Emociones de Astrea II

Autor: Alventur. Emociones de Astrea ii, Valentía. "Al tacto recorro su costado con mi mano izquierda para llegar a uno de sus senos y disfrutar la firmeza de su carne. Nos besamos en un encuentro de bocas destinado a compartir sabores y delirios."

Emociones de Astrea

Capítulo II, Valentía

(Novela por entregas)

Relato escrito por Alventur para la Antología TRCL

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Cuando una ilusión muere o es arrebatada de golpe, quedan inhabilitadas muchas sendas emocionales a las que alguna vez nos acostumbramos, con las que nos hemos sentido cómodos y con las que  creíamos poder quedarnos siempre.

El universo es un caos, la imagen de estabilidad y paz solamente es temporal. Un golpe de realidad, brutalmente asestado en mitad del rostro, nos descoloca del sueño y nos transporta a un nuevo entorno donde no nos sentimos cómodos.

La traición de camelia,  hermanada con la traición que sufriera mi madre por parte de Rufo me une a Astrea. Aparte de ser madre e hijo, somos socios de desgracia y compañeros de viaje en la comarca de la incertidumbre.

Salvo para lo esencial, hemos guardado silencio mientras recorremos la ciudad a bordo del gravimóvil de alquiler. Sobre mis rodillas está el maletín que contiene el equipo de Viaje Morfeo que ella ganara en un sorteo gubernamental y con el que quería sorprender a mi padrastro. A falta de otro destino, iremos a mi parcela al nivel del mar.

Mi madre ha tomado una actitud que rara vez he visto en ella. Se mantiene serena, aunque con los ojos tan húmedos que no sería raro verla llorar. Sí, serena, pero a la vez regia. Es como si manifestara la actitud altiva que hubiera podido mostrar en un mundo de justicia donde su padre le hubiese concedido los honores sociales a que tiene derecho. Por mi parte, me siento herido, tengo deseos de ocultarme y llorar, pero me contengo porque no quiero que Astrea me vea débil cuando necesita de mi fortaleza o me vea sufriendo cuando ambos necesitamos paz.

Mi madre ha programado el recorrido más largo, supongo que desea meditar mientras el gravimóvil nos lleva a través de las avenidas del sector financiero. Estamos cerca del núcleo de la Zona Cúspide. El colorido de las fachadas, la elegancia de los escaparates, la belleza física de las mujeres y el aire distinguido de los varones que caminan por estas calles dan fe de que aquí la población es, mayoritariamente, de AD aristocrático. Curiosamente, de haber sido un hijo legítimamente reconocido por mi padre, este habría sido mi rumbo habitual.

Tomo la mano de mi madre y entrelazamos nuestros dedos en un gesto de solidaridad que siempre hemos compartido. Me reconforta saber que mil Camelias podrían traicionarme y mil Rufos podrían traicionarla a ella y, al final, siempre estaremos juntos.

El resto del viaje lo completamos así, tomados de la mano, sumidos en un mutismo que ninguno de los dos se atreve a romper y hundidos en nuestros pensamientos.

El  aura de tristeza que nos envuelve a nuestra llegada a la parcela contrasta con el talante festivo de rato antes, cuando emprendimos el viaje hacia el lugar donde nuestras respectivas parejas nos engañaron y nosotros nos desengañamos.

Es poco lo que tengo para ofrecer a mi madre. Algo de comida procesada que ninguno de los dos desea consumir, un poco de café sintético que bebemos a sorbos lentos, una única cama dónde descansar de las incidencias del día y un pequeño monitor en el que, como siempre, no se muestra ningún programa interesante.

Me tiendo sobre la cama e intento relajarme. Mi madre se acuesta a mi lado. Tras las escenas que atestiguamos, después de constatar que mi subconsciente puede llegar a considerarla como un objetivo sexual y recorriendo juntos este momento de duelo compartido, su contacto y su cercanía me inquietan.

—Hagámoslo —sugiere Astrea. Me sobresalto y mi miembro se endurece en una erección que abulta mis pantalones.

—¿Qué hagamos qué, mamá? —pregunto queriendo asegurarme de que lo que ella propone no sea lo mismo que yo he imaginado.

—El Viaje Morfeo, Cleto. Usémoslo ahora mismo —responde tranquilizándome—. ¿Qué creías?

—No, nada, solo preguntaba —suspiro. Mi erección es visible y mi madre ha notado el bulto, pero no se pronuncia—. ¿Cuáles son las especificaciones del equipo?

—Iba a usarlo con Rufo, así que me asignaron una unidad para compañeros sexuales —se aclara la voz y sus mejillas se ruborizan—. La duración en tiempo virtual es de un día y una noche, apenas lo justo para recorrer un poco de ese mundo y asistir a alguna fiesta. Claro, siempre están disponibles las prestaciones de pago que podrían prolongar nuestra estancia, modificar nuestros cuerpos virtuales o darnos algún trato preferencial.

Me incorporo para sentarme. Es muy agradable estar tan cerca de mi madre, pero no quiero que mi mente concrete los pensamientos que nacen en mi subconsciente. En verdad es, más que atractiva, deseable. Huyo de las ideas que podrían inducir a mi cuerpo a desear el suyo.

Para despejarme tomo el maletín y extraigo de este el dispositivo. Físicamente no es más que una caja cuadrada, de color gris, de veinte centímetros de lado, con una serie de entradas a los costados destinadas a la instalación del cableado. En el aspecto operativo, es un ordenador capaz de digitalizar la personalidad de un ser humano y transferirla, con todos sus valores, sus conocimientos, sus emociones y su historia a algún mundo prediseñado, disponible para todos los usuarios, en donde esta entidad virtual compartirá espacio con las entidades de aquellos que se encuentren conectados en ese momento.

Deseando evadirme instalo el cableado y reviso las instrucciones. El paquete gratuito incluye lo que mi madre ha mencionado, más una pequeña sorpresa. Tanto ella como yo pertenecemos, genéticamente, a las castas aristocráticas y el sistema de Sueño Morfeo nos reconoce por este detalle, sin importar apellidos negados y derechos familiares perdidos. Si decidimos tomarlo,  tendremos ciertos privilegios estando conectados al sistema.

Mi viejo resentimiento por las diferencias de nuestra sociedad vuelve a aflorar. Me molestan estas costumbres discriminatorias, pero tengo que contenerme. Mi madre desea participar, es por ella que termino de montar el equipo y vuelvo a tenderme a su lado, con el ordenador entre nuestras cabezas y un yelmo de plástico para cada uno.

—Te quiero, Cleto —sonríe mi madre. Su expresión me muestra la alegría de quien se resigna ante algo doloroso que acaba de vivir y desea lanzarse a una experiencia emocionante.

—Te quiero, mamá —respondo y ajusto su yelmo plástico, tras lo cual acomodo el mío y cierro los ojos.

La transición no es suave ni brusca. Siento como si mi ser entero se diluyera en un estado de paz y relajación. No sé si respiro, ni siquiera sé si sigo teniendo pulmones, ignoro si sigo siendo yo.

Lo que sé y entiendo es que despierto en la oscuridad. Algo dentro de mí está faltando, no tengo memoria, no tengo consciencia, solo entiendo que, a mi lado, hay un cuerpo femenino.

Estoy desnudo y ella también lo está, ambos nos encontramos de costado, frente a frente. La ignota compañera de cama suspira y acaricia mis pectorales. Al tacto recorro su costado con mi mano izquierda para llegar a uno de sus senos y disfrutar la firmeza de su carne. Nos besamos en un encuentro de bocas destinado a compartir sabores y delirios.

Nos acercamos más, nuestros cuerpos se friccionan mutuamente, con mi erección entre nosotros, frotándose sobre su vientre, buscando el acoplamiento.

Ninguno de los dos habla, yo ni siquiera tengo consciencia de que exista un idioma. Solo soy un ente sexual que está excitado.

La mujer gime enardecida y toma mi miembro entre sus manos. Me masturba un poco. Me encorvo para alcanzar sus senos con mi rostro, lamo y succiono uno de sus pezones mientras siento que ella separa las piernas y acomoda la izquierda sobre mi cintura, ofreciendo su vaginaa mis manipulaciones.

La toco, está húmeda, introduzco despacio un dedo para extraerlo y llevar a mis labios el néctar femenino que destila. Ella deja de masturbarme para acomodar mi glande en la entrada de su sexo.

—¿Dónde está Cleto? —pregunta con voz ardiente—. ¿Dónde está mi hijo?

Todo en mi interior se sacude. Recupero la totalidad de mis recuerdos, la esencia de quién soy, los valores, las anécdotas, las historias que me vinculan a la vida que he tenido. Repentinamente entiendo lo que está pasando y me revuelvo, separándome de Astrea un instante antes de cometer incesto penetrando a mi propia madre.

Ella también se estremece.

—¡Mamá! —exclamo y me incorporo. Al sentarme, una tenue luz procedente del techo me revela que ya no nos encontramos en mi barracón de la parcela, sino en una lujosa habitación de lo que podría ser un hotel de los que salen en los programas de 3Dvisor.

—¡Cleto, estamos en el Viaje Morfeo! —exclama mi madre sonriente. Se sienta sobre el lecho, desnuda, radiante, deseable. Oculto mi erección como si de este modo pudiera cubrir también la excitación que siento.

—Mamá, estuvimos a punto de… —no completo la frase. Las palabras que he estado a punto de decir son demasiado fuertes en su contexto.

—¿Estuvimos a punto de follar? —pregunta con picardía. Desde que la luz se encendiera no ha hecho el menor intento por cubrirse—. Cleto, comprende una cosa, nada de lo que vivamos en un Viaje Morfeo es real. Tú y yo nos encontramos vestidos, acostados en tu cama del barracón, con los yelmos que nos mantienen en esta representación de realidad puestos en nuestras cabezas. Lo que en este momento crees que eres tú no es más que la representación digital de tu ser, expresada en un escenario virtual.

—De todos modos, esto es algo raro, ¿no crees?

—No —menea la cabeza y se acaricia el pezón que momentos antes estuvo dentro de mi boca—. El equipo que me fue entregado estaba destinado a una pareja sexual, no es raro que hayamos ingresado así. Los desvaríos iniciales son comunes. Los primeros momentos de un Viaje Morfeo vienen acompañados de esa pérdida temporal de la memoria.

—El sistema debió detectar que eres mi madre —refunfuño—. Incluso me reconoce como miembro de mi familia paterna.

—Sin duda —asiente a punto de echarse a reír. De no ser por las traiciones que acabamos de sufrir en el mundo real, podría jurar que mi madre vuelve a tener el talante de siempre—, es obvio que te reconoce como mi hijo, pero hay muchos aristócratas que toman experiencias de pareja entre familiares. Comprende que aquí podemos hacer lo que nos apetezca sin consecuencias. No es el mundo real.

«No, mamá, y cada vez me gusta menos», pienso, pero me abstengo de decirlo.

Astrea se levanta de la cama y las luces reaccionan intensificándose. Sea mi madre o no, sea esta una situación rara e incómoda o no, lo cierto es que no puedo dejar de admirar su figura. Los senos de mi madre se bambolean mientras abre las puertas de un armario casi vacío, su cintura estrecha y la rotundidad de sus caderas no hacen más que incrementar mi excitación y la incomodidad que experimento por sentirme atraído precisamente por ella. Sin habérmelo propuesto, he pasado la línea que delimita el parentesco para adentrarme en un mundo de fantasías sexuales con la mujer que me parió.

—Creo que esto es para ti —dice mi madre y me arroja un bóxer gris—. Para mí solamente hay un batín, pero seguramente pronto tendremos otras ropas.

Hago amago de ponerme la prenda, pero mi madre me detiene con un gesto.

—Cleto, sé que es raro que te lo pida, pero recuerda que las cosas que suceden aquí no son más que recreaciones virtuales. Nada está pasando en el mundo real. Quiero ver lo que ocultas.

—Mamá, no.

—Hijo, sí —imita mi tono y ríe. No puedo negarme, sé que debería hacerlo, pero acaba de recibir una herida emocional y poco me cuesta complacerla.

—Pero aún estoy excitado —esgrimo el último argumento en mi defensa.

—De eso se trata —asiente mientras se arrodilla sobre la cama y se desplaza en mi dirección—. Quiero ver esa verga en erección. Vamos, hijo, hace unos momentos permitiste que te la tocara y estuviste a punto de metérmela.

—No sabía que eras tú —rebatí—. Ni siquiera sabía quién era yo.

—No importa —asevera y tona mis antebrazos para retirar mis manos de la zona que ocultan—. Si yo no hubiera recuperado mis recuerdos antes que tú y si no hubiera preguntado por ti, seguramente lo habríamos consumado.

Mis genitales quedan al descubierto. Astrea se relame los labios. Me estremezco con el miedo de lo que pueda llegar a suceder y sé que carezco de fuerzas para impedirlo.

—¿Eres así en el mundo real? —pregunta en tono de admiración—. ¡Muchos aristócratas pagarían fortunas por que sus atributos fueran como los tuyos en el Viaje Morfeo!

—Estamos aquí en paquete gratuito, mamá, no hemos pagado nada por los aspectos que tenemos —reflexiono asumiendo la nueva situación.

—Es que yo quisiera… —hace una pausa, cierra los ojos y toma aire—. Cleto, me encantaría…

Alguien llama a la puerta para salvar a mi madre de tener que expresarme sus deseos y para salvarme a mí de la respuesta que habría tenido que darle.

Astrea se incorpora y, sin tomar el batín, abre la puerta mostrando su desnudez y la mía a quienquiera que haya llamado.

—Hola, soy Carina, pertenezco al personal de recepción de Viaje Morfeo —saluda una mujer de aspecto aristocrático, vestida con alguna clase de uniforme informal—. Traigo opciones para enriquecer la experiencia de los recién llegados, algunas gratuitas y otras de pago.

—Adelante —ordena, más que invita, mi madre. El talante risueño y afable de Astrea ha cambiado de golpe, como si en verdad perteneciera a esa clase dominante que la despreció—. Mi hijo y yo hemos cruzado una apuesta, él no cree que podamos divertirnos aquí sin gastar un solo bono de productividad. Yo digo que  es posible y por eso no pensamos invertir nada. ¿Qué tienes para nosotros entre las prestaciones gratuitas?

La chica debe ser empleada de la compañía que lucra con los Viajes Morfeo, seguramente estará tendida en su cama, conectada al equipo y, al mismo tiempo, trabajando al servicio de quienes se divierten aquí. Una buena manera de ganarse la vida sin desgastarla en el mundo real.

Con la atención de mi madre puesta en la recién llegada, decido pasar al baño de la habitación. Es curioso, las proyecciones virtuales en el Viaje Morfeo no tienen necesidades fisiológicas, pero el habitáculo está completo, incluyendo un WC que mi cuerpo irreal no necesita usar.

Me siento sobre la tapa del retrete y cierro los ojos. Mi conflicto interior estalla para hacerme rabiar. He sido traicionado por mi novia, quien tiene sexo con mi padrastro. Estoy excitado y, ya no puedo negármelo, deseo a mi propia madre. Me siento mal por el primer factor y me siento ruin por el segundo, aunque Astrea no parece afectada por mi excitación.

«¡Tengo que resistir!», me exijo, «¡Debo ser fuerte, no dejarme llevar por lo que siento y no cometer un acto del que podría arrepentirme!»

Mi madre puede decir lo que quiera sobre la irrealidad de este mundo, pero he decidido no sucumbir. Real o no, no me permitiré en el Viaje Morfeo ninguna acción que no cometería siquiera en mis sueños más privados.

El dilema que se me presenta es que, si Astrea quiere tener algo conmigo, argumentando que este mundo no es real, tendré que negarme y eso puede herirla más. No deseo verla llorar, no deseo ver que pierde la sonrisa y la alegría que este viaje le ha devuelto tras la desilusión.

Aprieto los puños con fuerza, como si con ello pudiera concentrar en mi interior la valentía que creo que me falta para seguir con esto.

Continuará

Próxima publicación: "Emociones de Astrea III, Lujuria", por Alventur

Fecha aproximada de la siguiente publicación: 26-09-2016