Empapado en sudor

Una atracción mutua y una excitación aromática.

Empapado en sudor

1 – Un traspiés

Me decidí a salir por la mañana a correr un poco. Me daba la sensación de que me sobraban algunos kilos, aunque no estaba grueso; la inauguración de una pista pública cerca de casa, me hizo ilusión. No me abrigué demasiado porque el día no estaba ni muy caluroso ni, evidentemente, frío, pero no quería ir simplemente con las calzonas y la camiseta. Me pareció que toda la gente había tenido la misma idea que yo, por la novedad, y encontré la pista llena de corredores.

La verdad es que hubiese preferido correr más en solitario, llegar a casa, ducharme y descansar un poco después del desayuno, pero cambiaron los planes inesperadamente. No todo el que sale a correr sabe a lo que sale, así que se me echó encima un tío grande, me dio un empujón y caí rodando por los suelos. Vino mucha gente a ayudarme (menos el grandullón) y me di cuenta de que no podía poner el pie derecho en el suelo. Un señor muy amable me llevó a curarme y, casi a medio día, volví a casa con el pié inmovilizado. Afortunadamente no me había roto nada.

Mis vecinos se enteraron la misma mañana y tuve que aguantar un desfile de gente preocupada por mi pie: Alfonso, Pepe, Gustavo, Isabel, Carmen, Manuel… Por fin acabó el desfile casi a la hora del almuerzo y me senté a comer con desgana.

Mirando hacia mi dormitorio, me pareció ver una chaquetilla de deporte que no era mía. Me acerqué a verla y, al mirarla de cerca, me llegó el aroma del sudor de mi vecino Gustavo. Era un chico joven y muy atractivo que me ponía enfermo cada vez que nos encerrábamos solos en el ascensor. Sus miradas me parecían muy sensuales, pero nunca me atreví a decirle otra cosa que «¡Qué buen día hace!».

Me quedé pensando. Imaginé que bajaría a por ella en cuanto la echara en falta, pero el olor de su sudor me estaba poniendo a mil. Comencé a empalmarme y me asusté. Si venía… ¿cómo iba a bajarme aquella excitación?

Miré al baño y pensé en dejarla allí con la ropa sucia, pero acabé apretándola contra mi nariz, sentándome en la cama y haciéndome una deliciosa paja. Lo puse todo perdido.

¡Joder! Si bajaba Gustavo a por ella no iba a poder resistir verlo frente a mí. Afortunadamente, pasó un buen tiempo y no vino a recogerla. Me hice otras cuantas pajas aspirando el embriagante olor de su sudor; imaginando sus miradas seductoras en el ascensor.

2 – El aroma se acerca

Pasaron dos días y seguía sin venir. Estaba disfrutando, sí, pero mi mente ya estaba creando otras fantasías. Llamaron a la puerta; no esperaba a nadie. Anduve como pude hasta allí y abrí. Frente a mí, en el descansillo de la escalera, estaba Gustavo sonriéndome.

  • ¡Hola! – me hizo un saludo - ¡Perdona, vengo a dos cosas!

  • ¡Pasa, pasa! – le ofrecí mi casa mordiéndome el labio inferior tras de él -.

Pasó al salón y le invité a sentarse.

  • ¿Qué tal llevas lo del pie? – preguntó -.

  • ¡Bien! – le dije -; ya sabes que esto es cuestión de paciencia.

  • ¡Claro! – me miró fijamente -, pero si pillo al idiota que te dejó caer y se dio a la fuga… ¡Qué hijo de puta! ¿Quieres que te ayude a algo de la casa? ¡Te lo digo en serio, no por compromiso! ¡Déjame ayudarte!

  • ¡No, déjalo! – le sonreí -; ya me avío como puedo.

  • Yo podría ayudarte a recoger cosas – dijo -; quizá, para ducharte te veas en un aprieto.

  • En eso tienes razón – miré mi pierna -; no es tan fácil meterse en la bañera con la pierna así y reliada en un plástico.

  • ¡Puedo ayudarte, en serio! – dijo -; me aburro en casa. Me voy a casa de mis primos para no tirarme por el balcón.

  • ¿Qué dices?

  • ¡Jo! – puso su mano en mi pierna - ¡No sabes lo que es aguantar a mis padres! Son mayores y están chocheando. Si me vengo a ayudarte, incluso me haces un favor.

Aquello de ayudarme a ducharme y hacerle un favor me llegó al alma, pero aún quedaba más.

  • ¡Oye! – me hice el tonto - ¿Esa chaquetilla de deporte roja que hay ahí, es tuya? ¡Alguien se la ha dejado!

Me pareció que me miraba disimulando algo.

  • ¡Ah, sí! – se llevó la mano a la frente - ¡Si no me lo dices, ni me acuerdo! Hubiese pensado que la había perdido.

  • Pues no – le dije -, lleva ahí unos días y no sabía de quién podría ser… ¡como ha venido tanta gente a verme!

  • Bueno – dijo -, no tiene importancia. Ni es buena ni suelo usarla, pero apestará a sudor.

  • ¡No sé! – mentí -; ni siquiera la he tocado.

  • ¡Pues venga, Crispín! – se levantó - ¡Dime en qué puedo ayudarte!

Era la mía. Ya me había hecho el tonto varias veces, pero una tontería más no iba a descubrir nada.

  • Verás, Gustavo… - dije como cortado - …es que… es que iba a ducharme. Recoge tú si quieres algunas cosas de la cocina.

  • ¡Ni hablar! – me levantó y me sujetó por la cintura - ¡Te ayudaré a ducharte!

  • ¿Eh? Es que… - me había cortado de verdad -. Mira, Gustavo; tenemos buena amistad aunque sólo sea de vista, pero me da corte.

  • ¿Corte? – se extrañó - ¿De qué?

  • ¡Joder! – exclamé agarrado a él - ¡Es que eso de que me duchen…! No sé si me entiendes.

  • ¡Eh, amigo! – me apretó contra él - ¿No te dará corte de que te vea desnudo, no? Nosotros en el gimnasio nos vemos desnudos en las duchas.

  • Ya – bajé la vista -, pero es distinto.

  • ¡Qué va! – miró hacia el pasillo - ¡Venga! ¡Dime dónde está el baño!

  • ¡No, no, Gustavo! – empezaba a llegarme su olor -; puedo hacerlo solo, de verdad.

3 – Más que un aroma

El problema no era otro sino que, si me iba a desnudar estando cerca y oliendo su cuerpo, me iba a ver superempalmado. No sabía cómo convencerlo, pero insistía tanto, que lo di por imposible. Fui agarrado a él hasta el baño y encendió la luz. Le dije dónde tenía la bolsa de plástico para envolver el pie y la dejó sobre la banqueta. Sólo de verlo allí dentro conmigo y notar su suave aroma (no olía a sudor) ya me tenía enfermo ¿Qué iba a decirle cuando me viera en aquellas circunstancias?

Comenzó a ayudarme a quitarme la camiseta y, al sacarla por arriba, nuestros rostros quedaron muy pegados uno frente al otro. Lo miré asustado. No se retiró, sino que me sonrió y, para mi sorpresa, rompió el silencio:

  • ¡Vamos, Crispín! – dijo - ¿Te crees que me chupo el dedo? Voy a quitarte ahora las calzonas y los calzoncillos y sé lo que me voy a encontrar y cómo me lo voy a encontrar.

  • ¿Qué quieres decir?

  • ¡Está claro! – agachó la cabeza - ¡No voy a desnudarme ahora, pero puedes intuir qué está pasando bajo mis calzonas!

  • ¡Gustavo! – me asusté - ¿Me quieres decir que…?

  • Te quiero decir que dejé esa chaquetilla de deporte ahí – señaló al pasillo -; quería venir a recogerla.

No sabía qué decir y me salieron algunos sonidos guturales.

  • ¡No te asustes! – dijo -; si no quieres que te toque, me lo dices, pero ya no podía aguantar más. Tenía que decirte algo de esto.

  • ¿De esto? – lo miré dudoso - ¿Me insinúas que te gustaría tocarme?

  • Sólo si tú quieres – dijo sin moverse -; mi sexto sentido me ha dicho siempre que a lo mejor no te importaba que nos tocásemos.

  • ¡Me cortas, Gustavo! – arrojé la camiseta al suelo -; no quiero decirte que no me guste ¡Verás! Sabía que esa chaquetilla era tuya. Conozco el olor de tu piel sólo de estar cerca de ti en el ascensor, pero me da corte de que me desnudes y me veas y verte ahí vestido. Si al menos estuvieras en bañador

  • ¡No! – se acercó peligrosamente a mí - ¿Quieres que me desnude contigo? Me será más fácil asearte si me meto en el baño ¿Te importa?

Lo miré sorprendido y los dos nos sonreímos ¿Quién me iba a decir a mí lo que estaba pasando?

  • Te seré aún más sincero – le dije -; no quiero que te sientas mal por decirme que te gustaría… He tocado tu chaquetilla todos los días. ¡Me encanta tu aroma!

  • ¿Mi chaquetilla? – exclamó - ¡Debe olor a sudor!

  • Sí – agaché la vista -, pero huele a tu sudor.

No dijo nada más. Se sacó la camiseta y me dejó ver su pecho ancho y velludo. Luego, tiró de mis calzonas hacia abajo sacando con cuidado mi pié de ellas. Se levantó pasando su cara muy cerca de mi paquete y, ya en pie, tiró con cuidado de mis calzoncillos hacia abajo. Mi polla salió disparada y le golpeó en la cabeza. Se levantó al momento, me la miró y nos echamos a reír. Acabó abrazándome.

  • ¿Te he desnucado? – le pregunté entre risas -.

  • ¡No! – me pellizcó la mejilla -; ahora me toca a mí quitarme esto. Luego te pondré la bolsa de plástico.

Comenzó a bajarse el pantalón de deporte y fui viendo sus abultados calzoncillos. No era un juego; no estaba mintiendo ¿Por qué había esperado hasta entonces para decírmelo?

Cuando sacó los pies de los pantalones, tiró de sus calzoncillos teniendo cuidado de no enganchársela en el elástico. Tenía una polla enorme y estaba tan empalmado como yo. Se la cogió como mostrándomela y me miró:

  • ¿Ves? – dijo -; no está así por gusto. Ya sabes que no se puede poner así a no ser que alguien te la ponga.

  • ¿Por qué nunca hemos hablado de esto? – le pregunté extrañado - ¿Cuánto tiempo hemos perdido hasta ahora?

  • No estaba seguro, Crispín – respondió -; yo también soy muy corto para entrar descaradamente, pero cuando te caíste, la otra mañana, yo estaba allí ayudando a levantarte. Quizá tú no te diste cuenta, pero te agarraste a mí como si yo fuera… ¡No sé! Al levantarte, te agarré la pierna para que no la movieras. Por el hueco de tus calzonas, vi que estabas empalmado. Bajé a verte cuando ya estabas aquí y dejé como olvidada mi chaquetilla sudada. Necesitaba una excusa para venir cuando estuvieras solo, pero mi oferta de ayudarte va en serio.

No pude remediarlo. Me abracé a él y le acaricié el cuello. Por fin olía su aroma teniéndolo en mis brazos.

  • Déjame ponerte la bolsa – dijo -; abriré la ducha y no debes mojarte el pie.

Me sentó cariñosamente en el retrete y me amarró muy bien la bolsa mirando de vez en cuando mi polla y mis ojos. No paramos de reírnos, sonrió, me tendió la mano y, agarrándome con fuerzas, me colocó dentro del baño. Se metió él muy contento y corrió las cortinas.

4 – Suda ahora

Encerrados en el baño por las cortinas, tomó el jabón y comenzó a enjabonarme los cabellos con una mano sin soltarme de un brazo por seguridad. Luego me enjabonó el cuello mientras nos mirábamos casi riéndonos. Bajó hasta el pecho y me dio luego la vuelta para masajearme la espalda hasta las nalgas. Se acercaban las partes más delicadas y me dio vergüenza. Me volvió a dar la vuelta y comenzó a asearme la polla y los huevos, pero cuando metió su mano por mis ingles, nos partíamos de risa.

  • Tengo que hacerlo, Crispín – dijo muy serio -.

  • No necesariamente, pillo – le revolví sus cabellos -, no me he roto ninguna mano.

Me volvió a dar la vuelta y me enjabonó las nalgas; con ese mismo jabón, metió su mano por mi raja y me enjabonó hasta los huevos. No podíamos aguantar la risa hasta el punto de empezar a llorar. El remate fue el aseo de la pierna enfundada. Se agarró sin dejar de reír a la barra de la pared y puso allí mis manos para enjabonarse él.

  • Quiero que los dos olamos al mismo perfume – me dijo -.

Cuando acabamos de enjuagarnos, volvió a cogerme. Mi polla se balanceaba como un resorte y volvimos a las risas.

  • ¡Verás, verás, Gustavo! – me moría a carcajadas - ¿A que vamos los dos al suelo?

  • ¡Hijo! – casi no podía hablar - ¡Es que parece un tentempié!

Nos colocamos sobre una sábana en el suelo y quiso secarme, pero le dije que pusiera la de baño sobre la cama y allí nos secaríamos. Fue al dormitorio y volvió sin poder parar el ataque de risa, me tomó en brazos y me llevó hasta allí dándome golpes en la pierna jodida y en la cabeza.

  • ¡Gustavo! – le susurré - ¡Nos van a oír los vecinos!

  • Pensarán que estamos de broma.

Me quitó el plástico y se fue perdiendo su sonrisa. Se quedó a los pies de la cama mirando mi cuerpo mientras yo miraba el suyo. Se acercó y se subió a la cama colocándose sobre mí y rozando nuestros capullos mientras se balanceaba. No pude resistir echar mis brazos sobre sus hombros.

  • Voy a encender el aire acondicionado – dijo de pronto -, si no, dentro de unos minutos estaremos otra vez sudando.

  • ¡No, No, Gustavo! – grité - ¡Déjalo apagado! Quiero sentir tus gotas de sudor sobre mí.

Me miró ensimismado, con la cabeza ladeada y totalmente quieto. Dejó caer su cuerpo y no pude aguantar un gemido al sentir su peso. Se deslizó hacia abajo y comenzó a mordisquearme los huevos. Apenas podía abrir las piernas. Me la estuvo chupando un buen rato, pero sin hacer movimientos que hicieran que me corriera.

  • No puedes moverte bien ¿verdad? – me preguntó besándome - ¡Déjame a mí hacer lo que quieras!

  • Quiero oler y besar tus sobacos, Gustavo – dije - ¡No imaginas cuánto he disfrutado de ti oliendo tu ropa!

  • ¡Vale! – dijo –, me quedo aquí cerca. Soy tuyo.

  • Y yo tuyo – le dije -; aquí me tienes.

Fue rozando nuestras poyas manteniéndose elevado por los brazos. Aquel esfuerzo, le hizo sudar y sus goterones me caían por la cara y por todo el cuerpo.

  • Ya no valen esos encuentros en el ascensor – le dije -; entra a casa siempre. Suda aquí conmigo. Bajaremos a correr por las mañanas y te amaré cuando volvamos; empapado en sudor.

  • Mientras que se cura ese pie – añadió -, bajaré a correr y a sudar para ti.

Acabamos empapados y revolcándonos por la toalla. Se quedó en casa conmigo, pero nos besábamos siempre que nos encontrábamos solos en el ascensor.