Empecé muy joven

Experimentamos cosas nuevas en trío

Esta deliciosa rutina se paró bruscamente cuando llegaron los padres para pasar el veraneo con todo la familia, porque entonces íbamos todos al rio, llevábamos bañador, había mas gente, y no se podía hacer nada, pero a cambio al faltar espacio, nos tuvimos que apretar y nos pusieron a dormir en la misma habitación.

Así pues, los juegos matutinos pasaron a la noche, y aunque era menos divertido, podíamos seguir con los tocamientos y el aprendizaje. En la noche, nos poníamos muy formalitos el pijama, cenábamos toda la familia reunida y después de correr un poco por ahí, nos íbamos a acostar. Allí, nos quitábamos todo y desnudos entre las sabanas comenzábamos los toques, lamidas y demás, echándole un poco de teatro simulando cualquier retazo de película que recordáramos.

Las de romanos eran las mejores, había esclavos a quien castigar, solo teníamos que ponernos una faldita, que simulábamos con la camiseta, y la cama podía ser igual una cuadriga que una trirreme.

Yo notaba que el pito parecía ser cada vez un poco mas grande, o me parecía que estaba mas grueso, o mas duro, pero siempre estaba algo menos que el de mi primo, por lo que me solía tocar a mi chuparle y sacar lo que pudiera, y llegué a la conclusión de que si iba a ser así siempre, mejor era sacarle el gusto al asunto en lugar de intentar cambiar los papeles.

Pero parece que el que se había acostumbrado mas a nuestros juegos era el primo mayor, ahora sin los dos chiquillos de quien “abusar”, y no había manera de que pudiéramos coincidir, hasta que se le ocurrió decirles a nuestros padres que nos dejaran ir con él por las noches, a correr por ahí. No hubo ningún impedimento paterno, solo la hora de regresar, así que volvimos a retozar por el campo, pero no hubo manera de encontrar ningún sitio tranquilo donde nadie nos pudiera ver, así que duraron poco las salidas nocturnas, el hizo amigos con otros chicos del pueblo y nosotros seguimos con lo nuestro.

Al fin, no sé por qué, una mañana todos tenían algo que hacer y decidimos ir de nuevo al rio, esta vez los tres, contentos de poder desnudarnos al aire libre y retomar el trío erótico que ya echábamos en falta. Hicimos como de costumbre, quitarnos toda la ropa, retozar en el agua y después al sol, a secarnos y jugar, pero parece que el mayor necesitaba algo mas fuerte después de tantos días sin nada.

Cuando le preguntamos porque se le ponía el pito así de grande, y por que a nosotros no, nos contestó de forma vaga algo de los mayores, las chicas, el sexo, y otras explicaciones nada claras, pero al fin aclaró que lo mejor era una demostración práctica, y que empezáramos a trabajar para ponérsela gorda, que nos iba a enseñar como se hacía.

Como siempre, me tocó a mí ser el objeto por primera vez. Me tumbaron boca abajo y mientras mi primo miraba, el mayor colocó sus piernas a ambos lados de las mías, miró mi culito redondito y suave, que apuntaba hacia arriba, y escupió en las manos, haciendo algo que desde mi posición no pude ver. Al poco sentí su polla jugando en mi raja, sus manos separaron los glúteos abriendo bien el culo y apuntó hacia el agujero redondito.

Notaba que algo iba entrando en mi, suave, despacio, estaba bien lubricado y no me hacía nada de daño. Siguió empujando y ya notaba perfectamente al intruso en mi interior. Me ardía la cabeza de sentir aquello, me gustaba y me perturbaba, no sabía si era bueno o malo hasta que noté el pelo del pubis rozar mi culo y después todo su cuerpo encima del mío, sin agobiarme, pero sin soltarme.

La sacó un poco y volvió a empujar, entre jadeos y gemidos, apretó con fuerza de nueva, hasta que la sentí bien dentro y ahí de pronto empezó a escupir y él a moverse convulsivamente, hasta caer derrotado sobre mi cuerpo con todo su peso.

Me sentí sucio por dentro, el culo me ardía y una gran vergüenza me invadió cuando él se levantó despacio, con la polla floja y chorreando, para dirigirse al agua a lavarse. Le seguí sin apenas mirar y el agua refrescó y alivió las molestias traseras. Él me miró al fin y yo sonreí y empezamos a  jugar los tres como si nada hubiera pasado. He de reconocer que la cosa me había gustado: era mejor que tocar y acariciar, mucho mejor, y sobre todo, era algo de mayores.