Empezando a vivir mi vida.

Después de comer solíamos ver las noticias, dormitábamos un poco en el sofá, con Mar apoyando su cabeza en mis piernas y cuando nos despertábamos solíamos ver alguna película o lo dedicábamos al aseo personal de Mar. Pero ese día viendo una película, Mar con su eterna batita liviana y semidesnuda debajo de ella, se la subió hasta enseñarme sus braguitas y me lo dijo con naturalidad.

Esta historia que estoy viviendo me parece surrealista, algo que parece imposible que ocurra o como esos videos de YouTube de "cosas que no te van a pasar en tu puta vida" pero si, en ocasiones esas cosas ocurren sin buscarlas y fluyen como el agua en el cauce de un rio.

Me presento, mi nombre es Abel, tengo veintisiete años, soy programador y en estos momentos estoy independizado. De mí, os puedo contar que soy normal, ni guapo ni feo, ni alto ni bajo y que básicamente me dedico a mi trabajo que absorbe casi todo mi tiempo. Por suerte la empresa que me contrató me dio la posibilidad de teletrabajar desde casa, cosa que agradecí, porque al poco debido al COVID-19 nos confinaron y no pudimos salir de nuestros domicilios a no ser que fuese por una causa justificada.

Para mí este hecho fue una tortura debido a la absurda obsesión de mi madre sobre el fin del mundo y la gran hecatombe a la que nos enfrentábamos los seres humanos. Ella acostumbrada a salir todos los días y relacionarse con la gente, de pronto se vio encerrada en un piso con su marido y su hijo y creo que eso le afectó más de la cuenta.

Mi padre, más acostumbrado a sus cambios de humor y sus fobias, no la hizo ni caso y mi madre focalizo todas sus neuras en mí y eso me afectó en mi vida personal y laboral. Las broncas eran continuas, solo se dedicaba a molestarme, entraba en mi habitación continuamente interrumpiendo mi trabajo, incluso si estaba en videoconferencia con mis compañeros, o bien gritaba que fuese a verla a donde estuviese dentro de la casa solo para que saliese de mi habitación y poder empezar una absurda discusión.

Llegó a tal punto su obsesión que se enfadaba si salía de casa o bien porque no salía. Me limitó las comidas porque según ella estaba demasiado gordo, de acuerdo que me sobraba algún kilito, pero no estaba obeso ni mucho menos, o bien me atiborraba de comida porque me decía que comía poco. Mi padre pasaba de todo y la convivencia con mi madre empezó a ser imposible y me prometí a mí mismo que según terminase ese confinamiento me iría a vivir solo, me independizaría de mis padres y empezaría a vivir mi vida lejos de casa de mis progenitores.

No fue fácil encontrar lo que buscaba. No es que mi sueldo fuese muy elevado y junto con los alquileres desorbitados que había en Madrid se hacía imposible el alquilar y pagar facturas de agua, luz, internet y comida. Además, estaba el inconveniente de que tampoco quería estar demasiado cerca de casa de mis padres, ya que mi madre, seguro, vendría a mi casa día sí y día también, a tocarme las narices y tampoco deseaba eso.

La respuesta me la dio un compañero, que hablando de mi problema con él y el conflicto que arrastraba con mi madre, me comento que tenía un familiar viviendo en Las Palmas de Gran Canaria y que sabía que tenía un piso que alquilaba, aunque no tenía claro si lo seguía teniendo o ya lo había alquilado. Me prometió enterarse y ponerme al corriente.

A ver, mi primer pensamiento era irme a vivir a una ciudad lejos de Madrid, que estuviese a más de cien kilómetros, no a casi dos mil, pero el dinero mandaba y dependiendo de ese alquiler, no me lo iba a pensar, aunque el traslado fuese más caro.

Al final salimos del confinamiento y al año, más o menos, todo se precipitó un poco. Este compañero me puso en contacto con su tía, que era la que alquilaba el piso, y su propuesta, por ser compañero de trabajo de su sobrino, fue difícil de rechazar. Me dejaba un piso amueblado, con dos habitaciones y totalmente equipado por unos cómodos cuatrocientos euros y dos meses de fianza.

Un sábado a las siete de la mañana, y previa bronca con mis padres, por irme a pasar un fin de semana fuera con la que estaba cayendo, tomé un avión con destino a Las Palmas de Gran Canaria y con una PCR negativa, para poder viajar y así poder ver mi futuro piso. Mi compañero, sobrino de esa mujer, me acompañaba también, quien se puede negar a un fin de semana en las playas de Canarias.

Fue un fin de semana increíble. La casa me gustó muchísimo, estaba en una barrio tranquilo y justo al salir a la calle tenía una parada de "guagua" (forma coloquial que tienen los canarios de llamar a los autobuses) que me llevaba al centro de la ciudad, ósea, que también estaba bien comunicada. La tía de mi compañero de trabajo nos alojó en su casa los dos días que nos quedaríamos, y como dijo, así me conocería mejor ya que sería su inquilino. También conocí a su prima de diecinueve años, que no dudó en llevarnos con ella y sus amigas a la playa y de fiesta, aunque las restricciones impedían todavía estar de juerga toda la noche. Todo me fascinó mucho, y ya en el aeropuerto, la prima de mi compañero me dijo con picardía que se encargaría de que no me sintiese solo cuando me independizase.

Esa afirmación de la prima de mi compañero me puso algo nervioso. Aunque no era virgen, mi relación con las chicas no era muy buena. Era demasiado tímido y siempre me aterraba que me rechazasen si intentaba algo, así que, entre mi trabajo y mi timidez, tampoco es que saliese mucho a divertirme, con lo que llevaba años sin tocar a una chica y bastante más sin acostarme con una.

Aun así, de mi cabeza no se borraría ese primer día que fuimos a la playa con la prima de mi compañero y sus amigas y que cuando llegamos las tres chicas se quitaron su ropa quedándose solo con un tanguita como prenda de baño y luciendo sus tetas sin pudor, sin una sola marca de bañador, con lo que para ellas era normal hacer topless y mostrar su cuerpo prácticamente sin ropa en la playa. Ese primer día lo pasé mal debido a que mi rabo decidió erguirse ante tanta belleza y mostrando tanta piel, pero debido a mi vergüenza me fui rápidamente al agua a "enfriarme" aunque no conté con que la prima de mi compañero viniese detrás de mí.

Solo cuando noté como sus tetas se aplastaban contra mi espalda, sus brazos abrazando mi cuello y su pubis apoyándose en mi culo, fui consciente de lo difícil que sería mantenerme tranquilo y que mi "amiguito" se relajara. Mara, que así se llamaba la prima de mi compañero, deshizo ese abrazo y se puso delante de mí, apoyando su espalda en mi pecho y dejando que ese perfecto culo abrazase mí ya despendolada verga, frotándose con suavidad. Agarró mis manos y me hizo abrazarla por debajo de sus tetas, pero notando perfectamente, la suavidad de su piel. Estuvimos así unos minutos, sintiendo como su perfecto culo se frotaba conta mí y como sus manos acariciaban mis brazos.

—Eres muy tímido… ¿Verdad? —Preguntó Mara.

—Bueno, sí, un poco…vale, bastante tímido, ¿por?

—Bueno, mira cómo estamos, si no fueses tan tímido ya estarías metiéndome mano. Pero tranquilo, me gusta que no seas un puñetero pulpo.

Diciendo esto, se dio la vuelta deshaciendo ese erótico abrazo, pasó sus brazos por mi cuello y me dio un suave pico en los labios.

—Baja esa hinchazón que te he provocado, me encantaría ayudarte, pero sería muy descarado. Sé que es cruel, pero te dejo solo.

Vi como Mara se alejaba y saliendo del agua movía su perfecto culo, sabiendo que no podía apartar la mirada de su increíble cuerpo. Fue inevitable hacerme una paja dentro del agua en honor a esa diosa de cuerpo perfecto, mirada turbadora y gesto travieso. Durante todo el día, Mara estuvo a mi lado, mientras mi compañero de trabajo lidiaba con las otras dos lobas y que, ya montados en el avión, me comentó que se había follado a una de ellas, una morena guapísima, en el agua, aunque no pudieron llegar a mucho más.

La llegada a mi casa después de ese fin de semana no fue una fiesta ni mucho menos. Mi madre me recibió con frialdad y desapego y mi padre con su habitual pasotismo. La situación era ya insostenible y creo que debido a ese momento me hizo soltar la noticia antes de tiempo. Así que, cenando, con un silencio sepulcral solo roto por el tintineo de los cubiertos sobre los platos, di la noticia:

—Aunque todavía tengo que organizar unas cuantas cosas, dentro de unos días me voy de casa, me independizo. Ya he encontrado una casa y firmado un contrato de alquiler. —Dije con tranquilidad sin apartar mi vista del plato.

Ese tintineo de los cubiertos en los platos se detuvo, solo se escuchaba el mío y decidí elevar mi vista y fijarme en mis dos progenitores que me miraban sin creer lo que habían oído.

—¿Qué…que has dicho? —Preguntó mi madre casi en un susurro.

—Lo que has oído mamá, dejo el nido, me voy de aquí, quiero vivir mi vida sin reproches y broncas diarias, necesito tranquilidad, necesito alejarme de vosotros.

La bronca se escuchó en todo el edificio. Los gritos de mi madre y sus mil reproches se confundían con los berridos de mi padre llamándome mal hijo y desertor, incluso hubo un momento en que quisieron agredirme, pegarme como si fuese un niño pequeño por abandonarlos a su suerte, según ellos.

Razonar era tarea imposible. Por mucho que quise tranquilizarles y decirles que lo que iba a hacer era algo lógico y natural, no me escuchaban, solo me increpaban y gritaban. Al final harto de ellos y sus gritos me fui a mi habitación y cerré con seguro para que no pudiesen entrar, pero eso no fue óbice para que aporrearan mi puerta y siguiesen gritando tras ella llegando al insulto.

Como dije al principio, todo se precipitó un poco. A partir de ese día la estancia en casa de mis padres fue un martirio hasta el punto de que incluso desayunar, comer o cenar fuese misión imposible. Tenía que irme a un restaurante a alimentarme ya que según mi madre era un traidor y a los traidores no se les alimenta, aunque les diese el diezmo de mi sueldo.

La situación era tan insostenible que me puse en contacto con una agencia de transportes, me proporcionaron un contenedor, metí todas mis pertenecías, las que yo adquirí con mi dinero, incluido mi herramienta de trabajo, mi ordenador de torre de dos mil euros, mi teclado, mi ratón y mi pantalla curva de 32".

A los quince días de ese primer viaje que hice para conocer mi futura casa, entraba de nuevo en ella para habitarla como inquilino. La tía de mi compañero de trabajo de portó de maravilla conmigo. Sabiendo que llegaría solo con lo puesto, hasta que llegase mi contenedor, me hizo una pequeña compra de comida para por lo menos comer los primeros días mientras me instalaba. Cuando entré de nuevo en esa casa Mara estaba presente junto a su madre y se le notaba emocionada. Cuando nos pudimos quedar solos me lo dijo con picardía.

—Imagino que tendrás mil cosas que hacer. Dentro de unos días, cuando hayas terminado de instalarte, te llamo para quedar y tomar algo, de todas formas, si necesitas que te ayude en lo que sea, te he dejado un post it con mi número de teléfono en la cocina.

—Gracias Mara, te lo agradezco de corazón. —Le dije con sinceridad.

Nos despedimos con cariño y la madre de Mara, y mi casera, me hizo prometer que un día iría a comer a su casa.

Las siguientes semanas fueron un poco locura. Contrato de la fibra para tener internet y esperar al técnico para su instalación, cambio de titularidad de los contratos de luz y agua, localizar una oficina del banco donde tenía mi cuenta corriente y hablar con ellos para trasladar todas mis operaciones a esa oficina, realizar los trámites para obtener la residencia, hacer una gran compra para empezar a vivir sin necesidad de salir todos los días a comprar…etc.

Más o menos al mes ya estaba instalado y funcionado sin problema. Durante todo este tiempo ni me acorde de Mara y su promesa de llamarme. Yo ya llevaba durante un par de semanas trabajando sin apenas descanso y quizás, demasiado encerrado en mí mismo intentando encontrar mi rutina, esa que solía llevar en la que fue la casa de mis padres. Tuve reuniones con los compañeros de Las Palmas para perfilar los trabajos que debía de realizar y tengo que reconocer que fueron muy amables conmigo y congeniamos enseguida haciendo que ese cambio tan radical de vivir en casa de mis padres a vivir solo fuese más llevadero.

A las pocas semanas, tuve una reunión con mi jefe directo para tratar sobre un programa que tenía que realizar y del cual yo sería el máximo responsable. Perfilamos los detalles de lo que deseaba el cliente y antes de irme esa persona se interesó por mi estancia en las islas afortunadas.

—Y bueno, cuéntame, ¿cómo llevas el vivir aquí? ¿Estas ya instalado?

—De momento tengo que hacerme a la idea que esto está ocurriendo de verdad. Casi no he salido, salvo para ir a comprar víveres, el resto del tiempo lo he dedicado a trabajar.

—¿Viviendo en este paraíso y no sales a divertirte? —Preguntó ese hombre asombrado.— Mira, ya te iras dando cuenta, aquí vamos a otro ritmo, no es la locura de Madrid. Sabes, te voy a dar un regalo de bienvenida, un fin de semana para dos personas en un hotel increíble, el Gloria Palace Royal de Amadores.

Es ese momento me vino a la cabeza Mara, era la única persona que conocía en ese momento en la isla, aparte de su madre claro, aunque creo que sería muy fuerte así de primeras invitarla a un hotel ella y yo solos.

Me despedí de mi jefe y agradecí el detalle que había tenido conmigo. Era miércoles y leyendo las condiciones de ese hotel era para entrar el viernes por la tarde y salir el domingo a medio día. Me armé de valor y tomando mi teléfono móvil marqué el número de Mara que al momento casi aceptó mi llamada.

—¡¡ABEEEL!! ¡¡HOLAAA!! —Contestó Mara con alegría.

—Hola Mara, —contesté algo abrumado,— ¿Qué tal estas?

—Muy bien. No te lo vas a creer, pero ahora mismo estaba pensando en ti, en cómo te estaría yendo tu nueva vida. Te tenía que haber llamado antes pero he estado algo liada.

—Bueno no te preocupes, yo he estado también muy liado con mi trabajo.

—¿Y a que debo el honor de tu llamada? —Preguntó Mara.

—Pues veras, quizás te parezca algo descarado, —empezaba a decir, notando arder mi cara de vergüenza,— pero me han regalado un fin de semana en un hotel en Amadores y como la única persona que conozco en esta isla es a ti…he pensado…bueno…he pensado…que a lo mejor te gustaría…uffff…no sé…

Estaba rojo como la grana, sudando por cada poro de mi piel, notando la respiración de Mara a través del auricular y casi sintiendo su enfado al ser tan descarado con ella y proponiéndole algo tan obvio, como era el irnos, ella y yo solos a un hotel.

—Espera…espera. Que yo lo entienda bien, ¿me estas proponiendo que nos vayamos tú y yo solos a un hotel a pasar el fin de semana, como una parejita de enamorados?

—Se cómo suena, pero yo no…para nada pienses…joder, —solté sin pensarlo,— lo siento Mara olvida todo esto, ya te llamaré otro día para tomar algo y charlar. —Dije a modo de despedida.

Iba a colgar y dar por finalizada la llamada cuando escuche gritar mi nombre a través del auricular.

—¡¡ABEL, ABEEEL, NO CUELGUES!!

—Dime. —Dije esperando algún hachazo por parte de ella.

—¡¡Ay mi niño!! —Exclamó Mara en un precioso acento canario.— Vergonzoso, tímido y poco seguro de ti mismo. Solo te estaba tomando un poco el pelo. Por supuesto que me encantará ir contigo de fin de semana a un hotel o a donde sea, siempre que estemos tú y yo juntos. Pero prométeme una cosa.

—¿Qué cosa?

—Que cuándo estemos juntos no seas tan tímido y tan vergonzoso. ¿Lo harás por mí?

—Te lo aseguro. —Aseveré con una gran sonrisa, suspirando aliviado.

Estuvimos hablando casi una hora, y al final quedamos en que vendría a mi casa el viernes a comer y saldríamos para el sur por la tarde. Cuando terminé de hablar con ella miré un coche de alquiler y cuando fui a recogerlo, me animé y me fui hacia Amadores para ver el hotel donde nos íbamos a hospedar.

Cuando llegué y lo vi me quedé con la boca abierta. Era muy bonito y estaba construido en un acantilado mimetizándose con el entorno de roca volcánica. La playa era artificial, pero perfectamente construida, con unos soportales llenos de tiendas y restaurantes donde poder comer y hacer compras.

Como sabía que cuando llegase a mi casa no me apetecería ponerme a hacer cena, me senté en una de las muchas terrazas que había, el local se llamaba Ciao Ciao y tenía muy buena pinta. Cené muy bien y los camareros fueron muy atentos y ya con la barriga llena me fui de vuelta a Las Palmas. Cuando llegué me hice una infusión y me fui a dormir, al día siguiente me tendría que poner las pilas para adelantar mi proyecto y que ese fin de semana prometedor que me esperaba no atrasase mi trabajo.

Y no lo voy a negar, durante casi ese día y medio hasta que Mara vino a mi casa no me la pude quitar de la cabeza. Estaba excitado, nervioso, dubitativo. Creo que después de lo que paso en la playa aquel día, lo que me dijo en el aeropuerto al despedirnos y la segunda vez y la alegría con la que me recibió nuevamente, no dejaba lugar a dudas que esa niña quería algo conmigo.

Pero mi inseguridad me hacía dudar. Mara era una preciosidad de diecinueve años con un cuerpo y una cara que haría perder la cabeza a cualquier hombre. De hecho, estoy seguro de que podría tener al hombre que quisiera con solo chasquear los dedos, entonces, ¿por qué yo?

No quise hacerme ilusiones. Sabía de mi atractivo que era más bien escaso, aunque ya mi sobrepeso empezaba a remitir, vivía en un tercero sin ascensor, sabía que los chavales que podrían atraer a Mara serían los típicos inconscientes de gimnasio, pagados de sí mismos y marcando paquete y músculos.

Era consciente de lo que proyectaba, y mi inseguridad me hacía dudar de todo. Hasta de mi pene, que, sin ser pequeño, tendría unos diecisiete centímetros, grueso y ligeramente curvado a la derecha, pensaba que sería incapaz de dar placer a una mujer comparándolo estúpidamente con los que veía en las películas porno de actores con pollas de veinte o veintitrés centímetros.

La noche del jueves, desnudo frente al espejo, vi la inmensa mata de pelo que poblaba mis genitales y que casi ocultaba mi pene en estado de reposo. Decidí que casi mejor sería recortarlo para que en apariencia se viese mejor, pero a la vista del destrozo que me estaba haciendo, al final decidí afeitarme todo y dejar mi pubis mis huevos y mi perineo sin un solo pelito.

Cuando terminé y vi el resultado casi me echo a llorar, iba a hacer el mayor de los ridículos si Mara decidía follar conmigo. Si es cierto que al no tener tanto pelo se veía más grande, pero de alguna manera percibía que el afeitarme los huevos había sido una muy mala idea.

Esa noche no dormí bien, no estaba a gusto con lo que había hecho en mis partes nobles, pero ya no había vuelta atrás. Me levanté temprano y me puse a trabajar. El reloj paso inexorable y llego el momento en que el telefonillo de la entrada me advirtió que Mara había llegado. Nervioso, temblando como un flan fui a abrirle la puerta de la calle, al poco llamaba al timbre de mi casa.

Cuando la vi de nuevo me pareció la mujer más impresionante que había visto en mi vida. Vestida con una camiseta de tirantes ceñida a su cuerpo y con un escotazo adivinando sus tetazas impresionantes y con short de licra que se ajustaba a sus curvas como un guante marcando un culo espectacular. Cuando entro en mi casa me acordé lo que le prometí y sin casi dejar que me saludase, agarré su cara y armándome de valor le di un morreo que ella respondió pasando sus brazos por mi cuello y arrimándose a mi dejándome sentir sus tetas en mi pecho.

El beso duró lo que duró. Creo que ninguno de los dos quería terminarlo, pero ya nos faltaba el aire. Cuando nos separamos Mara me sonreía y sus ojos brillaban de una manera muy especial.

—Vaya mi niño, te tomaste en serio la promesa que me hiciste…me encanta. —Susurró en mi oído con ese acento canario que me derretía.

—Las promesas están para cumplirlas, ¿no crees? —Respondí.

—Por supuesto, y me gustan los hombres de palabra. Este fin de semana promete. Anda, vamos a comer, si llegamos pronto, nos podremos bajar a la playa un rato.

Llegamos a Amadores sobre las cuatro de la tarde y el sol todavía estaba en todo lo alto y calentando a base de bien. El check in en el hotel fue rápido y cuando entramos en la habitación fue espectacular, con vistas a la playa, que a esas horas y empezando a bajar la marea empezaba a vaciarse.

—Vamos a aprovechar cielo, nos ponemos el traje de baño y nos bajamos. —Dijo Mara empezándose a quitar la camiseta y dejándome ver sus tetas.

Estaba embobado mirándola, como con mucha feminidad se iba despojando de sus prendas. Cuando se bajó sus shorts, solo un tanga mínimo de hilo cubría su sexo, dejando sus ingles a la vista. Con total naturalidad se dio la vuelta y sin doblar sus rodillas se agachó a buscar en su equipaje su prenda de baño, que era otro tanga. Cuando hizo esto mi erección era ya imposible de disimular, su culo era prefecto, su anito se veía perfectamente, el hilo no lo disimulaba y su vulva se veía algo abultada sobre la tela de su prenda intima.

Con la misma feminidad se quitó su tanguita quedándose como dios la trajo al mundo, momento en el que me miro con picardía y me lo dijo:

—Pero cariño, que haces así, vamos desnúdate y ponte tu traje de baño.

Mara se mostraba ante mi sin ningún tipo de vergüenza, mostrándome su lascivo cuerpo libre de vello. Mis ojos no sabían dónde posarse, estaba obnubilado con esa ninfa de diecinueve años que estaba decidida a enseñarme sin pudor su desnudez.

Dándose de nuevo la vuelta abrió mi troley dejándome ver en todo su esplendor su anito y su coñito. Mi polla iba a estallar de lo dura que estaba y Mara, encontrando lo que buscaba, se incorporó y con una dulce sonrisa vino hacia mí.

—Déjame que te ayude mi amor. —Me dijo con una dulce voz.

Me quitó la camiseta, y arrodillándose ante mi empezó a desabrocharme los pantalones mientras me miraba y se mordía su labio inferior.

—Ahora entiendo por qué no querías quitarte la ropa. No puedes bajar con semejante empalmada, —decía acariciando con la palma de su mano mi polla sobre el slip,— pero yo estoy aquí para ayudarte. Tú déjame a mí.

Según terminó de decir esto, bajó mi ropa interior, me miró con una sonrisita traviesa arrugando su naricita y lamio mi príapo para a continuación hacerme una de las mejores mamadas de mi vida. La boquita y la lengua de Mara eran devastadoras y noté mi orgasmo, que imparable, crecía en mi interior.

—Mara, no…no voy a aguantar mucho más. Me…me…me voy a correr.

Mara, sacó mi polla de su boca y me miró con vicio mientras lamia mis huevos y pajeaba lentamente mi verga, que avisando dio su primer espasmo, momento en el que Mara se la metió nuevamente en su boquita y ante semejante visión empecé a correrme como un animal. Mara no dejó escapar ni una gota, dejó que descargase mi corrida en su boquita y cuando terminé me la enseño, blanca, copando su garganta y su boca. Volvió a envolverla con sus labios y parte se derramo sobre su pecho. Volvió a mostrármela y cerrando su boca oí como la tragaba para seguidamente abrirla y ver que mi corrida estaba en su estómago.

—¿Mejor mi amor?

—Ufff Mara, como decírtelo, ha sido espectacular.

—Me la debes y me la pienso cobrar, —dijo con candidez.— Ahora bajemos a la playa.

El rato que estuvimos en la playa fue lo más erótico y sensual que he vivido. Mara no dejó de calentarme y excitarme en todo momento. Su cuerpo se arrimaba al mío, su culito se frotaba contra mi verga y abrazaba mis caderas con sus piernas mientras me besaba con pasión. Sus manos me acariciaban lo mismo que las mías acariciaban su cuerpo y en más de una ocasión metí mi mano bajo su tanga y acaricié su coñito. Mi polla estaba de nuevo a full y no dejaba de pensar en follarme a esa niña que me tenía desquiciado.

Creo que Mara sabia controlar los tiempos y no lo quiso alargar mucho más. Habían sido unas horas disfrutando de ella y de nuestro baño, pero el sol se estaba ocultando en el horizonte y la playa estaba prácticamente vacía.

—Casi mejor nos vamos a ir al hotel, nos vamos a duchar y nos iremos a cenar y de marcha, ¿te apetece? —Propuso Mara.

—Me parece una idea estupenda. —Dije sin dudar.

Pero cuando llegamos a nuestra habitación los planes de Mara eran otros. Nunca se sabrá lo que pasa por la cabeza de una mujer y en mi sempiterna timidez no había tomado la iniciativa, cosa que Mara hizo enseguida.

Ella paso al baño de inmediato, pero sin cerrar la puerta. Yo concediéndole su intimidad me fui a la terraza mientras ella terminaba de asearse, pero al momento su cálida voz me llamó desde dentro del baño.

Cuando entré, Mara estaba ya desnuda y me sonreía seductora.

—¿A que esperas? Vamos, quítate el traje de baño y vamos a ducharnos.

No me lo pensé, que demonios, ¿Qué había que pensar? Me quité el bañador y con mi rabo apuntando al techo y más duro que el acero, me metí dentro del plato de ducha junto a Mara, que de inmediato pego su cuerpo al mío, agarró mi verga con su mano derecha pajeándome mientras que con la izquierda acariciaba mis huevos con dulzura.

—Te he dicho que me encanta que estes depilado.

—¿En serio? ¿Te gusta? —Pregunté sorprendido.

—Si te soy sincera, se lo proponía a alguna de mis parejas y me decían que me había vuelto loca, depilarse los huevos ellos, como si fuesen maricones. Esa era su respuesta.

Mara me besó con obscenidad, metiendo su lengua en mi boca mientras mis dedos jugaban con su coñito y su clítoris haciéndola gemir. Me sentí muy bien con lo que me dijo sobre mi depilación, pensando que haría el ridículo llegado el momento, pero Mara me demostraba que le encantaba. Se separó ligeramente de mí y me miro enfebrecida, mientras apoyaba sus manos en mis hombros y hacía que me arrodillase.

—Me debes una y quiero que me la pagues ahora, —dijo excitada.— Cómeme el coño. —Me ordenó.

Obedecí su orden sin rechistar. Mara sabia riquísima y tenía un coñito precioso. Mis dedos no se estuvieron quietos y follaron su coño buscando su punto "G" haciéndola gemir mientras sus manos agarraban mi cabeza con fuerza. Pero no fue que se corrió como una puta, hasta que mi dedo anular profano su anito. Fue entonces cuando estalló en un poderoso orgasmo que regó mi cara y me dio a beber su néctar.

—Dios mi amor follame, —decía temblando aun,— follame lo necesito, te necesito dentro.

Mara se puso de espadas a mi apoyando su pecho en los azulejos de la ducha y sacando su culito provocadoramente. Se la metí del tirón, abriéndola el coño, mientras daba un gritito de placer.

—Joder, siiii…que polla más rica. —Gimió esa diosa.

—Te voy a reventar. —Dije envalentonado.

Esa estancia se llenó de gemidos, suspiros y el sonido de mi pelvis chocando con su culo . Mis manos sobaban sus tetas y el cuerpo de Mara que se retorcía de gusto con cada embestida que le daba. La hice alcanzar un orgasmo que disfrutó e hizo que con las contracciones de su vagina se adelantase el mío.

—Me…me voy a correr, ¿dónde lo quieres? —Pregunte a punto de correrme.

Mara sacó mi polla de su interior y se arrodillo delante de mí abriendo su boca.

—En mi boca y mis tetas cielo.

Hice lo que me pidió, llené con mi corrida su boquita y sus tetas hasta que de mi rabo, solo salía alguna gotita, momento en el que Mara la metió en su boquita y la chupó hasta sacarme hasta el último resto de semen.

Cuando terminó se puso en pie y me volvió a besar con lascivia mientras frotaba su perfecto cuerpo con el mío. Nos terminamos de duchar y mi polla volvía a estar como el asta de una bandera, era imposible no excitarse con semejante niña.

Nos secamos mutuamente y Mara volvió a pajearme mientras me besaba y acariciaba mis huevos:

—Me encanta lo rápido que te recuperas para mí. Vamos a la cama mi amor.

Mara agarro mi mano y me llevo pegado a ella hacia la enorme cama de matrimonio. Entro a gatas mostrándome en todo su esplendor su retaguardia, brillante de sus jugos. Apoyo su pecho en el colchón, elevando su culo y hundiendo sus riñones en clara invitación a que la follase en cuatro. Pero ante tal visión, mi boca se apodero de ese anito ofrecido, follándomelo con la lengua mientras mis dedos follaban de nuevo su coñito.

—Dioooos mi amor… que ricoooooo…sigueeeee.

No me podía creer lo que estaba pasando. Mi excitación estaba a tope, nunca me había sentido así. Una diosa de cuerpo perfecto estaba entregada a mi dejándome hacer con ella lo que me viniese en gana, aunque pensándolo bien desde que empezamos con estos juegos fue ella la que llevó la iniciativa, yo solo me dejé llevar.

—Me…me quiero correr con tu polla dentro de mí. —Me dijo Mara incorporándose.— Túmbate mi amor.

Hice lo que me dijo sin rechistar. Me tumbé con mi rabo apuntando al techo, ella se puso en cuclillas y tanteando, dándose puntadas ella misma con mi polla, se dejó caer cuando la tuvo en la entrada de su coñito, hasta que solo mis huevos quedaron fuera.

—¡¡AHHHHH!!… siiiiiiiii. —Gimió Mara.

Desde luego sabia como follar, como darse placer y dar placer. Jugaba en como mi polla la follaba. Daba pequeñas sentadas para seguidamente metérsela hasta el útero gimiendo como una puta. Era hipnótico ver como su coñito devoraba mi verga sin problema, mientras ella con sus dedos entrelazados detrás de mi cuello, gozaba de esa follada controlando como mi príapo le abría su coñito. Vi como cerraba sus ojos y su cuerpo empezaban a temblar. Agarré su culo y elevando mi pelvis violentamente se la clavé hasta el útero momento en el que me besó y gimió su orgasmo en mi boca

Yo no me había corrido todavía aunque me faltaba poco. Ella se quedó con mi polla bien clavada en su coñito, notando las contracciones de su vagina con los últimos estertores de su orgasmo. Mara me miraba risueña, se arrodilló con mi polla aun clavada en su coñito y dejó sus tetas al alcance de mi boca. Me apoderé de ellas y me dediqué a lamerlas y acariciarlas, haciendo gemir nuevamente a esa niña que de nuevo empezaba a mover sus caderas con mi polla dentro de ella. Vi como elevaba su culo y sacaba mi verga de dentro de esa cueva lubrica y acogedora.

—Solo un momento amor. No te muevas. —Me pidió Mara.

Se fue hacia su equipaje y buscó algo que encontró enseguida y que no pude ver. Volvió a la cama y se puso a horcajadas sobre mi cara, dándome la espalda y dejando su coño pegado a mi boca.

—Cómemelo mi amor, me encanta que me coman el coño.

Mis labios y mi lengua no le dieron tregua y lamio desde su clítoris hasta su anito que boqueaba como un pez.

—Que ricoooo mi amooor…—gimió Mara de nuevo.— Te voy a follar otra vez.

Noté como su mano agarraba mi polla y percibí una sensación de frescor en ella. Mara se puso en pie, frente a mí, una pierna a cada lado de mi cuerpo dejándome ver desde esa perspectiva su cuerpo y su sexo, perfecto desde esa vista. Vi como echaba algo en sus dedos y los llevaba a su culo. En ese momento supe que por primera vez en mi vida iba a tener sexo anal, algo que hizo que mi polla, creo, que aumentase en tamaño y dureza.

Volvió a ponerse en cuclillas, mostrándome su coñito abierto y agarrando mi rabo lo puso en su anito haciendo algo de presión.

—Dios Mara, no creo poder aguantar, me tienes al borde del orgasmo.

—Cariño, córrete cuando quieras, pero intenta aguantar un poquito, ¿vale?

Mara me lo dijo con cariño. Vi su cara que empezaba a mostrar esa mezcla de placer y dolor cuando el glande empieza a vencer la resistencia del esfínter. Estaba hipnotizado viendo como mi polla iba muy poco a poco entrando en el culito de esa niña hasta que de repente noté como su esfínter, derrotado, daba paso a mi verga que se enterró hasta más de la mitad debido al lubricante.

—¡¡AHHHH!! Siiiiiii, mi amooor…que ricoooooo.

Mi orgasmo empezaba a nacer desde mi interior. La vista que tenia de mi polla enterrada hasta los huevos en su culito, y su coñito, babeando, mostrándose ante mi abierto hizo que mi polla diese un primer espasmo de aviso. Creo que no hay hombre que se resista ante tal visión teniendo la vista que tenía yo con una joven como Mara sentada sobre mi dándose placer.

Todo el tiempo había permanecido a merced de Mara. La había dejado hacer lo que quisiera conmigo e hice todo lo que me pidió, pero quise dejar de ser pasivo y tomar un poco las riendas de esa follada. Hice que se levantase y me miró confundida.

—¿Ocurre algo cielo? —Preguntó con cara de susto.

—No mi niña, pero quiero follarte yo a ti. Ponte en cuatro. —Le ordené.

Mara no lo pensó, e inmediatamente hizo lo que le pedí. Pegó su pecho al colchón y hundió sus riñones dejando a mi merced ese culazo que tenía. Mi polla entro con una estocada certera, hasta los huevos, haciendo que Mara levantase la cabeza y exhalase el aire de sus pulmones en un agónico gemido.

—Así mi amor…rómpeme el culo con tu polla, párteme en dos. —Gimió Mara.

Sacando fuerzas de donde no había, viendo ese espectáculo POV porno en el que yo era el protagonista y bombeando como un animal en ese culito de ensueño, hizo que Mara Alcanzase otro orgasmo momento en el que mi polla empezó a escupir litros de semen en los intestinos de esa niña que se retorcía de gusto con mi verga bien clavada en su culo.

Mara se dejó caer en la cama agotada de su ultimo orgasmo mientras yo me tumbaba a su lado y besaba su cuerpo.

—Mara eres un sueño de mujer. —Le dije con sinceridad.

—Gracias mi niño.

Nos quedamos durante unos minutos descansando hasta que Mara se puso encima de mí, me abrazó y me beso con cariño. Me encantaba sentir su peso sobre mi cuerpo y sus tetas clavadas en mi pecho mientras mis manos la abrazaban y sobaba a placer su culito.

—¿No tienes hambre? —Preguntó Mara.

—Si, reconozco que necesito comer algo, me muero de hambre.

—Te propongo algo. —Dijo Mara.

—Dime que quieres.

—Invítame a cenar y yo te invito a las copas de después. ¿Te hace?

—Por supuesto que sí. Me parece una idea genial.

—Vamos a ducharnos otra vez mi niño y vamos a arreglarnos para la cena. —Me sugirió Mara.

En la ducha nos volvimos a excitar y volvimos a follar, aunque solo Mara alcanzó su orgasmo, yo estaba seco y aunque estaba en puertas no llegaba a correrme, aunque si disfruté de ese momento con ella.

—Te lo pienso compensar mi amor, eres único. —Me comentó Mara con cariño.

Cenamos en el Ciao Ciao, en un marco idílico, el rumor de las olas de fondo, la playa y la luna reflejada en el agua. Como era de esperar el servicio fue de primera y veía a Mara entusiasmada con el trato que nos estaban brindando.

—No conocía este sitio, pero me está gustando mucho. —Me comentó Mara.

—Nos tratan tan bien por ti. Mírate, estas preciosa, los camareros se pelean por venir a verte, estar cerca de ti y agradarte. —Dije a modo de cumplido.

Hacia muy buena temperatura y para esa ocasión Mara se había puesto un vestido ajustado a su cuerpo fresco y muy corto, con un gran escote mostrando parte de sus perfectas tetas. Unas sandalias de cuña hacían que sus piernas y su culo fueran perfectos. Como la dije al salir de nuestra habitación, esa noche me tendría que partir la cara con algún tipo por lo exuberante y provocativa que iba.

Pero me equivoqué, fue una noche perfecta en la que nos divertimos mucho, lo pasamos en grande, aunque si es cierto que las miradas que algunos le echaban a Mara la desnudaban, sus miradas eran de deseo.

Sobre las seis de la mañana llegamos de nuevo al hotel y nos subimos a nuestra habitación. Según se cerró la puerta, Mara se colgó de mi cuello y pasando sus piernas por mis caderas y con mis manos agarrando su perfecto culo la lleve a la cama y nos desnudamos mutuamente. Esa noche volvimos a follar y llene de leche calentita el único sitio donde no me había corrido todavía, su coñito.

Al día siguiente nos levantamos tarde, volvimos a follar y nos bajamos a la playa, donde pasamos el resto del día, descansando, tostándonos al sol y dándonos cariño. Repetimos lo del día anterior, follamos hasta la hora de cenar y luego nos fuimos de marcha hasta la madrugada. Esa noche llegamos antes, pues al día siguiente debíamos dejar la habitación antes de las doce del mediodía. El domingo lo pasmos también en la playa hasta que por la tarde nos montamos en el coche y tomamos camino de Las Palmas. Antes de llegar, Mara me lo dijo:

—Vayamos a tu casa, todavía no quiero ir a la mía, quiero estar todo el tiempo que pueda contigo.

Me limité a agarrar su mano y besarla, sin apenas enterarme me había enamorado de esa niña.

Cuando llegamos a mi casa fue inevitable el que nos desnudásemos y volviésemos a follar. Mara me buscaba continuamente y sabia como excitarme y ponerme más duro que el acero. Esa noche cuando dejé a Mara en su casa nos despedimos febrilmente y antes de bajarse del coche me dijo un sentido, — te quiero.—

Me costó dormirme un montón pensando en nuestro fin de semana, en todo lo que había pasado y en cómo me había enamorado hasta el tuétano de esa niña. Me costaba entender que es lo que había visto en mi para hacer lo que hicimos y follar como follamos y pensé que, de alguna manera Mara también sentía algo por mí. En ese momento yo tenía veintiséis años, me separaban de ella siete años, pero no le di importancia.

Al día siguiente cuando me levanté tenía un wasap de ella. — Esta noche te echado mucho de menos. Por la tarde iré a tu casa. Que tengas un buen día. Te quiero.—

Ese mensaje de Mara elevo mi ánimo hasta límites que no conocía. Pasé la mañana como en una nube, como solo una mujer pude hacerte sentir cuando te demuestra su cariño y su entrega. Esa tarde cuando Mara entró en mi casa, sobraron dos cosas, las palabras y nuestras ropas. Nos enganchamos como perros en celo y follamos toda la tarde. Volví a follarme todos sus agujeritos llenándolos de leche y ya por la noche me lo comentó:

—He dicho a mi madre que me iba a pasar la noche a casa de una amiga para poder estar junto a ti.

—Te quiero Mara, no te puedes hacer una idea de lo que te quiero. —Confesé enamorado de esa niña.

Vi sus ojitos brillar de una manera especial. Se abrazó a mí, nos fuimos a duchar, cenamos y nos metimos en la cama a seguir amándonos. Fueron un par de meses llenos de cariño, amor y detalles por mi parte y por la suya, vivíamos una intensa historia de amor y pensé estúpidamente que había encontrado a mi media naranja, a mi amor verdadero. Que estúpido e ingenuo fui. Como dice el refrán, quien con niños se acuesta, "meao" se levanta.

El primer aviso de que algo no funcionaba fueron sus continuas excusas para no quedar conmigo. Pasamos de estar prácticamente todos los días juntos a no vernos en toda la semana. Lo achaqué a sus estudios y que estaba en época de exámenes, pero una llamada de mi compañero de trabajo y primo de esa chica empezó a abrirme los ojos.

—Ey chaval, como te van las cosas por Las Palmas, ¿todo bien?

—Bueno si, todo en orden aclimatándome a esta nueva vida. ¿Y por Madrid? ¿Qué tal van las cosas por allí?

—Bueno, ya sabes, más de lo mismo, trabajar mucho y cobrar poco.

Los dos nos quedamos callados durante unos incomodos segundos. Supe que ese chico me había llamado por algo relacionado con su prima y no me equivoqué.

—Dime, ¿cuál es el motivo de tu llamada? —Pregunté intrigado.

—Veras Abel, hoy he hablado con mi tía y tú has salido en esa conversación. Me ha dicho que cree que Mara y tú estáis juntos hace un par de meses. ¿Es eso cierto?

—Bueno, no te voy a engañar. Somos novios, nos queremos y si, llevamos un par de meses juntos.

—¿Novios? Abel, creo que no conoces bien a mi prima.

—¿Porque dices eso? Cuando estamos juntos lo que me hace sentir es increíble.

—Por supuesto que sí. A ti y a todos los que se folla.

—¡¡JODER TIO, NO SEAS CABRON!! —Grite enfadado, por lo que había dicho de Mara.

—Mira Abel, no quiero que sufras por esa zorra, aunque creo que ya es tarde, pero aunque no lo creas ya se ha follado a los hombres de media isla y ahora va a por el otro medio, joder, si hasta yo que soy su primo hermano, me la he follado y le revente el culo y el coño, no me jodas tío, esa puta te va a destrozar anímicamente si es que no lo ha hecho ya, pasa de ella.

Después de esa confesión por parte de mi compañero de trabajo terminé abruptamente la llamada, estaba en shock. Quise hablar con Mara pero no respondió a mi llamada ni a mi wasap, me dejó en visto pero no me respondió. Eso me hundió bastante.

Durante más de quince días no supe nada de Mara. Pasé del todo a la nada de la noche al día sin previo aviso y eso de alguna manera me jodia. Era un pardillo al que una joven de diecinueve años engañó sin importarle mis sentimientos. Mi inexperiencia, y lo inocente que fui en manos de esa joven, hizo que jugase conmigo a su antojo, aunque me resistía a creer que todo fue una farsa. Hubo momentos en que note como me amaba, o eso creía yo.

Empecé a dejar de llamarla o dejarle mensajes en wasap. Estaba dolido y bastante desanimado. Un mensaje de un numero desconocido termino de abrirme los ojos…

—« El viernes por la noche pásate por el Moma Club sobre las doce de la noche. Sabrás el tipo de "novia" que tienes.»

Estaba jodido y mi ánimo por los suelos. Me negaba a ir ese sitio, sabía que lo que iba a presenciar no me gustaría y así fue.

Ese viernes sobre la una de la madrugada me pasé por ese sitio que me indico el mensaje. Era una discoteca de moda, llena hasta los topes. Me costó localizar a Mara. Primero vi a sus inseparables amigas, sentadas en la barra junto a cuatro tíos que intentaban algo con ellas. Supe que Mara no se encontraría lejos, y con algo de dificultad, abriéndome paso entre la gente, conseguí al final, localizarla en un lugar de ese local, apartado y muy discreto.

No sabría describir lo que sentí cuando la vi. Sobre todo, un dolor agudo en mi corazón, seguido de rabia, celos y humillación. Mara estaba sentada a horcajadas sobre un cani que amasaba su culo bajo su minifalda mientras se comían la boca. Pude apreciar que la estaba follando, un ligero movimiento de sus manos dejo su culo al aire viendo que no llevaba bragas y apreciando como la polla de ese cani, la barrenaba sin descanso.

No me quise quedar a ver más. Mi compañero de trabajo y primo de esa chica tenía razón, era una zorra, una puta que se follaba a todo lo que tuviese rabo.

Las lágrimas pugnaban por salir de mis ojos cuando una mano me detuvo y me dio la vuelta. Era Giovanna, una de sus inseparables amigas.

—Joder Abel, ¿qué haces tú aquí?

—Abrir los ojos y darme cuenta de quien es en realidad Mara. Respondí dolido.

—Sabía que esto al final ocurriría, se lo dije a Mara y no quiso oírme, para ella eras un pardillo adorable.

—Bueno, pues este pardillo ha captado la indirecta. Te agradecería que no le comentases que he estado aquí.

Me fui a casa abatido. Como dijo mi compañero, Mara me destrozó anímicamente en nada y menos. Me di cuenta de que la condición femenina era una mierda y que las mujeres eran más falsas que un euro de madera. Eran superficiales, ambiciosas y carentes de sentimientos. Me blinde en mí mismo y me juré que no sufriría más por una mujer…solo un estúpido piensa eso.

Pasaron algo más de cuatro semanas hasta que de nuevo tuve noticias de Mara. En ese tiempo me dediqué a trabajar, duro y sin descanso, eso de alguna manera me tuvo entretenido y alejó de mi cabeza a esa chica, aunque sería estúpido el no confesar que de vez en cuando mi pensamiento se perdía con ella en mi cabeza recordando los intensos momentos vividos con Mara en mi casa.

Ocurrió un viernes por la tarde. Estaba en mi salón viendo una película de Netflix, cuando el telefonillo de mi casa sonaba anunciando a alguien que no esperaba. Cuando descolgué y escuché su voz me puse muy nervioso, era Mara.

—¿Sí? —Pregunté.

—Hola Abel, soy Mara puedes abrirme por favor.

Estúpidamente pensé que venía a hablar conmigo, a explicarme el porqué de su comportamiento. Pero cuando abrí la puerta todo el nerviosismo que tenía desapareció al ver a Mara acompañada de un bigardo de gimnasio que parecía un matón de discoteca.

—Perdona que me presente así, pero necesito que me hagas un favor. —Dijo Mara sin ni siquiera saludarme.

—Hola soy Rulo.—Dijo ese chico mirándome de arriba a abajo con indiferencia.

Los dos pasaron al salón sin que yo les invitase a pasar y se sentaron en el sofá donde Mara y yo habíamos follado tantas y tantas veces. Venia vestida de modo provocativo, con una camiseta de tirantes sin sujetador y unos shorts tan cortos y ajustados que se adivinaba su anatomía sin problema. Yo me senté en una silla frente a ellos no entendiendo muy bien que hacían esos dos en mi casa.

—¿Y bien? —Dije de forma seca y cortante dirigiéndome a ellos.

—Bueno, cuéntame, ¿qué tal estas? ¿Cómo te va todo? —Preguntó Mara de forma conciliadora.

—Lo más importante, la salud y el trabajo, no me fallan. —Respondí, mirando a Mara con dureza.

Se produjo un silencio incomodo en el que Mara me miraba a mí y miraba a su acompañante esperando algo. Se frotaba las manos nerviosamente y yo me seguía preguntando que hacían esos dos en mi casa.

—Perdona, —dijo Rulo rompiendo el silencio,— ¿puedo pasar al servicio?

—Claro, —dije algo molesto,— es la puerta del fondo, la de la derecha.

Lo vi desparecer y me pareció una falta de respeto el que según llegues a una casa en la que no conoces a nadie pidas pasar al servicio sin ni siquiera abrir la boca y a los pocos minutos de sentarte. Cuando vi desaparecer al tipo ese, miré con disgusto a Mara.

—¿Me puedes explicar que está pasando aquí? ¿Qué hacéis los dos en casa?

—Bueno, es algo complicado de explicar, pensé que sería más fácil, pero ahora, teniéndote delante de mí, creo que esto no ha sido buena idea. —Dijo Mara con pena.

—Pues explícamelo y dime por qué de la noche al día me sacaste de tu vida de la forma que lo hiciste y por qué vi lo que vi en el Moma Club.

—¿En el Moma? ¿Has estado en el Moma? ¿Qué has visto? —Preguntó Mara con preocupación.

—Lo puta que eres. Vi como en un lugar público te dejabas follar por un tío. —Respondí con rencor.

—¡¡JODER!! —Exclamó Mara.

—¡¡MARA VEN DE UNA PUTA VEZ QUE NO TENGO TODA LA TARDE!!

Era la voz del tal Rulo, pero con la obviedad que esa voz venia de mi habitación, no del servicio. Mirando a Mara desconcertado, me levanté como un resorte y fui directo a mi habitación. La puerta estaba abierta y lo que vi me dejo de piedra. Tumbado en la cama, desnudo y con una polla erecta que casi doblaba en tamaño y grosor a la mía, se encontraba el cerdo ese.

Mara, pasó a esa habitación que tanto conocía y no pude dejar de ver su cara de vicio, de zorra, relamiéndose y mordiéndose el labio inferior. Supe que no quería a esos dos en mi casa y creo que no era difícil adivinar a lo que venían, a echar un polvo, como si mi casa fuese un vulgar picadero. También supe que, si me enfrentaba, o me ponía borde con ese animal, saldría mal parado, con lo que me fui a la cocina y agarré un cuchillo de grandes dimensiones.

Cuando volvía a esa habitación vi sobre el inodoro las ropas y el calzado de ese tipo, bien doblada y colocada. Sin pensarlo, la agarré, fui al salón y las tiré a la calle. Me fui otra vez a mi habitación y lo que vi me dejo impresionado. Mara de rodillas, mostrando su culazo que se comía la tela de su short sin problema, le hacia una profunda mamada al hijo puta ese que gemía de placer. Eso me enervó y agarrando del pelo a la puta esa la arroje al suelo con violencia.

—¡¡¿QUE HACES GILIPOLLAS?!! ¿TE HAS VUELTO LOCO? —Protestó Mara desde el suelo.

—Ahora mismo los dos fuera de aquí…¡¡VAMOS!! —Grité indignado.

—Mara, ¿qué cojones pasa? Me dijiste que no habría problema en que follásemos aquí. —Protestó Rulo.

—Abel, déjame que te explique. —Dijo Mara poniéndose en pie.

—No hay nada que explicar puta, que coño te has creído. —Dije blandiendo el cuchillo.

—Joder Abel, ¿qué haces con ese cuchillo en la mano? —Preguntó Mara con cara de pavor.

—Joderos la vida si no os vais de aquí ahora mismo.

Los dos salieron por pies de esa habitación, pero el tonto de Rulo paso al servicio a recoger su ropa, algo que no encontró.

—Joder, ¿y mi ropa?

—En la puta calle. Si te das prisa quizás la encuentres sobre la acera o encima de algún coche. —Dije con rabia.— ¡¡VAMOS, FUERA DE MI CASA!! —Les grité a los dos.

—Esta no es tu casa. Es la casa de mi madre. —Replicó Mara con vehemencia.

—¡¡Niñata estúpida!! Desde que tu madre y yo firmamos un contrato de arrendamiento y pago todos los meses por vivir aquí, esta es mi casa a todos los efectos, aunque no sea el propietario, y vosotros dos no sois bien recibidos en MI casa. —Dije con desprecio.— ¡¡VAMOS LARGO DE AQUÍ!!

Rulo no se iba a ir sin hacer algo de espectáculo delante de Mara y se enfrentó a mi antes de salir de mi casa. La verdad es que tenía una musculatura imponente y como dije, si me enfrentaba a él, tendría muy pocas posibilidades.

Intentando conservar la calma puse el cuchillo en su ingle cerca de sus atributos, momento en el que ese tipo al sentir el frio filo de mi cuchillo reculó hacia la salida levantando sus manos en señal de rendición.

—Como intentes algo así te juro que yo termino en la cárcel, pero tu acabas en la morgue o en el hospital, sin todo esto que te cuelga.

Mara dio un grito de pavor y agarró a su acompañante del brazo tirando de él hacia la puerta de salida. Los dos bajaron corriendo por las escaleras y yo cerré la puerta temblando del estado de nervios que tenía. No me podía creer que Mara me hubiese intentado humillar de esa manera en mi propia casa.

Escuché gritos en la escalera y me asomé para ver que ocurría. Lo que vi me hizo sonreír. La señora Rosario una anciana que vivía en el primer piso, se liaba a bolsazos y bastonazos contra Rulo llamándole de todo mientras este intentaba cubrirse con sus brazos y manos de la agresión.

Al poco apareció Mara con los pantalones que yo arrojé por la ventana y por lo menos ese impresentable pudo salir ocultando su desnudez, aunque la señora Rosario amenazo a Mara.

—Mara, pienso llamar a tu madre y contarle esto. Eres una sinvergüenza.

—Váyase a la mierda, vieja amargada y chismosa. —Respondió Mara enfadada.

Me metí de nuevo en mi casa y lo primero que hice fue cambiar las sábanas de mi cama. Aunque no habían llegado a hacer nada, me dio mucho asco el saber que ese tío había estado acostado desnudo sobre mi cama.

No pase buena tarde. Estuve muy intranquilo, con momentos en los que las lágrimas desbordaban mis ojos, recordando los momentos vividos con Mara y su manera de humillarme. Ya por la noche recibí un mensaje de Mara, que lejos de disculparse, descargaba su frustración en mí.

«Eres un cabrón que me ha jodido la vida. Lo de esta tarde no te lo pienso perdonar, te juro por Dios que no me vas a volver a tocar un pelo en tu puta vida, estúpido.»

Mi respuesta fue obvia, no me iba a callar:

«Eso lejos de ser un castigo, es una bendición. Hasta nunca Mara.»

Solo el paso de los días, las semanas y los meses, puso algo de paz y sosiego en mi vida. Adopté un gatito, un cachorro de pocos días que encontré tiritando de frio en la calle una noche que fui a tirar la basura. Me apiadé de él y lo llevé a mi casa dándole calor con mi cuerpo. Al día siguiente lo lleve al veterinario y desde entonces fue mi fiel compañero y quien me alegró con sus juegos y su compañía.

La madre de Mara y mi casera vino a visitarme una tarde y a disculparse por el comportamiento de su hija. Se enteró de todo lo que había pasado por boca de doña Rosario y por su propia hija que le contó lo ocurrido. Estaba avergonzada de saber cómo era su hija en realidad y me aseguró que Mara ya no me volvería a molestar más, aunque eso ya lo sabía de antemano.

Como dije antes, solo el paso del tiempo fue el que cerró mi herida y el encargado de dejar en un mero recuerdo desagradable lo que ocurrió con Mara. Aunque sería ridículo pensar que no me acordaba de su lascivo cuerpo, como se desnudaba para mí y como follábamos, momento en el que, para bajar mi erección y mi excitación, le dedicaba una rica paja que me aliviaba.

Poco a poco esos pensamientos dejaron paso a otros nuevos. Aunque no salía a divertirme muy a menudo, si es cierto que de vez en cuando quedaba con algún compañero y nos íbamos a cenar y a tomar una copa.

En una de esas salidas, coincidí con Giovanna. Me puse algo nervioso por si Mara estaba con ella, pero esa chica enseguida me tranquilizó.

—Por si te preguntas si Mara esta por aquí, tranquilo, cuando nos enteramos de lo que te había hecho nos enfadamos con ella y empezamos a dejar de salir juntas. Lo último que se es que ya ni vive en Las Palmas, está en un internado en Inglaterra.

—¿En un internado en Inglaterra? ¿Y eso? —Pregunté intrigado.

—Creo que cuando sus padres supieron de sus andanzas y con lo que te hizo, se volvieron locos y la internaron en un centro de señoritas para meterla en vereda. No sé si servirá de algo, pero un cambio de aires no le vendrá mal. —Terminó de decir.

Nos despedimos con la promesa de que un día quedaríamos y tomaríamos un café, para ponernos al día y saber algo más de nosotros.

—Siempre me pareciste un chico muy tierno y cariñoso y eso me gusta en un hombre. Me gustaría conocerte mejor. Llámame un día, ¿vale?

Yo sonreí por compromiso, y aunque Giovanna me dio el número de teléfono de su móvil, yo estaba seguro de que no la llamaría. Esa chica era tan ligera de cascos como su amiga y como dije en una ocasión, no volvería a sufrir por una mujer. Además, si no me equivoco, creo que esa fue la que se folló mi compañero en la playa el fin de semana que fui a conocer mi nueva casa.


Pero realmente lo importante, lo que cambio mi vida completamente, ocurrió al año más o menos de estar viviendo es esa casa.

Como dije vivía en un bloque de tres pisos, con dos puertas por piso. Éramos pocos vecinos ya que algunas de las casas no las ocupaba nadie y en mi planta solo vivía yo, la casa frente a mi puerta llevaba vacía desde que llegué.

Una mañana estando trabajando escuché ruidos y como un vulgar cotilla, abrí la puerta para ver lo que ocurría. Vi a pintores, albañiles y fontaneros, que metían sus equipos en esa casa, vacía hace años según me comentaron.

—Esta casa era de una mujer que falleció hace unos meses, —me comento el que parecía el jefe.— Los hijos de la fallecida han heredado la propiedad y han decidido ponerla en alquiler, pero hay que hacer algunos arreglos y hacer este piso habitable.

Durante cerca de un mes estuve viendo como todos los días, todos los trabajadores iban dejando presentable ese piso. Paredes, baño nuevo, cocina nueva completamente amueblada, instalación eléctrica nueva…etc. Cuando terminaron el jefe de esa obra me invitó a pasar para que viese como había quedado y me impresionó. Habían metido hasta electrodomésticos nuevos, cocina de inducción, frigorífico, lavadora, secadora, aire acondicionado en el salón…en fin, todas las comodidades posibles.

A los pocos días vi como un camión se paraba en la puerta y empezaban a descargar cajas y cajas de IKEA, que poco a poco fueron subiendo y dejándolas en esa casa.

Lo primero que pensé es que la persona que había alquilado el piso tenía por delante una tarea titánica de muchos días para montar todo eso, pero lo curioso es que todavía no sabía quién sería mi vecino de rellano.

Tardé pocos días en saber quién sería mi vecino, en este caso vecina. Una chica joven entre veinticinco o treinta años subía cajas y más cajas y no queriendo parecer desagradable abrí mi puerta y me presenté para ayudarla.

—Hola, me llamo Abel y creo que vamos a ser vecinos. Si quieres puedo ayudarte a subir cajas.

—Te lo agradezco, pero no es necesario, ya quedan pocas cajas por subir, pero gracias de todos modos. —Dijo esa mujer de manera fría y cortante.

—Bi…bien, pero si te hace falta ayuda no dudes en pedírmela. —Respondí confundido por su actitud.

Ni sabía ni como se llamaba. No me dio ningún tipo de información, solo se limitó a pasar a mi lado sin mostrar el más mínimo interés. Fue inevitable en fijarme en su cara angulosa, seria, con una nariz pequeña, grandes labios unos ojos grises preciosos y una melena castaña recogida en una gran trenza que llegaba casi a su cintura.

Llevaba una camiseta grande, pero se adivinaban dos buenas tetas y cuando pude ver su retaguardia, su culo era de primera, redondito y respingón. Toda esa belleza la sujetaban dos piernas largas y torneadas, vaya, que la niña estaba de muerte, pero era borde como ella sola.

Yo me limite a respetar su decisión. Le ofrecí mi ayuda, si la necesitaba ya lo pediría, pero lo que no iba a hacer es ser reiterativo y cargante. Ese mismo día coincidí con ella nuevamente en la escalera y le dije un —hasta luego— que no me fue respondido. Pero a los tres días fue ella la que llamó a mi puerta. La veía incomoda, mirándome con desconfianza y la salude de nuevo.

—Hola, ¿qué querías?

—Veras, sé que he sido borde y desagradable contigo, pero me ofreciste tu ayuda si la necesitaba…y…y te aseguro que ahora la necesito, estoy algo desesperada. —Dijo esa mujer casi al borde del llanto.

—Bien, sé que te ofrecí mi ayuda y estoy dispuesto a dártela, pero esto te va a costar algo a cambio. —Dije con cara de sorna, pero para mí sin ninguna doble intención.

Creo que mi comentario y esa mueca en mi cara se interpretó de manera equivocada. Vi como esa chica se ponía tensa y me miraba furiosa.

—Sabes, mejor te metes tu ayuda por donde te quepa, cabrón aprovechado, eres un impresentable. —Dijo dándose la vuelta para meterse en su casa.

—Espera, espera, —dije sorprendido por su reacción.— No sé qué has pensado, pero desde luego, no es lo que crees que es.

—Como que no cerdo misógino. Eres como todos, solo pensáis en lo mismo…sois patéticos.

Me quedé a cuadros, impresionado por como escupió sus palabras y con la rabia que lo hizo. Vi cómo se iba murmurando, vaya a saber usted el que, hacia su puerta y justo antes de que pudiese cerrar se lo dije:

—Solo quiero que me digas como te llamas, el otro día cuando me presenté no me lo dijiste. Eso es lo que te iba a pedir. —Confesé casi en un ruego

En ese momento su gesto cambio. No sabía decir si entre el arrepentimiento o la desconfianza, pero de alguna manera se dulcificó y me miro seria pero intentando averiguar si lo que decía era cierto.

—¿De verdad? ¿Solo me ibas a pedir eso? —Dijo esa chica con desconfianza.

—Pues claro, ¿qué creías? ¿Qué te iba a pedir matrimonio? —Dije riéndome.

—No, matrimonio, no…pero si algo más fuerte. —Dijo seria.

—¿Algo más fuerte? —Pregunté perplejo.— ¡¡AHHHH…Ya entiendo!! NOOOO…Por Dios ¿Cómo crees…?

—Te aseguro, que a estas alturas de mi vida ya nada me sorprende, pero si me espanta. —Dijo esa chica con pena.

—Bueno, pues quizás sea un bicho raro, una especie en extinción o una variedad genética única, pero a mí no me gustan ese tipo de insinuaciones y si te ha molestado mi comentario, te pido disculpas.

—Acepto tus disculpas, y también discúlpame a mí por mi carácter, siento si te ha molestado. —Dijo esa chica con una tímida sonrisa.

—Naaaada…no te preocupes. —Dije despreocupadamente.— Y dime, ¿Por qué necesitas mi ayuda?

—Veras es que…Casi mejor es que te lo enseñe. —Dijo franqueándome la entrada a su casa.

Que queréis que os diga, aquello parecía el escenario de una batalla campal. Tablones de madera apoyados en las paredes, cajas de cartón abiertas, herramientas tiradas por el suelo, y un montón de tornillería totalmente esparcida y desordenada. Todo, de los muebles de IKEA. Quien haya probado a montar un armario, una cama o un mueble de salón sabrá a lo que me refiero.

Todo era un caos sin pies ni cabeza y por lo que estaba viendo había comprado muebles para el salón, el dormitorio principal, el dormitorio pequeño, más algunos muebles pequeños para cocina y baño. Aquí había mucho, muchísimo trabajo y no se haría en un día, si no en muchos.

—Pensé que podría hacerlo. Me dijeron que sería fácil, pero esto me supera, no soy capaz de entender los manuales de montaje, no soy muy hábil en estos menesteres y como me dijiste que si necesitaba ayuda tú me la prestarías pues, en fin. ¿Cómo lo ves?

—Pues que aparte de tener que decirme tu nombre, aun no lo sé, aquí tenemos mucho trabajo.

—María del Mar, aunque siempre me han llamado Mar. Tú te llamabas Abel, ¿no?

—Si, así me llamo, —decía mirando a mi alrededor y pensando en el "fregao" en el que me iba a meter.— Bien creo que lo mejor es empezar por el dormitorio principal. Hay que ordenar todo y localizar toda la tornillería.

Yo enseguida me puse manos a la obra identificando los componentes y ordenando toda la tornillería. Aunque parezca una tontería eso nos llevó cerca de dos horas, dejarlo todo preparado para empezar el montaje, que de seguro nos llevaría otro tanto. Terminamos cerca de las diez de la noche y por lo poco que vi y pude intuir en esa casa no había nada de nada para cenar y yo me moría de hambre. Aunque Mar seguía siendo fría, pero correcta en el trato, me atreví a preguntarla:

—Mar, ¿Qué vas a cenar?

—Pues no sé, ya vere lo que tengo por ahí. —Dijo mirándome con cara de "invítame a cenar".

—Veras, he preparado lomos de merluza en salsa marinera con gambas y almejas y como todavía no se medir las cantidades tengo cena para cuatro días. ¿Te apuntas?

—No, creo que no sería correcto, nos acabamos de conocer.

—Por Dios Mar, que solo es cenar, somos vecinos, no exageres las situaciones.

—Ya, primero empiezan las cenas, luego siguen los chupitos y cuando me quiera dar cuenta estas intentando meterme mano o llevarme a la cama. —Dijo Mar con desconfianza.

—Si me conocieses, verás que tengo menos peligro que un gitano sin primos. Créeme, no soy un seductor.

—Eso dicen todos los hombres. Todos tenéis el mismo patrón de conducta. Dijo vehementemente.

—Bien, —dije ya molesto por sus respuestas— no soy persona de insistir mucho sobre algo tan básico como cenar. Respeto tus opiniones aunque no las comparto, y si no me quieres acompañar a cenar, acato tu decisión. —Dije secamente, pero sin perder mi sonrisa.

Me dirigía hacia la puerta para irme a mi casa. Mar venia detrás de mí y cuando iba a salir me sujetó tímidamente del brazo.

—Abel, perdona mi carácter pero llevo unos meses muy malos. Me gustaría probar esos lomos de merluza. —Dijo avergonzada.

—Pues entonces ven, dije tendiéndole la mano.

—Espera que me arreglo un poco. —Dijo Mar con coquetería.

—No, estas perfecta así. Vamos. Respondí tirando de ella.

La cena fue el preludio de lo que vendría todo después. Nos ayudó a conocernos más, lo que éramos y a que nos dedicábamos. Lejos de pensar que sería tensa, Mar confió en mí y supo que de alguna manera conmigo no corría peligro. Tanto fue así, que incluso cayó una botella de vino blanco en la cena y eso hizo que tomase más confianza y me contase cosas de ella. Así me enteré de que Mar era directora de una sucursal bancaria, se había divorciado hacia cuatro meses y tenía cuarenta y tres años.

—¡¡¡¿TIENES CUARENTA Y TRES AÑOS?!!! —Pregunté perplejo.

—Si, —afirmó algo asustada, —¿aparento más? Preguntó con preocupación.

—¡¡Que dices!! Si pareces una veinteañera, yo te echaba entre veinticinco a veintiocho años. —Respondí asombrado.

—¿De verdad? ¿Lo dices en serio? —Preguntó ilusionada.

—Mírate Mar, eres una preciosidad de mujer, con una cara y un cuerpo perfectos, seguro que los hombres se rompen el cuello cuando pasas a su lado.

—No sigas por ahí Abel, no me gusta. —Dijo Mar muy seria, sin mirarme a la cara.

Nos quedamos callados los dos en un silencio incómodo para ambos. Mar creo que entendió, que esa respuesta, de alguna manera, había roto el momento y decidió que debía de irse y así me lo hizo saber.

—Abel, ha sido una cena muy rica y una sobremesa excelente, pero debo irme a descansar, mañana madrugo.

—Claro, lo entiendo, yo también. Antes de que te vayas no he podido dejar de fijarme que no hay ni un colchón en tu casa donde puedas descansar. Solo quiero que sepas que mi casa es tuya y que la habitación que tengo libre la puedes ocupar si lo deseas.

—Abel, eres un cielo. Mañana nos vemos. —Dijo a modo de despedida.

Esperé en el umbral de mi puerta viendo como cruzaba el rellano que nos separaba. Vi como abría la puerta de su casa y antes de cerrar su puerta me miraba sonriente y leía en sus labios un —hasta mañana.—

Cuando me acosté en mi cama, no pude dejar de pensar en Mar. Creo que tenía algún tipo de problema con los hombres. O era una feminista radical que odiaba el sexo masculino, o en su defecto, alguien, un hombre, la había hecho mucho daño y descargaba toda su frustración y su ira contra nosotros.

Mentiría si no dijese que esa mujer me gustaba más que un día de playa. Era inteligente, divertida cuando no se ponía a la defensiva, guapa, escultural, y se intuía, también era una magnifica tertuliana.

Me dormí pensando en Mar y me desperté pensando en ella. Aunque trabajase desde mi casa mi horario empezaba a las siete de la mañana y terminaba a las tres de la tarde. Escuché cuando salió Mar de su casa y la vi dirigirse a su coche con un elegante traje de chaqueta. También escuche cuando llegó a su casa y a los pocos minutos llamaba a mi puerta ya cambiada. Solo llevaba una camiseta de tirantes dejándome adivinar sus poderosas tetas y unos shorts vaqueros muy discretos que no enseñaban nada, pero si marcaba sus curvas.

Empezamos sobre las cuatro de la tarde y ya sobre las once de la noche la habitación principal estaba acabada con su cama de matrimonio, sus mesillas, sus lámparas y su armario ropero. Mar me pidió que la ayudase a poner el colchón y a hacer la cama y así esa noche, por fin, dormiría en una cama.

La invité de nuevo a cenar en mi casa, sabía que ella no tenía nada, en un momento que fui a la cocina a por un vaso de agua, abrí su nevera y salvo algún refresco y un pequeño trozo de queso, no había nada más. Aunque protesto un poco, alegando que se estaba aprovechando de mí, vino mansamente y prepare algo rápido, los dos estábamos cansados y necesitábamos dormir. Cuando terminamos, hablamos de cosas triviales y a los pocos minutos la veía entrar de nuevo en su casa.

Para quien piense que esa tarde, montando los muebles, hubo momentos de tensión sexual, que se lo quite de la cabeza. Mar en todo momento mantuvo una distancia lógica y prudencial entre ella y yo, salvo en algún momento, en el que me tenía que ayudar y se juntaba a mí, pero sin ningún tipo de intención. Su trato siempre muy educado y correcto era carente de sentimiento o cariño, era glacial. Esa tarde solo pude ver su escote y en algún momento que se tenía que agachar me dejaba ver parte de un tribal donde la espalda pierde su honesto nombre.

La cosa no cambió mucho durante los siguientes cinco días que tardamos en montar todo lo que había comprado. Lo más complicado de armar fueron la habitación de matrimonio y los muebles del salón, el resto fue coser y cantar y pasados los días, en algún momento puntual, me daba una palmada cariñosa en la espalda y me decía, —buen trabajo, chaval.— eso de alguna manera me molestaba, ya no era un chaval estaba cerca de la treintena y a mi lado, ella parecía una chicuela.

Durante los días que duró en montaje de los muebles, Mar cenó en mi casa todos los días y yo estaba encantado de que lo hiciese ya que hablábamos de muchas cosas. Ambos nos preguntábamos por nuestras vidas y sentíamos curiosidad el uno por el otro.

—Y dime Abel, como un chico como tú, amable, detallista, buen cocinero, trabajador, respetuoso y sin vicios, está solo, ¿no hay nadie en tu vida? —Preguntó Mar.

—No, no hay nadie y con los tiempos que corren, esos valores hoy en día no valen para las mujeres. Además, soy extremadamente tímido y me cuesta horrores acercarme a alguna mujer y entablar una conversación. Me da pavor que me rechacen o se rían de mí.

—¿Tan poco seguro estas de ti mismo? —Preguntó de nuevo Mar.

—Veras, no he tenido suerte con las mujeres que han entrado en mi vida. La última, la hija de la mujer que me alquila el piso, consiguió robarme el corazón, me enamoré de ella perdidamente hasta que un día, de la noche a la mañana, desapareció de mi vida sin dar explicaciones. Un mensaje a mi móvil me citó en una conocida discoteca donde vi a mi supuesta "novia" follando con otro tío en un lugar apartado y discreto.

—Pero ¿la viste follar con otro? —Preguntó sorprendida.

—Ya te he dicho que sí. Pero lo peor es que un día llamo a mi casa y se presentó con un maromo, un chulito de gimnasio. Su intención era que la dejase mi cama para follárselo.

—Joder, no me lo puedo creer. ¿Me lo dices en serio? —Preguntaba Mar espantada.

—¿Por qué te iba a engañar con algo así? —Respondí.

—Los hombres sois muy canallas. Para conseguir vuestro objetivo sois capaces de todo, hasta de haceros las víctimas.

—¿A qué viene eso ahora Mar? ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra?

—¿Te crees que soy tonta? ¿Piensas que no me he dado cuenta de cómo me miras? Se ve el deseo en tus ojos y ante el más mínimo signo de debilidad por mi parte sé que atacaras e intentaras separarme de mis bragas. Eres tan cerdo como todos…os odio. —Dijo Mar echándose a llorar.

No entendía lo que había pasado. Estábamos charlando tranquilamente y de repente estalló como una bomba de relojería. Quise acercarme a ella y abrazarla para consolarla e interesarme el porqué de esa reacción. Pero ante mi intento de abrazarla, reacciono más violentamente.

—¡¡¡NO ME TOQUES!!! ¡¡¡NO SE TE OCURRA TOCARME UN PELO…ASQUEROSO!!! —Chilló Mar fuera de sí.

Me miro furiosa, se levantó de la silla con violencia y se fue de mi casa dando un portazo. Todavía no entendía muy bien lo que había ocurrido, sabía que algo le pasaba, que en su pasado algo la había traumatizado y estas eran las secuelas de esa experiencia. Mar era muy introvertida con su vida personal y no me contaba nunca nada de por qué se vino a vivir a Las Palmas de Gran Canaria, aunque lo intenté sin resultado, siempre esquivaba mi pregunta.

Tuvieron que pasar dos días, dos interminables días, para que llamase de nuevo a mi puerta. Cuando abrí vi a una Mar avergonzada, muy arrepentida e intentando explicar su reacción de ese día. Sabia el mal rato que debería de estar pasando y no quise ser cruel con ella, con cariño y apoyando mi mano en su mentón, hice que levantase su cabeza y me mirase con esos increíbles ojos grises que tenía.

—Mar no tienes que explicarme nada, acepto tus disculpas, solo quiero que sepas que cuando quieras contarme lo que te ocurrió, estaré aquí para escucharte.

Vi como los ojos de Mar se humedecían soltando dos lagrimones y entonces hizo algo que me dejo perplejo. Al ser más bajita que yo, me abrazó por la cintura y apoyó su cabeza en mi pecho. En ese momento no supe que hacer, no quería espantarla, pero ella me sacó de dudas enseguida.

—Abrázame, por favor. —Me dijo en un susurro.

La abracé, la abracé con fuerza contra mi sintiendo su cuerpo pegado al mío. Tenía miedo de que mis bajos instintos me descubriesen y diesen la razón a esa mujer. Desde luego en algo si tenía razón, me gustaba a rabiar y desde luego soñaba con poder tenerla desnuda en mi cama y hacer con ella todo tipo de perversiones. Aunque era realista y sabía que Mar, era una mujer fuera de mi alcance, ella nunca me vería como un hombre, sin ni siquiera intentarlo, yo mismo me había metido en la "friendzone".

Esa tarde la pasmos juntos como dos buenos amigos, pero salvo ese abrazo de reconciliación, Mar volvió a mantener esa distancia prudencial, volviendo a su gélido, pero correcto y educado, trato hacia mí.

A partir de ese día nuestra amistad nos hizo inseparables hasta el punto de que parecíamos una pareja sin serlo. Íbamos a todos los lados juntos. A cenar, al cine, de compras, de excursión. Hasta un día fuimos a la playa. La idea se le ocurrió a Mar, a mí nunca se me habría ocurrido, no fuese a ser que me soltase alguna parrafada de las suyas aduciendo que solo la invitaba por querer verla medio desnuda, cosa que, aunque no carecía de verdad, estaba alejada de mi cabeza por lo imposible de la relación.

La playa elegida fue Anfi del Mar y allí que nos dirigimos en el coche de Mar. Cuando Mar se quedó en bikini, en un austero y poco sensual bikini, pude contemplar lo que había intuido en muchas ocasiones, Mar tenía un cuerpazo escultural y unas tetas, que, aunque eran operadas, eran el centro de atención de muchas miradas de nuestros vecinos de playa. Y ese día, como no podía ser de otra manera Mar montó un espectáculo, que me abochornó.

El caso es que antes de irnos al agua, Mar se tumbó en su toalla, separada de la mía, como no podía ser de otra manera. El sol ya calentaba mucho y se me ocurrió ponerle bronceador en su espalda, si no se quemaría y lo pasaría mal, pero fue notar el frío del bronceador y se irguió sobre sus brazos mirándome furiosa.

—¿Qué coño haces Abel?

—Pues ponerte bronceador en la espalda, con este sol, te vas a quemar si no te proteges.

—¿Alguien te lo ha pedido? ¿Acaso te he dicho que me pongas bronceador? Vamos, límpiamelo y déjame tranquila, sobón. —Espetó Mar con desprecio.

Miré a mi alrededor y la gente nos miraba, bueno, más bien me miraba a mi acusadoramente. Notaba mi cara arder de la vergüenza, así que me limité a limpiar con una toallita húmeda el poco bronceador que había caído en la espalda de Mar. Sin pedir su ayuda, yo me puse bronceador y se lo pregunté:

—¿Te vienes al agua?

—No, ve tú, yo no quiero dejar nuestras cosas solas por si nos roban.

—Mar, estamos rodeados de familias. Si les pedimos amablemente que nos vigilen lo nuestro, podremos bañarnos juntos, vamos, no seas así.

—¿Que parte de NO, no has entendido? Que me dejes en paz. —Dijo Mar, elevando un poco su tono de voz.

Esa mujer era imposible y creo que mi paciencia había llegado a su límite. Habían sido meses de estar aguantando sus malas contestaciones, sus cambios de humor y esa animadversión enfermiza hacia los hombres. Me levanté enfadado y creo que salió de mi boca sin pensarlo debido a mi enfado.

—Pues achichárrate al sol amargada.

Me fui al agua y estuve un buen rato. Me sentía mal por lo que le había contestado, y aunque tenía que ser ella quien me pidiese disculpas, me fui hacían donde estábamos para intentar enderezar el día que había empezado tan nefastamente.

Pero mi cara de estupor fue épica al encontrarme con que Mar no estaba, se había ido. Miré a mi alrededor intentando localizarla pero no había rastro. Una joven que estaba cerca de nosotros y había presenciado todo fue la que me lo dijo:

—Siento decírtelo, pero no la busques, se ha ido.

—¿Como que se ha ido? ¿A dónde? —Pregunté molesto.

—No lo sé. Solo vi cómo según te ibas al agua ella se levantaba, se vestía, recogía sus cosas y se iba.

Fui corriendo hacían donde habíamos aparcado y su coche ya no estaba. La plaza de aparcamiento la ocupaba otro coche, eso me cabreó un montón, y ese desplante no se lo perdonaría.

Aunque esa mujer me había dejado tirado, me quedé a pasar el día en la playa y ya por la tarde antes de anochecer, tome un autobús que me llevaría a Las Palmas. Cuando llegué a mi casa, desde la calle vi luz en casa de Mar. Pensé en llamar a su puerta y decirla lo que pensaba de ella, pero, para que, no serviría de nada y volvería con su matraca de los hombres son muy malos y tú, me lo has demostrado.

A raíz de ese aciago día no volvimos a hablar, ni saludarnos cuando nos cruzábamos en las escaleras. Para mi Mar había dejado de existir y mucho tendrían que cambiar las cosas para que volviese a aceptarla. Esa mujer estaba loca o era bipolar, y desde luego yo no iba a aguantar más sus excentricidades.

Volví a mi vida monótona de solo trabajar, poco a poco Mar fue desapareciendo de mi cabeza, aunque seguía oyendo cuando esa mujer salía de su casa por la mañana y llegaba a la hora de comer, siempre puntual.

Pero algo cambió. Mar dejó de venir a casa a dormir, ya no escuchaba abrir o cerrar su puerta o movimiento en su casa. Pensé que, quizás, había conocido a alguien que si conectó con ella y se le pasaron todas sus neuras. Estúpidamente sentí celos de ese posible amante que podía disfrutar de ella y que de seguro la iba a buscar a su trabajo y se la llevaría a su casa para follarla a placer, o seria ella misma que deseando que llegase la hora de salida de su trabajo fuese directamente a casa de su amante para poder disfrutar de él. Me enfadé conmigo mismo por lo pagafantas que fui con ella, siempre me ocurría igual con las mujeres.

Pero una mañana, una llamada de teléfono a mi móvil iba a cambiar mi vida y de qué manera. Parece mentira como el destino hace que todo confluya para que lo que parecía imposible de todo punto se haga realidad.

—Hola buenos días, ¿el señor Abel Valero? —Si soy yo, dígame. —Respondí.

—Mire le llamo del hospital Doctor Negrín, soy el responsable del departamento de traumatología, ¿conoce a María del Mar Atienza?

—Por Dios, si, que le ha ocurrido. —Pregunté asustado.

—Bueno, tuvo un accidente con varias fracturas y una conmoción cerebral. Cuando recobró el conocimiento y pudimos hablar con ella nos dijo que nos pusiésemos en contacto con usted. ¿Podría venir a hablar conmigo?

—Claro, ahora mismo voy. —Dije con nerviosismo.

Cundo llegué y hablé con ese doctor me dijo lo que había ocurrido. Mar saliendo de una reunión en un edificio y bajando unas escaleras se le rompió un tacón de su zapato y cayó por un tramo de escaleras haciéndose mucho daño. Como consecuencia de esa caída se fisuró la tibia y el peroné de su pierna izquierda y se rompió el humero de su brazo derecho, fractura que necesito cirugía para ponerle una placa de metal en el hueso, aparte de la conmoción cerebral que la tubo inconsciente durante cuatro días.

—El caso es que después de quince días con nosotros y sabiendo que su conmoción cerebral ya no representa peligro, y que la cirugía ha salido muy bien, necesitamos darle el alta y que siga la recuperación en su domicilio. Nos ha comentado que vive sola, su familia vive en la península y que usted no tendría inconveniente en hacerse cargo de ella, ¿es eso cierto?

Por un momento estuve tentado de mandarla a la mierda y dejarla tan tirada en ese hospital como me dejó a mí en la playa a la que fuimos juntos. Pero quien nace estúpido, termina muriendo estúpido y me apiadé de ella. En mi manera de ser no entraba ese modo de actuar y respondí afirmativamente al requerimiento del doctor con el que hablaba.

—No se preocupe doctor, me haré cargo de ella y de su recuperación, solo dígame las pautas a seguir.

Ese doctor me explico lo que debía de hacer. Cuando terminó, me di cuenta del "marrón" en el que me había metido. Seria complicado porque según estaba, dependería de mi para prácticamente todo, y cuando digo todo, es TODO. Eso de alguna forma seria la penitencia de Mar, tener que depender de mi en todo momento.

Cuando ese doctor terminó de hablar conmigo, me acompañó hasta la habitación donde se encontraba Mar. Iba algo nervioso porque después de ignorarnos mutuamente durante semanas, se supone que ahora debíamos de decir eso de "pelillos a la mar" y no, lo siento, aunque Mar se encontrase en esa difícil situación yo creo que no podía olvidar sus desplantes, aunque se encontrase muy vulnerable.

El medico me avisó de que no me asustase al verla, ya que sus vendajes y escayolas eran muy aparatosas, pero cuando me encontré dentro de la habitación y la vi, se me vino el mundo abajo. Mar me miró y empezó a llorar y aunque el medico trató de tranquilizarla ella no paraba de soltar lágrimas y sollozar.

—Tenga paciencia con ella, es una mujer muy vital que ahora se encuentra impedida y lo tiene que asimilar. Creo que el que usted este aquí va a ser muy bueno para ella. Les dejo solos, llamaré a una ambulancia para realizar el traslado a su domicilio.

Cuando Mar y yo nos quedamos solos en la habitación, se produjo un silencio entre los dos, solo roto por los hipos de congoja que producía el llanto de Mar. Y si, sentía un tremendo sentimiento de amor/odio hacia esa mujer que se comportaba tan soberbiamente sin venir a cuento.

—Dime algo, por favor, no me mires como un bicho raro. —Rogó Mar con carita de santa

—Me dejas tirado en una puta playa, semanas sin hablarme, ignorándome, y ahora me lías, y pretendes que cuide de ti.

—Me insultaste, me llamaste amargada.

—¿Y acaso no lo eres Mar? Jodes la vida a la gente que tienes a tu alrededor, no sé si eres consciente de ello.

—No tienes ni puta idea por lo que estoy pasando y lo que he pasado. —Me reprocho Mar con odio.

—Pues quizás si me lo contases lo entendería y podría ayudarte, pero claro, la señora está muy a gusto en su pedestal repartiendo malas contestaciones y descargando su frustración en los demás.

—¡¡LO SIENTO, ¿VALE?!! ES LO QUE QUERIAS OIR. —Dijo Mar con su habitual soberbia.

—No, no me vale y sé que no lo sientes y lo que quiero ver son hechos, no palabras. Mira Mar, creo que no eres consciente del rechazo que provocas. Para tu desgracia vas a pasar conmigo veinticuatro horas al día hasta que te recuperes. Otro de tus numeritos y te mando a tomar por culo y allá te las apañes, no mereces la pena. ¿Te ha quedado claro?

Mar empezó a llorar desgarradoramente. Me rompió el corazón, pero no iba a permitir que fuese una borde, estúpida y que me amargase la vida. No hubo ningún gesto por mi parte para apaciguarla, creo que, al menor signo de debilidad por mi parte, sería darle alas y que me hiciese la vida imposible.

—Me voy. Ya vendrán a buscarte para llevarte a casa. Nos veremos allí. —Dije sin ningún tipo de empatía.

—¿No…no vas a venir conmigo?

—No, —respondí con indiferencia.— Una ambulancia vendrá a buscarte. Nos vemos en un rato.

Fui a mi casa, debía de preparar la habitación que utilizaría Mar las semanas que estuviese viviendo conmigo. Había perdido una mañana de trabajo y ese tiempo lo tendría que recuperar de alguna manera. Poco antes de las dos de la tarde dos fornidos jóvenes subían a mi casa a Mar y la dejaban tumbada en la cama que había dispuesto para ella. Al lado de la cama me dejaron una bolsa de plástico con todas las pertenencias que llevaba Mar el día de su accidente.

—Pensé que me llevarían a mi casa, no a la tuya.

—Mar, estas impedida, te guste o no. Yo soy el encargado de atenderte y entenderás que si estas en tu casa no puedo saber lo que necesitas en cada momento. Espero que puedas entender eso.

—Lo…lo entiendo. Abel quiero que esto funcione, se lo que piensas de mí y lo que te hice y te aseguro que quiero hacerme merecedora de tus cuidados y el esfuerzo que vas a tener que hacer.

—Bueno. Eso solo el tiempo lo dirá. Ahora dime lo que necesitas. —Pregunté.

—Lo primero que mires en la bolsa y veas que están todas mis pertenecías. Salvo mi teléfono móvil no tengo nada más y estoy intranquila por mi bolso.

Abrí esa bolsa, y dentro de cualquier manera estaba su traje de chaqueta, su blusa, sus zapatos, su reloj, sus pendientes, un collar y su ropa interior. Se lo mostré todo a Mar que me pidió que abriese su bolso y mirase en su cartera. Dentro doscientos euros en metálico, tarjetas de crédito, DNI y carnet de conducir y algunas fotos.

—Bueno esta todo. Eso me tranquiliza.

—Bien, tu traje de chaqueta lo llevare a la tintorería para ver si pueden quitar las manchas de sangre. Tu blusa junto con tu ropa interior lo pondré a lavar.

—Joder que vergüenza. —Dijo Mar visiblemente incomoda.

—No seas boba, solo es ropa Mar, solo es ropa.

Pero cuando lo llevé al cesto de la ropa sucia, no pude evitar fijarme en lo sensual de su sujetador y su tanga, pequeñísimo. No lo pude evitar y la parte que estuvo en contacto con su sexo me lo llevé a mi nariz y aspiré su aroma, mezcla de gel íntimo, orina y fluidos naturales. Mi erección fue inmediata y empecé a acariciar mi polla sabiendo que además debajo de ese camisón Mar iba desnuda. Esa primera vez cometiendo esa perversión hizo que me masturbase en honor a su dueña, pero por descontado, no fue la última.

Solo el paso de los días me hizo ver que convivir con esa mujer iba a ser duro. Duro, no por sus cambios de humor, que he de reconocer que prácticamente habían dejado de existir, si no por que como tenía que ayudarla para todo el roce con su cuerpo era muy estrecho y sin yo buscarlo era inevitable que mis manos tocasen accidentalmente partes demasiado sensibles tanto para ella como para mí.

Sus tetas ya me las sabia de memoria, su dureza, su calidez, sus pezones duros. Era inevitable sentirlas al intentar incorporarla. O al levantarla abrazándola conta mi para que no cayese. Pensé que sería más difícil para ambos ese contacto y que Mar se sentiría incomoda, incluso molesta, pero me equivoqué. Aunque nos poníamos colorados de la vergüenza, Mar dejaba que la ayudase, aunque eso significase tener un contacto muy estrecho.

Pero ocurrió que Mar, aunque intentaba mantener una higiene, no es lo mismo ducharse que limpiarse como buenamente podía con una esponja, cosa que hacia ella y a mí no me dejaba hacerlo por motivos más que evidentes. Un día me dijo que necesitaba una ducha, lavarse la cabeza, su frondosa mata de pelo, pero le dije que sería complicado con solo una mano. Ella insistió en que podría hacerlo sola y la vi tan decidida que baje a la farmacia y compre fundas para las escayolas, para que no se mojasen.

Esa primera vez, aunque tardó una eternidad, salió duchada y con su pelo lavado. Su cara de satisfacción lo decía todo y solo me pidió que le secase el pelo con un secador y le ayudase a alisarse el pelo, ya que si no se le rizaba demasiado. Preparé todo en el salón, frente al televisor, para que estuviese entretenida mientras yo intentaba dejar ese pelazo bien alisado.

Pero Mar en vez de vestirse, solo se puso una batita muy liviana y debajo solo llevaba sus braguitas. Desde mi perspectiva, su bata me dejaba ver una buena porción de sus tetas y sus pezones intentando traspasar la tela, eran unas TETAS con mayúsculas y su canalillo era lo más bonito que había visto. Y si me asomaba un poquito más, Mar me enseñaba sus perfectos muslos y casi, casi, el triangulito de su sexo cubierto por su tanga.

Durante casi la hora que estuve con ella, mi erección fue brutal y muy dolorosa, pero su cuerpo era como un imán que atraía mi mirada y me recreé con cada una de sus formas aun estando en ese estado, y en algún momento al acercarme más de la cuenta mi polla hinchada toco su espalda y Mar preguntó con curiosidad y algo de picardía:

—Oye Abel, ¿qué es eso tan duro que de vez en cuando toca mi espalda?

—Es…es el…el cepillo, si eso el cepillo que lo guardo en el bolsillo.

—¿El cepillo? Si, seguro que será eso. —Respondió Mar poco convencida.

Aunque intento darse la vuelta y comprobar por sí misma si lo que le decía era cierto, su hombro no le dejo y desistió en su empeño. Solo cuando dije que había terminado y vio el resultado. Se dio por satisfecha, pero según terminé y con la excusa de ducharme yo también me metí en el baño, y me masturbé pensando en el lubrico cuerpo de Mar.

Con el paso de los días y las semanas, nuestra confianza aumento de manera drástica. Aquella Mar del principio que conocí y me sacaba de mis casillas por sus malas contestaciones, sus cambios de humor, y su odio visceral hacia los hombres en algún momento dado, había dejado paso a una Mar completamente diferente, afable, cariñosa y simpática.

En principio lo achaqué a que como dependía de mi totalmente para casi todo, prefería mantenerme contento a tenerme "cabreado". El caso es que con el paso de los días su mejoría era evidente y aunque sus escayolas no le dejaban hacer una vida normal, ya se las apañaba muy bien. Eso hizo que mi actitud hacia ella se relajase también, y ya no era tan seco y cortante. En esos días en los que estuvimos juntos Mar se interesó mucho por mí, por mi vida y mi familia. Nuestras conversaciones eran largas, pero sin darme cuenta yo desnudaba mi vida y ella seguía siendo hermética en su vida personal.

Ocurrió un día como otro cualquiera. Mar respetaba mis mañanas de trabajo, mientras ella en el salón con su ordenador portátil hacia gestiones relacionadas con su trabajo, aunque estuviese de baja laboral. Luego las tardes se las dedicaba a ella, a lo que me pidiese.

Después de comer solíamos ver las noticias, dormitábamos un poco en el sofá, con Mar apoyando su cabeza en mis piernas y cuando nos despertábamos solíamos ver alguna película o lo dedicábamos al aseo personal de Mar. Pero ese día viendo una película, Mar con su eterna batita liviana y semidesnuda debajo de ella, se la subió hasta enseñarme sus braguitas y me lo dijo con naturalidad.

—Dios, mira Abel, necesito depilarme las piernas, estoy impresentable.

—Pues a mí me pareces una preciosidad. —Comente babeando sin apartar mi vista de esa maravilla.

En ese momento, Mar me miró muy seria. Conocía esa mirada y parecía que iba a soltar una de sus respuestas de mal gusto a mi comentario, pero me sorprendió con su pregunta:

—¿En serio te parezco una preciosidad? ¿Aun estando como estoy?

—Mar, siempre me has parecido una mujer guapísima que haría perder la cabeza a cualquier hombre, te lo digo en serio.

—¿Incluso cuando era impertinente y antipática? —Preguntó con maldad.

—No, en esos momentos te hubiese roto el culo a azotes. —Respondí riendo.

Mar empezó a reírse también y apoyó su cabecita en mi hombro mientras acariciaba mi pecho cariñosamente. Yo no pude evitar bajar mi vista de nuevo a esos muslos llenos, tersos y tonificados y a su sexo escondido tras su braguita, pero imaginando como seria. Mar me miró de nuevo y me "pilló" con mis ojos clavados en su entrepierna.

—¿Qué miras con tanto interés? —Preguntó Mar con coquetería, pero sin cubrirse.

—Creo que voy a tener que cortarte las uñas de los pies, empiezan a estar muy largas. —Respondí intentando eludir la pregunta.

—Si, ya me había dado cuenta. —Dijo Mar decepcionada, cubriéndose con su batita.

—Pues no lo dejemos para otro momento. —Dije levantándome e intentando tapar mi más que visible erección.

No sé qué fue peor. Cuando me preparé para realizar mi tarea me puse frente a Mar, sentado en un taburete y con una toalla en mis piernas para que apoyase su pie mientras realizaba mi operación de pedicura. Desde esa posición su entrepierna se veía nítidamente, incluso se apreciaba como su coñito se "comía" la tela ligeramente dibujando sus labios mayores.

Gracias a esa toalla que me cubría, pude esconder la empalmada que tenía y que iba a conseguir reventar mis pantalones. Entre esa tarde y la noche me hice tres soberanas pajas recreando en mi cabeza las imágenes de Mar insinuándose ante mí. Me maldije a mí mismo por no ser más resolutivo y lanzarme a follarla, pero lo vivido con ella, el estado en el que se encontraba y mi timidez me lo impedían.

La primera vez que vi completamente desnuda a Mar fue el día que tuvimos que ir a revisión al hospital. Ese día se duchó, y solo cubierta con su albornoz me llamó para que le ayudase. Cuando se quitó dicha prenda, tragué saliva audiblemente, era perfecta y mi polla enseguida se llenó de sangre. Creo que ese momento fue el más erótico y sensual desde que Mar vivía conmigo recuperándose. Cada prenda que le ponía en su cuerpo lo hacía con sumo cuidado, recreándome en sus formas, rozando su piel suavemente con mis dedos, con delicadeza. Era como un ritual y sé que a Mar le gustó por su respiración agitada.

Cuando salimos de revisión, Mar iba exultante. La escayola de la pierna se la habían quitado y la del brazo se la habían sustituido por una férula de plástico algo flexible que se podía quitar. Los médicos le aconsejaron que, aunque el hueso del brazo estaba soldando bien gracias al implante de metal, sería muy conveniente que la llevase por lo menos un mes más. Según nos encontramos fuera del hospital, la cara de Mar era de felicidad.

—Abel, sé que tienes que trabajar, pero te voy a pedir un último favor. Llévame a un salón de belleza, necesito depilarme, sentirme mejor conmigo misma.

Camino de casa vimos uno de esos salones y Mar me pidió que la dejase allí y que me llamaría cuando terminasen de dejarla guapa. Le ayudé a bajarse y cuando se quedó esperando me fui a mi casa a seguir con mi trabajo. Casi después de tres horas, Mar llamó a mi móvil y me pidió que por favor fuese a buscarla. Su voz sonaba rara y no quise preguntarla, solo cuando estuvimos en el coche me lo dijo bastante enfadada.

—Diooos, no vuelvo nunca más a este sitio. Son unas inútiles y me han hecho polvo al depilarme, sin ningún tacto e ignorando mis protestas. Tanto es así que quería depilarme completamente y no la he dejado terminar. Tendré que buscar ayuda. —Dijo mirándome fijamente.

Cuando me lo dijo, no le di mayor importancia, pero para hacer que olvidase su mal momento en ese salón de belleza la invité a comer a un restaurante en la playa de las Canteras. Fue una buena tarde, con un paseo por las Canteras al terminar de comer, con Mar de mi brazo para poder ejercitar su pierna izquierda y que nos hizo sentarnos en otra terraza con Mar muy pegada a mí y hablando de todo un poco mientras veíamos esconderse el sol por el horizonte…bucólico, muy bucólico.


Ahora mirado desde fuera y con otra perspectiva, Mar fue tejiendo una tela de araña invisible pero que me tenía enganchado a ella. Era encantadora conmigo y se desvivía por mi agradeciendo mis cuidados. Lo cierto es que la tenía como a una reina y ahora que ya podía moverse más libremente me ayudaba en lo que podía. Y también es cierto, que bien mirado parecíamos una pareja o casi mejor, compañeros de piso, si, eso se adaptaba más a mí, pero no a la manera de pensar de Mar.

Ocurrió a los pocos días de haber pasado revisión en el hospital. Mar me dijo que iba a ducharse, me pidió ayuda para ponerse el protector para el agua y se metió en el baño. Estaba en el salón y de repente escuche un estruendo procedente del baño y un grito de dolor de Mar. El susto que me pegué fue mayúsculo y me levante como un resorte corriendo al baño.

—¡¡MAR, MAR, ¿ESTAS BIEN?!!

Cuando entré en el baño, Mar estaba medio tirada en el plato de ducha y la cortina medio desgarrada al haberse agarrado Mar a ella para amortiguar su caída, cosa que no consiguió.

—Mar por Dios, que te ha ocurrido, ¿estas bien?

—Joder, sí, creo que sí, pero ahora me duele todo. —Se quejó con amargura Mar.

Lógicamente estaba completamente desnuda y pude ver su coñito nítidamente ya que estaba ligeramente abierta de piernas. Quise mantener mi cordura, pero estaba para follarla hasta caer rendido. Si, sé que los tíos somos patéticos, pero el cuerpo de Mar era perfecto y yo hacía mucho tiempo que la deseaba sin atreverme a dar el paso por miedo al rechazo.

Levanté a Mar y ella se abrazó a mi como si fuese el ultimo hombre en la tierra. La acompañé a su habitación, ella cojeaba ostensiblemente y eso me preocupó.

—Mar, ¿estas bien? ¿Vamos al hospital?

—No cielo, no hace falta, solo déjame tumbarme y mira el tobillo de mi pierna derecha, me duele bastante.

Durante todo el tiempo que estuve con Mar en su habitación no intento cubrirse. Se mostraba desnuda ante mi sin pudor, como si fuese lo más natural del mundo y yo me moría por que la deseaba hasta desesperarme, estaba enamorado de esa mujer irresistible y no sabía cómo actuar con ella sin "cagarla". Ese día no pasó nada, salvo que me la "pelé" más que un mono, recordando el cuerpo desnudo de Mar y la llené de mimos, que ella agradeció, debido al susto que nos habíamos pegado

Pero todo se desmadró al día siguiente. Mar me dijo que se iba a duchar y yo solo le aconsejé que tuviese cuidado. Pero ella me miró de forma intensa y se sentó a mi lado.

—Veras, de eso te quería hablar. Después de la caída de ayer, me da pánico volverme a caer. ¿Te importaría ayudarme? ¿Estar conmigo por si acaso? —Me preguntó agarrando mi mano y entrelazando sus dedos con los míos.

—Claro Mar, tranquila que estaré contigo. —Respondí inocentemente.

Sin ser consciente de lo que me esperaba, acompañe a Mar al baño. Cuando entramos, ella se quitó su batita quedándose completamente desnuda de nuevo delante de mí. Me quede embobado mirando su perfecto cuerpo, como descorría la cortina de baño mientras sus tetas se movían libremente. Cuando entró me miró confundida y me lo soltó de sopetón y como si fuese algo que hacíamos habitualmente:

—¿A que esperas? Vamos, desnúdate y metete conmigo aquí, tienes que ayudarme.

Me quedé en shock, pero obedecí sin rechistar mientras notaba mi cara arder. Cuando me quité mi última prenda, mi verga salto rauda mostrándose en todo su esplendor, momento en el que Mar bajó su vista y mordió lascivamente su labio inferior.

Según me encontré frente a ella no lo dudó y con su brazo izquierdo, pasándolo por mi cuello, se abrazó fuertemente a mi dejándome notar su cuerpo pegado al mío. Mi polla quedó aprisionada entre los dos mientras el agua caía y mojaba nuestros cuerpos.

Mar me miraba intensamente, su respiración era muy agitada y yo estúpido de mí no reaccionaba. Así que ella acerco sus labios a los míos y me besó con ternura. Al principio solo fue labios con labios, pero mi lengua la acarició y ella abriendo su boca hizo de ese beso algo pasional.

Cuando nos separamos para llenar de aire nuestros pulmones, Mar llenó de besos mi cara. Agarré la esponja y echando gel de baño me dispuse a enjabonarla. Ella seguía muy abrazada a mí y gimió cuando la esponja se metió entre sus nalgas para limpiarla bien. Con mi mano izquierda agarré su nalga derecha separándola ligeramente e hice algo de presión sobre su anito haciendo círculos y Mar se abrazó aún más a mi gimiendo ya sin pudor.

—¡¡AHHHHH!!...MI AMOOOOR…

Ella me miró nuevamente, sus ojos brillaban y dándose la vuelta dejo mi polla entre sus nalgas, moviendo sus caderas y con ayuda del gel se incrustó entre los cachetes de su culo, mientras lo movía y acariciaba mi balano con suavidad.

Volví a echar algo de gel en la esponja y empecé a enjabonar su torso. Me recreé en sus tetas sus pezones eran grandes y sobresalían mucho, con lo que los rozaba con mi piel continuamente. Mar agarró mi otra mano que la sujetaba por su cintura y la llevó a sus tetas, entendí perfectamente lo que quería y las mimé con cariño, amasándolas con suavidad, pero con determinación, excitando sus pezones que agradecidos por mis atenciones despuntaban orgullosos de su areola.

Mi mano derecha bajó por su vientre con la esponja, camino de su sexo, acariciando y enjabonando su piel de seda, momento en que su mano me paró en seco. Pensé que ya se había fastidiado todo y que Mar se molestaría por mi acción de bajar hacia su coñito para lavárselo bien, pero su mano acarició la mía y me lo dijo excitada:

—Sin la esponja mi amor, utiliza solo tu mano.

Mi polla iba a estallar. Estaba excitadísimo, necesitaba follarme a esa mujer, necesitaba sentir el calor de su coñito mimando mi polla en su interior, pero todo lleva su proceso. Mar estaba disfrutando de esa ducha como nunca y cuando mi mano llego a su coño y se apoderó de él se desato la locura en ella. Sus caderas empezaron un baile infernal con mis dedos castigando su clítoris y chapoteando en su coñito. Sus nalgas masturbaban mi polla y mis caderas daban golpes secos contra su culo como si me la estuviese follando. La situación se me hizo imposible de controlar, notaba mi orgasmo crecer dentro de mi mientras mis manos intentaban llevar al orgasmo a esa increíble mujer, pero no deseaba correrme así, quería llenar su útero con mi corrida. Muy a mi pesar, deshice ese abrazo y aunque Mar protestó, lo que vino después, sé que le fascinó.

Me miró disgustada mientras le daba la vuelta y la ponía frente a mí. Vi su cara desencajada por el placer, pero también frustrada por haberle dejado a medias en su orgasmo. Con tranquilidad fui besando su torso, recreándome en sus tetas sus pezones, su ombliguito… su monte de venus. Su rostro era de incertidumbre pensando, —¿llegará donde quiero que llegue?— Y por supuesto que llegué, y su sabor me atrapó. La postura no es que fuese muy cómoda, y ella temía resbalarse de nuevo, pero metí mi cabeza entre sus piernas y me dediqué a saborear su sexo y estimular su clítoris.

—¡¡ABEEEEL MI AMOOOOR…QUE GUSTOOOOO!! —Gimió Mar al sentir mi lengua y mis labios.

Mis dedos tampoco se estuvieron quietos y jugaron con su coñito y su anito arrancándola espasmos de fruición.

Mar agarró mi cabeza y la apretó conta su sexo, intentando meterme dentro de ella. Su cuerpo temblaba y sus piernas empezaron a fallarle, mientras su orgasmo explotaba en su interior. Tuve que sostenerla para que no cayese mientras gemía herida de placer inundando mi boca con su abundante corrida.

—¡¡ABEEEEL…ABEEEEL…DIOOOOOS…SIIIIIIII!!

Su orgasmo fue larguísimo, hasta el punto que tuvo que separar mis labios de su sexo por que estaba demasiado sensible y le molestaba el roce de mi lengua sobre su clítoris. Se quedó con los ojos cerrados moviendo sensualmente sus caderas mientras besaba su barriguita y acariciaba su cuerpo.

—Pe…pe…pensé que nunca volvería a sentir esto…Diooooos ha sido maravilloso… —Dijo Mar con voz trémula.

Tiró de mí y me hizo ponerme en pie. Su cara reflejaba el placer que había sentido y era de felicidad. Me abrazó contra sí y me besó de forma pasional metiendo su lengua hasta mi campanilla mientras que se refregaba contra mi polla dura como el acero y mis manos se apoderaban de ese par de magnificas nalgas metiendo mis dedos entre ellas. Cuando dejamos de besarnos me miró con deseo y con su mano izquierda acarició mi polla y mis huevos, algo que me hizo suspirar.

—Maaaaar… —Gemí cerrando mis ojos.

—Llévame a tu cama mi amor, quiero seguir sintiéndote. —Me pidió esa diosa.

La ayudé a salir de la ducha y con cariño le ayudé a secarse acariciando cada porción de su cuerpo y recreándome en sus tetas, su coñito y su culo, su magnífico y adictivo culo. Cuando terminé la tomé en brazos, era muy liviana y ella con cariño paso su brazo bueno por mi cuello mientras besaba mi cuello poniéndome los pelos como escarpias.

Cuando la dejé sobre mi cama, fue ella la que reculando se colocó tumbada y se abrió de piernas para mí en clara invitación a que me tumbase sobre ella. Su coño era una preciosidad, cubierto por una ligera mata de pelo negro, se notaba que le gustaba llevarlo depilado, pero por motivos obvios, ahora se mostraba más natural.

—Siento no estar más presentable, —se disculpó Mar,— pero este brazo me está poniendo las cosas difíciles.

—Mar, te lo aseguro, eres una preciosidad.

No quise alargar más el momento. Con delicadeza y determinación me tumbé sobre ella. Mi polla quedó a la entrada de su coñito, notaba su humedad y su calor y yo estaba de nuevo al borde del orgasmo.

—Despacio cielo mío, hace tiempo que no hago el amor. —Me rogó Mar.

Aunque me extrañó su confesión fui obediente, y aunque mi cuerpo me pedía que la empotrase y enterrase mi polla hasta los huevos arrancándola gritos de placer, me limité a ir enterrando mi verga poco a poco en su estrecho coñito. Notaba como mi rabo la iba dilatando, abriendo, mientras Mar excitada bufaba como una yegua en celo.

—Así mi amor…asiiiii…sigueeeee…Diooos como te siento, no pareeees.

—Maaaaar…no aguanto mucho más, me voy a correr. —Le dije con mi orgasmo ya imparable.

—Córrete…córrete mi amor. —Pidió Mar empezando su segundo orgasmo.

Y me dejé llevar. No habíamos durado ni veinte segundos. Los dos estábamos sobrexcitados y eso de alguna manera nos llevó a ese orgasmo tan deseado por ambos. Mi polla soltaba semen como un surtidor mientras la vagina de Mar exprimía mi verga hasta sacarle la última gota de mi esencia haciendo que el placer se multiplicase.

Me quedé con mi polla bien clavada en su coñito, mientras los dos recuperábamos nuestra respiración, acelerada después del increíble orgasmo que habíamos tenido. Notaba los espasmos de su vagina sobre mi príapo y eso me producía un gran placer. Pensé que Mar estaría incomoda al tenerme encima de ella y que quizás su brazo derecho se resintiese. Me fui a salir, pero ella me lo impidió abrazando mis caderas con sus piernas.

—No mi amor no te salgas aun, quiero sentirte dentro de mi más tiempo.

Busqué sus labios y nos besamos como desesperados mientras mi balano todavía duro como una roca empezaba un bombeo suave. Creo que todavía no había tenido suficiente, quería más de ella, y pienso, por los suspiros que empezó a dar, que Mar quería otro orgasmo.

—¡¡Ahhhhhh!! Mi vida que ricoooooo…no pareeees… —Gimió Mar en mi oído.

Volví a besarla y sus gemidos se ahogaron en mi boca. Eso me enervó aún más y empecé a follarla con fuerza, con embestidas profundas, percutiéndole el coño como un matillo pilón. Sus piernas hacían más fuerza para que se la clavase más, para que llegase aún más adentro, pero ya no había más polla. Se la enterraba hasta los huevos para prácticamente sacarla y volverla a enterrar en su coñito con saña. En la habitación solo se escuchaban nuestros gemidos, el chocar de las pelvis y el chapoteo de mi verga entrando y saliendo de ese coñito acogedor.

El haberme corrido hacia poco tiempo me hacía durar y eso llevo a que Mar alcanzase su tercer orgasmo. Me miró con los ojos muy abiertos y empezó a gemir más alto y más fuerte, hasta prácticamente acabar gritando.

—¡¡ME CORRO ABEL…ME CORROOOOOO!! ¡¡DIOOOOOS QUE BUENOOOOO…!!

Su coñito estrangulaba mi polla de manera deliciosa, pero seguía percutiéndola. Su orgasmo se alargó y sin haber terminado el anterior estalló en otro más violento que hizo temblar todo su cuerpo:

—¡¡DIOOOOS ABEL…ME ESTAS MATANDOOOO…SIGUEEEEEE!!

Y continué embistiéndola. Ciertamente me hubiese gustado cambiar de postura, ponerla en cuatro y follarla viendo ese espectacular culo que poseía ofrecido a mí, pero la férula de su brazo derecho se lo impedía y si lo intentábamos sería, creo, incómodo para ella.

Tanta pasión hizo que mi orgasmo se gestase y lo tenía en puertas. Mar seguía gimiendo como una puta, recibiendo rabo sin parar hasta que sin preguntarla me corrí como un bendito en su útero. Eso hizo que Mar tuviese otro orgasmo, suave pero placentero, mientras nos volvíamos a comer la boca como desesperados.

Cuando nos recuperamos, miré a Mar y vi su cara de felicidad y su mirada de amor mientras acariciaba mi cara. Esa mirada no la había visto nunca antes en ninguna de las mujeres con las que había estado.

Esta vez sí, me salí de su interior con delicadeza, notando el roce de su piel sobre mi glande. Los ojos de Mar se cerraron y volvió a morderse el labio inferior como signo del placer que sentía. Mi verga aún seguía dura, pero iba perdiendo fuerza debido a mis orgasmos y a que ya llevábamos casi tres horas sin parar. Me tumbé a su izquierda y ella se puso sobre su costado izquierdo apoyando su cabeza en mi pecho y buscando mi abrazo, cosa que hice de inmediato besando su cabeza y acariciando su cuerpo.

—No me puedo creer que esto haya pasado. Mar eres increíble.

—Yo lo estaba deseando, pero eres un capullo. —Dijo Mar sonriendo.

—¿Un capullo? ¿Yo? ¿Pero por qué? —Pregunté confuso.

—Cielo, llevo semanas mostrándome ante ti medio desnuda, solo con una batita de seda corta y únicamente con mis braguitas bajo ella. Te mostré todo lo que se podía mostrar sin ser descarada, me insinué ante ti, pero no hacías nada, llegué a pensar que eras gay. —Dijo echándose a reír.

—¿Y cómo querías que me comportase después de nuestro comienzo? Creí que te molestaba todo de mí y sin solo con intentar echarte bronceador me armaste aquella bronca…como para ponerte una mano encima…vamos, ni se me pasaba por la imaginación.

—Es cierto cariño, y tienes razón, debo de pedirte perdón por partida doble.

—¿Por partida doble? ¿Por qué por partida doble? —Pregunté intrigado.

—Primero por mi comportamiento. La de veces que me he arrepentido por lo que hice, pero mi carácter me domina y no soy capaz de pensar en las consecuencias. Eres la persona más importante en mi vida en estos momentos y por nada del mundo quiero herirte.

—¿Y segundo? —Pregunté inquieto.

—¿Segundo? —Repitió Mar riéndose.— Segundo, te debo unas cortinas de baño.

—Sabes que no. Lo más importante es que tú te encuentres bien. Me diste un susto de muerte.

—Se que te asustaste y te pido disculpas por ello, pero esa "caída" fue un montaje, algo que hice para que me vieses desnuda y me deseases, ya no sabía qué hacer para que me follases, me estaba volviendo loca y ayer, aunque vi deseo en tu mirada y tu entrepierna muy abultada, no hiciste nada, pero estaba segura de que de hoy no pasaba con el — ayúdame a ducharme .—

—Mar te confieso algo. Me enamoré de ti desde el primer día que te vi, no me cansaré de repetirte que eres una preciosidad, pero ese carácter y mi timidez te hacían inaccesible para mí. Por eso te he dicho, que esto que acabamos de hacer, haya pasado. Es que todavía no me lo creo.

—Pues créetelo por que espero que esto ocurra muy a menudo.

Mar se abrazó aún más a mi buscando mis besos y mi cariño que yo no dudé en darle. Nos quedamos los dos callados, relajados después del tremendo polvazo que habíamos echado hasta que noté la respiración acompasada de Mar que se había dormido.

Nos despertamos a la hora más o menos, era de noche y sentíamos hambre. Me levanté a preparar algo para los dos con una sonrisa bobalicona en mi cara. Mar se metió al baño para asearse ya que su coñito parecía un manantial soltando todo lo que le había echado dentro.

Al poco noté como se abrazaba a mi desde atrás, pasando su mano izquierda por mi cintura y apoyando su cuerpo en mi espalda, llenándola de besos.

—Tengo ganas de que me pueda quitar esto, —dijo refiriéndose a la férula,— para poder abrazarte con fuerza contra mí, lo he deseado tanto.

Me di la vuelta y bajé mis manos a su culo levantándola y besándola con pasión. Ella abrazo mi cintura con sus piernas y mis manos hurgaron bajo esa batita notando que debajo iba completamente desnuda.

—Vamos a dormir juntos esta noche, ¿verdad? —Preguntó Mar excitada.

—Acaso lo dudabas.

—No, pero, quiero saber que pensamos lo mismo…Abel, no me quiero separar de ti ni un momento. —Me confesó.

Eso me descolocó un poco. Mar era como un libro cerrado, no se adivinaba lo que pensaba o lo que deseaba y eso la hacía impredecible. Cenando decidí que sería ella y solamente ella la que decidiese lo que deseaba hacer, si dormir conmigo o dormir sola, si deseaba follar conmigo o satisfacerse sola. Quise dejarla su espacio para que decidiese ella lo que quería hacer conmigo, yo sería un mero acompañante dispuesto a satisfacer sus deseos…craso error el mío.

Esa noche cenamos como dos enamorados. Mar desplegó todo su cariño hacia mí y sentada a mi lado, muy pegada, prácticamente piel con piel se dedicó a hacerme todo tipo de dulzuras.

Esa noche dormimos muy poco. Nos acostamos y follamos como animales, hasta que el sueño nos pudo debido al cansancio y a la avalancha de orgasmos. Pero Mar creo que tenía hambre atrasada. De madrugada algo muy placentero me despertó, era Mar que haciendo un 69 devoraba mi falo con ansias renovadas llevándome a los límites del orgasmo de nuevo, mientras su coñito a centímetros de mi cara pedía ser atendido.

Fui a encender la luz de la mesilla, pero Mar me pidió que no lo hiciera, había subido la persiana de la habitación y entraba la claridad de las farolas de la calle dejando la estancia en una agradable penumbra. Con esa medio claridad se podían hacer "travesuras" sabiendo lo que te comías y mi boca no perdió el tiempo y se adueñó de ese manjar que Mar tenía entre sus piernas, empezando a gemir con mi polla clavada en su garganta.

Mi lengua fue más juguetona y se atrevió a subir por su perineo hasta su anito, que palpitaba al son de las contracciones de la vagina de Mar. Sacando mi polla de su boquita se irguió poniéndose de rodillas sobre mi cara.

—Dioooos…que ricoooo…follame el culo con tu lengua cielo.

Durante un buen rato mi lengua folló ese culito de ensueño mientras mis manos abrían sus nalgas para poder meter mi lengua hasta sus entrañas. Algo que llamo mi atención fue su olor y sabor. Lejos de pensar que su olor sería el olor natural de ese orificio, el de Mar olía a "limpio" y sabia a fresa…¡¡¡¿A FRESA?!!! Entonces entendí, que estando dormido ella se fue a preparar y lo que pasó a continuación fue algo increíble para mí.

Mar se levantó y mirándome enfebrecida se puso en cuclillas sobre mi polla y con algo de dificultad debido a su brazo derecho en cabestrillo, fue guiando mi polla con su mano izquierda hasta su anito, momento en el que dejo caer su cuerpo enterrando mi verga en su culito hasta los huevos.

—¡¡¡AHHHHHHH!!! ¡¡¡QUE DOLOOOOR!!!…Diooooos. —Gritó Mar.

Hice un amago de sacarla y fue ella la que me paró en seco.

—NOOOOO…no la saques, deja que me acostumbre. —Me pidió.

Estuvo unos minutos sentada sobre mí, empalada, moviendo sus caderas suavemente mientras su gesto era de placer. Supe que ese terreno no era virgen, mi verga entro con relativa facilidad, pero no dejaba de ser una puerta de salida y de repente algo más largo y grueso hizo el camino inverso, de ahí su dolor inicial.

Mar quiso llevar el peso de la follada, pero entre su brazo que no podía utilizar y su pierna izquierda que todavía se resentía le costaba cabalgarme y notaba su desesperación por no poder hacer lo que ella deseaba.

Al final, con alguna protesta por su parte, tumbé a Mar sobre la cama, abrí sus piernas, poniéndolas a los costados y dejando expuestos su coñito y su anito, y penetré ese ojete que boqueaba esperando recibir placer.

Me follé ese culito con desesperación, Mar intentaba abrazarme con fuerza con su único brazo. Mis embestidas eran fuertes y poderosas y movían toda la cama del ímpetu que imprimía en mis embates. Gemía, gritaba en mi oído haciéndome llegar su disfrute.

—Así mi niño asiiiii…fóllate a tu puta, reviéntale su culo de viciosa…Diooooooos no dejes de follarme nuuuunca…

Al final, como no podía ser de otra manera, Mar se corrió dos veces y yo aguante un poco más hasta que llene sus intestinos con mi corrida, quedando los dos exhaustos en la cama y sudorosos.

Mar volvió a buscar mi abrazo y mi cariño y yo se lo di sin dudarlo llenándola de besos y caricias, hasta que nos quedamos dormidos de nuevo. Ni fui consciente de la hora que era ni del tiempo que estuvimos follando como conejos, pero solo puedo decir que mi despertador sonó al poco, de haberme quedado dormido, o eso pensé yo.

Dejé a Mar en mi cama durmiendo como una bendita. No pude dejar de fijarme en su belleza, en las facciones de su rostro, en esa mueca de felicidad que tenía en su cara. Con sumo cuidado besé su mejilla y aunque protestó con un leve quejido, sonrió y volvió a mostrar esa mueca de felicidad. Cansado por la intensa actividad sexual y las pocas horas de sueño, me fui a duchar, me preparé un café y me senté frente a mi ordenador a las siete de la mañana para empezar una nueva jornada.

Hasta que Mar apareció por la puerta, casi a medio día, somnolienta, pero feliz, lanzándome un besito volado, no paré de rememorar cada momento que estuvimos juntos dándonos cariño, haciendo el amor y prodigándonos en caricias y arrumacos y como buen "parguelas" fui consciente de que me había enamorado de Mar como un primerizo y que mi vida sin ella ya no la concebía.

Esa tarde me pidió el favor de que saliésemos a la farmacia a por la píldora del día después:

—No estoy en mis días fértiles, pero más vale prevenir. —Me comentó.

Y luego me dijo que había buscado una clínica privada y había pedido hora para que le hiciesen una revisión ginecológica y que le implantasen un DIU. Según me comentó tenía cierta alergia al látex de los preservativos y, además, le gustaba piel con piel y más sabiendo que la otra persona esta sana.

Y por último, nos pasamos por un hipermercado y fuimos a la sección de higiene intima femenina, compro una serie de artículos y me dijo con una gran sonrisa:

—Encanto, ¿has depilado a una mujer alguna vez?

—No, nunca lo he hecho. —Respondí con algo de preocupación.

—Pues cuando lleguemos a casa te vas a tener que esmerar conmigo y tratar a mi coñito con sumo cuidado. —Me dijo abrazada a mí y susurrándomelo en el oído.

Solo de pensarlo mi polla saltó dentro de mi pantalón y se puso más dura que el cerrojo de un penal. Esa tarde con Mar tumbada en nuestra cama y abierta de piernas afeite mi primer coñito y por cómo se corrió no lo debía de hacer nada mal. Dejé su coño y su anito sin un solo pelito y ella en agradecimiento, y con mi ayuda, me depiló a mí también, aunque desde que lo hice la primera vez estando con Mara, lo hacía regularmente y sé que eso a Mar le gustaba mucho. Sobra decir que una vez terminamos nos metimos en la ducha y esta vez empotre a Mar follando su culito con ganas hasta que nos corrimos los dos con Mar disfrutando sus orgasmos.

Las semanas fueron pasando y reafirmaron nuestra relación. Pero el tiempo pasa y las heridas cicatrizan. Por fin le quitaron la férula de su brazo derecho y pudo mover su brazo y su mano a su antojo, aunque con algo de miedo. El médico le mandó rehabilitación, ya que tenía que recuperar movilidad y tono muscular. En ese momento temí que Mar volviese a su casa y me dejase en mi más absoluta soledad, pero me alegró diciendo que se sentía más segura estando viviendo conmigo y que se quedaba en mi casa.

Todo iba sobre ruedas. Nuestra convivencia era modélica, joder, éramos una pareja y vivíamos como tal. Los planes los basamos en nuestros horarios y que coincidiéramos el mayor tiempo posible. Mar empezó a trabajar de nuevo, estaba prácticamente recuperada y nuestras sesiones de sexo era increíbles. Por fin pude follármela a cuatro, penetrando primero su coñito para terminar barrenándola su culito que recibía mi polla sin problema.

Ella me cabalgó de mil maneras, de frente para que me perdiese en sus perfectas tetas dedicándolas todo tipo de mimos mientras mi polla barrenaba su coño. Dándome la espalda, que mis ojos viesen como mi polla se enterraba en su coñito o su culo hasta los huevos. Su manera de ser y vestir en casa era de lo más provocativa manteniéndome siempre excitado y con ganas de follármela. Mar era como un sueño hecho realidad y yo todavía no me creía lo que estaba viviendo con ella, era como un sueño.

Por poner un pero, era lo poco cariñosa que era a nivel de vocabulario. Se que es una tontería, que lo importante son los hechos, pero de la boca de Mar nunca salió un te quiero; mi amor, salvo al principio; te amo; cariño mío…etc. Ella me lo demostraba continuamente con detalles increíbles, hechos que me decían que su corazón me pertenecía.

Yo era todo lo contrario. Raro él era el día en el que no le dijese hasta la saciedad cuanto la amaba y lo que la quería, se lo demostraba de palabra y de hecho y ella me lo agradecía abrazándome y besándome con mucho cariño, me amaba, sé que me amaba. Hasta ese maldito día cerca de las navidades.

Noté que Mar estaba más ausente, más callada y sobre todo más seria. Eso no niego que me preocupó muchísimo por si le había ocurrido algo grave y por su manera de ser introvertida y hermética, no quería hacerme partícipe, o contarme lo que le ocurría.

Empezábamos la semana y aunque había sido un buen fin de semana, lleno de playa, sol y sexo, no quise mantenerme al margen preguntándoselo directamente.

—Mar llevas unos días muy triste y apagada, ¿te ocurre algo? —Pregunté con miedo.

—No, no es nada, bueno si, la verdad hay algo que me preocupa.

—Si me lo cuentas quizás podamos encontrar la solución, ¿no crees?

—Abel, es una tontería, pero no me está dejando dormir tranquila. El viernes que viene es la cena de mi trabajo, es muy importante para mí y nos han pedido que llevemos a nuestra pareja, y como no tengo a nadie…¿Tú me podrías acompañar?

¿Qué no tienes a nadie? ¿Entonces, yo que coño soy para ti? Pensé para mí, cayéndome esa petición como una losa.

—Claro, —dije con una sonrisa tan forzada que sé que ella lo tuvo que notar.— No hay problema, te acompañaré.

—Gracias Abel, no sé qué haría sin ti. —Dijo Mar con alegría dándome un abrazo al que no respondí.

Desde el primer momento supe que el acompañarla a esa cena sería una gran equivocación y que nada bueno traería a mi vida, todo lo contrario, como así sucedió.

Sé que desde que Mar me vio vestido para la ocasión, puso mala cara, mal empezábamos. Mientras ella llevaba un precioso traje que realzaba su figura, por encima de la rodilla, con un escotazo espectacular y con unos preciosos zapatos de salón que realzaban su trasero y un recogido increíble en su pelo yo iba con una simple camisa, unos pantalones chinos y unos zapatos normales.

—¿No tienes otra cosa que ponerte? ¿Por ejemplo un traje? —Me preguntó, siendo más una crítica por mi forma de vestir.

—Pues no, lo siento, nunca he utilizado traje ni corbata, no me gustan. —Respondí con contundencia.

—Bueno, mejor vámonos, no me gusta llegar tarde a los sitios. —Respondió Mar enfadada.

Durante el trayecto de unos veinte minutos no cruzamos ni una palabra y por supuesto no hubo ni una muestra de cariño. Cuando llegamos se volvió hacia mí y me lo dijo cabreada.

—Cuidado con lo que dices y lo que hablas. No me dejes en ridículo.

En ese momento tenía que haberme dado la vuelta y haberla dejado plantada por su actitud soberbia hacia mí. Pero no, mi corazón, mi cariño hacia ella y como la amaba me lo impidieron.

Ella entró primero y yo unos pasos por detrás. Según entró su cara cambió a una sonrisa cínica y forzada, repartiendo saludos a diestro y siniestro, besos, apretones de manos y abrazos a un montón de gente. Supe que yo allí no pintaba nada, un montón de trajes de marca y cabellos engominados de los hombres y unos trajes espectaculares de las mujeres, ya fueran jóvenes o mayores me decían que estaba entre la elite de esa entidad bancaria.

Nadie reparó en mí, y Mar, que tenía que ser la que me llevase de la mano en esa reunión, me dejó a mi suerte. Yo me fui a la barra y me pedí una cerveza, desde allí pude observar la fauna que se había reunido y desde luego no iba conmigo.

Al poco dos hombres elegantemente trajeados se pusieron a mi lado. Los dos tenían pinta de puteros y se pusieron a hablar sin pudor:

—¿Has visto a Mar como viene vestida? —Dijo uno de ellos.

—Lo primero que he pensado si llevará ropa interior, con lo puta que es seguro que va desnuda debajo de ese vestido.

—Joder es que esta buenísima, yo me la follaría sin pensar en mi mujer.

—Ese es tu problema, que tu mujer está aquí, la mía no, he venido con una compañera, una sosa que no tenía pareja. Pero de esta noche no pasa. Me voy a llevar a Mar a los servicios y me la voy a follar hasta que le salgan mis corridas por la boca.

—Que vulgar eres, llévatela a un hotel y hazlo bien, disfruta de ella.

—Esa zorra no se lo merece.

Esos dos gilipollas rompieron a reír mientras yo buscaba a Mar entre la marea de gente para decirle que lo sentía, pero me iba a mi casa. Pero fue ella la que me encontró a mi primero, agarró mi brazo y me llevó a un rincón, parecía que se avergonzara de mí, pero cuando vio mi cara supo enseguida que algo iba muy mal.

—¿Abel, te ocurre algo? —Pregunto con preocupación.

—Si que me ocurre, si, que ha sido una equivocación el acompañarte a esta cena de estirados y ejecutivos de medio pelo con ínfulas de jefazos. —Respondí cabreado.

—Joder Abel lo siento, pero tienes que hacerme este favor. No voy a sentarme contigo, me han invitado a la mesa de los directivos de la central, me comentan que quieren hablar conmigo y creo que es para algo muy importante.

—Si, seguro que es importantísimo. —Conteste con ironía, recordando la conversación de esos dos.

Con cierto nerviosismo y sin parecer que íbamos como pareja, me dijo donde debería de sentarme y me volvió a repetir que tuviese cuidado con lo que decía, que seguramente nadie se dirigiría a mi si no me conocían. A mi esa cena y ver a Mar comportándose así me parecía de todo punto irreal, más bien parecía una puta pesadilla.

De mala gana me senté en el sitio que Mar me había indicado, y como si nada se sentaron, una a cada lado, dos chicas muy monas con sus respectivas parejas. La cena transcurrió con tranquilidad, todo estaba muy rico y como me dijo Mar nadie se dirigió a mí.

Yo veía a Mar de espaldas, sentada entre dos hombres que le decían vaya usted a saber que, riendo cada cosa que susurraban en su oído, hasta que finalizando la cena vi como ese hombre, el que dijo que se llevaría a Mar a los baños para follársela, se acercaba a ella y le decía algo al oído. Ella sonrió, se levantó y ese hombre se la llevó de la mano a cumplir sus propósitos.

En ese momento se me cayó el mundo encima y me imaginé a Mar, con su vestido remangado, su tanga en los tobillos y recibiendo los envites de ese degenerado. Estaba abstraído en mis pensamientos cuando escuche que alguien se dirigía a mí.

—Perdona, pero no estaba escuchando, pensaba en otra cosa. —Dije a modo de disculpa.

—Ya te digo, —dijo una de las chicas que estaba sentada a mi lado.— Debía ser muy interesante eso que pensabas porque ni me has oído. —Dijo con fingida molestia.

—Mi amiga te preguntaba que quien eras, —dijo la otra muchacha, — que nunca te había visto.

—¡Ah! Soy Abel, soy programador y he venido de la península a solucionar un problema que había en vuestros servidores. —Dije con lo primero que se me ocurrió.

Estuvimos charlando un rato, pero yo, aunque contestaba no dejaba de pensar en Mar. Hasta que una de ellas hizo la pregunta del millón.

—¿Y con quien has venido? ¿Cuál es tu pareja? —Preguntó una de ellas.

—Creo que ha venido con Mar, —fue a contestar la otra,— los he visto juntos debe de ser su…

—¡¡¡ES MI VECINO!!! Mi amigo y mi vecino… —Intervino Mar casi gritando a mis espaldas, con lo que se enteró todo Dios.

—Pues pensamos que era tu novio. —Comentó una de las chicas sentada a mi lado.— Por la cara de cabreo que ha puesto cuanto te ha visto desaparecer con ese chulazo camino de los servicios, es lo que pensamos. —Dijo con maldad.

—Pues te equivocas querida, Abel y yo no somos nada. —Dijo ya cabreada.— Abel, levanta, nos tenemos que ir. —Ordenó Mar muy enfadada.

Creo que nunca me he sentido más observado, triste y vejado. Todo el salón estaba en silencio mirándonos como nos íbamos. Justo antes de salir vi al subnormal que se folló a Mar en los servicios acariciándose su mejilla y pude ver su mirada de odio y los cinco dedos de una mano marcados en su cara.

Cuando estábamos en la calle de manera seca y fría, Mar me pidió que yo llevase el coche debido al estado de nervios que tenía, y a mí me apetecía pillarme un taxi y dejarla allí colgada y no saber nada más de ella, pero volví a caer en mis errores y le quite las llaves de manera brusca y eso le hizo saltar.

—Abel, tranquilito que no está el horno para bollos.

—¡¡¿Qué?!! —Respondí enfrentándome a ella.

—Que no me toques las narices, ¿vale? —Respondió con chulería.

—Sabes lo que te digo Mar…¡¡¡QUE TE VAYAS A LA MIERDA!!!

—¡¡¿QUÉ ME VAYA A LA MIERDA?!! ¡¡VETE A LA MIERDA TÚ Y TODOS LOS HOMBRES, SOIS DE LO PEOR!!. —Gritó Mar echándose a llorar

—¡¡¿EN SERIO MAR…SOLO AMIGOS Y VECINOS?!! ¡¡¿TÚ Y YO NO SOMOS NADA?!! ¡¡¿Y QUE HA OCURRIDO ENTRE NOSOTROS ESTAS ULTIMAS SEMANAS?!!...¡¡DIMELO…JODER!!. —Grité fuera de mí.

—¡¡QUE HEMOS FOLLADO, ¿VALE? SOLO ESO. TU Y YO NO SOMOS NI NOVIOS, NI PAREJA, NI NADA QUE SE LE PAREZCA…NO SOMOS NADA, ¿ENTENDIDO? METETELO EN LA CABEZA!! —Terminó de gritarme Mar en la cara.

Creo que mi cara de estupor volvió a la realidad a Mar que me miraba confundida. De nuevo su carácter había prevalecido sobre ella y había escupido sus palabras para hacer daño. A mí solo me faltaba llorar. Todo ese amor que sentía por ella explotó dentro de mi haciendo añicos, literalmente, mi corazón.

—Mar…pe…pero yo te quiero, estoy enamorado de ti. —Dije sin creer lo que Mar me había gritado.

No pude evitar ver la cara de superioridad que puso Mar al escuchar eso. Cruzando los brazos sobre su pecho, me miró indolente y me lo dijo sin ningún tipo de empatía.

—La verdad Abel es que me sorprende lo crio que puedes llegar a ser. Yo solo he follado contigo para, de alguna forma, compensarte por lo que has hecho por mí. Pensé que lo entenderías así, pero veo que no. Espero que cuando hayas visto como me iba a follar con ese tipo a los servicios, te haya quedado claro lo que me importas…NADA.

No quería llorar delante de ella, pero me había destrozado. Temblando como un niño asustado deje las llaves de su coche sobre sus brazos cruzados en su pecho. No quería ni mirarla a la cara, sentía vergüenza ajena y vergüenza de mí mismo por no haber sabido imponerme a esa mujer que pisoteaba mi corazón y mi autoestima sin importarle si me hacía daño o no. Se lo dije como en un susurro:

—Hasta los animales tienen más sentimientos que tú. Te quiero fuera de mi vida y de mi casa. Adiós Mar.

Se que algo dentro de ella también se rompió cuando le dije eso. Me miró asustada comprendiendo el alcance de lo que había dicho y por ende, lo que había desencadenado. Adelantó su mano para tocar mi brazo, pero me eché hacia atrás con las manos en alto para que no me tocase, como si fuese una apestada. Solo la oí sollozar mi nombre…

—Abel…

En ese momento pasaba un taxi libre y con un silbido por mi parte le hice parar, me subí y sin echar la vista atrás le dije que iniciase la marcha que ya le diría donde me llevaba. Le pregunté por algún sitio tranquilo para tomar algo y me indico un lugar, La Azotea de Benito, esa fue mi primera parada.

Mi teléfono móvil no dejaba de sonar, todo eran llamadas y mensajes de Mar que ni respondía ni leía. Apagué el móvil para no escucharlo y no sé muy bien a donde me fui después, ya iba un poco tocado por el alcohol, no estaba acostumbrado a beber, pero creo que fue al Chester, luego ya mis recuerdos son muy vagos hasta que desperté al día siguiente, desnudo, en una cama y una casa que no conocía.

En esa cama había ocurrido algo, de eso estaba seguro por los manchones de las sábanas y las ropas tiradas por el suelo, pero estaba solo. Me incorporé en la cama mirando a mi alrededor, la cabeza me dolía horrores. Sobre la mesilla estaba mi teléfono, lo encendí y había cientos de llamadas de Mar y miles de mensajes que volví a ignorar. Miré la hora y eran cerca de las dos de la tarde, me dejé caer sobre la almohada algo mareado, en el momento que entraba a la habitación una morena desnuda impresionante que yo conocía.

—¡¡¿¿GIOVANNA??!!

—Buenos días semental, ¿has descansado bien? Espero que sí. —Dijo esa joven con una sonrisa pícara.

—Joder Giovanna, no me jodas…¿Tú y yo…? —Pregunté para asegurarme.

—Por supuesto que si campeón y además tres veces, y eso que ibas borracho, pero qué manera de follar.

—Dios, mi cabeza me va a estallar. —Dije dolorido y confundido.

No quise ni preguntar como habíamos terminado así, pero seguro que coincidimos en algún garito y como no me enteraba, ya que iba bastante perjudicado, terminé sucumbiendo a sus encantos. Sin esperar nada, me levanté mostrando mi desnudez. Bueno, seguro que ya no había nada que esconder que esa chica no hubiese visto esa noche. Pregunté por el baño y con su indicación me dispuse a ducharme e irme. Había sido una estupidez por mi parte el haberme liado con esa niña que de seguro me traería problemas si continuaba con ella.

Aunque Giovanna intentó convencerme de que me quedase con ella, aludí a compromisos inaplazables para salir de aquella casa. Una vez en la calle y con el estómago revuelto debido a la ingesta de alcohol y la resaca que tenía encima, tomé un taxi y le indiqué que me llevase a mi casa, esperando que Mar hubiese desaparecido como era su costumbre cada vez que nos enfadábamos.

Pero no, cuando abrí la puerta y entré al salón, vi a Mar sentada en el sofá. Estaba demacrada, los ojos hinchados y rojos de llorar y encima de la mesita baja algunos pañuelos de papel usados. Se que no puse buena cara y eso ella lo acusó enseguida volviendo a llorar.

—Te dije que te quería fuera de mi vida y de mi casa. Vete ahora mismo de aquí, no te quiero ni ver. —Dije fríamente.

—Estaba muy preocupada por ti, no respondiste ni a mis llamadas ni a mis mensajes. —Dijo Mar sollozando.

—¿Ahora te preocupas por mí? —Eres una cínica de mierda.

—Tenía miedo de que hicieses alguna estupidez, ¿entiendes eso?

—La única estupidez que he hecho ha sido enamorarme de una zorra como tú. Das asco como persona. —Respondí rabioso.

—Abel por favor déjame que te…

—¡¡QUE NO ME INTERESA NADA DE LO QUE DIGAS!! —Grité sin dejarla terminar lo que iba a decirme.— ¿Recuerdas lo que te dije en el hospital? ¿Lo recuerdas? Otro numerito de los tuyos y te mando a tomar por culo. Podía ser más educado, pero contigo no merece la pena. Y ahora largo de mi casa.

—Por favor Abel…no quiero que terminemos así. —Sollozó Mar.

—¿Qué no terminemos así? ¿El que? ¿La farsa que me estabas haciendo vivir? Te recuerdo que fuiste tú la que anoche de forma brusca y humillante me dejó claro lo que esto, —dije señalándonos a los dos,— significaba para ti. Y ahora por favor te lo pido educadamente, déjame tranquilo, vete de mi casa y déjame en paz.

—Por favor Abel no, así no. —Rogó Mar mientras dos gruesos lagrimones surcaban sus mejillas.

—Joder. —Respondí resacoso y malhumorado.

Agarré del brazo a Mar y con firmeza la conduje hacia la puerta de salida, dejándola en el rellano para inmediatamente entrar en mi casa y cerrar la puerta para terminar con eso.

Dejé a Mar en las escaleras, llorando desesperada no entiendo muy bien por qué. Quizás lo que me hizo y lo que me dijo, una vez pasado el calentón, la hizo reflexionar y se sintió mal consigo misma, no lo sé y creo que ni quiero saberlo, lo de ayer, todo lo que ocurrió, fue un compendio de despropósitos que terminaron con el peor día de mi vida.

Una vez me tranquilicé fui a cambiarme y con tristeza comprobé que de mi armario ya faltaba toda la ropa de Mar, y su cajón, donde guardaba su ropa interior, estaba vacío. Me acerqué al baño y pude ver que también faltaban todas sus cosas de aseo y sus pinturas y entonces el que lloré fui yo al comprender que Mar ya no estaba en mi casa ni en mi vida, como le pedí.

Esas navidades y los siguientes días, semanas y meses, fueron muy duros para los dos, por lo menos para mí. Quisiésemos o no, éramos vecinos y era inevitable el coincidir en algún momento del día o de la semana ya que yo no salía de casa, me había convertido en un ermitaño, amargado e insociable.

Pero era inevitable que cuando la nevera estaba vacía tuviese que ir al supermercado a hacer compra y no morirme de hambre. Era en esos momentos es cuando rezaba para no coincidir con ella, pero parecía que el destino quería ponerme a prueba y a la que yo bajaba, o ella sabía, o al revés, me da igual, fuese inevitable el cruzarnos en la escalera y ella al pasar a mi lado, agachaba la cabeza avergonzada y se le oía en un susurro, — hola Abel,— saludo que no era respondido por mí en mi eterno cabreo hacia ella.

Era una estupidez, y cada día se acrecentaba más, la certeza de que mi actitud tenía que cambiar. La situación era incómoda para los dos y no podía seguir así. Era muy consciente del daño que Mar me pudo hacer, pero por nuestro bien, sobre todo por el mío, tenía que poner fin a esa situación. Pero para mí pesar, la situación cambió, y ese cambio vino de la mano de Mar.

Fue poco antes de mi veintiocho cumpleaños. Una mañana escuche ruidos en el rellano y la curiosidad me pudo. Con cuidado de no hacer ruido, observé a través de la mirilla como de la casa de Mar sacaban los muebles que en su día montamos los dos. No podía ser, ¿Mar se mudaba?

Creo que fue tan involuntario como lógico el desasosiego y la angustia que en ese momento ocupo todo mi cuerpo. Temblaba y supe, que si no hacia algo, perdería a Mar para siempre, pero ¿no era eso lo que quería? Seamos sinceros, era consciente del dolor que me causó y el daño que me hizo, pero moría por volver a estar con Mar como estábamos antes de tan desafortunado incidente, y era tan inmaduro, que era incapaz de gestionar ese suceso para poner un orden natural en esa relación.

Esa misma tarde alguien llamó a mi puerta, y casi sabiendo quien era, abrí la puerta desaliñado, con barba de cuatro días y sin haber pasado por la ducha hacía unos días. Me avergoncé de mí mismo al presentarme así delante de ella que iba impecablemente vestida, maquillada y peinada.

—Hola Abel, ve…venía a despedirme. —Dijo Mar con pena.— Me marcho de este piso.

—Bien, pues que te vaya bien. —Dije fríamente, pero muriéndome por dentro.

—Abel, yo quería antes de irme…

—Mar, no lo jodas más. Ya te has despedido. Ahora vete.

—Bien como quieras. —Sollozo mar tragándose sus lágrimas.

Cuando cerré la puerta tras de mí, mi vida se acabó. Sería muy difícil y complicado reponerme de ese desengaño y sus consecuencias. Mar me utilizó, como se utiliza un mechero y se tira cuando ya no sirve.

Durante los siguientes días, sabiendo que Mar ya no estaba, ni se la esperaba, me planteé muy seriamente el volver a Madrid, a casa de mis padres, pero creo que solo con pensar en la vejación que sufriría por parte de mis progenitores, hizo que me replantease esa decisión. De todas formas, esa idea no era factible ya que una llamada de mi padre al poco de estar viviendo en Las Palmas, me informó que había solicitado el divorcio a mi madre, la convivencia con ella era de todo punto imposible

Me quise dar ánimos a mí mismo, y pensar en positivo. No hay mal que cien años dure, y seguro que la vida me tendría deparadas mejores oportunidades. Cuando se cierra una ventana, se abren cinco puertas.

María del Mar. Su historia.

No puedo describir en estos momentos, el dolor, la angustia, la desesperación y el desánimo que invade mi cuerpo, mi alma y mi cabeza.

Bajo por las escaleras de la que fue mi casa llorando con desesperación, en silencio, sabiendo que he perdido por mi estupidez y mis miedos a uno de los mejores hombres que se podía haber cruzado en mi vida.

Nunca pensé que un hombre se pudiese involucrar en mi vida de esa manera, sin interés, solo sabiendo que se preocupaba de mi bienestar. Era consciente de que le gustaba. Joder, su mirada lo decía todo, pero ese respeto, esa manera de tratarme como a una reina y sus atenciones continuas, hicieron mella en mí.

Pero quizás, debería contaros que pasó en mi vida para que me comportase de la manera que lo hice con ese maravilloso hombre que era mi vecino.

Miraré hacia atrás, hacia mi época de instituto donde coincidí con el que a la larga seria mi marido.

Digamos que por aquel entonces yo era una joven que levantaba muchas pasiones. Era consciente de mi belleza y mis posibilidades, pero Rodrigo, el que en el futuro seria mi esposo, era popular y según nos vimos supimos que estábamos hechos el uno para el otro.

Gilipolleces de juventud, pero por aquel entonces las hormonas prevalecían. Durante más de un año estuvimos juntos, yo era virgen, el no, y quería por todos los medios habidos y por haber, follarme y hacerme suya, otra muesca en su ego alterado.

Le mandé a la mierda cuando supe de buena tinta que el muy cabrón se follaba a dos de mis mejores amigas, que no dudaban en abrirse de piernas cuando él se lo pedía.

Mi virginidad se la entregué a un impresentable que me deslumbró por su personalidad y carácter dominante. Pensándolo fríamente, fue vergonzoso que lo que negué a Rodrigo durante más de un año se lo entregase a la semana a ese ser que me folló sin contemplaciones, solo por el mero hecho de no "cagarla" como hice con mi anterior novio.

Creo que eso fue una equivocación de las muchas que hacemos en nuestra juventud. Ese polvo no lo disfruté como sería lo más aconsejable en esa primera vez, todo lo contrario, fue doloroso y desagradable y me sentí como un recipiente para semen. Ese capullo no solo no se preocupó por mí, si no que cuando terminó, me dejó en la cama llorando y se fue con sus amigos.

Como dice la canción de Sabina, 19 días y 500 noches, —"lo nuestro duró, lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks".— Lo de este chaval era ya descarado e incluso delante de mí se morreaba con otras chicas o lo veía desaparecer con alguna para volver al cabo de la hora sabiendo que se la había follado. Sin ser nada pactado ni hablado dejé de verlo, y aunque me llamó en un par de ocasiones, ni quise hablar con él dejándole constancia que lo que hubiese entre nosotros se había acabado.

Luego hubo unos cuantos chicos más. Algunos intentando tener una relación seria, larga y duradera, pero su forma de ser no me gustaba. Los utilizaba para echar unos cuantos polvos y los apartaba de mi vida sin muchas explicaciones por mi parte. Siendo sincera, después de lo vivido con esos dos, me limité a follar, pero sin que hubiese ningún vínculo emocional o de cariño.

Pero fue en la universidad, estudiando mi segundo año de carrera, que me encontré nuevamente con Rodrigo. Un día estando en la cafetería pidiéndome un café alguien se puso a mi lado y pidió un cola cao. Esa voz me pareció tremendamente atractiva y familiar y volteando mi cabeza para mirar a quien pertenecía lo vi a mi lado, era Rodrigo y creo que según lo miré me volví a enamorar de él, estaba guapísimo, más alto y con un cuerpo que me dejó boquiabierta ya que de siempre practicó waterpolo.

Fue inevitable que empezásemos a hablar los dos interesándonos por nuestras respectivas vidas y como había mucho que contarnos quedamos a la salida de las clases para comer y seguir hablando. Por primera vez en mi vida note esas mariposas en el estómago de las que hablan mucha gente cuando estas frente a la persona que amas, y mi deseo hacia él, quedó patente esa misma noche cuando me folló en su cama.

Debo confesar que cuando lo vi desnudo, me arrepentí de no haberle dado mi virginidad a él, ya que me regaló incontables orgasmos y su polla, una polla preciosa, larga, gruesa y venosa no paró de darme placer y llenar mi coñito con sus corridas.

Sobra decir que desde ese primer día no nos volvimos a separar y al cabo de las semanas nos confesamos nuestro amor el uno por el otro y nuestro deseo de no volver a separarnos. Hasta el fatídico día de nuestro divorcio.

Los dos terminamos nuestras carreras, él antes que yo ya que era dos años mayor. Encontró trabajo en una compañía aseguradora, una de las más importantes debido al volumen de asegurados. Al cabo de los tres años yo terminé la mía y casi de inmediato debido a los contactos de mi padre entré a trabajar en una de las entidades financieras más poderosas de España.

Todo iba sobre ruedas, los dos nos amábamos, teníamos buenos trabajos, buenos sueldos, aunque mejorables, y una vida por delante. Yo sabía, vamos, lo tenía clarísimo, que me quería casar con Rodrigo. El primer signo de que él quería algo conmigo también vino cuando me propuso comprarnos un piso, y cuando encontramos lo que queríamos, al año, salíamos por la puerta de la iglesia como marido y mujer.

Pero nuestra perfecta vida se vio alterada por un ser lleno de maldad. Un hombre que a la larga haría que mi matrimonio acabase de la forma que acabó y ese hombre era el jefe de mi marido, el inmediato superior dentro de la jerarquía de esa aseguradora.

Ocurrió más o menos cuando llevábamos diez años de casados. Noté a mi marido abstraído, distante y frustrado y a fuerza de preguntarle me dijo que sus ganas de ascender en la empresa siempre se estrellaban con ese jefe que le cerraba todas las puertas.

Yo en mi afán de ayudarle, de hacerle más feliz, le pregunté que si podía hacer algo, el solo me abrazó con cariño y me lo dijo:

—¿Y que puedes hacer tú para que yo pueda ascender? —Susurró en mi oído con cariño.

En esos momentos no tenía ni idea de que yo sería la solución para que mi marido alcanzase sus metas.

Unas navidades mi marido me dijo que la aseguradora debido a los buenos resultados nos invitaba un fin de semana a un resort como regalo. El día elegido gracias a Dios no coincidía con la cena de mi empresa, así que nos fuimos a un hotel de montaña cerca del pirineo oscense un lugar idílico donde nos juntamos muchas parejas, entre ellas estaba el jefe de mi marido, una persona, que antes de conocerla ya odiaba a muerte por hacer sufrir al amor de mi vida.

Fue inevitable el que nos conociésemos, y haciendo de tripas corazón, poner buena cara ante ese desalmado. Podría decir que era feo, desagradable en el trato, vulgar y carente de educación, pero mentiría. Juan, que así se llamaba ese hombre, era alto, de unos cincuenta años, atractivo, culto, simpático y muy educado. Durante los días que estuvimos en ese resort, coincidimos muchas veces y nuestras conversaciones eran de lo más amenas y divertidas.

Cuando nos despedimos, después de esos días quedamos en que sería agradable quedar algún día para cenar los dos matrimonios y eso de alguna manera podía ser esa llave que abriese las puertas a mi marido para que ascendiese en la empresa. Tampoco pude dejar de observar que ese hombre me comía con la mirada, pero lo hacía con elegancia y eso de alguna manera me hacía sentir incomoda e insegura.

Hubo más ocasiones en las que quedamos los dos matrimonios, aunque a mi marido no le gustase por como su jefe se comportaba con él, pero era mero formalismo y de alguna manera, acercaba posturas para posibles ascensos.

Inconscientemente cada vez que quedábamos yo elegia muy bien mi indumentaria, sexy sin ser provocativa o vulgar, pensando en que eso ayudaría de alguna manera. Si, ahora pensándolo bien era deleznable que me vistiese así para Juan, para agradarle a él, no a mi marido y eso provocaba que las miradas de ese hombre hacia mi fuesen cada vez más descaradas. Y no quiero que penséis que me sentía atraída por él, ni mucho menos. Me seguía pareciendo un ser despreciable, pero al que había que tener contento, era patético.

Aquella mañana, en el que estando en mi despacho sonó mi teléfono móvil con un número que no conocía, no era consciente de cómo iba a cambiar mi vida en unas horas. Al aceptar la llamada una voz conocida hablo al otro lado.

—Hola Mar, buenos días.

—¡¡Juan!! Que sorpresa, ¿Cómo tienes mi número de teléfono?

—Rodrigo me lo ha dado, le he dicho de quedar este fin de semana y como le tengo muy ocupado, me ha dicho que yo hablase contigo para concretar.

En ese momento me pareció muy extraño que mi marido hubiese hecho eso. El sabia lo celosa que era para mi vida privada y mi número de teléfono, no se lo daba a cualquiera, tenía que ser de plena confianza y me intranquilizaba que ese hombre tuviese mi número, Rodrigo sabía que no le aguantaba.

—Bueno, si queréis tu mujer y tú podíamos quedar el sábado a comer, eso estaría bien. —Dije con fingida alegría, pero con un deje de asco en mi cara.

—No Mar, la verdad es que te estoy mintiendo. Rodrigo no me ha dado tu número, he sido yo, el que en un descuido suyo, se lo he robado…necesito hablar a solas contigo sobre él. —Terminó diciendo Juan en un tono muy serio.

—Juan no me asustes, ¿qué ha pasado? —Pregunté preocupada.

—Nada grave, tu marido está trabajando ajeno a esta llamada. Te mando un coche que te recogerá en tu oficina y te llevará a un restaurante para que hablemos.

Me tenía que haber olido algo, haber llamado a mi marido y contarle lo que acababa de pasar, pero no lo hice. A las dos de la tarde un Cabify esperaba en la puerta de mi oficina. Me monté y el conductor me llevó a un restaurante a las afueras de Madrid donde Juan me esperaba en la barra, tomado una cerveza. Durante el viaje llamé a mi marido y por primera vez desde que nos casamos le mentí, le dije que me había surgido una comida de trabajo y no estaría en casa para cuando él llegase.

—Juan, ¿qué hacemos aquí, y que es lo que pasa con Rodrigo? —Dije sin saludar, pero aceptando los dos besos que Juan me daba a modo de bienvenida.

—Todo a su tiempo querida. Primero comamos y luego hablaremos.

Como dijo Juan, primero comimos. La comida fue entretenida, su conversación amena hizo que casi olvidase porqué estaba allí, pero ya en los postres, con los cafés y los consabidos chupitos lanzo la bomba.

—Bien Mar, creo que estarás al tanto de los problemas que está teniendo tu marido para ascender en la empresa, ¿me equivoco?

—No, no te equivocas. Y sé que tú eres el culpable de que Rodrigo no ocupe puertos de más responsabilidad. —Dije con seriedad.

—Rodrigo es un gran profesional, alguien que me puede hacer sombra, incluso destruir si asciende y si eso ocurre tendrá un precio. —Dijo Juan con una sonrisa enigmática.

—¿Un precio? ¿Qué precio? —Pregunté intrigada.

Vi como su mirada se clavaba en mis tetas y yo, ingenua de mí, me miré por si me había manchado. Pero cuando me cercioré de que no tenía ninguna mancha y levanté mi vista vi los ojos de lujuria y su gesto obsceno mirándome como un depredador.

—¡¡¿QUÉ?!! —Casi grité.— No me jodas Juan. —Dije espantada.

—Precisamente es eso Mar. Quiero joderte, follarte, reventarte el coño a pollazos, no te pido amor, solo sexo. Tu marido no se va a enterar, de eso me encargo yo, y tú también por supuesto, y te lo aseguro, que si aceptas, tu marido logrará todo lo que ha deseado siempre, te lo prometo. Pero si decides no aceptar mi proposición, tu maridito va a pasar un infierno. La pelota está en tu tejado, y el futuro de tu marido en tus manos. Tú decides. —Terminó diciendo ese ser con una sonrisa de suficiencia.

—Eres un hijo de puta, un monstruo, una persona que das asco. —Respondí con desprecio.

—Lo que tu digas, pero vuestro futuro depende de ti. Y ahora lárgate, no hace falta que te quedes con esa cara de amargada. El Cabify que te ha traído está en la puerta esperándote y te llevará donde le digas.

Me levanté muy cabreada, ¿qué se había creído ese gilipollas? No era una puta, y menos, le sería infiel a mi marido a quien adoraba y estaba muy enamorada de él. Le miré con tanto odio que esbozo en una sonrisa terminando en risa.

—Por cierto, el Cabify no está pagado, se buena y hazte cargo de la cuenta de esta comida cuando salgas. —Dijo soltando una carcajada.

Esa mierda de cita en la que me había engañado Juan me salió por casi doscientos euros y un disgusto que no dejaba de rumiar y rondar en mi cabeza. Cuando llegué a mi casa y vi a mi marido tumbado en el sillón tuve un acceso de cariño enorme y tirando todo en el suelo, me tumbé sobre él pidiéndole que me abrazase.

—Ummm, ¿ha sido una comida horrible? —Preguntó con cariño mi marido.

—De las peores que te puedas imaginar. Como te he echado de menos mi amor.

Nos quedamos abrazados, con mi cabeza apoyada en su pecho, escuchando como latía su corazón. No lo sé achacar, quizás fuese por lo que ese desgraciado me había propuesto, no lo sé y me niego a aceptarlo, pero notaba la humedad en mi coñito y deseaba con todo mi ser que mi hombre me follase hasta hacerme gritar de placer.

Me levanté, tiré de él y me lo llevé a nuestra habitación donde mi marido me folló o me hizo el amor, como queráis llamarlo, durante toda la tarde. Ya por la noche, y con una sonrisa de felicidad en mi cara, decidí que ni loca aceptaría la propuesta de ese hijo de mil padres. Quería a mi marido, le respetaba y por nada del mundo le seria infiel, y menos con ese ese ser salido del averno.

Pensé que tenía claro lo que quería, que yo tenía la sartén por el mango. Ilusa de mí. Cuando al cabo de las semanas vi a mi marido sumido en una depresión por como Juan le estaba haciendo la vida imposible, fui consciente de que solo yo sería capaz de solucionar eso y el precio para que aquello acabase estaba entre mis piernas. Me estaba matando ver a mi amor sufriendo por un cerdo sin escrúpulos. Me convencí a mí misma que solo sería sexo y que sería por un buen fin, ¿que no se hace por la persona que amas? Aunque ello conllevase ponerle los cuernos

Tenía claro que no quería que Juan hiciese lo que quisiera conmigo. Era banquera y los bancos nunca pierden, aunque se arriesguen. Llamé a un abogado y le puse en antecedentes. Entendió lo que deseaba hacer y aunque no estuvo de acuerdo por cómo se iba a llevar a cabo, redactó un contrato que firmaríamos Juan y yo con una serie de condiciones, la principal es que sería yo y única y exclusivamente yo la que dijese como, donde y cuando.

El día asignado quedamos Juan y yo en una cafetería. Me descompuso su cara de superioridad y le expuse mis condiciones, las principales, sería solo una vez por semana, el día que yo eligiese, solo durante dos horas y en un hotel elegido por mí, pero pagado por él. También él expuso las suyas.

—De acuerdo Mar, pero será dos veces por semana, durante dos horas en el hotel que tu elijas. Pero no creas que me conformaré con que te abras de piernas para mí, no. Lo quiero todo de ti, y dependiendo de cómo te portes tu marido ira ascendiendo, quiero tu entrega total.

—Eres un hijo de puta y lo mejor sería confesarle todo a mi marido y que te partiese la cara. Pero dado que encontrar trabajo ahora es tarea casi imposible acepto tu propuesta. El martes que viene empezamos, espera mi llamada.

Los dos firmamos ese absurdo contrato de infidelidad. No pude evitar echarme a llorar según salí de esa cafetería. Seria infiel a mi marido, no por gusto, si no por hacer que su vida, nuestra vida fuese mejor y el fuese feliz. Un alto precio por pagar, que mi marido, esperaba, nunca llegaría a saber.

El martes siguiente a la hora acordada llamé a Juan y le dije el número de habitación. Lo hice así porque ese tío era tan sinvergüenza que podría llenar de cámaras la habitación para grabarme follando con él. Así me aseguraba que nunca sabría el hotel ni la habitación. Cuando Juan entró y estuvimos frente a frente lo primero que hice fue apagar su teléfono móvil. No me fiaba de él, y podría hacer alguna grabación o un video sin que yo me enterase y me comprometiese.

Fue muy violento y vergonzoso. No quería desnudarme y ese hijo de puta al final, a la fuerza, me dejo como dios me trajo al mundo y sencillamente me violó, porque eso que me hizo no fue ni follar. Sin ningún tipo de cuidado y no habiendo lubricado me penetró produciéndome un dolor tan grande que no puede evitar echarme a llorar, pidiéndole por favor que parase.

Mis ruegos fueron atendidos, pero me dijo que abriese la boca y sin pedir nada me la metió hasta la garganta empezando a correrse. Me hizo tragarlo y me dio tanto asco, tanta repugnancia que no pude evitar vomitar sobre la moqueta del piso, arrodillada sujetándome el estómago de las convulsiones que tenía.

No era consciente de que esa postura mi retaguardia estaba a la vista y el muy cabrón quiso follarme el culo pero se lo impedí. Ofuscado al no lograr lo que quería, me la metió de golpe otra vez en la vagina. Fue tal el dolor que me produjo, que el chillido se tuvo que oír en todo el hotel.

Al final se corrió dentro de mí, no tuvo ni la decencia de correrse fuera. Cuando terminó, se sentó en la cama dejándome en posición fetal en el suelo, llorando, vejada, humillada y hundida moralmente.

—Sinceramente pensé que serias de otra manera, pero como amante das pena. Ya te puedes poner las pilas porque si esto va a ser así cuando nos veamos, tu marido pierde el trabajo, pero te aseguro que antes de irse sabrá el tipo de mujer que tiene.

—Eres un hijo de puta,—dije sollozando, aguantándome el dolor—me has hecho muchísimo daño.

—Pues para la próxima espabila, voy a pagar una pasta por una habitación de hotel y por un polvo de mierda.

Se metió en el baño, y al cabo del rato salió ya vestido. Ni se despidió. Me dejo tirada como una bolsa de basura y me sentí la peor persona del mundo. Me metí en la ducha y frote todo mi cuerpo hasta hacerme daño intentando quitarme esa sensación de suciedad y culpa que tenía. Mi vagina me dolía horrores y temía que llegase el jueves.

Incluso pensé en ir a urgencias y decir que me había violado, que detuviesen a ese hijo de puta y arruinarle la vida. Pero sería complicado explicar lo que era evidente, que hacía yo en la habitación de un hotel con ese cerdo y por qué había un contrato firmado por los dos diciendo explícitamente que tendríamos sexo.

Esa noche no sé cómo mi marido no sospechó algo ya que llegue muy tarde y con el cuerpo descompuesto y dolorido. Puse como excusa problemas graves en el trabajo, pero lo que realmente hice fue dar vueltas con el coche arrepintiéndome de la decisión que había tomado e intentando tranquilizarme, aunque lloraba a cada momento.

El jueves siguiente fui preparada con gel lubricante, y aunque casi no me hizo daño si fue asqueroso y desagradable. Se podría decir que hubo momentos malos, muy malos y horribles, nunca fueron buenos, nunca, y desde luego, os aseguro que en todo el tiempo que ese desgraciado me estuvo follando, ni hubo placer y no alcance ni un solo orgasmo.

Fue un año y medio en el infierno. Ese hombre me prostituyó, me vendió a sus amigos, y en una de las veces que quedamos, cuatro hombres me follaron durante dos horas sin tregua corriéndose en todos mis orificios. Si, mi culo virgen hasta entonces también fue follado, pero tuve el detalle, por llamarlo de alguna manera, de dárselo primero a mi marido, él se lo merecía todo y quise que fuese su polla la que me dejase bien abierta para el desgraciado de Juan que me lo exigía.

Fui una estúpida al pensar que podría con eso, que lograría ayudar a mi marido y aunque tuviese que hacer ese "pequeño" esfuerzo, se vería recompensado. Pero las vejaciones a las que me vi sometida por Juan, su trato prepotente, humillante y soberbio hizo mella en mí, en mi carácter y en mi vida, hasta el punto de que abandoné mis obligaciones como esposa y hasta descuidé mi apariencia.

Sigo pensando en que Rodrigo o no quería darse cuenta o es que realmente Juan le mantenía tan ocupado que sinceramente no se enteraba de que le engañaba dos veces por semana. Pero todo tiene un principio y un final y mi marido ya fuese por recomendación de Juan o por méritos propios escaló hasta la vicepresidencia de la compañía.

Cuando eso ocurrió, di por finalizado nuestro contrato y dejé de quedar con Juan para que me follase dos veces por semana. Intenté rehacer mi vida, pero Juan se encargó de joderme más todavía.

Como he dicho antes, mi vida cambió y me abandoné bastante desatendiendo a mi marido y mi aspecto físico. Cuando quise recuperarle, recuperar mi vida de antes de esa decisión tan equivocada de follar con Juan, noté con pavor que Rodrigo, el Rodrigo que yo recordaba y que se moría por mí ya ni me tocaba con un palo. Aunque me insinuase ante él, aunque me presentase desnuda y le comiese la boca con gula, siempre tenía una excusa para no hacer el amor conmigo. Esa conducta me asustó y pensé algo que había oído muchas veces, «cuando un hombre no encuentra lo que quiere en su casa, lo busca fuera» , y eso ocurrió con mi marido.

Y no le culpo. Fueron muchas las veces que quiso hablar conmigo, saber lo que me ocurría y por qué ese cambio en mi humor y mi manera de ser. También fueron muchas las veces que me buscó cuando nos acostábamos, o sin acostarnos, huyendo de él tan avergonzada como sucia, al saber lo que estaba haciendo por él a sus espaldas…y siempre, siempre, o no quise hablar con él, o rechacé su contacto, y ahora pretendía que todo fuese igual que antes y no era consciente de que eso, ya era de todo punto imposible.

No me fue difícil encontrar el origen de su desinterés por mí. De nombre Eva, era una joven de veinticuatro años, sobrina de Juan. Una niña rubia, de ojos azules y mirada traviesa con un cuerpo hecho para provocar y pecar y que siempre iba vestida más apretada que los tornillos de un submarino, con un culo y unas tetas que no dejaban lugar a las dudas.

Fue imposible ignorar las miradas de mi marido a ese cuerpo y la atracción que esa niña sentía hacia él. Fui una estúpida al ir a por Juan para reprocharle lo que intentaba hacer y su respuesta me dejo destrozada.

—Mi querida puta, te creías que podías dejarme como si nada. Eres una guarra, eres mi zorra y ahora tu matrimonio está en mis manos. No quiero contratos, te quiero en exclusiva para mi o si no mi sobrina se encargará de que tu maridin ni te mire. Tú vuelves a decidir.

Juro que intenté de todo, todo lo que estaba a mi alcance para no humillarme de la manera que lo hice la primera vez…pero todo fue imposible. Quien puede luchar contra la belleza y la juventud de una diosa.

Como dije, abandoné mucho mi aspecto físico. Ya no era la Mar de antaño, joven, guapa y orgullosa, que se podía permitir el lujo de escoger a sus posibles amantes. Era una mujer de treinta y ocho años, casada y que debido a una mala decisión se había convertido en una caricatura de ella misma. Al año, más o menos, después de pasar un calvario en mi prácticamente inexistente matrimonio, mi marido presentó una demanda de divorcio que me fue imposible ignorar y que dio al traste con los planes de Juan para que fuese su puta particular, ya que esa separación no se la esperaba.

Mi decisión de entregarme a un hombre para que mi marido se sintiese mejor consigo mismo me pasó factura. Pero ¿realmente lo hice por él? ¿O fue por mí? Me da igual, fuese lo que fuese, el karma se ensaño conmigo y de tenerlo todo pase a no tener nada. Cuando me di cuenta de que mi vida era una mierda, descargué mi ira, mi furia, en los hombres. Me manipularon, yo me dejé engañar y así me veía ahora, sin ser consciente de que era yo, única y exclusivamente, la causante de todas mis desgracias. Pero…a alguien había que echarle las culpas.

A los dos años de mi divorcio con Rodrigo, y mirándome en el espejo pensé que no quería verme así de dejada. había engordado casi veinte kilos y mi carácter se había agriado hasta ser desagradable con todo el mundo, especialmente con los hombres.

Me puse a dieta, me apunté a un gimnasio y aunque parezca frívolo me hice una operación de aumento de pecho, siempre me había sentido algo acomplejada con el volumen que tenía y que me obligaba a utilizar sujetadores push up para realzar mi busto.

Pasado otro año y mirándome al espejo, desnuda de nuevo, vi a una hermosa mujer, una mujer que Rodrigo cambió por una joven más guapa, simpática y que de seguro no le negaba nada. El envoltorio era precioso, pero el interior seguía con una amargura difícil de llevar y digerir.

Estaba amargada, lo reconozco. Quise desaparecer de Madrid, de mi entorno y de mi círculo de amistades donde todo el mundo conocía mi fracaso como mujer en mi matrimonio. Amigos comunes de Rodrigo y míos comentaban lo bien que se veía Rodrigo con su nueva mujer. Si, mi exmarido se volvió a casar con la sobrina de Juan y él ahora vivía una segunda luna de miel con su joven nueva esposa.

Me dieron la oportunidad de irme lejos de todo, a Las Palmas de Gran Canaria, como directora de una sucursal de provincias. Organicé todo, busqué un piso discreto, lejos del lujo y la ostentación y lo encontré en un barrio tranquilo, un piso recién reformado que cuando lo vi por fotografías no dudé en alquilar. Cuando por fin me encontré en mi nueva casa vi que tenía una tarea ingente por delante.

Recuerdo cuando conocí a mi nuevo vecino Abel. Fue amable conmigo y se ofreció a ayudarme a subir cajas, pero yo en mi eterno cabreo hacia los hombres ni le miré, le ignoré dejándole claro que no quería nada de él, estúpida, cuan equivocada estaba.

A los pocos días llamaba a su puerta, sintiéndome una inútil y pidiendo ayuda para montar los muebles que había comprado en Ikea, incapaz de poder montarlos por mí misma.

Aunque nuestro comienzo no fue precisamente idílico, reconozco que en el tiempo que tardó en montar los muebles de mi casa, su atención hacia mí, su respeto, y sobre todo como se portaba conmigo hizo que mi corazón empezase a sentir algo. Pero ese eterno cabreo que tenía, ese enfado continuo, hacía que Abel, aunque tenía una paciencia de santo conmigo, se alejase de mí.

Ahora me acuerdo de ese desplante que le hice la primera vez que fuimos a la playa juntos. Prometía ser un día precioso, los dos juntos, pero mi estupidez volvió a prevalecer. Él, como siempre, se preocupó por mí, el sol estaba fuerte y yo iba sin protección solar, me quemaría sin remisión y Abel en su eterno cuidado hacia mí, me puso bronceador en la espalda, pero mi mente enferma pensó que solo quería manosearme e hice una escena desagradable y ridícula delante de todo el mundo, que dejo a mi niño avergonzado.

Quiso que aquello no estropease nuestro día, pero yo no iba a cejar en mi empeño de fastidiárselo a él hasta que su respuesta enfadado me dejó ver que me había pasado. — Pues achichárrate al sol amargada.— Fue como una bofetada, algo que me hizo reaccionar, pero cuando miré a mi alrededor, muchas miradas me acusaban de loca y estúpida. Avergonzada, recogí mis cosas mientras Abel estaba en el agua y hui de allí dejando a mi niño tirado a kilómetros de su casa.

Dios, soy tan estúpida, tan pueril. Me moría por estar con él, pero mi cabeza prevalecía sobre mi corazón. Fueron semanas horribles en las intente ser coherente con mis sentimientos hacia Abel. Muchas veces estuve frente a su puerta con mis nudillos preparados para llamar y decirle toda la verdad, contarle el porqué de mi actitud, como me trató la vida y las decisiones tan equivocadas que tomé en el pasado y que me llevaron a este punto. Pero antes de llamar me arrepentía y me volvía a mi piso. Sabía que tenía que ser yo quien diese el primer paso, pero pensé que Abel me rechazaría por mi comportamiento.

Luego todo se complicó un poco más. Mi accidente laboral, y mi recuperación. Cuando los médicos me informaron que debía de seguir mi recuperación en mi domicilio, pensé en Abel, en quien si no. Les dije a los doctores que Abel seria quien me cuidase, estaba sola en la isla y quien sería capaz de aguantarme era mi niño…mi amor.

No fue fácil, no. Abel no me dejó tirada, como yo a él, pero si me dejó claro que a la más mínima estupidez por mi parte me mandaría a tomar por culo, y me lo tenía bien merecido.

Sentí su trato frio y sin cariño hacia mí y eso me dolió, y mucho, pero no se lo podía reprochar. Vi nítidamente lo que me esperaba, me tendría que ganar de nuevo su cariño y su confianza, hacer que se enamorase de mí.

Dios, no puedo evitar sonreír mientas una lagrima recorre mi mejilla. Fueron unas semanas mágicas donde puse todo de mi parte para seducirle. Se lo que provoqué, como me insinué ante él. Sabía que no estaba en el mejor de mis momentos, pero ese accidente y sus consecuencias los tenía que poner a mi favor.

Abel no reaccionaba, aunque sabía que muchas veces ante mis provocaciones se iba al baño o a su habitación a pajearse pensando en lo que acababa de ver. Solo le faltó un empujoncito final y yo lo instigué con ese "accidente" simulado en la ducha.

Me mostré ante él desnuda, enseñándole mi coñito ansioso por recibirle, pero ni aun así dio el paso que yo deseaba, aunque consciente de que se podía dar esa situación, tenía un as guardado en la manga y lo lancé al día siguiente cuando casi le obligué a ducharse conmigo.

Allí en ese plato de ducha terminaron de caer todos los miedos de mi niño, de mi amor, de Abel que no dejo ninguna parte de mi cuerpo sin besar ni acariciar. Me hizo suya y yo le hice mío, me proporciono tanto placer, tanto cariño y tanto amor que caí rendida ante él y no sé si sería porque ya lo había olvidado, lo que sentía con él, ni remotamente se acercaba a lo que sentí con Rodrigo.

Pero volví a joderlo todo. Mis miedos y mis inseguridades volvieron a prevalecer y en mi cabeza, mi estúpida cabeza, y se empezó a fraguar la tragedia con una pregunta que me hice y no fui capaz de responderme. ¿Qué hace una mujer de cuarenta y tres años con un joven de veintiséis? Aparte de follar, engañarme a mí misma. Dentro de pocos años tendría cincuenta años y mi amante estaría en la flor de la vida. Me dejaría rota, y se iría con alguien más joven que yo, alguien que le llenase más que una vieja decrepita y asaltacunas y eso no iba a permitir que me ocurriese.

Ahora lo veo claro, nítido como el cristal. Abel me amaba por encima de todo eso y yo lo eché de mi lado, intentando que me odiase, en esa estúpida cena de empresa en la que dejé que Abel se valiese por sí mismo entre una jauría de lobos hambrientos de carnaza. Una gente que no iba con él ni su limpia manera de ser.

Fui cruel con él, despiadada y malvada hasta el hastío y la depravación moral, haciéndole creer que ese compañero al que había acompañado me había follado en los servicios. Nada más lejos de lo que en verdad había ocurrido. Si, quiso follarme, pero el rodillazo en los huevos y el bofetón que le di, le dejó bien claro que yo no era de ese tipo de mujeres.

Lo que le dije después en la calle, enfadada por todo lo ocurrido y enfrentándome a él, sin medir las consecuencias de mis palabras, fue lo que terminó de rematarle. Solo cuando miré su carita de asustado, como cuando un niño pequeño pierde a su madre y se encuentra solo y desolado, me di cuenta de la barbaridad que estaba haciendo. Quise recular, intentar acariciarle y decirle que me perdonase, pero me rehuyó echándose hacia atrás, evitando así que le tocase y cuando me dijo que me quería fuera de su casa y de su vida, sentí un desagradable escalofrío de desasosiego en mi cuerpo.

No me dio tiempo a hacer nada. Huyó de mí. Paró un taxi y a la carrera se montó en él y desapareció en la noche. Yo me quedé paralizada, asustada de mí misma y de mi crueldad con la persona que amaba. Durante semanas quise mentalizarme de que no le quería ni le amaba, de hecho, nunca se lo dije, aunque me moría por chillarlo a los cuatro vientos, y me arrepentí de no presentarlo en esa cena como mi pareja, mi novio o la persona más importante de mi vida.

No sé cuántas veces lo llamé por teléfono, pero fueron docenas de veces, ni la cantidad de mensajes que le pude enviar, rogándole, casi suplicándole que me perdonase, que le quería, le amaba y que, por favor, viniese a casa, que le estaba esperando. Pero ni mis llamadas ni mis mensajes fueron respondidos.

Me desperté al día siguiente en el sofá. Me había quedado dormida esperando a Abel, pero no vino a dormir y empecé a preocuparme y asustarme por si, debido a mi estupidez, había hecho alguna tontería.

Creo que cometí otro fallo al pensar que lo mejor era que sacase todas mis cosas de casa de Abel y las llevase a la mía. Creo que si lo hubiese dejado estar, eso hubiese sido una oportunidad de poder arreglar el destrozo que había causado, pero necesitaba mantener mi cabeza ocupada. Durante toda la mañana no paré de llorar mientras recogía todas mis cosas, recordando todos los momentos increíbles que había pasado con Abel en su casa, Dios, lo amaba tanto.

Cuando lo vi aparecer por la puerta cerca de las cuatro de la tarde, venia muy serio y no pude evitar ver su cara de enfado al verme en su casa. Le reproché con cariño el que no me devolviese las llamadas ni los mensajes, quise hablar con él, explicarle todo y hacerle ver que me moría por él que me había enamorado y que mi vida sin su cariño y su amor y sus cuidados carecía de sentido para mí, pero sencillamente no me dejó hacerlo, ya había hablado lo suficiente la noche anterior, dejando claro lo que Abel significaba para mí. Agarró mi brazo y sin violencia, pero con firmeza, me sacó de su casa y me dejó frente a la puerta de la mía, sola, triste y abatida.

Esas primeras navidades lejos de mi ciudad y de mi gente fueron las más amargas, pensando que podrían haber sido increíbles al lado de Abel. Le mandé un mensaje, una sentida felicitación navideña, que no se si la recibió, pero que, lógicamente, no fue respondida. Era una estupidez, le tenía a pocos metros de mí, solo tenía que abrir mi puerta, llamar a la suya y decirle todo lo que sentía. Pero fui tan cruel, tan despiadada con él después de cómo me trató, que temía que me rechazase, eso me aterrorizaba.

Los días, semanas y meses fueron pasando. De vez en cuando coincidía con Abel en la escalera, pero aunque yo le saludaba con cariño, él ni me miraba. Tenía que haber sido más valiente, agarrarle del brazo, besarle y decirle todo lo que tenía que decirle para que entendiese la estupidez que cometí. Pero no lo hice, fui una cobarde y dejé que pasase el tiempo, pensando que eso lo arreglaría.

Ahora pienso esto desde mi nueva casa. Hace más de un mes que dejé de estar cerca de Abel y esto está siendo peor de lo que pensaba. Aunque ni me quisiese ni mirar, en la otra casa estaba cerca de él y sabía que algún día todo se arreglaría entre nosotros.

Un ascenso inesperado en mi trabajo me llevó a ocupar un puesto muy importante dentro de la jerarquía de la entidad bancaria donde trabajo. Fue el propio banco el que me proporcionó un magnífico ático en la playa de las Canteras con unas vistas impresionantes y unos atardeceres de película.

Pero me falta algo, algo importantísimo a mi lado. Alguien que me ha demostrado lo que es amar con mayúsculas y darlo todo por una persona sin esperar nada a cambio. No voy a tener miedo, voy a ir a buscar al amor de mi vida y me tendrá que escuchar sí o sí. Basta de llorar, lamentarme y autocompadecerme, tengo que poner fin a este sufrimiento y no va a ser mañana o la semana que viene. Sera hoy.

Escojo muy bien lo que ponerme, quiero estar irresistible para él, dejarle con la boca abierta y que sepa quién es la mujer que le ama sin medida. Me maquillo, me miro de nuevo en el espejo y me veo irresistible. Hasta mi ropa interior la he escogido sabiendo lo que a mi amado le gusta. Bajo al garaje y me monto en mi coche. Se que hoy, mi vida va a cambiar.


¿Cuánto hace que se fue Mar? ¿Un mes? ¿Dos? Realmente no lo sé. Ese día, mi vida se detuvo y ya no supe ni contar. Sabía que era un perdedor, un beta, un asqueroso baldragas que por ella sería capaz hasta de olvidar lo que me dijo por sentirla de nuevo junto a mí, aunque me despreciase. Pero la dejé marchar sin oponerme a su decisión y no luché por ella ni por lo nuestro.

Fui un estúpido por dejar pasar el tiempo y no dejar que Mar se explicase. La notaba abatida y muy arrepentida por lo que hizo, pero dijo lo que dijo y eso era imperdonable, jugó conmigo y mis sentimientos.

Mi vida como tal empeoró de manera drástica, hasta el punto de que casi pierdo mi empleo como programador debido a los continuos fallos que cometía, ya que no tenía la cabeza donde tenía que estar.

Además, para mayor escarnio Giovanna empezó a acosarme con llamadas y mensajes y sinceramente no quería saber nada mas de mujeres por un tiempo. Había salido escaldado de dos relaciones y no tenía ni fuerzas ni ganas de empezar algo con otra persona, que además, no me inspiraba ninguna confianza.

De acuerdo que era una mujer de bandera, muy guapa, ardiente y cariñosa, pero de la misma manera de ser que su amiga Mara y eso me espantaba. Pero con ella decidí ser sincero y le conté la historia de Mar y que por el momento tenía que recomponer mi corazón, pegar los cachitos en los que se había roto con la confesión de Mar.

Giovanna pienso que entendió por la situación que estaba pasando y se enfadó conmigo por no dejar que Mar se explicase, aunque también me dijo que dado como se portó conmigo tenía que ser ella la que diese el primer paso, no siendo consciente que, debido a mi cerrazón, ella ya lo había intentado dar. Desde ese día Giovanna se convirtió en un gran apoyo y eran algunos días los que se pasaba por mi casa para que le invitase a un café, charlar y ver cómo me encontraba.

Ese día, Giovanna me llamó y me pidió que la invitase a comer para charlar y ver que tal estaba. Preparé una buena comida y ella trajo el vino. Fue una comida entretenida y confieso que según venia vestida era difícil mirarla a los ojos, pero en mi cabeza, Mar revoleaba a sus anchas. Fue una sobremesa larga y sobre las cinco de la tarde Giovanna se marchó ya que había quedado.

Ya en la entrada nos abrazamos, Giovanna besó mi mejilla y me comento que me veía mucho mejor, que siguiese así. Abrió la puerta y la vi marchar. No habían pasado ni cinco minutos cuando unos nudillos golpeaban mi puerta de nuevo. Sonriendo, pensando que era Giovanna que se había olvidado algo fui a abrir mientras lo decía en voz alta:

—A ver despistada, ¿qué has olvidado?

Pero cuando abrí la puerta de mi casa vi a Mar llorando con congoja mientras me miraba asustada. Yo me asusté también ya que no entendía que hacía en la puerta de mi casa llorando y pensé que le había ocurrido alguna desgracia.

—¡¡¿MAR?!! —Exclamé impresionado.— ¿Qué te ocurre? ¿Qué ha pasado? —Le pregunté asustado.

—Abel…Abel… —Decía mi nombre, llorando con una angustia que me estaba rompiendo por dentro.

Se abrazó con fuerza a mí, mientras su lloro rompía con toda la fuerza y la desesperación que en esos momentos la consumían. Me limité a abrazarla también, mientras la ayudaba a entrar en mi casa y cerrar la puerta. Sin dejar de abrazarse a mí, poco a poco pasamos al salón los dos muy abrazados y con Mar sin dejar de llorar. Podía haber sido frio y no mostrar ningún sentimiento, apartarla de mí y pedirle explicaciones, pero no me salía ser así. Estúpido de mi la seguía amando. Besé su cabeza mientras acariciaba su espalda y le hablaba con cariño.

—Venga cielo, tranquilízate, estoy contigo y no pienso dejarte sola. Cuéntame que te ha ocurrido y como puedo ayudarte.

Lejos de que su llanto remitiese, eso que le dije hizo que llorarse con más intensidad, intensificando su abrazo y notando como sus lágrimas mojaban mi cuello. Me limite a abrazarla, consolarla, acariciarla y hacer que se tranquilizase. Pero ese abrazo y sentir de nuevo su cuerpo pegado al mío y su calidez, me confundió y me puso nervioso.

Pasaron unos minutos en los que Mar se empezó a tranquilizar. Se separó avergonzada de mi deshaciendo su abrazo y me lo pidió en un susurro.

—Me puedes dar un pañuelo de papel por favor.

Le di la caja completa, pensé que no había terminado de llorar, como así ocurrió, y necesitaría más. Sé que no era el mejor momento, ver a una persona, ya sea hombre o mujer, limpiándose la nariz creo que quita mucho atractivo, aunque sea algo natural, pero no pude dejar de ver lo guapa que venía Mar. Llevaba un vestido entallado a medio muslo con un escote que hacía difícil mirar a sus ojos. Unos zapatos de salón con taconazo y muy elegantes torneaban sus piernas y marcaban su culito de forma deliciosa, maquillada y peinada de forma exquisita…y como buen pagafantas, volví a babear por ella y entonces lo preguntó, soltándolo como un trabucazo:

—¿Quién es esa chica que ha salido de tú piso y qué hacía aquí? —Preguntó Mar de forma inquisitoria.

—¿Perdona? —Pregunté sorprendido e indignado.

—Subía por las escaleras para hablar contigo y he oído como se abría la puerta de tu casa y he visto salir a una joven muy mona. ¿Me lo vas a negar?

—Perdona Mar, ¿me estas pidiendo explicaciones? —Pregunté visiblemente enfadado.

—No…bueno, si…no, no, pero me gustaría saberlo. —Respondió dubitativa.

—Mar no tengo que darte explicaciones, porque, y utilizo tus mismas palabras, TU Y YO NO SOMOS NI NOVIOS, NI PAREJA, NI NADA QUE SE LE PAREZCA…NO SOMOS NADA. —Dije elevando mi tono de voz.— ¿Te ha quedado claro? —Respondí con rencor.

Vi como los ojos de Mar volvían a inundarse y su mentón temblaba incontrolable, para irremediablemente, empezar una llantina llena de hipidos y reproches que no se entendían. Empecé a ponerme de muy mal humor, a desesperarme porque no entendía que hacia esa mujer en mi casa llorando a moco y baba y para colmo no me aclaraba nada.

—Bueno, esto ya es el colmo, —dije enfadado,— voy a por algo de beber.

Dejé a Mar sola en el salón, llorando como creo que nunca vi llorar a nadie. No niego que me estaba destrozando verla así, pero a cada momento recordaba esa fatídica noche en la que me despreció y de la manera que lo hizo.

Ensimismado en mis pensamientos no me percaté cuando entró en la cocina y abrazó mi cintura desde atrás apoyando su cuerpo en mi espalda y besando mi nuca, algo que hizo que se me pusiesen los pelos como escarpias.

—Mar, ¿qué haces? —Pregunté empezando a ponerme nervioso.

—¿Me puedes dar un vaso de agua? —Me pidió hipando, pero con dulzura.

Es curioso, pero no me dejó de abrazar mientras evolucionaba por la cocina, buscando un vaso y abriendo la nevera para llenárselo de agua fresca. Eso lejos de molestarme o incomodarme me confundía y me excitaba porque notaba como daba besitos en mi espalda.

Cuando lo tuve preparado me di la vuelta para ofrecérselo y quedamos cara a cara y no voy a negar que estaba preciosa provocando en mí una sensación de ternura inmensa. Pienso que con movimientos estudiados agarró el vaso de agua y de forma sensual sin apartar de los míos sus ojos rojos por el lloro de hacía unos minutos, bebía su vaso de agua a pequeños sorbos.

—Te mentí Abel, aunque no me creas, no te dije la verdad aquella noche. —Me soltó como otro trabucazo Mar.

—¿Q…que dices…? Pe…pero…pero…¿por qué? —Pregunté muy confundido.

—Por miedo mi amor, por un miedo irracional a que me abandones y me hagas sufrir. —Dijo Mar rompiendo a llorar de nuevo.

—Pero Mar, ¿cómo puedes decir eso? ¿Abandonarte? ¿Yo? ¿Hacerte sufrir? ¿A ti, a la mujer que más amo?

—¿Me…me…me amas?

—¿Qué si te amo? Mi vida, estoy tan enamorado de ti que no te puedo sacar ni de mi cabeza ni de mi corazón. Te quiero mi amor…¿puedes entender eso?

—Ven aquí mi vida, —dijo Mar abrazándome y besando mis labios,— yo te quiero y te amo más que a mi propia vida. —Me dijo separándose de mí, para volver a besarme.

Este nuevo beso que me dio Mar fue más tierno, cariñoso y salado, debido a sus lágrimas. Eso, estar tan abrazados, sintiéndonos y con nuestras manos acariciando nuestros cuerpos, nos encendió.

Mar sabedora de lo que me gusta, se dio la vuelta apoyando su culo sobre mí ya crecido balano y frotándose descaradamente sobre él, mientras agarraba mis manos y la llevaba a sus tetas. Apartó su preciosa melena y me ofreció su cuello, que llené inmediatamente de besos arrancándole gemiditos de placer.

—Vamos a tu cama mi amor. —Me pidió Mar.

Agarró mi mano y me llevó hasta mi habitación donde nos desnudamos mutuamente. Mar era una diosa para mí. Me dejó con la boca abierta cuando se quedó en ropa interior, era como una hermosa obra de arte exponiéndose para mí.

Volvió a besarme, se sentó en la cama y quitándome la última prenda que me quedaba me hizo una mamada que casi me hace perder el sentido. Cuando me derramé en su boca y me recuperé de mi orgasmo, Mar me tumbó en la cama y se puso a horcajadas sobre mí, sentía su excitación y mi boca y mi lengua jugaban con sus tetas y sus pezones arrancándola gemidos de placer mientras mis manos amasaban su perfecto culo.

Mar se incorporó mirándome muy seria, besó mis labios y me lo dijo con cariño, sin cortapisas:

—Mi amor, en aquella estúpida noche te mentí en todos los aspectos. Somos pareja, o novios o lo que desees que seamos, siempre te he sentido así, pero mi vida, siempre juntos y por favor créeme, el tipo que me llevó a los servicios, no me folló, aunque lo intentó, pero si se llevó un rodillazo en los huevos y una buena torta.

Me acordé de ese fanfarrón, frotándose su mejilla izquierda y cinco dedos bien marcados en ella. Los dos reímos y Mar metiendo su mano entre nuestros cuerpos, agarró mi verga y dejándola a la entrada de su coñito se dejó caer hasta que solo mis huevos quedaron fuera. Gimió de gusto y empezó un mágico baile de caderas que nos llevó a un intenso orgasmo, de los muchos que caerían esa tarde.

Pero también hablamos mucho. Deseaba saber que había ocurrido, el porqué de su comportamiento y por una vez Mar no dudo en responder a todas mis preguntas. La principal, que le había llevado a hacer eso en aquella cena.

—Cariño, ¿eres consciente de la edad que nos separa? Tú eres un precioso joven que no ha llegado a los treinta años y yo una madura que está más cerca de los cincuenta. ¿Qué ocurrirá cuando pasen más años? Eso es lo que me aterra. —Me dijo Mar abrazándose a mí.

—Pues mi amor, ya lo veremos, porque te aseguro que pienso llegar contigo hasta el infinito y más allá. —Dije emulando a Buzz Lighyear en Toy Story.

Mar me miró con veneración y volvimos a hacer el amor, Dios, la echaba tanto de menos, y ahora volvíamos a esta juntos de nuevo. De acuerdo que había mucho de qué hablar, que Mar abriese su corazón a mí y me contase todo.

Aunque queríamos seguir en la cama, nuestros estómagos clamaban comida. Nos duchamos juntos y volvimos a hacer el amor y ya en la calle Mar me invitó a cenar en un restaurante de la playa de las Canteras donde hablamos de todo y Mar se sinceró conmigo abriendo su maltrecho corazón:

—Cariño esto que te voy a contar quizás te escandalice, pero debo de hacerlo para que sepas el porqué de mi carácter y esa especie de aversión hacia los hombres. No quiero secretos contigo. —Confesó Mar.

Durante más de una hora Mar me confesó todo su pasado, lo que hizo, como se humilló delante de un hijo de puta que aprovechó su posición de fuerza para someterla. Volvió a llorar con congoja confesándose delante de la persona que la amaba sin peros. Era su vida pasada y no era quien para criticarla, aunque si cuestioné sus decisiones, pero sin acritud.

Mar me demostró su arrepentimiento con aquellas decisiones y fue sincera conmigo al entender que, por nadie, nadie, merecía la pena, por mucho que se le quisiera o le importase, vender su dignidad como persona y como mujer. Entonces entendí que debido a esa horrible decisión que tomó y sus consecuencias finales, enfocó su rabia hacia los hombres, aunque fueron sus decisiones las que provocaron el desastre final.

Caminamos como enamorados por el paseo de la playa de las Canteras, cambiando impresiones y comentarios sobre lo que habíamos hablado. Se que se sentía avergonzada al haberme confesado su infidelidad y posterior desengaño en su matrimonio, pero, de alguna forma, el sincerarse con alguien importante para ella, liberó una pesada carga que llevaba sobre sus hombros hacia años.

Mar me llevó a su nueva casa, un precioso ático con unas vistas increíbles. Pero lo que más me impactó, es que todo lo había preparado pensando en mí, pensando en que compartiríamos nuestra vida y ese piso. Hasta había dispuesto una habitación convirtiéndola en despacho para que trabajase sin que nadie me molestase.

—No me lo puedo creer Mar, todo esto… —Dije mirando a mi alrededor asombrado.

—Si mi vida, todo esto hay que montarlo. —Dijo Mar mirándome ilusionada y echándose a reír.

Dentro de ese gran ático había gran cantidad de cajas de Ikea abiertas, tablones apilados, apoyados en las paredes o por los suelos y multitud de tornillería sin orden ni concierto.

—Sabes que nunca he sido muy mañosa a la hora de montar muebles y recuerdo muy bien cuando me ayudaste a montar los de mi antigua casa. Así que pensé que lo mejor sería buscar al hombre que me demostró lo importante que era para él y que me ayudase a montar los muebles de la que, espero, sea también su nueva casa.

—Mar, me estás diciendo que yo…vamos que tú y yo…

—Mi amor ya lo hemos hecho durante un par de meses y el vivir contigo fue una de las mejores experiencias de mi vida. ¿Por qué no? Ya te he dicho lo importante que eres para mí, pero ahora necesito demostrártelo día a día, hacer, o por lo menos intentar, que olvides esa fatídica noche.

—Solamente con lo que ha ocurrido esta tarde entre nosotros, me hace pensar en todo menos en aquella noche. —Dije abrazándola con fuerza.

En medio de ese caos de cajas, tablones y tornillería, Mar y yo permanecimos muy abrazados durante unos minutos hasta que Mar volvió a hablar:

—Esta tarde cuando salí de esta casa, iba convencida de lo que decirte. Tenía claro que me escucharías, pero cuando vi salir a esa joven de tu casa se me cayó el mundo encima y todo el valor que había reunido se esfumó al pensar que habías empezado una nueva relación. Estuve a punto de darme la vuelta y marcharme derrotada.

—Pues te agradezco que no lo hayas hecho, —respondí besando sus labios,— si no, ahora estaría en mi casa pensando en ti.

—Cariño, te lo pregunto sin reproches para que no haya dudas…¿Entre esa chica y tú hay algo?

—No mi amor, entre Giovanna y yo no hay absolutamente nada salvo una amistad. Es, o fue, amiga de Mara, la conocí al llegar a esta isla y no te niego que pasamos una noche juntos, pero su forma de ser, liberal y desenfrenada no va conmigo. Solo me ha ayudado a salir del bache donde me metí cuando paso todo lo nuestro, no ha habido nada carnal, solo amistad.

—¿Entonces sabe de mi existencia? —Preguntó Mar.

—Si, por supuesto que sí, y cuando conoció la historia se enfadó conmigo por no darte la oportunidad de hablar y explicarte. —Dije con tristeza.

—¿Sabes? Sin conocerla ya me empieza a caer bien. Pero mi amor, ahora estamos aquí y todo va a ir bien, ya lo veras…Hay algo que quiero enseñarte y que todavía no he hecho. —Dijo Mar con picardía.

Deshaciendo el abrazo agarró mi mano y me llevó a través de esas cajas y un pasillo hasta una habitación, el dormitorio principal. Dentro una cama de matrimonio conocida por mi estaba montada, hecha y preparada para recibir a su dueña.

—Esto es lo único que me he atrevido a montar, y quiero estrenarla contigo. Ven mi amor. —Dijo Mar tirando de mí.

No tardamos en desnudarnos y meternos dentro de esa cama donde volvimos a hacer el amor, aunque confieso que llegado un momento, comencé a follarla, a empotrarla hasta que ya con mis huevos prácticamente secos me corrí en sus intestinos.

Mar se corrió infinidad de veces y yo, aunque deseaba seguir follándola, no daba para más. Esa fue la primera noche de las muchas que compartiríamos, teníamos una vida por delante y con todas las dudas aclaradas, solo era cuestión de vivir bajo el respeto y el cariño.

Pasado un mes, ese ático ya era un sitio impresionante donde Mar y yo vivíamos como una pareja de enamorados. Y como pareja comenzamos nuestra vida. Por supuesto Mar conoció a Giovanna, no sé si fue natural o forzado, pero las dos conectaron muy bien, aunque no pude evitar ver la cara de desdicha que tenía Giovanna. En un momento que nos quedamos a solas esa chica me lo confesó:

—Me alegro de que Mar haya vuelto contigo, es una mujer guapísima y ahora entiendo que estuvieses tan enamorado de ella, pero te confieso, que desde esa noche que me follaste me enamoré de ti y confiaba en que podrías llegar a quererme.

—De verdad siento si te hice albergar alguna esperanza, no era mi intención confundirte, pero nunca podré olvidar como me has ayudado en mi depresión. —Le dije con cariño.

—Bueno Abel, fue bonito mientras duró, ahora lo más conveniente es que yo desaparezca y, por cierto, Mara ya está en Las Palmas, y lo primero que ha hecho ha sido preguntar por ti.

—¡¡¿Por mí?!! ¡¡NO JODAS!! —Exclamé nervioso.

—Si, pero tranquilo, le he dicho que ni se acerque a ti, descuida que la mantendré lejos y no le diré donde vives, aunque Las Palmas es una isla, y algún día os podíais encontrar.

—No creo. —Dije con seguridad.— Por los ambientes que nos movemos ahora Mar y yo, sé que no son del tipo de Mara, en ese aspecto estoy tranquilo.

Pasado algo más de un mes, Mar me pidió que me pasase por su trabajo a llevarle un portafolio que se le había olvidado. Ya no estaba en una oficina bancaria, estaba en un edificio de oficinas. Pensando que dejaría el portafolio en seguridad y ellos se lo entregarían, mi sorpresa fue que me dijeron que, por orden de Mar, fuese yo quien se lo entregase en mano y eso me puso nervioso ya que iba vestido informal, un polo de manga corta, unos pantalones vaqueros Levi’s y unas zapatillas Vans.

Cuando subía en el ascensor, mis miedos se acrecentaron acordándome de aquella cena. Lo siento era un miedo que tenía metido en la cabeza y me aterraba volver a perder a Mar. Cuando llegue a esas elegantes oficinas una chica muy guapa se dirigió a mi:

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarte?

—Hola, soy Abel Valero y venía a ver a…

—¡¡¡ABEL, HOLAAA!!! ¿Te acuerdas de mí? —Dijo levantándose de su mesa y dándome dos besos.— Estaba sentada a tu lado en la cena de navidad, estuvimos hablando contigo, ¿lo recuerdas?

—¡¡Ahhhh!! Si, hola, ¿qué tal? —Dije esbozando una sonrisa de compromiso, porque ni me acordaba de su cara.

—Vienes a ver a Mar, ¿verdad?

—Si, tengo que entregarle esto. —Respondí mostrando el portafolio.

—Ven acompáñame. —Dijo esa mujer.

Fui siguiendo a esa mujer, cruzando la oficina y atrayendo las miradas de la gente que estaba trabajando. Algunas sonreían, otras me miraban con curiosidad, pero no vi ninguna mirada de indiferencia.

Algo que me llamó poderosamente la atención es que en ese departamento solo había mujeres, no vi a ningún hombre. Llegamos frente a una puerta y en ella escrito estaba ese mágico nombre para mí, —María del Mar Atienza. Directora financiera.—

—Mar, han venido a verte, dijo esa chica franqueándome la entrada.

—Abel mi amor, gracias por venir.

Se levantó, llegó hasta mí y pasando sus brazos por mi cuello me besó delante de ella y de quien estuviese mirando hacia la puerta de ese despacho desde la oficina.

—Os dejo solos. —Dijo esa chica cerrando la puerta.

—Tenía ganas de verte, lo del portafolio solo era una excusa. —Me dijo Mar para a continuación volver a besarme.

El ambiente se iba caldeando. Mar se frotaba descaradamente contra mí y mi polla estaba ya dura como el granito. Mis manos bajaron a su culo y se apoderaron de esas nalgas que eran mi perdición. Pero tuvimos que parar, estábamos en su despacho y alguien podría entrar en cualquier momento creando un momento muy incómodo y vergonzoso.

—Mi amor, ni se te ocurra pajearte, quiero toda esa lechita para mí. Esta tarde pienso dejarte sequito. —Dijo Mar acariciando mi polla y mis huevos por encima del pantalón.

Para cuando salí del despacho de Mar, muchas miradas de picardía se clavaron en mí. Creo que Mar quiso de alguna manera que la gente con la que trabajaba supiese quien era yo, el hombre que le hacía tener esa cara de felicidad, de bien follada y con una sonrisa perpetua en su cara.

Como me prometió Mar, esa tarde cuando llegó a casa, se arrojó a mis brazos, me besó con pasión y desnudándonos nos metimos en la ducha. Estuvimos follando, haciendo el amor y amándonos hasta la noche en que paramos para cenar. Mar era mi sueño hecho realidad, sabía que con ella lograría todo lo que me propusiese ya que me hacía volar, teníamos toda una vida por delante y con ella, sería una tremenda aventura vivirla.

Fin

Protected by Safe Creative

Nota del Autor.

Esta historia mitad ficción, mitad realidad, está ambientada y se desarrolla en Las Palmas de Gran Canaria. No confundir con la isla de La Palma centro de atención mundial por la erupción del volcán Cumbre Vieja. La isla de la Palma de encuentra al oeste de Las Palmas de Gran Canaria más o menos a unos 205 kilómetros (127 millas náuticas) y entre medias se encuentran las islas de Tenerife y Gomera. Y aprovecho desde aquí para hacer llegar a los habitantes de la isla de La Palma, afectados por dicha erupción, todo mi cariño. Os tenemos presentes todos los días.