipo bastante joven por la modulación de su voz y el tono nervioso de sus actos. Sin embargo, un sexto sentido me decía que no se trataba de un violador habitual.

Extendió la media y la colocó sobre mis ojos, pasándola alrededor de mi cabeza y atándola a la altura de la nuca. Yo permanecí angustiada revolviéndome defensivamente sobre la cama, sintiéndome más víctima que nunca de un degenerado que estaba a punto de abusar de mi. Tantas veces había oído hablar de casos de violaciones y abusos sexuales y siempre lo consideré como algo trágico pero lejano y ajeno a mí. Ahora me había tocado la cruel lotería de vivirlo.

Conforme estaba yo tumbada boca arriba sobre la cama, él se había recostado junto a mí. Alzó una de sus piernas y la colocó encima de las mías, pegándose a mi cuerpo. El extraño agresor me pareció que era alguien con hambre de sexo y que de una manera u otra quería ir directo al grano. Me acarició ansiosamente por encima de la ropa y al rechazarle dándole patadas para intentar escaparme por el otro lado de la cama, me sujetó con rudeza, zarandeándome con furia, golpeándome dos veces en mi cara con su mano abierta. Mientras tanto, me advirtió que era inútil que me resistiera, que si lo hacía me ataría de pies y manos y lo iba a pasar muy mal.

-Si te portas bien, no te haré daño. -exclamó.

-Me das asco....vete y déjame!! -le repliqué.

Me agarró la cabeza y comenzó a besarme, se había desprendido de su pasamontañas, mientras yo cerraba los labios herméticamente para impedirle que accediera a mi boca con su lengua, que porfiaba ansiosamente con introducirse y encontrarse con la mía. Después de relamer mis labios y ver que no le respondía, su lengua se deslizó hacía mi cuello y mis orejas recorriendo mi piel con largos y ardientes lamidos. De pronto noté que procedía a quitarme la ropa de forma brusca y acelerada, realizándome un forzado y rápido striptease, hasta dejarme totalmente desnuda.

-Wooow...! estás más buena de lo que imaginaba! -exclamó.

Su ancha mano estuvo acariciando todo mi cuerpo de arriba a abajo, recreándose en apreciar la tersura de mi piel. Yo me volteaba una y otra vez dándole la espalda, pero el impedimento para ver no me ayudaba para nada. Me retuvo fuertemente por los brazos y posó sus labios sobre la cima de mis pechos, chupándolos con fruición. Se detuvo, soltándome por un instante. Pude escuchar el roce de su ropa al desnudarse. En seguida, noté el contacto de su cuerpo velludo y robusto pegado al mío, percibiendo señales de que su virilidad estaba activada al máximo. Tomó una de mis manos y extendiéndome el brazo la llevó hacia abajo, apoyándola sobre su entrepierna, forzándome tocarle su abundante encarnadura genital. El sujeto intentaba suavizar mi rigidez acariciándome el coño y el clítoris con sus dedos, teniéndome sujeta con una de sus manos aferrada a mi cuello. Instintivamente junté mis piernas para evitar su manoseo en mi sexo, entonces su mano apretó mi cuello con fuerza haciendo que relajara mis piernas y depusiera mi rechazo. Su dedo medio se introdujo unos centímetros en mi vagina, explorando mi estado, tal vez para comprobar si había logrado excitarme. Mi infame acosador parecía estar muy cachondo, haciéndome notar su estado por el contacto de su extremada erección, mientras me besaba y relamía babeante en los pechos y la cara, con besos chupones y sonoros por toda mi anatomía.

-Mmmm...te gusta, zorra? -me interrogó al oído.

-Eres un cerdo repugnante...!! -le contesté rabiosa.

Yo no veía en absoluto, pero adivinaba cada movimiento y acciones del desconocido. Se acomodó sobre mí de rodillas y puso su pene sobre mis pechos, restregándome lentamente el glande sobre cada uno de mis pezones, entretanto me sujetaba los brazos contra la cama. Seguidamente, su verga avanzó arriba y la posó entre mis labios. Apreté los labios bien cerrados y comencé a mover mi cara de un lado a otro, volteándola hacia abajo para evitarle. El hecho de negarme a él, parecía que le inducía a recrearse más en sus actos.

-No quieres probarla todavía? -me decía mientras pasaba el glande por mis labios.

Sin perder ni un instante más se montó sobre mí en un abrazo decisivo con claras intenciones de forzarme a su deseada cópula y poseerme sexualmente.

-No....no, eso no! Te lo suplico! Haré lo que me pidas, pero así no por favor! -le rogué exaltada.

-Estás segura de lo que dices...? Mira, te voy a complacer!! -dijo satisfecho.

El hombre se retiró de encima, se puso de rodillas sobre la cama y me obligó a incorporar mi cabeza, encarando mi cara con su sexo mientras me sujetaba por el cabello con una mano. En seguida noté el tacto suave y caliente de su carne viril sobre mi rostro. Cerré la boca con fuerza, pero el tipo me crispó por el cuello una vez más hasta que cedí y relajé mis labios para recibir su grueso pene y dejar que se alojara en mi boca. Se balanceaba sin piedad contra mi cara mientras rugía como un oso malherido.

-Ooogggsss....! Ooooggggsssss...! -gruñía excitado.

Pensé que me ahogaba con aquel enorme pedazo de verga obstruyendo mi respiración. La había metido casi por completo, de manera que al sentirla entre mis labios y al contacto húmedo y suave de mi boca creció en tamaño notablemente. Yo, volteé la cabeza, logrando sacarla fuera de mi boca, sosteniéndola con una mano, al tiempo que comencé a chuparle el glande, amansando su furor lujurioso y evitando que volviera a jalarme rudamente por el pelo. Una vez liberada de seguir tragando su polla, continué lamiéndole el tallo de arriba a abajo, aparentando destreza, consiguiendo así calmar momentáneamente su brutalidad. Llevábamos ya unos quince minutos desde que entramos en la casa y el tiempo jugaba a mi favor. Tenía que conseguir mantenerle entretenido todo el tiempo posible prolongando su éxtasis y retardando la venida de su orgasmo.

Yo había vivido la experiencia de sexualidad oral con mi anterior novio y tenía cierta práctica de cómo hacerlo para enardecer a un hombre; en condiciones normales era algo que disfrutaba de hacerlo y me excitaba mucho. Pero en esta ocasión, a diferencia de las anteriores, no me sentía nada implicada en lo que hacía, era como el precio de mi liberación y no sentía nada en mi boca, sino una masa de carne inerte muy caliente. El estrés y la violencia de la situación me tenían desactivada totalmente, me sentía frígida e indiferente, realizando aquello con asco y de manera mecánica, como algo inevitable para mi supervivencia.

De repente me tomó la cabeza, sosteniéndola con sus dos manos, introdujo su pene nuevamente entre mis labios, empujando firmemente hasta alojar dentro la cabeza del glande, ordenándome que chupara con mis labios y lengua sin parar. Noté que la verga se hacía enorme y rígida dentro de mi boca. Tuve que hacer unos movimientos mecánicos de mete y saca, para calmar su excitada bestialidad, luego empujó hasta el fondo de mi garganta haciéndome engullir su falo por completo. Sujetándome la cabeza con toda la fuerza de sus dos manos, apretó su pubis contra mis labios, haciendo inútil mi resistencia final. Después de un breve bombeo, me oprimió fuertemente contra su cuerpo y dando un respingo se estremeció violentamente, produciendo unos latidos convulsivos que acompañaban su abundante descarga.

-Aaaaaahhh...! aaaaahhhhh..!! -gritó exaltado.

Empecé a sentir la sensación de fuertes arcadas por el efecto de su esperma en mi garganta y el efecto de asfixia al tener su verga alojada en toda su longitud.

-Aaaagggssshh...! -pude balbucear con dificultad.

Al ver mis penurias respiratorias arqueó su cuerpo y sacó su pene que aún se mantenía a media erección. Intenté carraspear mi garganta para expulsar el semen acumulado allí y escupirlo fuera.

-No te gusta mi leche o qué?

-Eres un asqueroso hijo de puta...!

Cuando el esperma empezó a salir arriba hasta mi paladar, pude notar la sensación gelatinosa del espeso líquido, con su textura y sabor indeseables. Creí que iba a vomitar y opté por engullirlo todo garganta abajo y librarme de que volviera a pasar por mi boca.

-Trágatela, seguro que te sentará bien, ja..ja!

Sin darme respiro, me volvió a prender por el cabello y me obligó a que volviera a chuparle para limpiarle los restos que dijo aún le quedaban. Después de varias chupadas sobre su glande pringado, noté que su verga, todavía medio lacia, se le estaba poniendo muy dura otra vez. El muy bastardo operaba en silencio, excepto las cortas frases imperativas y humillantes.

En el acto me tomó por las piernas, separándolas todo lo que podía, a pesar de que me opuse juntándolas con fuerza y haciendo un ovillo con mi cuerpo para impedirlo. Por fin, logró mantenerme abierta, abalanzándose sobre mí para inmovilizarme. La lucha desesperada que sostuve para impedirle su acceso no sirvió para nada; me propinó varios golpes acompañados de amenazas hasta que consiguió rendirme. Se montó sobre mi y en seguida noté que estaba apuntado su verga ardiente y parada sobre mi vulva, rozando la cabezota hinchada sobre mis labios vaginales, dispuesto a alojarla en mi hendidura.

-Ya está bien, vete ya.... antes que llegue mi compañera! -sollocé desesperada, golpeándole el pecho con mis puños.

Pero el tipo estaba ya muy posicionado para volverse atrás y no se dejó intimidar para nada.

Hice varios amagos con mi cuerpo para dificultarle el ángulo de entrada, pero eso le enfureció todavía más, atizándome varios puyazos con su verga sobre los labios vaginales hasta que de una violenta embestida logró clavarme casi toda su verga, sin atender mis sollozos y mis ruegos. Sentí un tirón punzante en mi cavidad genital, como si me hubieran desgarrado la mucosa interna de mi vagina, fue un daño agudo que no había sentido nunca igual; todo eso por no estar nada lubricada ni receptiva para aquella tranca inflexible y firme como un barrote.

-Ay....aaaaayy! -exclamé sin poder reprimir un quejido por el dolor que sentí.

-Que te pasa...? Relájate y verás que rico.

Me mantenía ensartada a su verga, como atornillada a él, con todo el peso de su cuerpo sobre el mío y la polla tremendamente erecta insertada ya hasta el fondo; se quedó varios segundos inmóvil dentro de mí, hasta que notó que su miembro se había encajado bien en mi vagina. Yo me mantenía quieta, sin saber a qué encomendarme, convencida de que la suerte estaba echada y solo podía rezar para que el tipo acabara pronto. Comenzó a sacar y meter su pene enérgicamente, haciendo que cada embestida fuera una dolorosa sensación en mi sexo. Las primeras sacudidas de su polla me fueron congestionando la zona, pero sucesivamente despareció el penoso efecto inicial, relajándose mis maltrechos músculos genitales, con lo que la tensión nerviosa que antes me dominaba empezó a amainar, provocándome una inquietante actividad hormonal que humedeció mi sexo inesperadamente.

No podía comprender que me estaba pasando. Me pregunté a mi misma y me respondí íntimamente que no. También el hombre debió notar el involuntario cambio que estaba experimentando mi cuerpo, como se acondicionaba mi sexo a un mejor el acoplamiento, facilitando que su pene pudiera deslizarse más suavemente, entrando y saliendo en casi toda su longitud, con largos y arrebatados recorridos que despertaron aún más mis sensaciones. No quería reconocerlo por ser un fenómeno inapropiado e increíble, pero estaba gozando. Tenía que disimular lo posible para que el hombre no se diera cuenta. Parecía que las conexiones nerviosas entre mi cerebro y mi sexo se habían cortocircuitado, dejando que la parte baja de mi cuerpo empezara a generar energía sexual por su cuenta, en connivencia que aquel desconocido malhechor, independientemente de mis sentimientos.

Por suerte la duración de este absurdo e indeseado hilo placentero fue muy corta. Por eso, no llegué a disfrutar plenamente. El extraño acosador apenas resistió por un tiempo breve, aquellas intensas embestidas, o fue quizás estimulado por el cambio de la temperatura y la húmeda suavidad de mi coño, que estalló en un turbulento e irremediable orgasmo, eyaculando abruptamente dentro de mí.

-Houuuuggg...houuuugggg..! -masculló mientras se vaciaba.

Luego noté que su cuerpo se aflojaba con un ligero desfallecimiento. Me besó en la mejilla y me recitó al oído:

-Ha sido genial...!! Esto me lo debías. -dijo misteriosamente.

Poco después removió su pene en mi vagina, extrayéndolo lentamente, con mucho cuidado. Al comprobar que yo había renunciado a luchar dejando de forcejear con él, abandonándome definitivamente a sus deseos, su actitud se enterneció de una manera notable. Con muy mala conciencia, reconocí secretamente la sinrazón de haber resistido, sin consecuencias lesivas para mí, la bárbara penetración del desconocido, al principio con dolor y al final con gusto.

Él se abrazó a mi besándome en la boca, con una extraña pasión. Esta vez mantuve los labios entreabiertos con naturalidad, dejando que desahogara sus impulsos y que me transmitiera su sensualidad. Se puso a acariciarme los pechos, amasándolos entre sus manos y pellizcándome los pezones suavemente.

Apenas podía disimular mi agitada respiración, en medio del silencio cortante que nos envolvía; eso, unido a mi reciente docilidad al desconocido debió parecerle que era una complicidad con lo que acababa de suceder. Sentí que su erección, que había remitido ligeramente al terminar, estaba recobrando su esplendor una vez más, sospechando por mi parte que su polla estaba claramente lista para otro viaje. El hombre se había dado cuenta de mi estado, seguramente notó que ya estaba más receptiva sexual y emocionalmente, por lo que calculó que, si no perdíamos tiempo, aún tenía tiempo de volver a poseerme sin forzarme.

Debido a su anterior descarga dentro de mí, mi coño se había quedado inundado por el derrame de esperma y los incipientes flujos vaginales que se me habían escapado, por la reacción refleja de mi naturaleza biológica. También estaba más calmada anímicamente al creer que lo peor ya había pasado.

Me arrastró hasta el borde de la cama, doblándome las piernas a la vez que bien abiertas y alrededor de su cintura, insertó su verga esta vez suavemente, recreándose en cada centímetro que avanzaba hacia dentro de mi carne, disfrutando de mi placentera acogida una vez desaparecido el fastidioso bloqueo de mis pataleos de rechazo. Comenzó a besarme los pechos con ardor mientras consumaba su exitosa penetración, provocando que mis pulsaciones se aceleraran. A duras penas podía disimular mis ganas de suspirar y gemir de gusto. Aproximó sus labios a mi boca, yo le dejé mis labios relajados y entreabiertos para facilitarle su acción. Pronto, su lengua se enzarzó jugando con la mía. En seguida, nuestros sexos se acoplaron instintivamente compenetrados, comenzó a embestir frenéticamente al sacar y meter su polla en un trepidante movimiento de bombeo, que después de varios minutos logró hacerme gozar por completo. El eyaculó seguidamente y a poco nos relajamos sin decir palabra.

Nos quedamos inmóviles, como abotonados durante unos segundos, hasta que el sujeto separó su cuerpo de mí, dejándome recostada en la cama con la mente en blanco, el cuerpo inerme y derrumbada, pero sin la sensación de haber sido violada.

Después de todo, pensé que no tenía sentido informar a la policía de lo ocurrido, ya que el final resultó ser una acción más bien incruenta. Mi cuerpo no presentaba graves señales de violencia física, nada de rasguños, ni heridas. Solo leves contusiones y algún ligero desgarro interno, e irritaciones labiales de poca importancia. La parte anímica fue lo más dañado por la tensión, el suspense inicial y la incertidumbre de quien sería el agresor que había abusado de mí.

El intruso se vistió rápidamente, se puso el pasamontañas, me liberó del improvisado antifaz que me había puesto y desapareció escaleras abajo en dirección a la calle.

Después, al quedarme sola, permanecí unos breves minutos sentada en la cama, sosteniendo la cabeza entre mis manos, indagando en mi pensamiento porque razón no me sentía indignada por lo que me había hecho aquel siniestro ¿desconocido? Un impulso de rabia y frustración me invadió por haber desistido en mi odio y desprecio hacía mi asaltante, me entristecía mucho mi conformismo y mi consentimiento interior en los momentos finales. Había sido algo superior a mis deseos y a mis fuerzas que no tenía una explicación razonable. Los primeros momentos de temor y humillación no me los quitaría ya nadie, pero alguna fibra sensible de mi ser había sido tocada para que se me escapara aquel caudal de energía en favor de la perversa agresión que había sufrido. Tal vez sería que llevaba casi un año sin estar con un hombre, desde que rompí con mi novio. En lugar de sentir odio y rencor, noté que una lágrima estaba surcando mi mejilla como tributo a mi inconfesable rendición.

Los restos de esperma y de mi licor vaginal estaban a punto de fluir entre mis labios genitales. Me metí en el baño, disfrutando de una ducha refrescante y regeneradora que limpió mis partes íntimas más afectadas por el reciente asalto. También el efecto del agua fría fue un remedio para la irritación y enrojecimiento de la zona de mi cuello y de mi pecho.

Esa noche no pude conciliar el sueño con normalidad. Le di mil vueltas a mi cabeza en busca de un detalle, o el significado de alguna de las misteriosas frases que me dijo el infame visitante, para relacionarlo con alguien de mi vida real. Este tipo me conocía mejor de lo que imaginaba, seguro. Su imperdonable asalto y su perversa actitud conmigo no acababa de cuadrar, con ciertos detalles y expresiones que dejó escapar en el tiempo que estuvo conmigo. Llegué a la conclusión de que era un individuo algo degenerado, que se había aventurado a un acto puntual en plan aficionado.

Al repasar mis últimas vivencias, un efecto moviola de hechos recientes se apoderó de mí. Fueron apenas unos instantes, con enorme rapidez, como una película pasada a una velocidad superior a la normal, vi ciertas escenas de mi vida diaria con alguien que coincidió conmigo en mis tardes de regreso del trabajo, en el autobús que tomaba para volver a casa. Últimamente, había cambiado de hábitos y había visto a mucha gente nueva, pero ahora estaba casi segura de quién había vulnerado mi intimidad, alguien afectado por un fuego que encendí en un momento dado y lo dejé sin apagar temerariamente. Me habían hecho pagar la deuda contraída, dándome esta lección. Creí verlo todo claro mientras rebobinaba en mi pensamiento los hechos de una historia reciente, ya olvidada., que explicaba lo que me acababa de suceder.


Hacía pocos meses, recién terminados mis estudios de Turismo, yo había comenzado un trabajo como becaria en una agencia de viajes. Estaba atravesando unos momentos muy felices, volaba libre como un ave, después de haber roto con mi anterior novio. Evitaba comprometerme con los chicos, oteando el horizonte de mi destino. Alguien apropiado debía andar por ahí...pero entretanto, aprovechaba los rollitos que me iban saliendo, si eran de mi agrado. La verdad es que me lo había montado de cine. Aunque, eso sí, mi vida sexual no podía decirse que era rutilante, sino más bien anodina y pobre. Así me defendía de mis debilidades románticas, reservándome lo que podía con los hombres. Yo tenía mucha marcha pero en realidad era algo engañoso, ya que no siempre resultaba lo accesible que aparentaba.

Desde que empecé el trabajo me independicé y me instalé en un apartamento compartido con Cris, una compañera de estudios con la que me llevaba bastante bien. La oficina de la agencia estaba un poco distante de donde vivía, por lo que me desplazaba utilizando el bus urbano. En el viaje de la tarde, cuando terminaba mi jornada de trabajo, el autobús siempre venía muy lleno de gente que regresaba a su casa a esa hora punta. Como era casi imposible conseguir un asiento, no tenía otra opción que aguantar de pie, aprisionada entre la masa de viajeros que ocupaban el espacio del pasillo central.

En estos desplazamientos urbanos me tenía que aguantar apiñada entre todos los ocupantes del transporte, bien a disgusto por la acción de aplastamiento que suponía viajar así. La única alternativa era ir andando, ya que la línea del metro suburbano no conectaba las zonas que me interesaban. La incomodidad de pasar casi media hora apretujada con otra gente desconocida era algo inevitable y en algunas ocasiones bastante enojoso tener que permanecer inmóvil con un hombre adherido a mis espaldas y mucho más cuando se trataba de algún abusón que aprovechaba la circunstancia para magrearme a conciencia.

Entre tantos achuchones involuntarios, experimenté algunos incidentes con ciertos personajes que frecuentaban la línea a la misma hora que yo. Un ejemplo preocupante fue un hombre observé que había un hombre maduro de unos cincuenta o más años que subía en una parada después que yo y lo primero que hacía era buscar con la mirada para localizarme y abrirse paso hasta pararse lo más cerca de mí que podía.

En más de una ocasión, este hombre había logrado pillar una estrecha posición a mi lado y nos habíamos rozado moderadamente. A pesar de su discreción, su presencia cercana se había convertido en una costumbre, me miraba por el rabillo del ojo hasta que, con la subida de más gente, era necesario apretarse más y entonces el suave contacto de su cuerpo se convertía en una unión directa insufrible, que él aprovechaba para pegarse a mi más de lo necesario, pero en más de una vez llegó a magrearme impunemente. Tal vez el hecho de que yo no protestara por sus restregones, le hiciera envalentonarse, comportándose cada vez con más audacia, hasta que un día se vino a colocar detrás de mí como si fuera una lapa, clavándome la rodilla entre las piernas de vez cuando; a los diez minutos de trayecto apoyado exageradamente por detrás, noté que su aliento se estaba proyectando sobre mi nuca, me lanzaba unas oleadas de aire caliente como mensajes de que estaba cachondo. Poco después, sentí que su mano se había posado sobre mi cadera para atraerme más a su entrepierna. No pude aguantar más el bochorno de su osado manoseo. Le separé la mano volteando mi cuerpo hacia él.

-Por favor....ya está bien, no? -exclamé dirigiéndole una mirada furibunda.

-Perdona. -balbució entre dientes un tanto azorado.

Por suerte, los demás ocupantes no se dieron cuenta del verdadero motivo de mi queja y no llegó la sangre al rio. En general, cada día me tocaba compartir el reducido espacio con un viajero o viajera distintos, ocupando el imposible territorio como podíamos, sufriendo todos el agobio sin malas intenciones.

A partir de ese día el hombre dejó de molestarme y abandonó su asedio. Pero mi tranquilidad duró muy poco.

De entre los usuarios del transporte, me resultaba más o menos familiar un chico de poco más de veinte años, que solía a observarme con cierta fijación, me miraba mucho a los ojos en las cortas distancias que manteníamos en el interior del transporte, a veces incluso por entre las cabezas de los otros ocupantes que se interponían entre nosotros. Era un tipo con una pinta muy normal, nada guapo de cara pero, de aspecto saludable y fuerte. Me pareció que era un chico tranquilo, de rostro impenetrable; sus ojos emitían un brillo lascivo al proyectar su mirada sobre mi figura. Alguna vez le sorprendí con su mirada complacida enfocada en mi y entonces él volteaba la cabeza para otra parte.

Una tarde se produjo el primer contacto entre nosotros. Empujada por las apreturas del personal, me vi ubicada justo a su lado, de manera que según se iba llenando el bus nos quedamos adosados inevitablemente. El debió sentir el contacto con mi cuerpo por necesidad, porque la ropa que yo llevaba era bastante liviana, -era verano-. Su posición muy junto a mi costado era incómoda y muy comprometida para dos jóvenes desconocidos entre sí, pero me di cuenta de su complacencia por haberse beneficiado de mi proximidad. Yo permanecí quieta, sin inmutarme, ya que prefería soportar la presión de este distraído joven a que fuera la de algún viejo verde como me había pasado recientemente.

A partir de ese día, observé que pujaba por aproximarse a mí, sin encontrar el camino despejado para llegar; así pensé que el chico estaba pendiente de repetir el regodeo conmigo siempre que fuera posible. Probablemente le había tomado el gusto a protegerme con su adjunta presencia, como evitando que se me juntara alguien con dudosas intenciones.

Esta escena se producía algún día que otro, ya que por mi parte al no poder protestar de ir arrimada al resto de viajeros, lo único que podía hacer es zafarme de los pasajeros abusivos, cambiando de emplazamiento con frecuencia.

Desde que nos conocíamos de vista, no habíamos cruzado ni una palabra, solamente un breve intercambio de miradas, mientras el coche se iba llenando y se producía la necesidad de apretujarnos, más o menos premeditadamente por su parte, aunque yo casi siempre admitía su cercana posición como algo inevitable. Después de los primeros escarceos su actitud se hizo más confianzuda. Yo le aguantaba brevemente su mirada invasiva, con ojos retadores, luego hacía un giro evasivo y estudiado de mi cara o seguía mirándole de reojo.

Así fueron las cosas a lo largo de varias semanas. El joven sitiador le tomó el gusto al juego, buscando algún arrimo intencionado. Me daba la impresión de que él pensaba que yo le consentía con gusto y era tolerante con sus apretones. La realidad era que no me molestaba su disimulado acoso, me gustaba provocar su querencia y su deseo siempre que no fuera a mayores. A veces él arqueaba la parte baja de su cuerpo, adosando su paquete sobre mi trasero, que después de varios restregones le producía una escandalosa erección que se dedicaba a encajar entre mis glúteos de forma implacable.

Yo hacía como que no me daba cuenta de su furtivo apuntalamiento, nadie podía ver lo que pasaba allí más abajo, por eso la situación me resultaba llevadera y divertida; además resultaba un tanto cachondo comprobar cómo despertaba rápidamente la virilidad de mi acompañante. Como era un poco más alto que yo, su respiración volaba sobre mi cabello, como una brisa tibia, casi caliente. Esa tarde, con el espacio más saturado que otras veces, yo llevaba un vestido corto y ceñido, lo que al verme despertó en él una mirada de admiración y deseo. Se acercó a mí, quedándose adherido por detrás, como en otras ocasiones, pero esta vez rodeándome con un brazo a la altura de mis costillas, muy cerca de los pechos, fijándome a él con firmeza, como si fuéramos un solo cuerpo por la parte de abajo. Creí que me iba a traspasar. Yo mostraba un gesto de disgusto por la incomodidad de ir tan oprimida en público, me ponía muy nerviosa, por temor a perder el control. A pesar de ello, el sentirme así tan atrapada y notar que el chico estaba tan caliente me complacía. Eran unos quince minutos de jugar con fuego, muy confortables para mí, me la hacían pasar bien con aquel chico que físicamente no me resultaba desagradable ni mucho menos. Intenté esquivar su cuerpo con dificultad, le aparté la mano de mi con decisión amable, suspirando con ahogo.

-Oye....porfa! -le dije mirándole suplicante.

El chico se revolvió incómodo, pero como estaba acoplado detrás de mí, de forma muy estratégica, en seguida volvió a hacerme notar la presión de su hombría, que restregaba sin recato alguno sobre mis nalgas. Al poco, al comprobar que no había más protestas por mi parte, creció su osadía y extendió uno de sus brazos a lo largo de su cuerpo crispando su ancha mano sobre mi culo. El notar su tocamiento, me hizo sentir agobiada por el ambiente, viéndome obligada a voltearme con aires de protesta para deshacer su posición excesivamente amable.

-Uuuff...qué fatiga! -murmuré sin mirarle.

Su respuesta inmediata fue bajar su otra mano hasta mi cadera para dominarme mejor. Comenzó a darme firmes restregones con su sexo sobre mis nalgas, haciéndome sentir su erecta barra de carne aprisionada dentro de su ropa. Su otra mano se deslizó hacia arriba hasta alcanzar mis pechos, masajeándolos suavemente por el lado sur. Estaba bastante excitado y yo no podía oponerme sin el riesgo de provocar el consiguiente escándalo, ni tampoco podía ponerme a su altura allí delante de tanta gente. Afortunadamente, ya llegamos al punto de bajarme y de cortar aquel calentón tan fuerte y morboso, tocándome en público de aquella manera. Menos mal que los que viajaban junto a nosotros pensaban que éramos una parejita de enamorados que volvían juntos a casa.

Abandoné el bus con alivio, y me alejé a paso acelerado. Él también se apeó en el mismo sitio y se quedó parado mirando por donde yo me iba. Después, pude observar que me seguía a cierta distancia también con andar apresurado. Llegué a mi casa y entré antes de que me alcanzara.

Aquel improvisado seguimiento me llenó de sorpresa al no saber si lo que deseaba era prolongar su atrevido acercamiento más allá de lo esperado.

Después del citado episodio, me estuve preguntando a donde podía llegar aquel pegadizo admirador con sus atrevidos manoseos. Tal vez sería mejor cambiar el horario de mi recorrido para evitarle. Pensé que el descarado magreo a que me había sometido en el autobús no le daba ningún derecho sobre mí, aunque el haberlo hecho con disimulo no había trascendido a otra gente. Sin embargo, esa misma tarde ya me había demostrado que no se conformaba con el regodeo limitado del autobús y que quería ir por más. El sabía que yo notaba su asedio ocasional y que lo consentía, por lo que quizás estaba pensando que me gustaba realmente. Hasta ahora me había parecido muy agradable, ver su acecho, adivinar en sus ojos el compulsivo deseo que se le despertaba hacia mí, su aproximación decidida y cautelosa, como un juego de cacería cuyas reglas solo nosotros dos conocíamos. Era una situación que había madurado últimamente a gran velocidad y la mejor solución era pasar de este chico y no complicarme con él.

Esa noche, al llegar a casa noté la falta de una pequeña agenda que llevaba en uno de los bolsillos de mi pantalón, donde tenía anotadas todas las direcciones y teléfonos de mis amigos. Estuve pensando y no recordaba donde podría haberla perdido; tal vez me la había dejado en la oficina o me había caído con el forcejeo del bus.

Al cambiar mi horario de regreso, no hubo ocasión de volver a encontrarnos más. El bus a esa hora más tarde, ya casi de noche, iba más vacío y él no iba en ese coche, por lo que mis viajes fueron mucho más tranquilos, sin la obligación de ir prensada y ser manoseada por otros viajeros. Algún día, en el recorrido desde la parada hasta mi casa, me pareció que alguien me seguía a cierta distancia, pero no estaba segura si era él, ni me ocupe de averiguarlo. Supuse que el chico aceptaría que me había cansado de aguantar sus descarados sobos y que había decidido enfriar aquel extraño acercamiento. En realidad, sin tratarnos personalmente, habíamos mantenido una onda voluptuosa y meramente carnal que, de seguir así, podría haber resultado peligrosa para mí. No era cosa de permitirle tanto a alguien prácticamente desconocido. Así, en unos días me quité de la cabeza a mi perseguidor,

Poco después, estando un día sola en mi casa, sonó el teléfono y al contestar no se puso nadie, pasaron unos minutos y volvieron a llamar. Nadie al habla, solo pude escuchar una respiración fatigosa, mientras yo seguía preguntando quién era. Durante algún tiempo, muchas tardes sonaba el teléfono misteriosamente, sin que nadie se pusiera al habla. Finalmente, dejaron de molestarme