Emmanuelle, triste emmanuelle.

La bella Emmanuelle se encuentra sola en Bangkok y esta desesperada, eso la hace tomar una mala decisión y cae en manos de unos desaprensivos.

Emmanuelle salió de la casa, bajó la escalinata, entró en el coche y se dirigió al centro de Bangkok.

Emmanuelle tenía la necesidad de ser usada, humillada… estaba en un estado de embriaguez emocional que rayaba la sordidez, estaba derrotada y se encontraba sola. Quería perderse por las calles y que su mente dejara de pensar.

Dejó el coche casi a las afueras, y se adentró por los suburbios de la ciudad, donde las barracas y chabolas se agolpaban formando un oscuro laberinto lleno de suciedad y peligros, por donde ella decidió perderse, en el deseo de sentirse en peligro. Recorrió buena parte del gueto sin un rumbo fijo; en la frontera de la ciudad divisó, en medio de la calle, un cartel anuncio de un burdel y decidió adentrarse en él.

Era un ir y venir de hombres que pululaban entre las prostitutas, con expresiones lascivas y asquerosas, sudorosos y de bajo nivel. Emmanuelle anduvo asustada en medio de esa gente y a medida que se acercó al centro del local, un corrillo se formó a su alrededor; notaba como las miradas la desnudaban y el terror la atenazó. Ella, quieta en el centro, con su boca entreabierta congestionada por el miedo, se dio cuenta de donde se había metido y quiso volver dándose de bruces contra una raída y sucia camiseta que vestía un hombre sudoroso y aspecto deplorable, pero bien formado y tonificado. Éste la agarró por el pelo y tiró hacia atrás de la cabeza de ella y Emmanuelle tenia su boca entreabierta, sus manos se dejaron caer; su estado era de resignación y entrega, ella era consciente de su error y ahora lo iba a pagar.

Éste se la llevó hasta el fondo del lúgubre y sucio burdel, donde la introdujo de un empujón en una estancia aun más sucia si cabe. Emmanuelle muy en el fondo de sí misma estaba tremendamente excitada, pero su terror no desaparecía y pronto se vieron confirmados sus temores. De entre las sombras surgieron tres tipos más sucios que el principal, le arrancaron el vestido de gasa estampado en bellos colores, y se quedó, al momento, desnuda y expuesta a todos, pues ella no solía llevaba ropa interior, su cuerpo nacarado y delicado, era observado lascivamente por estos degenerados que, de seguro, la iban a violar sin ningún tipo de piedad. Ella intentaba taparse como podía pero continuamente le daban manotazos en los brazos para que los mantuviera bajados. Recibió un tirón de pelo que la lanzó sobre un asqueroso catre, dándose en un costado con el borde de la cama. Su expresión de dolor no causó ninguna compasión y en un segundo se vio estirada al través de la cama, con los brazos cogidos por uno de estos gañanes, mientras otros dos le abrían las piernas exponiendo todo su sexo que rezumaba humedad a su pesar para que el primero de esos hombres la usara a placer. Disfrutó de ella una y otra vez; ella gritaba pero también jadeaba y al final no pudo evitar tener un orgasmo, fue repasada por todos salvajemente.

Después de ser utilizada el cabecilla ordenó darle la vuelta y la pusieron de rodillas obligándola a abrirse enormemente y sin ningún tipo de preparación, el tipo escupió en el centro de su ano y le introdujo de un golpe su pene estirando sus esfínteres hasta causar fisuras sanguinolentas. Ella gritó desgarradoramente por el tremendo dolor que esto le produjo, pero él continuó de una forma inhumana. fría y salvaje. Más tarde Emmanuelle ya no sentía prácticamente nada; su ano estaba tan abierto y dilatado que prácticamente no le dolía, hasta el punto de odiarse a sí misma porque no solo sentía un placer irrefrenable sino que además iba a correrse de un momento a otro poniéndose en evidencia ante semejantes despojos humanos, éste saco su pene y se lo introdujo de golpe en su vulva y jugó arriba y abajo con sus dos húmedos y dilatados orificios, consiguiendo que ella volviese a correrse sin poder contenerse.

Uno tras otro la fueron violando como lo había hecho el primero, y cuando finalizaron, la dejaron llorando sobre la sucia cama, le tiraron encima el roto vestido y la dejaron sola en la habitación. Después de un rato, un niño salió de detrás de una rota y horrible cortina y la ayudó a vestir sus pobres harapos y la condujo por detrás de la cortina a una puerta escondida que los llevó al exterior del burdel; la acompañó hasta su coche y ella se agarró a este pequeño héroe que la salvó de su estupidez, le dio unos billetes en agradecimiento y con la sensación de que era una buena forma de agradecer su gesto, ella se introdujo en su coche y se retiró a casa con su vestido destruido, medio desnuda y derrotada. En casa se introdujo en una ducha caliente que limpiara toda la bajeza y suciedad de que había sido objeto y lloró.

Lloró amargamente, se dejó caer desnuda sobre su impoluta cama blanca donde se podían apreciar los golpes y moretones que el suceso le había dejado como recuerdo y otra vez muy, pero que muy en el fondo, se sintió feliz de haber sido utilizada, vejada y humillada tan salvajemente. Y con este oscuro pensamiento, Emmanuelle se quedó dormida.

FIN